Los objetos han
llegado a ser, el mejor documento sobre el origen y devenir de la humanidad. El
centramiento en los objetos, además, expone un método necesariamente material y
opuesto al idealismo clásico y antiguo. Digo han llegado a ser, porque el mundo
contemporáneo se ha liberado del idealismo y ha elaborado una filosofía libre
de trascendencias vacuas.
El apriorismo
kantiano, radicado en el platonismo, hace parte del sentimiento arcaico humano
de ser hijo y estar gobernado por un ser superior. Sentimiento construido en el
proceso de humanización y por eso, legítimo y apropiado. Sentirse creado, es
propio de una imaginación primigenia correspondiente a seres humanos de
reciente aparición sobre la superficie del planeta.
Noumenos, intuiciones
e innatismos, son constructos filiales de esa primera reacción contra el
naturalismo presocrático. Son esfuerzos intensos y agotadores por darle origen
ideal a la experiencia. Lo que pasa, y se siente, se piensa como la expresión
fenoménica de las ideas puras contenidas en el espíritu y puestas allí por el
creador del mundo. El naturalismo preplatónico, de conceptos y contenidos
sofísticos o de inmensa confianza en la argumentación y la palabra, le dio a
las cosas poder de engendrar en el cuerpo humano, acciones excitantes de su ser
llamadas, lengua, memoria, imago y gesto.
Con el discurso
traceológico que sigue las huellas como cosas, se construye hoy un relato sobre
la experiencia humana, desde el hombre primigenio y su teología. Por eso soy
íntimo amigo de considerar lo humano y la cosa o el objeto, como dos partes
inseparables del relato. Solo puede hablarse de humanidad desde el momento (fechado
por la tecnología) en que un antropomorfo construye útiles; útiles que
adquieren el atributo de objeto, huella, documento. Aquí entra toda una serie
de discursos y contra discursos. Están los que hablan de una supuesta edad de
la madera, del homo faber xiloconstructor, antes del hombre de la edad de
piedra. Pero del hombre de los objetos de madera no hay traza y según el rigor
de la traceología de los objetos pétreos, no existió.
Aquí, puede hablarse
de una sofística moderna, apoyada en el método científico, potenciadora de un
relato nuevo, para enfrentar el idealismo creacionista o antropológico, basado
en la humanidad caída, castigada o destinada al ascenso hacia el mundo de su
creador, mundo de luz o paraíso.
El nuevo relato se
construye, en términos de coloquio, al poner a hablar los objetos. Se considera
que todos los objetos construidos por el ser humano son producto de su
subjetividad y por eso, el objeto se puede interrogar para que permita exponer
las condiciones de su fabricación, entre las cuales está la sociedad
posibilitante y el grado de abstracción de su pensamiento. Y para que estas
consideraciones tengan un piso terrenal, manifiesto mi convicción de explicar
la humanización, como producto de la necesidad técnica compartida por todos los
seres vivos. La huella cosa, objeto, útil, para ser concebidos en su
existencia, se debe explicar como la prolongación en los útiles, de las
funciones técnicas del cuerpo. Los primeros útiles, testimoniados por la
ciencia de la arqueología, tuvieron como función reemplazar los dientes. De esta
manera ese objeto, cosa, útil llamado cuchillo primigenio o “Schopper”, al ser
interrogado en su arcaicidad, junto con el cuerpo a su lado, del tallador
ejecutor, muestran y dicen de un ser que ha iniciado la vocación evolutiva
hacia el homo sapienz. La arcaicidad del objeto indica una subjetividad
apropiada, y demuestra el primado de la experiencia y la exudación del útil con
funciones caninas, por una necesidad azarosa.
Aquí radica la
oposición por diferencia con el idealismo. El discurso sobre el origen de la
humanidad que podemos construir hoy a partir de un esfuerzo del pensamiento,
tiene la pertinencia de la actitud comprensiva. Las disciplinadas ciencias
humanas han puesto en cuestión todos los absolutos mantenidos en el misterio
del creacionismo, y han puesto sobre la superficie de la tierra una explicación
racional posible. Tanto el cuerpo, como el sujeto y el objeto son unos
constructos interrelacionados, posibilitados más por el azar, más por la acción
y reacción de la existencia física y material.
La senda seguida por
la subjetividad, desemboca en el homo sapiez como un mundo mental independiente
y guía, del cuerpo y de las cosas objetos. Los primeros homo sapienz, datados
desde hace cuarenta mil años, separaron radicalmente el mundo terrestre del
mundo ideal del creador. Establecieron lazos rituales de comunicación entre
ambos mundos y los pueblos especializaron su forma de concebirlos.
La relación
útil-objeto con la subjetividad, es la permanencia y pertenencia al grupo, al
socius. La sociedad funciona como el símbolo que conecta el ser con el mundo
del creador o de los seres réplicas humanas, rectores del todo. La trashumancia
obligaba a la dispersión y la memoria de grupo la garantizaban los objetos ya
diversificados: útiles de labor, el vestido, objetos totémicos mágicos y las
vocalizaciones con gestualidades que hoy llamamos lenguaje.
La traceología de la
vida humana es reciente. Dotó la contemporaneidad de alternativas de
pensamiento para poder gobernar la masificación de los cuerpos. La igualdad
como pertenencia a la existencia (existir nos iguala), ha sido posible por
pensar la subjetividad fuera del idealismo. Aunque este persista y sea
dominante en las sociedades que aún atan el sujeto a los designios divinos. Explicar
el fenómeno humano desde sus objetos es explicar la materia desde la materia y
es comprender los contenidos de la subjetividad siempre condicionados por la
cultura material.
La alternativa de
pensamiento aquí expuesta, es otra manera de liberarse de la metafísica de la
causalidad, detenida en la lucha entre los partidarios de la idea genitora de la
práctica, contra los empiristas crasos que desconocen o destruyen el sujeto,
para andar por el mundo, metidos en un existencialismo agónico.
Este escrito fue construido
a partir de la lectura de un texto de Francois Dagognet, titulado “La
subjetividad. Traducido por Luis Alfonso Palu en el 2005.
Imagen: Francis
Bacon. La deriva del yo y el desgarro de la carne. 1944
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