Percibo, escruto, analizo y produzco palabras portadoras de mecanismos para
que los lectores se formen imágenes de la realidad por mi sentida y con la
esperanza de coincidir. Si una mayoría numérica coincide con mis imágenes
quiere decir que comulgamos en el cometido de calificar los acontecimientos de
nuestro tiempo inmediato.
Y una de esas percepciones me llevó a imaginar y mostrar el poder que nos ronda como esa atmósfera inevitable o abominable, de quien debemos decir si funciona para beneficio de todos o funciona para beneficio de unos pocos. Ese decir debe estar lleno de calificativos para que se convierta en una acción producto del ver, es decir que sea una veeduría. Estamos reducidos a fiscalizar el poder político y hemos dejado de lado los otros aspectos de esa atmósfera, o los otros poderes que la componen.
Llamo a concebir o imaginar el poder como una atmósfera, porque igual que el aire se mete en toda la existencia, todo lo permea y por eso tiene muchas denominaciones. El más visible es el político, el más sufrible es el económico y el más invisible es la opinión, transformada en nuestra contemporaneidad en un poder que tiene dentro de sí, además del político y el económico, los demás componentes de la atmósfera.
Pero ese poder, se ha constituido como la esencia del orden social y criticarlo o fiscalizarlo es calificar el orden social. La opinión autodenominada como “opinión pública”, se sabe que ha estado desde su origen moderno en manos de los grandes capitales capaces de sustentar enormes inversiones. Opinión pública adherida al régimen de libertad del capital, la libre empresa y la movilidad social o de desplazamiento, se entiende como el fundamento de la democracia de la era moderna que ha llegado a convertirse en un gran poder invisible, sometiendo a sus dictados todo lo demás, lo económico, lo político o en general la cultura.
Hoy sufrimos la fuerza de la opinión pública materializada en poderosos medios de comunicación con capacidad de movilizar, de hacer actuar a sus oyentes, televidentes o lectores, según los deseos de los dueños. Hoy lo percibimos, lo escrutamos y los analizamos, con más facilidad por haber llegado al poder en Colombia un grupo de políticos dispuesto a redistribuir la riqueza y la cultura. Hoy los medios de comunicación que hicieron todo lo posible por impedir el triunfo de Gustavo Petro, ahora incitan a la movilización de los colombianos contra las propuestas de gobierno aun en ciernes y en meros proyectos.
Ese ultrapoder debe ser objeto de veeduría. Debe ser sometido a escrutinio y crítica. Sus actos perversos de utilizar la credibilidad de los oyentes, televidente y lectores, para hacerlos pensar y actuar según los intereses de su economía que supone lesionada, deben ser sancionados, pero no a la manera de las dictaduras; no expropiando el medio sino creando medios alternativos que equilibren la información. Y por eso con el poder de las redes sociales debemos comenzar a hacerlo.
La veeduría debe ser amplia e incluyente. A ella no puede escapar el poder político. El arribo al poder en Colombia de un grupo de políticos dispuesto a redistribuir la riqueza se debe entender como una alternancia que cumple con todos esos pruritos anclados en el imaginario: llegaron para quedarse, son una nueva casta política, al saborear el poder quieren quedarse en él porque el poder es una adicción. Una veeduría debe estar atenta; pero ahora quien más la necesita es la gran prensa en manos de los grandes potentados que producen a todo momento fake news y están movilizando la ciudadanía y reviviendo el paramiltarismo para obligar a Colombia a continuar la senda de la desigualdad y la matanza.
Imagen: El TV de Rosita de Pedro Ruíz. Óleo sobre madera 2001
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