Fija la atención de
cualquiera que esté interesado en la memoria, el texto de Ricoeur1. Ese
contenido humano (la memoria) se ha tratado como todo, desde los acervos del
pensamiento patrístico de la cultura occidental, la inevitable metafísica platónica
y aristotélica. Este texto de Ricoeur, enriquece porque hace una arqueología
del concepto de memoria en esos griegos y muestra el inevitable basamento de
todo lo occidental en ese modelo de razonar. Por eso puedo pensar en las peripecias
de la criatura. Ella comenzó a indagar por el don que el creador le puso; esa
voz que le habla incesante, en la vigilia, en los sueños, y pareciera que
criatura y creador interlocutaran. El hecho de preguntar, indagar, hace romper
con el dios dador creador. La criatura se queda con la voz y la declara
mistérica, un nombre que oculta la materia del dador y deja el acto puro del
pensamiento. Origen y devenir del pensamiento. Misterio del inicio, rito
compartido con todas las religiones y magias, es el origen de la voz.
Pensamiento, ánimo, inicio, misterio, nombre, términos atrapados en ese algo
básico de la voz que se indica con la palabra idea.
La ruptura con el
creador, hace de la idea, el centro básico de la voz y del pensamiento. La idea
genitora exige explicación, ya no como don, sino como contenido humano. La
criatura es ahora soporte continente de la idea, convertida en la medida de
todas las cosas. Ser medida, la hace una aura de verdad, para la palabra y sus reglas,
para el hablar y la lógica. Lo que ven los ojos entra en el cuerpo y es medido
por la idea. Por eso la experiencia es falta de verdad y la información que
ella facilita debe ser cotejada con el cúmulo de ideas, depositadas en el
ánima, pensamiento, misterio. ¿Qué las tiene allí? La memoria.
Indagar por el
origen de la voz y las ideas, por fuera de la relación creador criatura,
pareciera la toma de una actitud atea; pero es solo, una atenuación del origen
divino. La explicación de la génesis de las ideas, desde el fenómeno mismo, cae
en el recuerdo, en la memoria; esta, más que un cúmulo de ideas es un depósito
de imágenes verdaderas, dejadas por la experiencia humana. Ideas verdaderas
depositadas y disponibles para poder decir verdad. La idea es una imagen en la
memoria, porque la experiencia vivida, deja una huella en el ánimo-alma, a la
manera de una marca.
Idea, imagen,
memoria, marca–huella, hacen sospechar de los sentidos alimentados por la
experiencia. Esta debe ser cotejada por la verdad signada en el alma. Quien
toma lo que le pasa como verdadero, solo hace sofistiquería. La memoria, las
imágenes, las ideas, tienen jerarquía en el alma, según el sujeto. La huella de
lo vivido será profunda e indeleble en los sujetos hondamente incididos por los
actos, o débil en los superficiales, o frágil y pasajera en los mediocres.
El ser humano
explica lo que tiene y le pasa con ejemplos de sus construcciones, con sus
modelos, convertidos en metáforas. La medida de la experiencia por la idea
verdadera signada en el alma, toma como modelo el trabajo del artista. Este
incide superficies, marca, inscribe, imprime. La experiencia imprime en el
cerebro, deja una impronta, las ideas. Ellas conforman la memoria y junto con
la percepción del tiempo, las ideas se convierten en arquetipos, para medir las
nuevas experiencias y darles estatuto de verdad. Experiencia-verdad-experiencia,
esa es la episteme de la idea. La opción por el modelo tomado del trabajo del
artista, hace que se vuelva al dador-dios, abandonado cuando se hace génesis de
las ideas. El relato, de la creación hecha por seres antropomorfos, es un
ejemplo de funcionamiento de la metáfora. El contenido del alma, espíritu,
ánima, resulta, se explica con el símil de la práctica del artista; de esa manera,
la observación (experiencia) imprime, deja impronta en el fondo. Esa impronta
es la referencia para medir las nuevas experiencias.
A si se expresa lo
mistérico como inicio o rito iniciático. El ser humano no puede ir más allá de
explicarse por sí mismo, o mejor, humanizar el afuera para comprenderse y
terminar él mismo explicándose por sus propias funciones. El alma es la obra
del artista; el ser humano es la obra del ceramista. Muñeco de barro con un
infundio por el soplo divino. Esta es la consecuencia de pensar el pensamiento por
lo dado; por lo que se tiene en el interior: la voz incesante de la existencia
humana. Este método obliga a ir de la voz a la memoria, y de esta a la huella.
Y de la huella a la impronta dejada por la experiencia.
El estudio de la voz
sigue ahí. El lenguaje sigue ahí. La palabra es una impronta, que por referirse
a la idea, la significa, la hace semántica. La impronta es una imagen, que por
no ser la cosa, sino su huella, es ficticia; pero como imagen refiere al
arquetipo para medir las mismas cosas y posibilitar el recuerdo o la memoria.
La metafísica de la voz y la idea, se ve descarnada en la cultura occidental.
La historia, producto de la memoria de los acontecimientos, mide su veracidad
del fondo arquetípico que yace en el recuerdo, allí donde la impronta tiene algo
así como una caverna.
Pero a la vez el
texto de Ricoeur es propositivo, permite detectar la atenuación de la divinidad
(aunque se vuelva a ella) mientras se explica lo humano por sus contenidos y
obras. Esa atenuación es el principio de ruptura. Occidente ha atenuado al
creador y grandes sectores sociales han vuelto a él. En paralelo, la ruptura
llevada a sus consecuencias extremas, explica de la voz y la palabra por
métodos físicos. La observación de la elevación del animal a la condición
humana, posibilitada por los métodos científico-comprensivos, permite hoy hacer
un relato espaciotemporal-territorial del pensamiento. La voz, la idea y la
memoria son una resultante de la física mecánica del cuerpo.
1. Paul Ricoeur. La
memoria, la historia, el olvido.
Imagen: Vladimir
Kush Amanecer en el Océano 1995