jueves, 7 de noviembre de 2019

Un alterado mundo urbano



Eddier es un testigo de la vida del presente, la vida contemporánea. Decir, el artista como testigo, es un argumento genérico para todas las expresiones estéticas y vale para todos los tiempos, desde la Altamira prehistórica hasta el arte para el mercado de hoy. El artista, por naturaleza o por adquisición, tiene una sensibilidad que le hace un ser distinto, capaz de elaborar imágenes sobre hechos, personas o cosas, inmersas en el tiempo y en el espacio.

La sensibilidad del artista le permite ver, oír y sentir, rasgos de la vida que para la gente común pasan de manera imperceptible. Esa aptitud debe llamarse sentido estético, porque la elaboración de imágenes de las artes plásticas, de la literatura, de la poesía, la música o el cine, tienen la cualidad de producir regocijo en el contemplador. Regocijo o goce que mueven en los seres humanos el gusto por la belleza.

La vida humana necesita del arte y los artistas, para exorcizar la angustia de la existencia que pasa en la rutina de lo cotidiano. La contemplación de la obra extasía y produce un estado alterado vivido inicialmente por el artista, pero que por ese sentido estético, es capaz de compartirlo con el contemplador, espectador. Se transmite el acto creador como alteración de la rutina y para incitar a los contemporáneos de la obra, a aprender sobre su tiempo, sobre los otros, sobre el aire, el agua y la tierra. Se ha sacado del mundo de afuera la materia viva o inerte para meterla en la belleza de la imagen y llamar a ejercer la vida con asombro, con alegría, con dolor, risa, llanto o lo que se puede entender con la palabra conmoción.

Este bello libro, que lleva la obra pictórica de Eddier Tálaga a imprenta, es un documento con un doble testimonio: de la obra del artista y la perpetuación de su memoria. Ahí está la obra de un maestro de la plástica contemporánea; verla exhibida o verla en este impreso conmueve porque en ella están las mujeres y los hombres en actitudes cotidianas, pero potenciadas para que nos afecten los sentimientos; para que nos obliguemos a traer a la conciencia las escenas íntimas o callejeras, los oficios y los paisajes urbanos. Estos temas pasarían rápidos ante los ojos, si no fuere por los gestos casi hieráticos de los cuerpos, las miradas pícaras, tristes o de desenfado; los espacios traídos a la imagen por una luz particular, la luz de los colores de Tálaga, a veces sutiles, a veces, intensos. Y las atmósferas son las que llenan la obra con lo que puede llamarse la identidad del artista, la identidad de Eddier Tálaga. Quien ha observado, sin prevenciones la obra, la distingue, la saca de cualquier congestión, por sus atributos.

Lo que se puede ver y atribuir es toda la connotación de la obra de arte de nuestro tiempo, está la materia de la ciudad, de los cuerpos de las cosas, de los gestos; pero irremediablemente transformados por el sentido estético para que el observador llore, ría, se mofe, glorifique, se indigne, se extasíe, porque se está ante el disfrute personal de la belleza de la obra de arte. Cada quien disfruta de este testimonio a su manera.
Guillermo Aguirre González
Noviembre de 2019
Con ocasión de la presentación del libro “Tálaga” en la tertulia del Ángel

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