Trajo el vigésimo
siglo de nuestra era en el globo de la reflexión sobre la ciencia y sus
consecuencias prácticas, la crítica radical del cientismo o del absolutismo del
método de las ciencias físico matemáticas. Esa crítica le abrió la puerta a la cualidad como un ámbito tan pertinente
como la cantidad para pensar y actuar
sobre todos los contenidos humanos. Estos conceptos, la cantidad y la cualidad,
señalan dos estrategias metodológicas para la ciencia contemporánea libre de absolutismos
y decidida a combinar los dos conceptos con una actitud complementaria. Por
este ambiente epistemológico se reconoce un estatuto científico de las
disciplinas llamadas humanas o sociales y su decidida analítica cualitativa. El
fruto más visible de esta disposición anímica se halla en la microsociología histórica
o viceversa, la microhistoria sociológica, con sus variaciones como las
historias particulares, la vida cotidiana, la sociabilidad, la vida privada;
variaciones que se fundamentan en una línea de pensamiento iniciada a finales
del siglo XIX por Edmund Husserl y desarrollada como marca indeleble
en el siglo XX con el nombre de fenomenología.
La Historia social,
gran marco de la transdisciplinaridad, adalid de los métodos cualitativos,
señala el lugar de la memoria como
espacio en el que queda la huella de la vida material y la potencia de los
actos del diario vivir. Los fenómenos de la tradición, la identidad cultural, las
culturas particulares, lo colectivo, son lentes de acercamiento a las formas
que permiten la vida relacional de los individuos y los grupos, asumida por lo
que se ha llamado Historia de la vida cotidiana.
La Historia social
complejiza la memoria y la convierte en objeto de estudio. La pregunta por la
historia decanta los discursos sobre la memoria en un espacio cerebral
adquirido recientemente por el animal humano y la llama memoria social para
diferenciarla de la memoria específica genérica para todos los seres vivos. Por
la memoria social se posibilita la historia y se dan los comportamientos
relacionales, fenómenos devenidos en objeto de estudio del nivel micro en las
ciencias sociales.
El concepto de vida
cotidiana se convirtió en una posibilidad, desde que la historia como ciencia
social señaló la historia universal como historia general de los grandes
acontecimientos excepcionales e irrepetibles. El opuesto de la historia general
es y lo ha sido la historia particular generadora de la microhistoria, ámbito
de la vida cotidiana. Pensar, escribir e investigar los actor relacionales, las
intimidades, la existencia en el presente, no es quedarse en la anécdota cómica
de lo que pasa; es ubicarse en la historia de la vida cotidiana, que obliga a
leer los actos de los individuos y los colectivos como signos del mundo
simbólico que permite mantener y construir la sociabilidad.
Ir a la experiencia
existencial de los sujetos y los grupos con el despliegue de métodos
consecuentes como la observación participante, la convivencia in situ con las
comunidades para el registro de la oralidad o la entrevista profunda, es lo que
permite teorizar la experiencia sobre el folclore, el origen y mantenimiento de
las fiestas, la génesis de los conflictos sociales y su expresión violenta, de
resistencia o pacífica. Acercase a la forma como se construye la cultura
popular y la vida en colectividad.
Estas prácticas de acercamiento
a la existencia, subsumidas en la Historia de la vida cotidiana, no pueden
presentarse en oposición o desprecio de las estructuras generales de la
historia que permiten teorizar los grandes periodos. Ejemplo: la Modernidad
tiene niveles de expresión general como el triunfo de la razón, el orden republicano
democrático, la autonomía individual y nacional, la construcción del Estado –
nación o la sociedad capitalista burguesa; pero estos genéricos son sostenidos
por las experiencias individuales y colectivas con un más o menos acercamiento
o ninguno. Por eso es posible observar comunidades y países que no han podido
construir un orden republicano a pesar de tener sistemas educativos para
modelar los sujetos. Y se puede observar a su vez naciones que han profundizado
la modernidad después de crueles holocaustos. La Historia de la vida cotidiana
no contradice la historia de las estructuras; es la opción de verlas operar en
el sujeto y las comunidades. O permite observar la resistencia a la modernidad
o la lucha por destruirla.
La Historia social,
terreno posible de la Historia de la vida cotidiana, recoge la disposición
sociológica a pensar lo microsocial de las décadas tempranas del siglo XX. Se le llamó a esta disposición etnometodología, con un diáfano basamento en el lenguaje. Por eso
la Historia de la vida cotidiana se dirige a los signos del mundo simbólico, al
lenguaje, los gestos, la expresión de los cuerpos, la elaboración de los
objetos, contenidos de la cultura. Se reconoce que todo pasa por el lenguaje
hasta el punto de proclamar al lenguaje como el creador del mundo humano: el
nombrar crea el ser, el sujeto y la cultura.
Hacer historia de la
vida cotidiana, es investigar el presente de los seres humanos ubicados localmente
en un territorio. Es el presente que se decanta en la cotidianidad como memoria,
al decir palabras, escucharlas o construir objetos. El poder decir o construir
hace que lo cotidiano sea además un ejercicio político, porque se resiste o se
sufre los dictados del orden social. Como ejemplo contemporáneo debe citarse el
papel fundamental que juegan los medios de comunicación celosos de su
predominio, al punto de controlar el monopolio de la opinión pública. La cotidianidad
de los sujeto y colectivos está diseñada y se dirige a ocasionar conductas
repentistas en las que opera la memoria inmediata o la exaltación de
sentimientos viscerales.
Acercarse a los
sujetos que viven lo cotidiano de forma inconsciente, obliga a tener presente estos
niveles de reflexión construidos por la Historia Social, en la que se despliega
los métodos cualitativos, para traer a la conciencia y poder comprender los
actos de los seres humanos.
Imagen: Joan Miró “Mayo
68” Acrílico sobre tela 1973
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