jueves, 12 de marzo de 2020

La voz del animal ante la muerte


Este texto salió al tratar de entender la posibilidad de una voz sin fonación, como originadora del lenguaje. Concepto que se encuentra como guía de las cuestiones tratadas por Agamben en estos excursos titulados El lenguaje y la muerte1. Esa voz sin fonación está en la base de la metafísica occidental –dice-; y por eso salió esta digresión como un asombro protestoso ante la serie de contrasentidos encontrados.

La metafísica occidental se construyó a partir de la negatividad. Todo esfuerzo de pensamiento se realizó señalando su opuesto: el ser y la nada, el logos y la oscuridad…; pero la metafísica solo fue posible a partir de pensar el lenguaje y sus posibles partes componentes: el fonema, la gramática y entre ambas el signo y el símbolo. El fonema, la voz, se llevó de la intuición al signo, o de la nada a la significación. Esta forma de pensar deja la voz en el ámbito de lo preexistente: ahí se radica y florece la arborescencia de la metafísica. Afirma Agamben al interpretar a Heidegger: “Es decir, que la experiencia del ser es experiencia de una voz que llama sin decir nada, y el pensamiento y la palabra humana nacen solo como “eco” de esa voz”. Seguidamente transcribe un trozo de texto de “¿Que es metafísica?” de 1963: “El pensamiento inicial […] es el eco de la oferta del ser […], en el que lo Único se abre y se deja apropiar […]: que el ente es. Este eco es la respuesta humana […] a la palabra […] de la Voz sin sonido del ser. La respuesta del pensamiento es el origen de la palabra humana, que es la única que da origen al lenguaje como proferimiento de la palabra en las palabras”.

Hago una digresión aquí, o una oposición: para la metafísica es posible hablar-decir-afirmar, la existencia de un pensamiento sin lenguaje, de una palabra sin sonido y de una voz sin sentido. En un aparte anterior Agamben hace un rastreo de la concepción de esa Voz (con mayúscula inicial) desde los antiguos griegos y al llegar a la modernidad, dice de Hegel: la concibió como la voz del animal ante la muerte, una voz terrible que nada significa, pero que expresa el horror de la negación.

Esta forma de argumentar, muestra la construcción del discurso metafísico, lleno de abusos de la dialéctica, o mejor, es producto de una especie de reduccionismo dialéctico. Esos contradictos distan de la condición del lenguaje, de ser una obra humana y una práctica cuya base es la, afirmación- negación, oposición que lleva implícita la lógica. Pero, Para no caer en las redes mistéricas de la metafísica, que parte de la pre-existencia del pensamiento y de la voz, para construir su edificio laberíntico de contrasentidos y supuestos, se debe asumir la carga conceptual que ha producido el pensamiento moderno que trata y quiere ser una alternativa a lo mistérico; en el pensamiento moderno se interdisciplinan filosofía, ciencia y arte para producir un discurso alterno y completamente defensor de la materialidad de la existencia y de la materialidad del origen.

Con estos argumentos, hoy debemos servirnos de la ciencia que produce objetos para repensar el ser humano desde la época en que comienza a actuar sobre el planeta. Y afirmar: el ser humano tal cual lo conocemos hoy, no tiene un estado primitivo, es un sapiens desde hace cuarenta o cincuenta y cinco mil años, momento en el que se testimonia su presencia. Las ciencias específicas (arqueología, antropología e historia) dividen su tiempo en dos, el tiempo del mito y el tiempo de la lógica o de la metafísica. Pero aún más, el ser humano sapiens tiene el lenguaje articulado y por supuesto el pensamiento. Desde esta forma de concebir, es imposible el pensamiento sin la palabra, sin el lenguaje. Por tanto el origen del lenguaje se debe buscar en lo prohomínidos, con argumentos y testimonios producidos por la arqueología – paleontología. Desde ahí se puede concebir el origen de facultades o facticidades características de lo humano. La adquisición de la masa encefálica es producto de una biomecánica por la que la postura sobre la superficie de la tierra ocasionó una revolución permanente del cuerpo, o también: una transformación lenta pero permanente del cuerpo, hasta producir un cerebro capaz de convertir la memoria biológica, instintiva, en memoria social, mediatizada por los gestos complejos del signo, el símbolo, la fonación y la gramática.

La metafísica, primera interpretación sistemática de lo humano y la facticidad del lenguaje, se posicionó como paradigma para el pensamiento. Por eso cundo se quiere pensar y hablar de la obra de arte, se hace referencia a los cánones o medidas ideales del arte perfecto, análisis íntimamente emparentado con esa imagen de la Voz sin sonido, fundadora del lenguaje. En esa perspectiva de análisis el arte fue pensado en términos de falsación de las ideas primordiales habitantes del mundo mistérico del origen. O, se piensa el arte, rompiendo con Platón, como el trabajo de estetas que son capaces en sus obras de entrar en el misterio de las cosas y representar su esencia, para producir la belleza.

La perspectiva tradicional occidental, difícil de desprenderla, se visualiza a su vez en el análisis de las literaturas. La obra de arte literaria se nutre del lenguaje cotidiano, la más de las veces, para producir el efecto de conectar el lector con el mundo de las cosas arcaicas y los actos humanos ejemplarizantes, porque ella, la literatura, los purifica y los muestra esencialmente en una generalidad idealizante. La obra de arte poética aparece como el trabajo del poeta para entrar en la voz fundante, en la palabra arquetípica misteriosa y divina, en el lenguaje dado a los seres primeros y puros. Por medio de la inspiración musa y mística, convertida en canto melódico, el poeta se convence de estar más allá de la física y con poder de transcribir la agonía de una belleza insoportable.

Si se entiende la palabra y el lenguaje como obra del humano acontecer y como memoria social, el pensamiento es lenguaje, ambos van a la par; no existe el uno por el otro. Su origen lento biomecánico, potencia un paradigma, una argumentación alterna a la metafísica; por esta la obra de arte se ha adocenado para que sea; para que se convierta en producto y objeto de riqueza en un proceso de castración de su signo o su símbolo.

Para una interpretación alternativa de la obra de arte, es necesario pensar la filosofía y la ciencia, como producto de la actitud obligada del ser humano, para arrancarle a la naturaleza la subsistencia: la naturaleza se grafica para encantarla y dominarla; a la naturaleza se le canta para agradecerle o apaciguarla. La naturaleza se personifica para tenerla siempre al lado, bajo el techo de cielo. De acuerdo, la analítica del ser humano y su afuera, comenzó con el lenguaje concebido como don, comenzó con la metafísica. Ahora estamos abocados a una analítica que ponga como centro el ser humano y su entorno para preservarlos.

1. Agamben, Giorgio. El lenguaje y la muerte. Un seminario sobre el lugar de la negatividad. Ed Pretextos. España 2008.
Imagen: Toro Moribundo. Pablo Picasso 1934

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