Pensar y escribir
sobre la época prehispánica es de gran dificultad por la complicación de las
fuentes. Sólo está la información obtenida por los estudios arqueológicos y las
crónicas de indias. Con estas fuentes es posible construir una imagen del mundo
de los habitantes de estos territorios antes del contacto con los españoles. Pero
se puede tomar la propuesta de Clude levi Straus de leer en las sociedades que
han resistido y sobrevivido, las huellas ancestrales, porque los procesos
culturales en la humanidad en general son milenarios (Levi–Strauss 1977); con
otras palabras: la observación de la comunidades indígenas existentes hoy y sus
rasgos culturales son fuente para la reconstrucción de la historia prehispánica
en estos territorios.
Los estudios
arqueológicos colombianos permiten trazar el periplo de unos grupos humanos
desde la entrada a América por el estrecho de Behring, hasta el poblamiento de
la zona andina colombiana (Reichel-Dolmatoff 1984). Luego de diecisiete
milenios de trashumancia y nomadismo; y alrededor del tercer milenio antes de
nuestra era (a.n.e.), aparecen varios asentamientos de hombres y mujeres
cultivadores y ceramistas y por supuesto sedentarios en la zona caribeña: Puerto
Hormiga en la zona del canal del Dique, Monsú, Canapote, Barlovento y Urabá (Reichel-Dolmatoff
1984).
Estos asentamientos
brindaron a los arqueólogos una imagen de la forma de la ocupación y un grupo
de objetos en los cuales se puede leer y colegir el orden social. La forma
circular o anular del asentamiento se deduce por la huella circular del
basurero – estercolero en el que tiraban restos cerámicos, huesos de animales o
de humanos desarticulados, lo que evidencia la práctica de la antropofagia.
Los útiles de
labranza, la forma de la cerámica y los objetos cortantes son signo de cultivo
de tubérculos como la yuca. Se colige que el régimen alimenticio consistía en
el consumo de cereales, proteínas de origen animal (pesca y caza). Las vasijas evidencian
almacenamiento de granos y líquidos.
Alrededor del cuarto
milenio antes de nuestra era, se testimonia una serie de adelantos técnicos en
las llanuras del Caribe y en el Magdalena medio: cerámica globular y azadas,
más el manejo de altas temperaturas. En varios puntos de América aparecen estos
adelantos como ejemplo lo descubierto en Valdivia Ecuador de similar contenido.
Las construcciones se hicieron en círculos alrededor de uno primario. En los
círculos que cubren el del centro se hallan restos (estercoleros). Y alrededor
del círculo central no, lo que muestra un uso del espacio relacionado con el
dominio del tiempo: es el manejo del “círculo gnomónico” para medir las
regularidades de la siembra – cosechas, o en su prolongación un calendario (Reichel-Dolmatoff
1984).
El periodo que va de
la entrada del ser humano a América y la creación de enclaves sedentarios, se
puede considerar como el periodo de expansión y trashumancia. Del Cuarto (4º) Milenio
a.n.e. al segundo (2º) milenio se considera un periodo de formación de
establecimientos civilizados o en otras palabras periodo de sedentarización,
agricultura, cerámica y dominio del tiempo.
Desde el segundo
Milenio a.n.e. comienza el reemplazo de una subsistencia sustentada en raíces a
una con base en granos como el maíz. Este cambio implicó la necesidad del
almacenamiento y el almacén dejó como secuela la jerarquización de la sociedad
o la construcción de un poder encarnado por un jefe, cacique, guerrero o
sacerdote.
La subsistencia con
base en raíces y recursos acuáticos (pesca), obligaba a una sociedad
igualitaria, recolectora o de cultivo simple como la yuca y elaboración del
cazabe (harina de yuca). Los granos y el necesario almacenamiento llevaron a un
orden social centrado en el señorío o cacicazgo, que implica la esclavitud y
las clases sociales. A esta conclusión sobre la sociedad jerarquizada y
cultivadora de granos se llega en un ejercicio de deducción según el grado de
desarrollo de la cerámica. Los restos cerámicos muestran la utilización de platos
tipo “budares” (Reichel-Dolmatoff 1984) o asadores más o menos planos y
raederas o raspadores en pedernal o cerámica. Estas huellas llevan a pensar en
la existencia de una dieta basada en la recolección de raíces y peces, en las
sociedades igualitarias de inicios del periodo de formación. Y de la entrada en
un periodo de civilización por el hallazgo de cerámica con forma de cuencos,
vasijas globulares, metates y piedras de moler, para una sociedad jerarquizada
que regula el acceso al almacén de granos. Para este periodo, los objetos de
adorno corresponden al grado de autoridad del usuario y a su tumba se le llevó con
sus haberes entre los cuales estaban las esposas y los esclavos.
Las necrópolis son
las huellas arqueológicas que permiten interpretar y comprender los contenidos
culturales de los pueblos prehistóricos y para el caso que nos ocupa de los
pueblos prehispánicos del valle de Aburrá. La ubicación de las tumbas y su
contenido (individual o colectivo) señalan el territorio dominado. Pero dice
Aristizabal que se debe diferenciar el concepto de territorio de la cultura
occidental, del de las culturas prehispánicas, éste más emparentado con el
concepto asiático. Por eso en las culturas prehispánicas del valle de Aburrá,
es mejor hablar de paisaje significativo alrededor de las necrópolis y no de territorio,
término que incita a pensar en un poder centralizado sobre la tierra
(Aristizabal 2015).
El concepto de
paisaje significativo se refiere a las relaciones socioculturales de grupos
tribales colindantes. El que cada grupo tribal tenga su necrópolis, revela un
ordenamiento del espacio según una cosmogonía compleja en la que prima el
paisaje y no el territorio. El paisaje como construcción humana se basa en
sitios o lugares con un basamento mitológico (Aristizabal 2015) y
correspondiente con el sistema de pensamiento. Cada sitio convoca a una
rememoración o a un rito, con un tiempo y espacio independiente y según el
calendario que marca las fiestas y los ritmos agrícolas.
Las tumbas indígenas
estudiadas en el valle de Aburrá muestran por su localización nucleadas en
montículos, que los grupos humanos ocupaban el espacio por familias extensas
con su necrópolis, sus labranzas, sus casas (bohios) nucleados alrededor de la
casa de un personaje jefe y su familia notable. Por eso ha sido posible hablar
en el valle de Aburrá en la época prehispánica y en los quinientos años inmediatamente
anteriores al contacto con los españoles, de la existencia de pequeños
cacicazgos tributarios de otros mayores. Niquíos en el norte, aburraes en el
centro y bitagüíes en el sur, tributarios del cacicazgo de Guaca en manos del
cacique Nutibara y su hermano Quinunchú, que dominaban parte del occidente de
Antioquia (Neyla Castillo 1988).
El hallazgo en las
tumbas de muchos volantes de huso revela una economía dominada por el cultivo
de algodón y la confección de tejidos, para el intercambio por oro y sal con
las sociedades colindantes. Pero a su vez el hallazgo de huesos y vasijas
permite hablar de la práctica intensa de la agricultura de granos como el maíz
y el frijol y de la domesticación y consumo de conejos, curíes y perros mudos (Neyla
Castillo 1988).
Por la fuente llamada crónicas de indias están las
Noticias Historiales de Fray Pedro Simón (1574 – 1619) escritas al final de la
conquista y comienzos de la colonia. Este autor lee a los anteriores cronistas a
quienes cita y se muestra sensible con la cultura de los pueblos conquistados,
aunque los descalifica por salvajes. Utiliza una escritura amena y da cuenta de
la lengua, las creencias, las producciones y los hombres y mujeres indígenas.
Explica el origen de los nombres de los indígenas y de los lugares: los
conquistadores nombran el lugar y sus habitantes por la traducción sonora al
castellano de los sonidos de las lenguas indígenas (Fray Pedro Simón 1892). Así, como ejemplo, nombran el valle de Aburrá, a
Nutibara y Qununchú. Narra así Fray Pedro el contacto de los españoles con los
Guaca en 1535-37:
“…el innumerable ejército de salvajes en tan compuesto orden y
disciplina militar, tan relumbrante y de brillantes joyas y patenas de fino oro
á los rayos del sol, con tan levantados penachos de rica y vistosa plumería,
con que mostraban apariencia de acrecentada corpulencia sobre la mucha que
tenían. Oíanse innumerables instrumentos de guerra, con confuso estruendo de
caracoles, flautas, fotutos, tambores y otros á su modo, cargados do arcos y
flechas, hondas, macanas y lanzas; acompañábalos gran suma de mujeres con ollas
y cargadores para cargar y cocer la carne de los nuestros, teniendo por cierta
y segura la victoria” (Fray
Pedro Simón 1892 pág. 100)
Relato que obliga a construir
una imagen del orden social de los indígenas. La disciplina militar vista,
posible por una jerarquía de mando, es expresión de un poder centralizado y en
permanente construcción, llamado cacicazgo, frustrado en su desarrollo por la
conquista. La rica plumería, las mujeres cocineras, los sonidos del rito de
guerra son elementos de la jerarquía. Este encuentro ocurre en la serranía de
Abibe, tierra de los Guaca:
“El Rey y señor de esta Provincia se llamaba Utibara, hijo de Anunaibe,
que también había sido señor de ella, porque aquí heredaban los hijos. Este
Utibara tenía un hermano, que se llamaba Quinunchú, que á la sazón era su
Lugar-Teniente sobre todos los indios montañeses de las sierras de Abibe, los
cuales, entre los tributos que le daban de oro fundido y en joyas y muchas
mantas, le proveían sus despensas de muchos puercos zahínos, que son los que
tienen el ombligo en la región de los ríñones, y otros que llaman de manada,
frescos y disecados en barbacoa, mucho pescado, aves, curies, conejos y otras
cosas de la tierra. Cuando salía á la guerra ó á dar vista á estos valles y
poblaciones de sus vasallos, iba acompañado de grandes escuadrones de gente con
sus armas, en hombros de valientes y principales indios, en andas tachonadas de
oro”. (Fray Pedro Simón 1892.
Pág. 85)
Jerónimo Luis Tejelo, enviado por Jorge Robledo, entra
a las sabanas de Aburrá en 1541. Los españoles por Tejelo “supieron se habían
ahorcado algunos indios con sus mantas, de espanto á los españoles, por ilusión
del Demonio” (Fray Pedro Simón 1892.
Pág. 204). Esta información está también en la crónica de Juan Bautista Sardella,
quien acompañó la entrada al valle de Aburrá. Tejelo a su vez envía “cierta gente de á pié á Juan de Frades, á que tornase
a pasar las sierras é viese ciertos pueblos, que tenia noticia que estaban
sobre el rio; el cual fue é dio en el pueblo llamado Curqui, é trujo algunas
piezas, de las cuales el Capitan se informó de la tierra é le dieron larga
relacion della, de la que estaba sobre el rio” (Juan Bautista Sardella 1864). La
relación aquí nombrada no se conoce, pero lo visto por Juan de Frades, está
emparentado con las observaciones del primer contacto hechos posiblemente con
los indígenas de Itagüí y la Estrella.
Se
“envió á Juan de Frades, con cierta gente de á pie, á descubrir el camino; el
cual fue, y hora y media antes de noche dio sobre un pueblo de indios é hizo
noche sobre él en un alto que junto á él estaba; é no dió en él, porque no
llevaba licencia para ello. É luego los naturales empezaron á dar alaridos y
tocar atambores é á llamar los que andaban por sus labranzas, é se juntron
fasta mil indios; é los españoles serian doce, y el dicho Juan de Frades,
haciéndose fuerte é velándose toda la noche, estuvo allí hasta otro dia, é con
una lengua que llevaba, empezó a llamarlos que viniesen de paz é que no
hubiesen miedo, porque no les haría nada. Y poco a poco, con harto temor de ver
tal gente, porque nunca habían visto españoles, se llegó á él un principal, con
una corona de paja muy soltilmente labrada, todo emplumajado y los cabellos
cojidos en la cabeza, y un cuero de nutria colgado de pezcueso, echado en las
espaldas, y todo pintado de vija, que parecía un móstruo; y se allegó allí y
estuvo hablando con ellos; y como la lengua le hizo perder parte del tiempo que
tenían, llamó a otros, é asi vinieron muchos é trujeron aquella noche alguna
comida á los españoles; y puesta por ellos buena guarda, se estovieron hasta la
mañana. É luego queriéndose, partir, vino á ellos aquel principal que había
venido de primero, todos emplumajados y envíjados, é dijeron que se querían
venir con ellos donde estaba el Capitan; é asi vinieron á él, é se holgó mucho
con ellos, donde se informó de lo que había en las sierras nevadas” (Juan
Bautista Sardella 1864 Págs. 291-296)
Estas notas tienen
como objeto un acercamiento a la historia local del municipio de Bello
Antioquia. Y para seguir la periodización tradicional, se quiere comenzar con
el periodo prehispánico. En estas notas se nombran las calidades de las fuentes
y las dificultades para accederlas; pero es lo que se tiene y desde ahí se ha
de hablar y escribir.
Hay un acuerdo en los
lectores e investigadores de las fuentes tratadas: al momento del contacto de
los europeos con las sociedades indígenas americanas, estas estaban en un
complejo proceso de formación, queriendo significar con este concepto, el
estado de creación de cacicazgos y el abandono de los grupos igualitarios
recolectores o en proceso de sedentarización. Los cacicazgos parten de grupos
sedentarios con división del trabajo y por tanto con clases sociales. Estos por
la dinámica social de la estratificación comenzaron el dominio y conquista de
los grupos igualitarios y a establecer centros de poder económico-políticos con
acumulación de recursos, entre los cuales estaba la mano de obra esclava,
producida por la guerra y la jerarquía.
Al momento del
contacto, las sociedades indígenas tenían una guerra permanente de expansión,
entre ellas y según las crónicas de indias, se hallaban diversos cacicazgos. El
interés de estas notas se centra en el cacicazgo Guaca en lucha contra el
Tahamí, el Urabá, el Zenú y el Nutabe, entre otros. El Guaca tenía bajo su
control los grupos aburraes, ituangos, buriticá, dabeibas, y otros. A la vista
del conquistador europeo, la reacción fue la guerra para la cual estaban
preparados y en pocos días al toque de tambor, lograban presentar un ejército
de miles de combatientes. Esta situación permite percibir que los indígenas
sostuvieron una guerra con el europeo desde al año de 1500 hasta el 1600, por
espacio de cien años. Esta guerra se perdió pero es hora de historiarla.
Bibliografía:
Aristizabal Espinosa, Pablo. Los aburraes. Tras los rastros de nuestros ancestros. Una
aproximación desde la arqueología. Secretaría de cultura Ciudadana. Medellín.
2005
Castillo Espitia, Neyla. Las sociedades indígenas prehispánicas. En Historia de
Antioquia. Medellín. Ed. Suramericana de Seguros. 1988
Levi–Strauss,
Claude. El pensamiento salvaje. Fondo de Cultura Económica. Méjico 1977. Pág.
321-2
Reichel-Dolmatoff, Gerardo. Colombia Indígena. Periodo Prehispánico. En Manual de
Historia de Colombia T.I págs. 33-108. Procultura Bogotá 1984.
Simón, Fray Pedro. Noticias Historiales de la Conquista de Tierra Firme en
las Indias Occidentales. Casa Editorial de Medardo Rivas. Bogotá 1892.
Sardella,
Juan Bautista. Relación del descubrimiento de las provincias de Antiochia por
Jorge Robledo (1540). (Páginas 291 – 356). En: Colección de documentos
inéditos, relativos al descubrimiento, conquista y colonización de las
posesiones españolas en América y Oceanía, sacados en su mayor parte de real
Archivo de Indias, bajo la dirección de los Sres. D. Joaquín F. Pacheco y D.
Francisco de Cárdenas, miembros de varia reales academias científicas; y de D.
Luis Torres Mendoza, abogado de los Tribunales del Reino. Con la colaboración
de otras personas competentes. Tomo II. Madrid. Imprenta Española, Torija, 14.
1864.
Imagen: Pedro Nel
Gómez. Detalle Mural Historia del desarrollo económico e industrial del
Departamento de Antioquia. Banco Popular Medellín 1956
No hay comentarios:
Publicar un comentario