Observar tiene
niveles, según la calidad del observador. Y la calidad la potencia el ser capaz
de ubicarse en el espacio-tiempo en el que se vive. La ciudad densa, es el
espacio que nos ha tocado, y observarla desde el concepto tiempo, dota de una
perspectiva histórica. Es desde ahí que se puede extender al pasado la
condición de la vileza de los seres humanos que nos circundan. Vileza detectada
en el comportamiento cotidiano. Vecino que le pone la basura al vecino y se ha
visto casos de familias obligadas a desplazarse porque los vecinos le han
convertido el frente de su casa en un acopio de escombros y desechos. Las zonas
verdes las han reemplazado por capas de concreto para parquear vehículos y evitarse
el gasto. Las fuentes de agua son contaminadas sistemáticamente con el arrojo
del mobiliario sobrante, para ahorrar los costos del traslado a las escombreras
permitidas. Vileza generalizada cuando periodistas y políticos se deshacen en
condenas contra los crímenes de acoso sexual o violación, pero en su haber los
han cometido. Los partidos políticos montan campañas electorales para luchar
contra la corrupción y todos los que militan en sus filas son corrompidos.
Vileza observada en
el presente, pero que la perspectiva histórica permite detectarla desde la
fundación de la nación. En 1821 la constitución grancolombiana prohibió la
esclavitud, pero el vil esclavista la siguió sosteniendo porque su vida muelle,
parásita del trabajo ajeno, dependía de ello; además, el ejercicio autoritario
de su ser social, estaba en la posesión de esos cuerpos y se extendía a su
propia familia cercana o a la sociedad que regentaba, si tenía la autoridad
adquirida por ocupar puestos públicos.
El modelo
republicano, para instaurarse en Colombia, cobró la vida de cientos de miles de
personas, cuyos cuerpos estaban bajo la más cruel dependencia de los caudillos
hacendados. Fue una vileza, enmascarada con la discursividad del progreso y la
civilización. El discurso eugenésico o racista cruzó las consignas
beligerantes, para sustentar, luego de las batallas, la confección de nuevas constituciones
políticas que negaron de entrada la igualdad y redujeron el derecho a elegir y
ser elegido a los varones dueños de tierras y riquezas.
Instaurada la nación
unitaria, transformaron el capital hacendario en comercial y luego en
industrial. Entregaron la educación a la iglesia católica para evitar la
formación de ciudadanos autónomos, librepensadores y dueños de su cuerpo y
futuro. Es la vileza que transmonta el tiempo, mostrando la autonombrada
dirigencia social, inescrupulosa, actuar con bajeza. Por efecto del contacto de
los colombianos con el mundo, más clandestino que legal, fue inevitable la
organización sindical de los trabajadores en el siglo veinte. Organización que
amenazó el predominio centenario de los varones dueños de la riqueza, e hizo de
nuevo, flotar el ser vil, para condenar la población a un exterminio
sistemático y de todo orden no inscrito en los pactos de los partidos políticos
predominantes. La población se diezmó para domeñar con crueldad sus
organizaciones amenazantes.
Pero esa vileza que
hoy se observa en la generalidad de la población, no es genética, es aprendida.
Ha bajado de la cumbre de la estructura social al ser humano llano. A los
colombianos se les ha enseñado con el ejemplo, no en aula de clase, en la
tribuna, en los medios de comunicación, en la práctica política del rito
electoral metido hasta el tuétano en el clientelismo, cuyo último componente es
el cambio del voto por favores económicos o simplemente la compra directa.
Las mujeres y los
hombres comunes han introyectado el concepto de equivalencia entre la política
y la corrupción, porque después de las campañas electorales, en las que se
promociona la honradez, resulta el erario público desfalcado y las necesidades
en educación, salud y vivienda en crecimiento. El fenómeno se ha profundizado
de tal manera que el político corrompido ha perdido la vergüenza y muchos le
ven como héroe. Esta práctica explica varios comportamientos viles del poblador
común: cuando le da uso privado al espacio público, desdeña el Estado, y cuando
adopta una doble moral.
Pero va más allá el
ejemplo del ser humano vil. La corrupción que ha bajado a los estratos menores
de la sociedad, mantiene esa vileza que ha transmontado los tiempos, visible en
la posesión de los cuerpos. La agresión sexual, es la herencia del sentido
esclavista de la vida. Acceder al cuerpo del otro ser humano, tocarlo o tomarlo
sin consentimiento, es un ejercicio de posesión que ha pasado de la cosa a la
humanidad indistintamente.
Las guerras
contemporáneas nacionales crearon dictadores en los campos y las ciudades,
sectorizados y en lucha por territorios, que sacaron a plena luz el ser
autoritario fundacional y sostenido por el ejemplo de la corrupción. Los
poderes de estos dictadores barriales o territoriales, son ejercidos con una
conciencia esclavista. Disponen de los cuerpos de los habitantes, en especial
de las mujeres. Cobran impuestos por la movilidad y el consumo. Obligan a un
comercio controlado de productos sin ninguna garantía de calidad. Estos
dictadores ejercen poder armado intimidatorio y ponen al servicio del mejor
postor la voluntad política de los sometidos; el mejor postor es siempre los
aspirantes al poder político. La vileza ha bajado a la calle y se encarnó en
jóvenes de imaginación local y oscura.
Esa vileza colombiana,
tiene una expresión que hace ver la discursividad del progreso y la
civilización como una falacia. La ética moderna de respeto del otro, porque los
atributos de la libertad, la igualdad y la solidaridad se condensan ahí, no ha
tocado tierra, no se ha introyectado en la conducta del colombiano. El cuerpo
del otro sigue siendo una cosa a tomarse por la fuerza y el ofendido reacciona
con una venganza reducida a la reproducción el sistema y a hacer lo mismo: Los
violadores fueron violados, los agresores fueron agredidos, los esclavistas
fueron esclavos. Esas condiciones se mantienen para que la sociedad tradicional
siga existiendo.
Imagen: Beatriz
González. Serigrafía 1983. Zócalo de la comedia