En la tarde de un
viernes caluroso de agosto hablábamos de logros y frustraciones. Se hizo
mención de la envidia buena, como un sentimiento que mueve a muchos y opera a
la manera de motivo de búsqueda de trabajo y dedicación. Pero, igual se escuchó
la voz vehemente de un contertulio, negando el reconocimiento de la existencia
de una envidia buena o mala y afirmó altisonante: ¡Envidia es envidia! Siguió
un breve silencio, luego sonrisas y disquisiciones sobre las envidias que
atmosferan por doquier, creándole una base o piso a al ser de la mayoría de la
gente que nos rodea. Por eso se la reconoce en boca de todos, casi que
justificándola, cuando se trae de la memoria el dicho “mal de todos, mal de
tontos”. Se dice además ser mejor provocar la envidia que sentirla, o “aquí la
gente se muere más de envidia que por enferma”. Y se le pone color al
envidioso: el verde. Estar verde de la envidia, es meterse en una condición no
humana, de seres verdes. El imaginario común de la gente, ve así a los posesos
por ese sentimiento. Se les ve y concibe como seres fuera de la cultura,
habitados por una fuerza maligna, de la que no pueden escapar y los hace parte
de de una especie de seres humanos catalogados como envidiosos.
Las disquisiciones
de ese viernes augusto, me generó una búsqueda de respuestas sobre el ser de la
envidia y por querer ir más allá de la opinión común. Me topé con información
abundante sobre el comportamiento o la conducta del sujeto, cuando tiene
sentimientos de envidia. Información que concibe ese supuesto sentimiento como
innato o don de la criatura humana. Ese tipo de tratamiento se queda en una
psicología de superficie y sintomática.
Otra perspectiva ha
sido levantada desde la convicción de ser la envidia, un constructo humano; la
endivia comprendida como la respuesta humana a un comportamiento animal y su
respectiva mistificación. Así se concibe el objeto de estudio envidia, desde
una transdisciplinaridad y se trata como un sentimiento, originado en la mirada,
que debe ser asumido desde las ciencias sociales, auxiliadas cuando se necesite
por la biología, la arqueología o la fisiología.
Los ojos del otro
denotan sus sentimientos e intensiones. El, habla para verte, platónico, es un
logro cultural, venido mucho tiempo después de la concepción elaborada a partir
de la apariencia del otro. Antes de la pregunta por la palabra está la
respuesta por la presencia. Desde la presocrática y después, en toda la
antigüedad, se tuvo la creencia de que “los rasgos somáticos traducen el
carácter de las personas: los ojos son el espejo del alma”. De la presencia del
otro el rasgo inmediato para hacerse a una opinión, es la mirada. De ahí la
exudación de la envidia y su relación con la mirada. Ojos que la expresan son
ojos malos, o mejor, quien lo haga tiene el “mal de ojo”.
El mal de ojo y la
envidia se configuran en actitud anticultural. Uno y otra se motivan e
interrelacionan y contra ellos se utilizan objetos identificados con el mal,
como lo son los cuernos; objetos técnicamente nombrados como apótropes. Así los
ritos dedicados al exorcismo del aojamiento toman el nombre de apotropaicos; se
entienden también como una profilaxis contra la envidia.
El aojo se relaciona
a su vez con la fascinación o poder de la mirada para fijar la atención y
poseer al atento. Contra la fascinación se utilizan los riegos y esparcimiento
de escancias aromáticas. La mirada, el aojo, la envidia, la fascinación, se
toman genéricamente bajo la denominación “el mal de ojo”, que justifican su
oposición a la religión y se conciben como el mal. De Grecia pasa a Roma la
creencia de la existencia del aojamiento, hecho por mujeres, como la bruja
Dípsade “que fulmina con sus ojos de doble pupila”, nombrada por Ovidio en su
Ars Amatoria. En el renacimiento, se relacionó el aojo, muy directamente con el
envidioso: ellos atacan con la mirada “y no apartan jamás los ojos de la
felicidad y del bien de los otros…”
Se ha entendido pues,
el aojamiento, como magia, por la antropología fundacional de finales del siglo
diecinueve y principios del veinte. Se concibió como “magia maligna pura”
cuando se adjudica intrínseca al portador. Este no necesita de ningún rito para
ejercerla. Otra forma es entenderla como “magia maligna” sencilla, practicada
mediante ritos o performance, para propiciarla. Como magia maligna pura, el
aojamiento funciona opuesto a la religión estatal o teodicea legal. Como magia
maligna sencilla funciona como superstición y se identifica con rituales
vulgares del pueblo llano e inculto: saliva sobre los ojos del recién nacido o
hacer la higa con una o ambas manos ante la presencia del posible aojador.
La elaboración de connotaciones
de poder en la mirada, se hace por el contenido de violencia que tiene la
mirada directa; hecho relacionado con la mirada fija del animal para la defensa
o el ataque: la mirada fija es agresiva. El mal de ojo es la elaboración cultural
de ese innatismo animal. El apótrope cultural humano contra el aojo, practicado
desde la antigüedad, es esgrimir el símbolo por excelencia de la agresividad
humana: el falo, ya en dijes, cuentas o figuras itifálicas.
El mal se exorciza
con el mal. Más allá de las connotaciones eróticas griegas, romanas o egipcias,
está el uso de representaciones itifálicas para contrarrestar la envidia, la
mala mirada, la fascinación de la palabra seductora que doblega la voluntad. Esta
misma lógica se ve en la arquitectura medieval, el uso sobre las cornisas de figuras
monstruosas imitando de las gorgonas griegas de mirada petrificadora. La
terrible figura o Gorgona, transformada en gárgolas, tenías la función de
apótrope contra la hechicería y lo demoníaco.
La religión estatal
o no, se pertrecha con un acervo de prácticas opuestas, para fundamentarse. La
teología popular, rica en prácticas acumuladas des tiempos arcaicos, es fuente para
la religión dominante, de la que saca conductas, para declararlas contrarias a
la ortodoxia conciliar. Pero esas prácticas populares están en relación íntima
con sentimientos humanos respecto al otro, en este caso los sentimientos construidos
a partir de los ojos y su función: la mirada.
Figura: Medusa.
Mosaico romano procedente de Palencia.
Este texto se debe a
Antón Alvar Nuño por la lectura de su texto “Envidia y fascinación: el mal de
ojo en el occidente romano”.
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