En su último libro
de cuentos Deshoras, Cortázar puso su “Diario para un cuento”. Es una narración
sobre sus disposiciones anímicas para escribir. Esta narración es considerada
por muchos críticos, como el lugar donde el escritor expuso una teoría
literaria o estética de la creación.
Dice de uno de los
personaje que piensa crear: “¿cómo hablar de Anabel sin imitarla, es decir sin
falsearla?” esta pregunta que se hace el escritor plantea algo sobre la actitud
del creador de personajes y puede ser lo siguiente: si se describe un personaje
tal como existe en la realidad del diario vivir, se falsea; pero ese falsear no
está referido al ser del personaje en la vida cotidiana. Se refiere al
personaje literario. Si se traslada a la literatura la creatura tal cual vive
con la carne, los huesos y su mentalidad en el día a día, se falsea su
existencia en el mundo de las letras y se le convierte en una imagen tediosa
para el mundo de la ficción, lugar de la belleza y la estética, lugar abstracto
en el que los personajes tienen un ser, una existencia poética o literaria.
Cuando se dice que a
Anabel (o cualquier otro personaje) hay que darle una existencia sin imitarla
para no falsearla, se está invocando la imitación en términos de la tradición
platónica aristotélica. Por esta se concibe la imitación como lo falso y la no
verdad. La imitación, la mimesis, es la actitud, o el ser de la obra de arte;
ahí en ella habita la falsación; pero a pesar de la proscripción del arte y de
los artistas de la república o de la polis, él y ellos, tienen en sus haberes
el goce estético, el éxtasis, la alegría por la belleza. Puede concluirse que
la mimesis griega es equivalente al goce de la imitación. Pero en la cita que
trae Cortázar, al afirmar que imitar a Anabel es falsearla, se puede apreciar
una ruptura con la mimesis griega; ya no se trata de imitar la realidad, es
decir copiarla, porque se agrede la ficción, se violan las máximas del mundo de
la ficción, en el que todo existe dentro de una generalidad tipo de las cosas y
los personajes. Algo así como cualidades y condiciones que las hacen bellas y
bellos, por rasgos de universalidad.
Imitar la
cotidianidad de Anabel es falsearla. Llevar al cuento la materialidad cotidiana
y rutinaria de ella, resulta una trama narrativa pesada y forzada; es decir,
imitar a Anabel es violar las condiciones de la creación literaria, lugar donde
todo es abstracto pero verosímil o posible.
Anabel será tratada
como un personaje construido en medio de los afanes, decisiones incompletas o
tímidas; en medio de la abstracción que opta por el tiempo indefinido. Dice
Cortázar que el personaje será construido, sacado de una “nebulosa madeja con tantas
puntas, puedo tirar de cualquiera sin saber lo que va a dar; la de esta mañana
tenía un aire cronológico […] seguir o no seguir esas hebras: me aburre lo
consecutivo pero tampoco me gusta los flashbacks gratuitos que complican tanto
cuento y tanta película”. Cualquier hilo que se hale produce una Anabel en el
tiempo y en el espacio e identificada por el ejercicio de una profesión, así
sea la profesión más vieja del mundo: la prostitución.
La copia de la
Naturaleza no produce hoy belleza; la producía en la antigüedad y en el
occidente renacido. Hoy la belleza del personaje está en la construcción
nebulosa de la ficción. Sobre la fotografía de la Anabel detenida en la imagen,
Cortázar crea otra mujer, imaginada, sacada de una madeja en la que pueden
existir múltiples Anabeles, una por cada hilo. La que salga de ese nudo
abstracto y ficticio, habrá que darle un tiempo cronológico o diacrónico aunque
esta necesidad resulte aburrida, gratuita o complicada.
El personaje construido
bajo las condiciones de la modernidad del siglo XX, está dotado de tanta
belleza, como el narrador quiera darle, en dependencia, sólo de su talento
literario. El recurso del tiempo evolutivo del personaje, o del tiempo
diacrónico, muestra el deseo del creador de darle un ancestro, una raigambre en
una sociedad, en una cultura. El recurso de un tiempo para el acontecimiento,
ubica el personaje en una cronología para dotarlo de unas características
psíquicas.
La cultura y la Psiquis
de Anabel, dice Cortázar, es contar algo que no se conoce, pero necesario para
el cuento o la narración: “Absurdo que ahora quisiera contar algo que no fui
capaz de conocer bien mientras estaba sucediendo, como en una parodia de Proust
pretendo entrar en el recuerdo como no entré en la vida para al fin vivirla de
veras”. Recurso al absurdo de la invención porque choca con el recuerdo de
vivencias efectivas, pero que sólo son indicios de hechos incompletos. Es el
recurso a los puntales de anclaje de memoria para producir un personaje
coherente en el tiempo, en el espacio y en las relaciones sociales. Se le hace
hablar de manera apropiada, se le hace participar en unos diálogos que deben
coincidir con la identidad cultural; y eso se inventa: “(No me acuerdo, como
podría acordarme de ese diálogo. Pero fue así, lo escribo escuchándolo, o lo
invento copiándolo, o lo copio inventándolo. Preguntarse de paso si no será eso
literatura)”.
A deshoras, en una
dialéctica de sí mismo, en un diario con mañanas y tardes, salió un cuento cuyo
personaje es Anabel, un ser bello y humano, se prostituye para sobrevivir,
capaz de separar el sexo del amor. El sexo lo vende, el amor lo da a quien se
lo retribuya con lo mismo. Es una mujer joven inmersa en el mundo de amores
marineros y realizada existencialmente con la moda de un vestido de nilón o un aparato
de radio con tocadiscos, para escuchar Adiós pampa mía o Muñeca brava de
Alberto Castillo.
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