La Historia social,
entre los múltiples espacios analíticos que ha abierto, se tiene el más
polémico llamado historia del presente o
historia coetánea. El contenido apunta la señal hacia la política porque se
trata de dar una versión del presente en la que es insoslayable los sesgos o
aspiraciones del historiador investigador. La historia del presente no puede
hacerse con la pretensión de imparcialidad o sin ningún asidero teórico. El
historiador está obligado a recurrir al pasado para poder interpretar el
presente. Y con esta actitud, el historiador, se diferencia del periodista que
registra los hechos presentes en forma de crónica, tal vez bella, pero inocua.
Invocar el pasado para investigar y escribir sobre el presente (hacer historia
del presente) es estar en contacto con las corrientes, modelos, o los grandes
relatos, para desde uno de ellos, interpretar los hechos del presente.
La historia del
presente puede hacerse desde el liberalismo historicista, desde el marxismo
determinista o desde las religiones hebraicas, budistas o de la América precolombina.
Los hechos presentes se rastrean en los protagonistas o en quienes dan una
versión de ellos (oralidad y escritura). El recurso obligado debe ser la
memoria del hecho en relación con la motivación de la fuente-sujeto para
remembrar este hecho y no otro. La motivación está ligada a la identidad
cultural, al sentimiento nacional, a la memoria colectiva y a las aspiraciones
futuras. Así se tiene que la historia del presente está en el centro del debate
sobre el tiempo. Es la historia de un presente imposible de asirse; pero que
puede ser explicado con el pasado y según las proyecciones futuras de la
cultura de un pueblo. La inasibilidad del presente se palea con el concepto de
contemporaneidad o la coetaneidad que hacen referencia al pasado inmediato y al
futuro aspirado porque los actos del ser humano civilizado se inscriben en una
proyección.
El historiador del
presente está armado con un bagaje de inevitable contenido arqueológico: ¿qué
es el ser humano, cuál es su paleontología, su devenir, desde cuando es ser
humano, porque existe la historia y la prehistoria? Las respuestas a estas
cuestiones potencian el análisis de los hechos presentes. De la misma manera el
historiador del presente, tiene una serie de aspiraciones futuras: si tiene
argumentos para sostener que el ser humano es un diseño inteligente, una
criatura, dirige el análisis de los hechos presentes a querer ver en ellos el
mantenimiento del estado originario, a considerarlos naturales y a señalar el
peligro de desviación. O si sus argumentos están inscritos en considerar la
indeterminación del ser humano, leerá en los hechos presentes, una
manifestación de desarrollo dirigido o azaroso.
Las aspiraciones
futuras tienen contexto. El historiador del presente montado sobre el
imaginario liberal de los siglos XVIII y XIX, leerá en los testimonios de los
hechos presentes un acercamiento o distanciamiento del Estado-nación: qué hace
falta para adoptar la libertad del individuo y desterrar las trabas para la
acumulación de riqueza; trabas instauradas por la intromisión de moralidades o
éticas en el desarrollo de la economía. La naturaleza humana tiene una
desigualdad originaria y el mundo y la historia deben garantizarla por ese
sentido de la libertad. La historia demuestra fehacientemente que el progreso
es hecho por los actos de los grandes hombres.
El historiador del
presente que avizora en los hechos una manifestación de las leyes de la
historia decide el acercamiento de la destrucción de las desigualdades y la
opresión de las clases sociales poderosas sobre las clases trabajadoras. Tarde
o temprano por efecto de la determinación y sujeción científica del devenir, se
realizará una sociedad igualitaria, luego de la destrucción del Estado y sus
aparatos ideológicos, instituciones que tienden a perpetuar la opresión de unos
seres humanos sobre otros.
Las lecturas del
presente adscritas a los mitos religiosos hebraicos, budistas o amerindios,
conciben los hechos como purgatorio, o como el deber ser, merecimiento,
destinación y acción de espíritus superiores directores de las fuerzas cósmicas
que rigen la historia: por la tierra se pasa para llegar a otra dimensión, a
otra vida u otro lugar habitado por el creador de todo lo existente.
El historiador del
presente hoy, está obligado a tener estas condiciones para leer el acontecer y
complejizarlo con las construcciones de las ciencias sociales. Pensar y
teorizar el presente obliga a bajar de las alturas de la historia estructural
cronológica tal como lo ha concluido el pensamiento social transdisciplinario,
a la vivencia de los sujetos y los colectivos localizados, inmersos en las tradiciones
con una identidad cultural, un sentimiento nacional, habitantes de una memoria
colectiva. Por eso se reivindica la memoria
como objeto de estudio; en ella se encuentra el complejo cultural, visible en
la investigación de los hechos presentes. La fuente oral o escrita es memoria
de alguien afectado por los sentimientos propios o colectivos. Un hecho inscrito
en un acontecimiento será recordado u olvidado, es decir inscrito o no en la
memoria, porque significa dentro de la identidad cultural. Los contenidos
culturales tienen la tradición o la costumbre de nombrar o desconocer, lo
significante y lo insignificante, porque el sentimiento nacional filtra o
acepta. Ahí está la política con su ingrediente básico, el poder, para explicar
los contenidos de la memoria.
La historia del
presente se construye en la complejidad del tiempo pasado futuro, los idearios,
las aspiraciones, las identidades culturales o las memorias individuales y
colectivas. Esta complejidad involucra la acción del poder que crea, por fuerza
o convicción las experiencias significativas. El acto de creación del poder,
hace que la historia del presente contemple y explique cómo se construye el
sujeto desde la educación, la familia, la escuela y los medios de comunicación.
Sujeto que reproduce o destruye con actos de carácter simbólicos la identidad
cultural, actos que se sabe conmueven porque significan.
Ejemplo. Un crimen de
estado en el presente, es un hecho que debe inscribirse en el comportamiento de
la sociedad. Quienes detentan el poder del Estado lo hacen porque juegan a la
cultura de la nación que lo permite. Una cultura, con una génesis y devenir, que
contempla el crimen como estrategia para mantener el orden social. El
historiador del presente califica ese hecho como un crimen por su capacidad
intelectual de sumergirse en la complejidad, y observa además las prácticas de
ocultamiento desplegadas por el poder a través de los entes que construyen el
sujeto, la escuela, la familia, y los medios de comunicación, quienes explican
el hecho desde la razón de estado o la verdad oficial.
Imagen: Salvador Dalí.
Enigma sin fin Óleo de 1938
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