miércoles, 26 de diciembre de 2018

Biósfera e historia. El agua de la tierra


Estas palabras se escriben con el nexo de una ecohistoria y motivadas por la observación directa o por imágenes mediáticas de océanos de basura, fauna que muere lentamente por la ingesta de residuos inorgánicos; todo tipo de utensilios de casa en desuso viajando de la quebrada al río y del río al mar. El aire de las ciudades irrespirable y la deforestación hecha por máquinas de una eficiencia aterradora.

El agua sobre el cuerpo o rauda sobre la tierra; agua en el espacio sublunar pendiente en la nube o decantada como lluvia; agua interior como líquido de sustento; agua inmensa oceánica límite de los continentes: verla, tocarla o ingerirla produce éxtasis. Ella siempre ha estado ahí al lado del ser humano y ha pasado inadvertida como objeto de estudio por su abrumadora presencia. Pero en esta modernidad posindustrial comandada por la tecnología, que aplica el proceder científico a la técnica, ha pasado a ser objeto de reflexión por recibir la excrecencia del consumo frenético. Si el agua limpia el cuerpo, se cree ingenuamente que puede limpiar nuestra casa-planeta y recibir todas las excretas del consumo en permanente aumento y sin control. Esta práctica social hace complemento con la deficiente educación generalizada. La basura-excrecencia va al agua y quienes lo practican están obnubilados por el espejismo del progreso y por una educación deshumanizada.

Ver hoy los océanos convertidos en basureros, ver los ríos grandes y menores llevar en sus corrientes los desechos de las ciudades y los ciudadanos; ver el aire saturado de las excretas de la combustión que hace la lluvia ácida; ver la vida amenazada, ha abierto en la reflexión sobre los contenidos humanos un lugar a las relaciones entre la sociedad y su entorno. Ese lugar abierto está asumido por la Historia Social, con el nombre de Ecología Humana. El objeto de estudio, ubicado como una epistemología relacional ser humano-cultura adaptativa, tiene antecedentes en los estudios sobre la agricultura, la geografía, la demografía, la economía y por supuesto en la política, porque desde ahí salen las decisiones reguladoras de la conducta y el comportamiento social. Desde que se pensaron las relaciones del ser vivo con su espacio se le dio apertura a la ecología, palabra acuñada a finales del siglo XIX, pero que indica la reflexión biológica, ya tratada por Aristóteles, retomada por los taxonomistas de finales del XVIII y sistematizadas en la segunda mitad del siglo XX.

Cuando una empresa o un individuo arrojan la basura-excrecencia a las aguas, lo hacen comandados por sus concepciones del mundo, el entorno, el ser humano y el tiempo. Concepciones adquiridas en el sistema educativo y en la proclama de los medios de comunicación. La modernidad posindustrial comandada por la tecnología, creó el individuo ególatra encerrado en su pequeñez, que se autoproteje y le hace a los demás y la tierra lo que él no quiere sufrir.

El consumo frenético va a la par con concebir la naturaleza inagotable o como hecha para hacer de ella depredación, porque ella ha sido donada desde la creación a los humanos. Esta concepción de la naturaleza es rastreable desde el mundo del civilizado temprano. El ser humano nómada, trashumante, consumía los recursos en el trajín del territorio de sus ancestros y permitía la recuperación, porque el ciclo de su recorrido y su pensamiento se fundían en la intelección del mundo. Humanidad y naturaleza estaban unidas en un todo inseparable.

La cultura del sedentario es quien sufre el agotamiento de los recursos y está obligado a pensarlo para superar la limitación. Así como la cultura posindustrial abre el espacio de reflexión para la ecología por la contaminación, se puede generalizar y decir que la cultura del sedentario abre un espacio para pensar la tierra y sus producciones, es decir hacer una historia agraria. Y en congruencia se conectan otros espacios epistémicos: historia geográfica, historia del clima, historia de la alimentación, historia de la estatura, historia del aire y el agua.

Es en la década de los setenta del siglo pasado cuando se afianzan los estudios de la Historia Ecológica dentro de la Historia Social y en ese entramado de la interdisciplinaridad de las ciencias sociales, para responderle a las posturas pesimistas sobre el desarrollo socioeconómico de corte apocalíptico. Se construye la perspectiva del Desarrollo Sostenible, la Ecología Humana, ambas montadas sobre el concepto de Medio Ambiente que establece una relación clara entre las ciencias humanas y físicas. Actitud de la cultura para señalarle caminos a la humanidad y seguir sosteniendo la esperanza de perpetuar la vida sobre el planeta. Se cumple con las razones de ser del papel de la ciencia: hacer historia para prever y planear el futuro.

Evitar la catástrofe de desertizar el planeta y hacer desaparecer la vida, está en la actitud obligada e insoslayable de la Economía Ambiental como espacio dentro de la ecología humana y la ecohistoria, para hacer regir las proyecciones futuras de la cultura por la sostenibilidad. Cultura hoy que consiste en hacer objetos de estudio el agua, la flora, los bosques, el aire; en genérico todo lo que contiene la biósfera.

La ecohistoria tiene una especificidad dentro de la historia social, pero sus hallazgos y construcciones irrigan todos los actos y las prácticas humanas de la contemporaneidad. No hay compartimentos estancos ni en las prácticas, ni en las teorías. La complejidad de los análisis se compagina con la complejidad del ser humano dividido en múltiples aspectos funcionales y a los que responden múltiples objetos de estudio. Esta situación no es anarquía, es complejidad y las decisiones sociopolíticas están obligadas a hacer un esfuerzo de síntesis para garantizar la permanencia de la vida. La política no puede seguir separada de los centros de reflexión, de las academias, de los estudiosos y de la educación humanística.

El ser humano tiene límites dados por los recursos para sostener la vida y la conciencia del límite crea un conflicto que debe resolverse no por la guerra y el consecuente exterminio de poblaciones, sino por la educación y la convicción. El aumento geométrico de la población es un problema que está retando las posibilidades humanas. La solución está en la atención que los centros de decisión sociopolítica pongan a las construcciones de las ciencias humanas, sociales y sus especialidades como la tratada aquí, la ecohistoria.

Imagen: Olivos de Van Gogh 1889

sábado, 15 de diciembre de 2018

La racionalidad de los estudios de género


En los últimos tiempos nada ha causado tanta inquietud en los círculos sociales renuentes a aceptar las consecuencias de la modernidad, como los estudios de género, o el tener que llegar a la democracia radical, fuente de depuración de las sobrevivencias de concepciones socioculturales del viejo régimen, entre ellas la negación de los derechos a grandes poblaciones excluidas como las etnias afrodescendientes, indígenas o las mujeres.

Los estudios de género o el género como objeto de estudio y reflexión, es producto de la Historia Social diseñada en el siglo XX, que convierte todos los contenidos de la sociedad en objetos de estudio dimensionados históricamente, es decir, todos los contenidos del ser humano son considerados producto del devenir y construidos por él. Actitud moderna desarrollada, por la que se han abierto múltiples objetos de estudio para la ciencia natural y social. Desarrollo llamado desde muchas trincheras modernidad tardía o posmodernidad. Estos nombres que indican bastos campos de reflexión, señalan a su vez un ambiente intelectual bajo el cual se construyeron novísimos objetos de estudio ubicados en nuestra contemporaneidad y en la “revolución copernicana” sufrida por la interrelación de la historia con la sociología, la antropología y la sicología y con sus prolongaciones llamadas, Historia Social, etnología o psicoanálisis.

Los estudios de género se abren bajo una sentencia que confronta el conservadurismo autoritario excluyente. Dice la sentencia: los conceptos de femenino y masculino (el género) son una construcción social; y como todos los constructos sociales son engendros del poder. Para comprender el alcance de estas afirmaciones, es necesario estar inmerso en la complejidad de los desarrollos de la ciencia social de nuestra contemporaneidad iniciada en los años tempranos del siglo XX. Si no se comprende que la democracia moderna debe realizar la igualdad de derechos, la justicia socioeconómica, reconocimientos de las formas plurales de la cultura, el respeto a la diferencia o la relatividad de la verdad, no se comprende la pertinencia de los estudios de género y con ligereza se señalan como decadencia o el fin del mundo o se desprecian con epítetos como el de ideología de género.

Desde los años setenta del siglo XX, la proclama del feminismo, debe entenderse como un primer desarrollo en perspectiva de los estudios de género. Se produjo la agremiación de la mujer en busca de la igualdad con un sentido de oposición al hombre acusado de opresor en la lógica amigo enemigo. El segundo desarrollo, ocurrido a finales del mismo siglo XX, los estudios de género progresan hacia el reconocimiento de diversos tipos de familia (monoparental, nuclear, extensa y la realizada por parejas homosexuales), las nuevas masculinidades y la elección a voluntad por el sujeto del género diverso (homosexual, heterosexual, bisexual, transexual). Estos acontecimientos sustentados por la teoría y la observación, fueron los que hicieron explotar las sobrevivencias de concepciones socioculturales del viejo régimen, en todos los sectores poblacionales. Los Liberoconservadores administradores de las repúblicas democráticas desde hace más de doscientos años, los cristianos o hebreogénicos de todos los pelambres y la izquierda que no alcanzó a construir el hombre nuevo como lo prometió la ortodoxia marxista, se han rebelado escandalizados ante la evidencia del género como un constructo del poder de la sociedad patriarcal y los sujetos contemporáneos que exigen reordenar la sociedad con base en la democracia radical en consecuencia con la reivindicación del sujeto autónomo.

La Historia Social y uno de sus contenidos de más choque, las mentalidades, se relaciona en términos francos con el psicoanálisis, cuando se trata de reflexionar sobre la permanencia en el inconsciente de los dictados del poder. Las imágenes, los signos, los símbolos de la sociedad patriarcal son reproducidos automáticamente a través de arquetipos (estereotipos) no consientes y a los que los sectores sociales reacios, adjudican a una supuesta naturaleza humana. La Naturaleza ha puesto el género en el cuerpo y por eso quienes dicen lo contrario están contra el orden natural. Este nivel de invocación, mueve las aspiraciones políticas de la tradición y es un nicho donde se ha producido y se reproduce el fascismo de derecha y el totalitarismo de izquierda.

El mundo de la episteme contemporánea comandado por las ciencias sociales y naturales en una relación con fronteras difusas, ha puesto todos los contenidos humanos en perspectiva histórica. La historia que se tiene, es la historia de la sociedad patriarcal, iniciada con la civilización y sus contenidos, la escritura, la ciencia, el poder político del civilizado. Antes de la historia, en la prehistoria, es difícil acercarse a una explicación reflexiva sobre la relación sexo-género. La creación del masculino y el femenino son claros productos de la sociedad civilizada. Antes, la mujer y el hombre deben concebirse por la extensión al pasado de la observación de sobrevivencias culturales arcaicas, como las que hace la antropología estructural o la paleontología. La concepción del incesto como la prohibición de la práctica sexual entre parientes imaginados y no por la consanguinidad, observación hecha por la antropología, permite acercarse a la relación sexo-género en las sociedades no civilizadas o prehistóricas: igual la prohibición del incesto es un constructo del poder social como lo es la feminidad o la masculinidad. La paleontología que relaciona dialécticamente el gesto y la palabra, porque ambos se generan mutuamente, proporciona una imagen del ser humano arcaico o el sapiens, por la cual deja pensar en un moldeamiento de la conducta por el poder del socius. Nada ha sido dado, todo ha sido construido.

La Historia Social transdisciplinaria y su abanico de posibilidades inscritas y desarrolladas en la llamada modernidad tardía o posmodernidad, ha legitimado una teoría sobre el sujeto-individuo, en la que se argumenta la noción de producto histórico. El sujeto es moldeado por el poder, pero el poder moderno ha pasado del castigo del cuerpo al autocontrol o la libertad inscrita en la democracia radical. Sujetos autónomos que pueden elegir la opción de construir una sociedad no patriarcal, en la que el cuerpo pertenezca al sujeto y en la que el poder de la sociedad tome otro rumbo sin miedos, temores o fobias.

Imagen: Los ojos de la Monalisa de Leonardo Da Vinci

domingo, 2 de diciembre de 2018

La libertad y la historia local


Oscilar entre lo genérico y lo particular es la dualidad inherente a los problemas humanos. Está planteado en el lenguaje con los términos generales como arboleda y su respectivo particular el árbol. Dualidad llevada a las ciencias físico matemáticas o a las humanas. Allí el análisis a nivel de las estructuras señala para definir el lugar de los elementos. El estudio del Estado se hace a costa del estudio del individuo a pesar de que ambos estudios se retroalimentan. Esta oscilación se expresa a su vez en la historia porque permite ir de la macro a la microhistoria o de la historia general, universal o total a la historia local.

En lo local están planteados unos objetos o problemas de estudio claros y distintos a los planteados por la historia macro, a pesar de utilizar los mismos recursos de cientificidad como son la estadística o la cualitatividad. En la historia local–micro, los objetos de estudio son los sujetos interrelacionados, sus instituciones, sin ser las mismas del orden general de la sociedad o el Estado.

El hacedor de la historia local saca a la luz las instituciones o los órdenes por medio de la observación y la vivencia comunitaria, observación que obliga a una actitud inductiva, es decir, obliga a registrar esas organizaciones inéditas por medio del lenguaje y la narración, posibilitando inscribirlas en la conciencia. Es en el nivel de la microhistoria donde tiene fundamento empírico los hechos humanos y las acciones individuales; pero esta observación directa no puede convertirse en una vana gloria para deslegitimar la cientificidad de la historia universal, porque se antepone la noción de realidad como un constructo complejo: es tan real la categorización genérica, como la específica.

La historia local no es la versión micro o simple de las leyes generales de la historia, tiene un nivel de racionalidad distinto. El acuerdo de la comunidad científica de historiadores sobre la realidad del modelo historicista o marxista, ha permitido producir una historia sometida a leyes generales. El historicismo mide el devenir de las sociedades por su grado de progreso y decadencia. El materialismo histórico obliga a cumplir con el dictado de las formaciones sociales que han resuelto su contradicción socioeconómica: si se deviene de un comunismo primitivo, un esclavismo, un feudalismo, un capitalismo, es necesario cumplir con estas leyes históricas y construir el comunismo, luego de resolver la contradicción entre la propiedad y el trabajo o entre las clases sociales burguesía y proletariado.

Pero esa generalidad no aplica en lo local porque se opera por inducción y la generalización no es pertinente, porque no se trata de convertir los hechos de los individuos territorializados en hechos universales. En lo local, el historiador tiene que vérselas con el individuo, los signos y los símbolos atados al territorio. En lo local hay una cotidianidad identitaria irreductible a reglas universales. Es claro que esta actitud de la historiografía contemporánea de volverse sobre lo local, no plantea una disyuntiva insalvable entre micro y macrohistoria. Lo que se trata de hacer visible es la legitimidad de la historia local y la especificidad de su epistemología, materializada en la producción de sus propias categorías.

Se trata de recabar información sobre la vida cotidiana enlazada con el tiempo en el que discurre, atada al espacio o territorio en el que se despliega, ejemplarizada en la vida de los sujetos individualizados a voluntad del historiador. Las categorías de análisis tienen esa referencia producida por la información, pero pueden ser modeladas por las ciencias sociales (sociología, antropología, psicología, etnografía) y localizarlas en el cuerpo, en la mentalidad, en la interrelación societal, en la gestualidad, en la actitud ritual, en el recurso al inconsciente y en las formas de sustentar la vida.

Categoría cuerpo dócil, modelado y consumido por las instituciones o la tradición. Cuerpo que compila el ejercicio de poder de las instituciones educativas sobre la carne, los gestos, las maneras formales, subversivas o alternativas. Categoría de lo político que lee el poder en perenne relación con la posesión de la riqueza y generador de conflictos y violencias que caracterizan el régimen político como justo, desigual o corrupto.

Categoría mentalidad, acervo imaginado del mito de origen y de la norma, por el que la oralidad respeta reglas: qué se puede decir, qué callar; es decir, la forma del pensamiento y su contenido. Categoría ritualidad por la que se rescata o constituyen las fiestas y efemérides anualizadas de la política y la religión; o las prácticas culturales ancestrales de resistencia indígenas y africanas. Categoría referida al recurso de las conductas de base en las convicciones profundas o miedos colectivos potenciadores de asonadas, pánicos o aplicación de justicia por mano propia: la generación de justicieros a la manera de Raskolnikov.

La historia local, sumerge al historiador en una nueva actitud del conocimiento. Se deja, se abandona el proceder tradicional de leer en la vida de los pueblos o los individuos la normatividad del poder o el producto del diseño social de los grandes sistemas filosófico-económicos, ese proceder de lo general a lo particular que se ahorra la observación y hace desaparecer la libertad.

La historia local se dedica a rastrear en las relaciones entre los individuos, el margen de libertad que permite a los sujetos consensuar los comportamientos y resistir el poder supuestamente total e invencible. Los acuerdos se construyen en una relación inmaterial de lectura de los signos y las aspiraciones de autogobierno de los cuerpos, con la convicción que es más valioso que el dinero esa libertad labrada a contrapoder.

La historia local se escribe no como como una narrativa diacrónica en la que los individuos son marionetas sometidos a los dictados de las leyes generales. La historia local se escribe sustentada en la ciencia, visible en textos de rigor argumentativo, producidos por la observación de la vida local palpitante o de su memoria inscrita en la oralidad o en los archivos, insumos para una demografía, alimento y base de las categorías de análisis nombradas. En lo local hallamos la complejidad de lo humano que obliga a reconocer la imposibilidad de someterlo a leyes eternas o normas inamovibles. En este nivel de existencia todo es imprevisto, versátil, movedizo, de una duración suficiente hasta la próxima revaluación.

Imagen: Un pueblo. Pintura de Fernando Botero 1997