miércoles, 21 de abril de 2021

Narcotalia y Marquetalia. Lenguaje exaltado

Cuando se escucha a los representantes del gobierno emplear palabras insultantes contra el enemigo, se puede pensar en la pérdida de la serenidad. El soberano moderno es llamado pueblo; pero el pueblo por ser un ente movedizo y de difícil moldeamiento, no quiere decir que pierda la majestad soberana y todos aquellos atributos que se le han adjudicado al ente de gobierno a través de la historia, heredados por el pueblo soberano. Unos de esos atributos son la serenidad y la ponderación en el hablar, en el pensar, en la comunicación. Estas, la serenidad y la ponderación, que debe asumir el indicado por el soberano para que lo gobierne, se pierden cuando el indicado, el investido, el depositario de la confianza pública, el gobernante de turno, el ganador del proceso eleccionario, no ha introyectado la trascendencia de la tarea de ser el representante del soberano.

Tener en la conciencia, la trascendencia de la misión, que las formas políticas le han encomendado, en nuestro caso la democracia, se expresa en conductas guiadas por esos atributos de serenidad y ponderación. Pero en nuestro país, en los gobernantes de hoy hemos escuchado expresiones que alejan el personaje de esos atributos mentados. Y los podemos caracterizar por el uso del lenguaje.

El Presidente Iván Duque y el ministro de defensa Diego Molano repiten sin cesar para referirse a las disidencias de la guerrilla como participantes de la “nueva Narcotalia”. Esta expresión que desvaloriza y tuerce el lenguaje, para referirse al enemigo, se dirige a atacar el cometido de las disidencias de crear una “nueva Marquetalia”. Por los anales de la historia de Colombia, sabemos que Marquetalia fue, en los comienzos de los años sesenta del siglo XX, una de las repúblicas independientes que la guerrilla comunista quiso montar en el país (otras fueron Sumapaz, Arari, el Pato, Planadas o Riochiquito) y que fueron destruidas desde el aire por bombardeos sistemáticos ordenados por el presidente Guillermo León Valencia.

Los atributos de serenidad y ponderación del poder del gobierno, que encarnan el pueblo soberano, no puede descender a los niveles del enemigo, porque en ese igualamiento rebela la incapacidad para comprender la misión que les fue encomendada. El monopolio de la fuerza, el poder legislativo, el poder ejecutivo deben ser suficientes para someter el enemigo; si no, si el ministro y el presidente se dedican a insultar o a emplear un lenguaje con parodias, en vez de producir respeto, produce desconcierto y desgobierno.

La serenidad del soberano poder del pueblo representado en el ministro se pierde en un lenguaje inapropiado. Se es sereno si hay una dicción que refleje sabiduría y ponga a la soberanía por encima de la delincuencia, por encima del enemigo. El poder soberano del pueblo tiene la racionalidad moderna en su haber porque es hijo de ese mundo que decantó la república democrática como el mejor sistema de gobierno. Y de ahí que el gobierno materializado en seres humanos concretos sea sabio, sereno y ponderado.

Esta falta de serena templanza también se observa en el presidente de la república. En su campaña para sacar adelante la reforma tributaria de 2021 titulada “Ley de Solidaridad Sostenible”, llama al congreso a aprobarla, porque se trata de beneficiar a una inmensa población menos favorecida; el congreso debe votarla, aprobarla, así como aprobó la ley del proceso de paz que benefició a unos pocos: “Si en el pasado se hicieron reformas fiscales para financiar la desmovilización, el desarme y la reinserción de unos pocos que estaban con armas en contra de las instituciones y, con esas banderas, se promovieron decisiones fiscales de gran trascendencia, ¿cómo no lo vamos a hacer hoy por los más pobres de nuestra sociedad?” El Tiempo. 16 de abril de 2021

Las diferentes manifestaciones en contra de la reforma tributaria no están en contra de la “solidaridad sostenible”, están en contra de la extensión de tasas impositivas a los artículos de primera necesidad y a los salarios de la clase media empobrecida. El símil desafortunado de comparación del presidente entre la reforma y la ley de desmovilización, solo produce desconcierto y desgobierno. Esa comparación refuerza la deslegitimidad del proceso de paz y a los que están dentro de él.

Las palabras y los actos de gobierno del soberano moderno representante del pueblo, son ejemplo a seguir; se convierten en conductas. El imaginario de las gentes se alimenta de lo que dicen aquellos personajes a quienes ha ayudado a elegir. Y si no los ayudó a elegir los reconoce de manera negativa, acusándolos de corrompidos contra quienes casi nada hay por hacer. El imaginario está anclado ahí, en la institución, en la confianza, ella dice verdad y moldea el pueblo.

El incumplimiento y ataque del acuerdo de paz, manifiesto o subliminal, aúpa y enaltece la resolución violenta de los conflictos, la justicia por mano propia y los asesinatos selectivos sistemáticos. Cuando el representante del soberano carece de serenidad y ponderación crea un ambiente de confusión o sensación de “río revuelto”, en el que se dispara contra el otro con alto grado de impunidad.

La serenidad debe ser un atributo del poder soberano. Ella hace tomar las decisiones basadas en la inteligencia y la sabiduría, que están en quien sabe del bien público y colectivo. Satisfacer las aspiraciones de la sociedad, para dirigirlas hacia el logro de la igualdad y la justicia exige una sensibilidad de líder, hecha o construida con vocación de servicio ante el pueblo.

El lenguaje del poder debe ser el más cualificado, medido, dosificado, claro, preciso, para generar actos civilizatorios en los súbditos convertidos por la modernidad en ciudadanos. Estos deben ser tratados permanentemente con la delicadeza que exige un niño en proceso de aprendizaje. Al menor descuido o mal ejemplo, se generan conductas violentas. Violencia de la palabra, violencia por discriminación o por el miedo. Violencia que genera un poder sobresaltado e inseguro.

 

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