Eddier es un testigo
de la vida del presente, la vida contemporánea. Decir, el artista como testigo,
es un argumento genérico para todas las expresiones estéticas y vale para todos
los tiempos, desde la Altamira prehistórica hasta el arte para el mercado de
hoy. El artista, por naturaleza o por adquisición, tiene una sensibilidad que
le hace un ser distinto, capaz de elaborar imágenes sobre hechos, personas o
cosas, inmersas en el tiempo y en el espacio.
La sensibilidad del
artista le permite ver, oír y sentir, rasgos de la vida que para la gente común
pasan de manera imperceptible. Esa aptitud debe llamarse sentido estético,
porque la elaboración de imágenes de las artes plásticas, de la literatura, de
la poesía, la música o el cine, tienen la cualidad de producir regocijo en el
contemplador. Regocijo o goce que mueven en los seres humanos el gusto por la
belleza.
La vida humana
necesita del arte y los artistas, para exorcizar la angustia de la existencia
que pasa en la rutina de lo cotidiano. La contemplación de la obra extasía y
produce un estado alterado vivido inicialmente por el artista, pero que por ese
sentido estético, es capaz de compartirlo con el contemplador, espectador. Se
transmite el acto creador como alteración de la rutina y para incitar a los
contemporáneos de la obra, a aprender sobre su tiempo, sobre los otros, sobre
el aire, el agua y la tierra. Se ha sacado del mundo de afuera la materia viva
o inerte para meterla en la belleza de la imagen y llamar a ejercer la vida con
asombro, con alegría, con dolor, risa, llanto o lo que se puede entender con la
palabra conmoción.
Este bello libro,
que lleva la obra pictórica de Eddier Tálaga a imprenta, es un documento con un
doble testimonio: de la obra del artista y la perpetuación de su memoria. Ahí
está la obra de un maestro de la plástica contemporánea; verla exhibida o verla
en este impreso conmueve porque en ella están las mujeres y los hombres en
actitudes cotidianas, pero potenciadas para que nos afecten los sentimientos;
para que nos obliguemos a traer a la conciencia las escenas íntimas o
callejeras, los oficios y los paisajes urbanos. Estos temas pasarían rápidos
ante los ojos, si no fuere por los gestos casi hieráticos de los cuerpos, las
miradas pícaras, tristes o de desenfado; los espacios traídos a la imagen por
una luz particular, la luz de los colores de Tálaga, a veces sutiles, a veces,
intensos. Y las atmósferas son las que llenan la obra con lo que puede llamarse
la identidad del artista, la identidad de Eddier Tálaga. Quien ha observado,
sin prevenciones la obra, la distingue, la saca de cualquier congestión, por
sus atributos.
Lo que se puede ver
y atribuir es toda la connotación de la obra de arte de nuestro tiempo, está la
materia de la ciudad, de los cuerpos de las cosas, de los gestos; pero
irremediablemente transformados por el sentido estético para que el observador
llore, ría, se mofe, glorifique, se indigne, se extasíe, porque se está ante el
disfrute personal de la belleza de la obra de arte. Cada quien disfruta de este
testimonio a su manera.
Guillermo
Aguirre González
Noviembre
de 2019
Con ocasión
de la presentación del libro “Tálaga” en la tertulia del Ángel
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