viernes, 11 de enero de 2019

Experiencia cotidiana


Trajo el vigésimo siglo de nuestra era en el globo de la reflexión sobre la ciencia y sus consecuencias prácticas, la crítica radical del cientismo o del absolutismo del método de las ciencias físico matemáticas. Esa crítica le abrió la puerta a la cualidad como un ámbito tan pertinente como la cantidad para pensar y actuar sobre todos los contenidos humanos. Estos conceptos, la cantidad y la cualidad, señalan dos estrategias metodológicas para la ciencia contemporánea libre de absolutismos y decidida a combinar los dos conceptos con una actitud complementaria. Por este ambiente epistemológico se reconoce un estatuto científico de las disciplinas llamadas humanas o sociales y su decidida analítica cualitativa. El fruto más visible de esta disposición anímica se halla en la microsociología histórica o viceversa, la microhistoria sociológica, con sus variaciones como las historias particulares, la vida cotidiana, la sociabilidad, la vida privada; variaciones que se fundamentan en una línea de pensamiento iniciada a finales del siglo XIX por Edmund Husserl y desarrollada como marca indeleble en el siglo XX con el nombre de fenomenología.

La Historia social, gran marco de la transdisciplinaridad, adalid de los métodos cualitativos, señala el lugar de la memoria como espacio en el que queda la huella de la vida material y la potencia de los actos del diario vivir. Los fenómenos de la tradición, la identidad cultural, las culturas particulares, lo colectivo, son lentes de acercamiento a las formas que permiten la vida relacional de los individuos y los grupos, asumida por lo que se ha llamado Historia de la vida cotidiana.

La Historia social complejiza la memoria y la convierte en objeto de estudio. La pregunta por la historia decanta los discursos sobre la memoria en un espacio cerebral adquirido recientemente por el animal humano y la llama memoria social para diferenciarla de la memoria específica genérica para todos los seres vivos. Por la memoria social se posibilita la historia y se dan los comportamientos relacionales, fenómenos devenidos en objeto de estudio del nivel micro en las ciencias sociales.

El concepto de vida cotidiana se convirtió en una posibilidad, desde que la historia como ciencia social señaló la historia universal como historia general de los grandes acontecimientos excepcionales e irrepetibles. El opuesto de la historia general es y lo ha sido la historia particular generadora de la microhistoria, ámbito de la vida cotidiana. Pensar, escribir e investigar los actor relacionales, las intimidades, la existencia en el presente, no es quedarse en la anécdota cómica de lo que pasa; es ubicarse en la historia de la vida cotidiana, que obliga a leer los actos de los individuos y los colectivos como signos del mundo simbólico que permite mantener y construir la sociabilidad.

Ir a la experiencia existencial de los sujetos y los grupos con el despliegue de métodos consecuentes como la observación participante, la convivencia in situ con las comunidades para el registro de la oralidad o la entrevista profunda, es lo que permite teorizar la experiencia sobre el folclore, el origen y mantenimiento de las fiestas, la génesis de los conflictos sociales y su expresión violenta, de resistencia o pacífica. Acercase a la forma como se construye la cultura popular y la vida en colectividad.

Estas prácticas de acercamiento a la existencia, subsumidas en la Historia de la vida cotidiana, no pueden presentarse en oposición o desprecio de las estructuras generales de la historia que permiten teorizar los grandes periodos. Ejemplo: la Modernidad tiene niveles de expresión general como el triunfo de la razón, el orden republicano democrático, la autonomía individual y nacional, la construcción del Estado – nación o la sociedad capitalista burguesa; pero estos genéricos son sostenidos por las experiencias individuales y colectivas con un más o menos acercamiento o ninguno. Por eso es posible observar comunidades y países que no han podido construir un orden republicano a pesar de tener sistemas educativos para modelar los sujetos. Y se puede observar a su vez naciones que han profundizado la modernidad después de crueles holocaustos. La Historia de la vida cotidiana no contradice la historia de las estructuras; es la opción de verlas operar en el sujeto y las comunidades. O permite observar la resistencia a la modernidad o la lucha por destruirla.

La Historia social, terreno posible de la Historia de la vida cotidiana, recoge la disposición sociológica a pensar lo microsocial de las décadas tempranas del siglo XX. Se le llamó a esta disposición etnometodología, con un diáfano basamento en el lenguaje. Por eso la Historia de la vida cotidiana se dirige a los signos del mundo simbólico, al lenguaje, los gestos, la expresión de los cuerpos, la elaboración de los objetos, contenidos de la cultura. Se reconoce que todo pasa por el lenguaje hasta el punto de proclamar al lenguaje como el creador del mundo humano: el nombrar crea el ser, el sujeto y la cultura.

Hacer historia de la vida cotidiana, es investigar el presente de los seres humanos ubicados localmente en un territorio. Es el presente que se decanta en la cotidianidad como memoria, al decir palabras, escucharlas o construir objetos. El poder decir o construir hace que lo cotidiano sea además un ejercicio político, porque se resiste o se sufre los dictados del orden social. Como ejemplo contemporáneo debe citarse el papel fundamental que juegan los medios de comunicación celosos de su predominio, al punto de controlar el monopolio de la opinión pública. La cotidianidad de los sujeto y colectivos está diseñada y se dirige a ocasionar conductas repentistas en las que opera la memoria inmediata o la exaltación de sentimientos viscerales.

Acercarse a los sujetos que viven lo cotidiano de forma inconsciente, obliga a tener presente estos niveles de reflexión construidos por la Historia Social, en la que se despliega los métodos cualitativos, para traer a la conciencia y poder comprender los actos de los seres humanos.

Imagen: Joan Miró “Mayo 68” Acrílico sobre tela 1973

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