martes, 24 de marzo de 2020

La revolución en Colombia


La Historia de la revolución de la república de Colombia de José Manuel Restrepo, fechada en 1824, es un trabajo que se abre con una cita de Pierre Le-Grand: “No digas a la posteridad sino lo que es digno de la posteridad”. Cita reveladora, contextualizada con la época iluminista y con el universalismo de la cultura europea, que miraba como zócalo de la historia los hechos de los héroes y los poderosos. Puede entenderse: hay hechos que no merecen ser recordados y por tanto pueden ser borrados de la memoria. Esos hechos son en los que actuaron la plebe y la gente sencilla del común.

El concepto de historia visto desde la dignidad de la posteridad y los hechos dignos de ser contados, se adhieren a una imparcialidad, es decir, además de hechos dignos de ser remembrados y tratados, el historiador se la juega para ser imparcial. Se lee: “Más sin embargo de la estensión o importancia de las funciones que ejercitan las audiencias de la Nueva-Granada y de Venezuela, es preciso decir con la severa imparcialidad de la historia que administraban justicia en los últimos tiempos con bastante rectitud, exceptuando algunos pocos casos en contrario”1. Ahí quedó la imparcialidad, golpeada contra los motivos de la revolución: acabar con la tiranía y la explotación inmisericorde de América por España.

Restrepo opera su historia con un paradigma moderno, con un esquema de pensamiento analítico. Se ubica en el tiempo y en el espacio. Tiene conciencia de estar en un tiempo contemporáneo de las luchas anticoloniales y por la libertad esgrimida contra el feudalismo. El espacio lo conoce y se ha informado con los trabajos de Humboldt. En el espacio están los seres humanos organizados en una sociedad con sus caracteres y condiciones. Si va a hablar y escribir sobre la revolución en Colombia, explica que es y comprende Colombia; de donde viene y como está compuesta.

En el Congreso de Angostura se adopta el nombre en honor del descubridor Colón y se piensa en la unión bajo ese concepto jurisdiccional en Nueva Granada, Venezuela, Quito y Lima. Detalla el régimen Español, las producciones, la tierra, las gentes, la educación y las oportunidades. Termina enumerando las causas de la revolución: la opresión, el atraso intencional, la oscuridad de los colonizadores, el enriquecimiento de la iglesia con el acaparamiento de la tierra, la inexistencia de instituciones de educación, la prohibición de producir y la persecución a las nuevas ideas o a la lectura de la literatura producida en Europa.

La identificación que hace Restrepo de la sociedad colombiana tiene el objetivo de justificar la revolución y por qué la hizo el puñado de criollos ilustrados. Estos prolongan en el tiempo todos los prejuicios raciales españoles; pero hablan de la libertad y de igualar a todas las castas bajo el concepto de ciudadano para liberarlos del Santo Oficio, de la jerigonza peripatética y de los onerosos impuestos. Ellos, los criollos, hicieron y dirigieron la revolución y organizaron una sociedad para ellos. Dice el nuevo orden hecho en Cúcuta en 1821: “…más no todos los padres de familia tiene derecho a votar en las Asambleas primarias [para elegir electores]. Se necesita que el sufragante posea una propiedad raíz libre que alcance el valor de cien pesos, o alguna profesión o industria útil que equivalga la misma cantidad. Para votar en las Asambleas de provincia o secundarias se necesita ser dueño de una propiedad raíz que alcance el valor libre de quinientos pesos, o de una renta de trecientos pesos anuales, o profesar alguna ciencia u obtener un grado científico. Los representantes deben tener una propiedad raíz que alcance el valor libre de dos mil pesos, y en su defecto una renta de quinientos pesos anuales o ser profesores de alguna ciencia; los senadores necesitan una propiedad de cuatro mil pesos y por falta de ella una renta de quinientos, o profesar alguna ciencia…”2

Con el paradigma de la ilustración económica – filosófica – política, Restrepo hace un arqueo de la situación de la sociedad resultante después de la revolución de independencia: la producción pobre porque España prohibía competir con sus productos; la sociedad sometida a la ignorancia y al Santo Oficio, para mantenerla dócil y obediente; por política impedía que el gobierno y las decisiones, estuvieran en manos de criollos. Todos los funcionarios fueron importados de España para garantizar la tiranía y el despotismo.

Pero ¿Cómo operaba el poder? Sencillo: por el pacto entre el papado y la monarquía. La iglesia permitía al rey ser el patrono de la religión e incidir en el nombramiento de curas, obispos, arzobispos y demás (actitud o preeminencia llamada tuición de cultos). Y la iglesia podía, en contraprestación enriquecerse y expandirse a voluntad. Restrepo trae estadísticas. Colombia para 1824 tenía 1.891 individuos del clero secular; en órdenes religiosas 1.178; monjes y monjas en clausura 2.083. Esta población eclesiástica vivía del trabajo de los indígenas, pardos, negros y mulatos y permitía a todos por medio de los censos o capellanías hipotecar las tierras, antes y después de la muerte para salvar el alma o para sustentar gastos importantes. Esta economía terminó acumulando en manos de la iglesia un tercio de la tierra culta. “Nota: hay en Colombia 16 conventos de predicadores o de Santo Domingo; 20 de la orden de San Francisco; 10 de Agustinianos calzados; Tres de Agustinianos descalzos; 12 de Mercenarios; 10 de Hospitalarios de San Juan de Dios y 2 de Betlemitas. Total de conventos 73”3. Esta observación de José Manuel es aguda porque mira la parte más importante de la economía colonia. Él relaciona ese contexto social porque piensa desde la economía política, conocimiento que le permitió ver la religión como dominación o control de la producción y la distribución de la riqueza. Colombia con una población de 2.717.142 habitantes fue controlada por 73 conventos y 5.152 eclesiásticos.

Restrepo trae este cálculo de la población en un cuadro estadístico, hecho con ayuda de información publicada por el viajero Depons; pero dice que sus cálculos personales le suman 2.900.000 porque anexa 200.000 indígenas y más otras poblaciones deben producir un total de 3.100.000 habitantes. De esta “no bajan de 400.000 personas las que han perecido en la sangrienta lucha de independencia”5. 60.000 esclavos según Humboldt hay en Colombia y después de la guerra quedaron 30.000: “el español Boves primero, y después el general Bolívar dieron libertad a todos los que tomaban las armas, y en efecto, muchos corrieron a ella distinguiéndose en la guerra de independencia”6.

Triunfante la revolución, Colombia tiene ahora la tarea de poner su potencial a “cultivar en su suelo todas las producciones del globo”. Para eso se cuenta tierra suficiente: “De las 92.000 leguas cuadradas que tiene la superficie de Colombia, por lo menos la mitad o 46.000 […] son tierras baldías […] resulta que el gobierno de Colombia tiene 204.403.760 fanegadas de tierras baldías de que puede disponer para amortizar la deuda nacional, establecer sólidamente sus créditos, y tener bien pronto rentas suficientes […] El precio legal de la fanegada en las costas es de dos pesos y de uno en las provincias internas”7. Dice Restrepo que esta riqueza se debe ofrecer a europeos para que se establezcan en el país y desarrollen su saber y ciencia. “No hay duda alguna que reconocida nuestra independencia por la Gran –Bretaña, como parece que será bien pronto, los extranjeros corran de todas partes de la Europa a buscar asilo en Colombia que les ofrece tranquilidad, abundancia e instituciones liberales que favorecen la libertad y la propiedad”8.

Colombia debió mantener muchos de los impuestos coloniales para poder sostener la república. En los últimos cinco años de la monarquía se recaudaron 5.323.088 pesos entre rentas estancadas del tabaco, la sal, la pólvora; los diezmos, las anatas, anualidades, bulas, derechos de comercio, composición de tierras, venta de empleos y títulos nobiliarios y la capitación indígena. La república, debió sostener muchos de estos impuestos por la costumbre y falta de métodos para el recaudo. Pero, abolió las odiosas capitaciones y los estancos. Esa libertad de comercio, para 1824 permitió llegar al estado 7.430.527 pesos, rentas aumentadas, respecto a las coloniales, producto de la libertad económica.

La revolución en Colombia fue posible por ayuda de algunos países, entre ellos Gran-Bretaña; pero una ayuda interesada, porque todo lo que llegó para la guerra son la deuda pública. José Manuel Restrepo analiza especialmente este aspecto de la economía. Calcula la deuda en 46.505.638 de pesos y culpa de ese monto a las malas acciones de Francisco Antonio Zea y Luis López Méndez, plenipotenciarios enviados por la revolución a Londres. Ellos, un préstamo inicial de 2 millones de libras lo han centuplicado. “Por marzo de 1822, el mismo Zea, en calidad de ministro de Colombia, contrató con la casa de los señores Herring, Graham y Powles un empréstito de dos millones de libras al ochenta por ciento y con otras varias condiciones. Con esta operación Zea amortizó la deuda de las 547.783 libras que debía la república a varios individuos y creció nuestra deuda extranjera a dos millones de libra o 10 millones de pesos. Como aún no se han publicado las cuentas de los prestamistas ignoramos la inversión de este empréstito, y como fue que el señor Zea hizo crecer tan rápidamente la deuda nacional de Colombia”9

Esta introducción a la historia de la revolución en Colombia la hace un hombre dedicado a entender su mundo. Estuvo atento a las producciones intelectuales europeas y americanas y las supo ponderar, para acercarse al país, dar muestras de conocer el pasado y el presente para planear el futuro. Eso lo demuestra cuando les promete a los europeos un orden liberal apropiado para la propiedad privada o la acumulación de riqueza.

1. Restrepo, José Manuel. Historia de la revolución de la república de Colombia. París. Librería Americana 1827. Pág.56
2. Ídem. Pág. 138
3. Ídem. Pág. 193
4. Francisco Depons 1751 – 1812. Jurista Francés. Recorrió Venezuela en época prerevolucionaria. Sus observaciones las publicó en París en 1806 con el nombre de “Viaje a la parte oriental de Tierra Firme”.
5. Ídem. Pág. 211
6. Ídem. Pág. 214
7. Ídem. Pág.198
8. Ídem. Pág. 199
9. Ídem. Pág. 292

Imagen. José María Espinosa. Paisaje de las batallas en Colombia 1840

jueves, 12 de marzo de 2020

La voz del animal ante la muerte


Este texto salió al tratar de entender la posibilidad de una voz sin fonación, como originadora del lenguaje. Concepto que se encuentra como guía de las cuestiones tratadas por Agamben en estos excursos titulados El lenguaje y la muerte1. Esa voz sin fonación está en la base de la metafísica occidental –dice-; y por eso salió esta digresión como un asombro protestoso ante la serie de contrasentidos encontrados.

La metafísica occidental se construyó a partir de la negatividad. Todo esfuerzo de pensamiento se realizó señalando su opuesto: el ser y la nada, el logos y la oscuridad…; pero la metafísica solo fue posible a partir de pensar el lenguaje y sus posibles partes componentes: el fonema, la gramática y entre ambas el signo y el símbolo. El fonema, la voz, se llevó de la intuición al signo, o de la nada a la significación. Esta forma de pensar deja la voz en el ámbito de lo preexistente: ahí se radica y florece la arborescencia de la metafísica. Afirma Agamben al interpretar a Heidegger: “Es decir, que la experiencia del ser es experiencia de una voz que llama sin decir nada, y el pensamiento y la palabra humana nacen solo como “eco” de esa voz”. Seguidamente transcribe un trozo de texto de “¿Que es metafísica?” de 1963: “El pensamiento inicial […] es el eco de la oferta del ser […], en el que lo Único se abre y se deja apropiar […]: que el ente es. Este eco es la respuesta humana […] a la palabra […] de la Voz sin sonido del ser. La respuesta del pensamiento es el origen de la palabra humana, que es la única que da origen al lenguaje como proferimiento de la palabra en las palabras”.

Hago una digresión aquí, o una oposición: para la metafísica es posible hablar-decir-afirmar, la existencia de un pensamiento sin lenguaje, de una palabra sin sonido y de una voz sin sentido. En un aparte anterior Agamben hace un rastreo de la concepción de esa Voz (con mayúscula inicial) desde los antiguos griegos y al llegar a la modernidad, dice de Hegel: la concibió como la voz del animal ante la muerte, una voz terrible que nada significa, pero que expresa el horror de la negación.

Esta forma de argumentar, muestra la construcción del discurso metafísico, lleno de abusos de la dialéctica, o mejor, es producto de una especie de reduccionismo dialéctico. Esos contradictos distan de la condición del lenguaje, de ser una obra humana y una práctica cuya base es la, afirmación- negación, oposición que lleva implícita la lógica. Pero, Para no caer en las redes mistéricas de la metafísica, que parte de la pre-existencia del pensamiento y de la voz, para construir su edificio laberíntico de contrasentidos y supuestos, se debe asumir la carga conceptual que ha producido el pensamiento moderno que trata y quiere ser una alternativa a lo mistérico; en el pensamiento moderno se interdisciplinan filosofía, ciencia y arte para producir un discurso alterno y completamente defensor de la materialidad de la existencia y de la materialidad del origen.

Con estos argumentos, hoy debemos servirnos de la ciencia que produce objetos para repensar el ser humano desde la época en que comienza a actuar sobre el planeta. Y afirmar: el ser humano tal cual lo conocemos hoy, no tiene un estado primitivo, es un sapiens desde hace cuarenta o cincuenta y cinco mil años, momento en el que se testimonia su presencia. Las ciencias específicas (arqueología, antropología e historia) dividen su tiempo en dos, el tiempo del mito y el tiempo de la lógica o de la metafísica. Pero aún más, el ser humano sapiens tiene el lenguaje articulado y por supuesto el pensamiento. Desde esta forma de concebir, es imposible el pensamiento sin la palabra, sin el lenguaje. Por tanto el origen del lenguaje se debe buscar en lo prohomínidos, con argumentos y testimonios producidos por la arqueología – paleontología. Desde ahí se puede concebir el origen de facultades o facticidades características de lo humano. La adquisición de la masa encefálica es producto de una biomecánica por la que la postura sobre la superficie de la tierra ocasionó una revolución permanente del cuerpo, o también: una transformación lenta pero permanente del cuerpo, hasta producir un cerebro capaz de convertir la memoria biológica, instintiva, en memoria social, mediatizada por los gestos complejos del signo, el símbolo, la fonación y la gramática.

La metafísica, primera interpretación sistemática de lo humano y la facticidad del lenguaje, se posicionó como paradigma para el pensamiento. Por eso cundo se quiere pensar y hablar de la obra de arte, se hace referencia a los cánones o medidas ideales del arte perfecto, análisis íntimamente emparentado con esa imagen de la Voz sin sonido, fundadora del lenguaje. En esa perspectiva de análisis el arte fue pensado en términos de falsación de las ideas primordiales habitantes del mundo mistérico del origen. O, se piensa el arte, rompiendo con Platón, como el trabajo de estetas que son capaces en sus obras de entrar en el misterio de las cosas y representar su esencia, para producir la belleza.

La perspectiva tradicional occidental, difícil de desprenderla, se visualiza a su vez en el análisis de las literaturas. La obra de arte literaria se nutre del lenguaje cotidiano, la más de las veces, para producir el efecto de conectar el lector con el mundo de las cosas arcaicas y los actos humanos ejemplarizantes, porque ella, la literatura, los purifica y los muestra esencialmente en una generalidad idealizante. La obra de arte poética aparece como el trabajo del poeta para entrar en la voz fundante, en la palabra arquetípica misteriosa y divina, en el lenguaje dado a los seres primeros y puros. Por medio de la inspiración musa y mística, convertida en canto melódico, el poeta se convence de estar más allá de la física y con poder de transcribir la agonía de una belleza insoportable.

Si se entiende la palabra y el lenguaje como obra del humano acontecer y como memoria social, el pensamiento es lenguaje, ambos van a la par; no existe el uno por el otro. Su origen lento biomecánico, potencia un paradigma, una argumentación alterna a la metafísica; por esta la obra de arte se ha adocenado para que sea; para que se convierta en producto y objeto de riqueza en un proceso de castración de su signo o su símbolo.

Para una interpretación alternativa de la obra de arte, es necesario pensar la filosofía y la ciencia, como producto de la actitud obligada del ser humano, para arrancarle a la naturaleza la subsistencia: la naturaleza se grafica para encantarla y dominarla; a la naturaleza se le canta para agradecerle o apaciguarla. La naturaleza se personifica para tenerla siempre al lado, bajo el techo de cielo. De acuerdo, la analítica del ser humano y su afuera, comenzó con el lenguaje concebido como don, comenzó con la metafísica. Ahora estamos abocados a una analítica que ponga como centro el ser humano y su entorno para preservarlos.

1. Agamben, Giorgio. El lenguaje y la muerte. Un seminario sobre el lugar de la negatividad. Ed Pretextos. España 2008.
Imagen: Toro Moribundo. Pablo Picasso 1934