Este texto salió al
tratar de entender la posibilidad de una voz sin fonación, como originadora del
lenguaje. Concepto que se encuentra como guía de las cuestiones tratadas por
Agamben en estos excursos titulados El lenguaje y la muerte1. Esa
voz sin fonación está en la base de la metafísica occidental –dice-; y por eso
salió esta digresión como un asombro protestoso ante la serie de contrasentidos
encontrados.
La metafísica
occidental se construyó a partir de la negatividad. Todo esfuerzo de
pensamiento se realizó señalando su opuesto: el ser y la nada, el logos y la oscuridad…;
pero la metafísica solo fue posible a partir de pensar el lenguaje y sus posibles
partes componentes: el fonema, la gramática y entre ambas el signo y el símbolo.
El fonema, la voz, se llevó de la intuición al signo, o de la nada a la
significación. Esta forma de pensar deja la voz en el ámbito de lo
preexistente: ahí se radica y florece la arborescencia de la metafísica. Afirma
Agamben al interpretar a Heidegger: “Es decir, que la experiencia del ser es
experiencia de una voz que llama sin decir nada, y el pensamiento y la palabra
humana nacen solo como “eco” de esa voz”. Seguidamente transcribe un trozo de
texto de “¿Que es metafísica?” de 1963: “El pensamiento inicial […] es el eco
de la oferta del ser […], en el que lo Único se abre y se deja apropiar […]:
que el ente es. Este eco es la respuesta humana […] a la palabra […] de la Voz
sin sonido del ser. La respuesta del pensamiento es el origen de la palabra
humana, que es la única que da origen al lenguaje como proferimiento de la
palabra en las palabras”.
Hago una digresión aquí,
o una oposición: para la metafísica es posible hablar-decir-afirmar, la
existencia de un pensamiento sin lenguaje, de una palabra sin sonido y de una
voz sin sentido. En un aparte anterior Agamben hace un rastreo de la concepción
de esa Voz (con mayúscula inicial) desde los antiguos griegos y al llegar a la
modernidad, dice de Hegel: la concibió como la voz del animal ante la muerte,
una voz terrible que nada significa, pero que expresa el horror de la negación.
Esta forma de
argumentar, muestra la construcción del discurso metafísico, lleno de abusos de
la dialéctica, o mejor, es producto de una especie de reduccionismo dialéctico.
Esos contradictos distan de la condición del lenguaje, de ser una obra humana y
una práctica cuya base es la, afirmación- negación, oposición que lleva
implícita la lógica. Pero, Para no caer en las redes mistéricas de la
metafísica, que parte de la pre-existencia del pensamiento y de la voz, para
construir su edificio laberíntico de contrasentidos y supuestos, se debe asumir
la carga conceptual que ha producido el pensamiento moderno que trata y quiere
ser una alternativa a lo mistérico; en el pensamiento moderno se
interdisciplinan filosofía, ciencia y arte para producir un discurso alterno y
completamente defensor de la materialidad de la existencia y de la materialidad
del origen.
Con estos
argumentos, hoy debemos servirnos de la ciencia que produce objetos para
repensar el ser humano desde la época en que comienza a actuar sobre el planeta.
Y afirmar: el ser humano tal cual lo conocemos hoy, no tiene un estado
primitivo, es un sapiens desde hace cuarenta o cincuenta y cinco mil años, momento
en el que se testimonia su presencia. Las ciencias específicas (arqueología,
antropología e historia) dividen su tiempo en dos, el tiempo del mito y el
tiempo de la lógica o de la metafísica. Pero aún más, el ser humano sapiens
tiene el lenguaje articulado y por supuesto el pensamiento. Desde esta forma de
concebir, es imposible el pensamiento sin la palabra, sin el lenguaje. Por
tanto el origen del lenguaje se debe buscar en lo prohomínidos, con argumentos y
testimonios producidos por la arqueología – paleontología. Desde ahí se puede
concebir el origen de facultades o facticidades características de lo humano.
La adquisición de la masa encefálica es producto de una biomecánica por la que la postura sobre la superficie de la tierra
ocasionó una revolución permanente del cuerpo, o también: una transformación
lenta pero permanente del cuerpo, hasta producir un cerebro capaz de convertir
la memoria biológica, instintiva, en memoria social, mediatizada por los gestos
complejos del signo, el símbolo, la fonación y la gramática.
La metafísica,
primera interpretación sistemática de lo humano y la facticidad del lenguaje,
se posicionó como paradigma para el pensamiento. Por eso cundo se quiere pensar
y hablar de la obra de arte, se hace referencia a los cánones o medidas ideales
del arte perfecto, análisis íntimamente emparentado con esa imagen de la Voz
sin sonido, fundadora del lenguaje. En esa perspectiva de análisis el arte fue
pensado en términos de falsación de las ideas primordiales habitantes del mundo
mistérico del origen. O, se piensa el arte, rompiendo con Platón, como el
trabajo de estetas que son capaces en sus obras de entrar en el misterio de las
cosas y representar su esencia, para producir la belleza.
La perspectiva
tradicional occidental, difícil de desprenderla, se visualiza a su vez en el
análisis de las literaturas. La obra de arte literaria se nutre del lenguaje
cotidiano, la más de las veces, para producir el efecto de conectar el lector
con el mundo de las cosas arcaicas y los actos humanos ejemplarizantes, porque
ella, la literatura, los purifica y los muestra esencialmente en una
generalidad idealizante. La obra de arte poética aparece como el trabajo del
poeta para entrar en la voz fundante, en la palabra arquetípica misteriosa y
divina, en el lenguaje dado a los seres primeros y puros. Por medio de la
inspiración musa y mística, convertida en canto melódico, el poeta se convence
de estar más allá de la física y con poder de transcribir la agonía de una
belleza insoportable.
Si se entiende la
palabra y el lenguaje como obra del humano acontecer y como memoria social, el
pensamiento es lenguaje, ambos van a la par; no existe el uno por el otro. Su
origen lento biomecánico, potencia un
paradigma, una argumentación alterna a la metafísica; por esta la obra de arte
se ha adocenado para que sea; para que se convierta en producto y objeto de
riqueza en un proceso de castración de su signo o su símbolo.
Para una
interpretación alternativa de la obra de arte, es necesario pensar la filosofía
y la ciencia, como producto de la actitud obligada del ser humano, para
arrancarle a la naturaleza la subsistencia: la naturaleza se grafica para encantarla
y dominarla; a la naturaleza se le canta para agradecerle o apaciguarla. La
naturaleza se personifica para tenerla siempre al lado, bajo el techo de cielo.
De acuerdo, la analítica del ser humano y su afuera, comenzó con el lenguaje
concebido como don, comenzó con la metafísica. Ahora estamos abocados a una analítica
que ponga como centro el ser humano y su entorno para preservarlos.
1. Agamben, Giorgio.
El lenguaje y la muerte. Un seminario sobre el lugar de la negatividad. Ed
Pretextos. España 2008.
Imagen: Toro
Moribundo. Pablo Picasso 1934
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