domingo, 24 de septiembre de 2017

Trabajo del artista, metáfora de la creación

Fija la atención de cualquiera que esté interesado en la memoria, el texto de Ricoeur1. Ese contenido humano (la memoria) se ha tratado como todo, desde los acervos del pensamiento patrístico de la cultura occidental, la inevitable metafísica platónica y aristotélica. Este texto de Ricoeur, enriquece porque hace una arqueología del concepto de memoria en esos griegos y muestra el inevitable basamento de todo lo occidental en ese modelo de razonar. Por eso puedo pensar en las peripecias de la criatura. Ella comenzó a indagar por el don que el creador le puso; esa voz que le habla incesante, en la vigilia, en los sueños, y pareciera que criatura y creador interlocutaran. El hecho de preguntar, indagar, hace romper con el dios dador creador. La criatura se queda con la voz y la declara mistérica, un nombre que oculta la materia del dador y deja el acto puro del pensamiento. Origen y devenir del pensamiento. Misterio del inicio, rito compartido con todas las religiones y magias, es el origen de la voz. Pensamiento, ánimo, inicio, misterio, nombre, términos atrapados en ese algo básico de la voz que se indica con la palabra idea.
 
La ruptura con el creador, hace de la idea, el centro básico de la voz y del pensamiento. La idea genitora exige explicación, ya no como don, sino como contenido humano. La criatura es ahora soporte continente de la idea, convertida en la medida de todas las cosas. Ser medida, la hace una aura de verdad, para la palabra y sus reglas, para el hablar y la lógica. Lo que ven los ojos entra en el cuerpo y es medido por la idea. Por eso la experiencia es falta de verdad y la información que ella facilita debe ser cotejada con el cúmulo de ideas, depositadas en el ánima, pensamiento, misterio. ¿Qué las tiene allí? La memoria.
 
Indagar por el origen de la voz y las ideas, por fuera de la relación creador criatura, pareciera la toma de una actitud atea; pero es solo, una atenuación del origen divino. La explicación de la génesis de las ideas, desde el fenómeno mismo, cae en el recuerdo, en la memoria; esta, más que un cúmulo de ideas es un depósito de imágenes verdaderas, dejadas por la experiencia humana. Ideas verdaderas depositadas y disponibles para poder decir verdad. La idea es una imagen en la memoria, porque la experiencia vivida, deja una huella en el ánimo-alma, a la manera de una marca.
 
Idea, imagen, memoria, marca–huella, hacen sospechar de los sentidos alimentados por la experiencia. Esta debe ser cotejada por la verdad signada en el alma. Quien toma lo que le pasa como verdadero, solo hace sofistiquería. La memoria, las imágenes, las ideas, tienen jerarquía en el alma, según el sujeto. La huella de lo vivido será profunda e indeleble en los sujetos hondamente incididos por los actos, o débil en los superficiales, o frágil y pasajera en los mediocres.
 
El ser humano explica lo que tiene y le pasa con ejemplos de sus construcciones, con sus modelos, convertidos en metáforas. La medida de la experiencia por la idea verdadera signada en el alma, toma como modelo el trabajo del artista. Este incide superficies, marca, inscribe, imprime. La experiencia imprime en el cerebro, deja una impronta, las ideas. Ellas conforman la memoria y junto con la percepción del tiempo, las ideas se convierten en arquetipos, para medir las nuevas experiencias y darles estatuto de verdad. Experiencia-verdad-experiencia, esa es la episteme de la idea. La opción por el modelo tomado del trabajo del artista, hace que se vuelva al dador-dios, abandonado cuando se hace génesis de las ideas. El relato, de la creación hecha por seres antropomorfos, es un ejemplo de funcionamiento de la metáfora. El contenido del alma, espíritu, ánima, resulta, se explica con el símil de la práctica del artista; de esa manera, la observación (experiencia) imprime, deja impronta en el fondo. Esa impronta es la referencia para medir las nuevas experiencias.
 
A si se expresa lo mistérico como inicio o rito iniciático. El ser humano no puede ir más allá de explicarse por sí mismo, o mejor, humanizar el afuera para comprenderse y terminar él mismo explicándose por sus propias funciones. El alma es la obra del artista; el ser humano es la obra del ceramista. Muñeco de barro con un infundio por el soplo divino. Esta es la consecuencia de pensar el pensamiento por lo dado; por lo que se tiene en el interior: la voz incesante de la existencia humana. Este método obliga a ir de la voz a la memoria, y de esta a la huella. Y de la huella a la impronta dejada por la experiencia.
 
El estudio de la voz sigue ahí. El lenguaje sigue ahí. La palabra es una impronta, que por referirse a la idea, la significa, la hace semántica. La impronta es una imagen, que por no ser la cosa, sino su huella, es ficticia; pero como imagen refiere al arquetipo para medir las mismas cosas y posibilitar el recuerdo o la memoria. La metafísica de la voz y la idea, se ve descarnada en la cultura occidental. La historia, producto de la memoria de los acontecimientos, mide su veracidad del fondo arquetípico que yace en el recuerdo, allí donde la impronta tiene algo así como una caverna.
 
Pero a la vez el texto de Ricoeur es propositivo, permite detectar la atenuación de la divinidad (aunque se vuelva a ella) mientras se explica lo humano por sus contenidos y obras. Esa atenuación es el principio de ruptura. Occidente ha atenuado al creador y grandes sectores sociales han vuelto a él. En paralelo, la ruptura llevada a sus consecuencias extremas, explica de la voz y la palabra por métodos físicos. La observación de la elevación del animal a la condición humana, posibilitada por los métodos científico-comprensivos, permite hoy hacer un relato espaciotemporal-territorial del pensamiento. La voz, la idea y la memoria son una resultante de la física mecánica del cuerpo.
 
1. Paul Ricoeur. La memoria, la historia, el olvido.
 
Imagen: Vladimir Kush Amanecer en el Océano 1995

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