Antonio nació en 1860. Al final del siglo XIX madura su percepción estética del mundo y rompe con la literatura moralizante o ejemplarizante que se hacía desde las postrimerías del siglo anterior. En vez adopta la voz interior del autor tanto en su dramaturgia como en su cuentística; dijo que el artista debe hacer que el lector se plantee preguntas y no darle soluciones.
La obra de Chéjov es realista y experiencial. Puede entenderse, haciendo un símil con la pintura impresionista, como unas pinceladas únicas que forman la escena con otras igualmente hechas. Les dice a sus hermanos que pretendieron también ser literatos “el 6 de abril de 1886: «No imagines sufrimientos que no hayas experimentado y no dibujes cuadros que no hayas visto»1
La obra literaria debe ser una escena de vida y debe fluir como un líquido que corre. Decía que no recordaba haber pasado más de veinticuatro horas escribiendo un cuento. Esta profusión ha pasado como una falta de forma; “A primera vista, esos relatos parecen escritos al azar, pero en realidad su construcción es tan lúcida que su aparente falta de forma es imposible de imitar, como lo han probado algunos de sus seguidores.”2. Gorki uno de sus discípulos y admiradores dijo que la obra de Chéjov “es como una belleza que se muestra fría y no se entrega a nadie”3
Dice María Yelizarova, haber sido Chéjov en su primera incursión en la literatura, muy pesimista y se decía que sería fácilmente y rápidamente olvidado; pero sí estuvo convencido de estar haciendo algo distinto porque “...permanecerán con toda su novedad los caminos que he trazado, y esta es mi contribución a la literatura”5 Lo nuevo, su novedad la relacionó con sus convicciones y su manera de pensar; él se sintió como un artista que encontró una forma nueva para decir y mostrar la vida de sus personajes o la vida rusa. Hizo de los actos simples de un personaje cotidiano una atractiva complejidad. Adquirió una “destreza para transformar la tranquilidad en algo excitante” dijo John Golsworthy en 1918 – cita María Yelizarova-.
Otra condición estética es el evitar el esquema de hacer descripciones intensas de sus personajes. La imagen del personaje la enriquece cuando dentro de los hechos que configuran el relato injerta rasgos que acumulan en el lector la formación de la imagen. Todo es breve como una pincelada y la acumulación de trazos forman la obra.
Chéjov se va contra la costumbre y destruye la tradicional estructura de la obra literaria resumida en “planteamiento, trama y desenlace”. Yelizarova dice ver esta novedad en la siguiente afirmación de Chéjov: “El tema debe ser nuevo, pero no necesita consistir en ninguna trama”. El interés por mostrar la complejidad de la vida humana se vuelca sobre un argumento simplificado de manera extrema; pero que rebela con intensidad la angustia transmitida genialmente al lector.
En La sala número seis, el narrador invita a los lectores a entrar en la sala. Nos dice: “si no temen ustedes que les piquen las ortigas, vengan conmigo por el estrecho sendero que conduce al pabellón, y veremos lo que sucede dentro de este”7. Es un método o recurso del escritor para mostrar en el desarrollo de la obra, los hechos, los lugares y el tiempo en el que ocurren. Luego de plantear el recurso, todo sigue como una indicación en la que somos guiados por la sala.
En un primer momento se nos muestra a los habitantes, sus nombres y por qué están allí y que hacen esos cinco locos. En un segundo momento y a través de la historia particular del noble, del paciente distinto por su casta social o clase, desarrolla el personaje y la sociedad en la que está ubicada la sala número seis. Se trata de Ivan Dimitrich Gromov enfermo de “manía persecutoria”. ¿En qué consiste? El narrador nos responde, nos lleva a la localidad donde se adquirió y porqué justamente Gromov se enferma. Nos da una serie de datos sobre el sitio, sus gentes, el poder y la psiquis de todos.
Seguidamente, vamos con quien narra y le vemos ubicarse en la posición de Gromov y dice: a la izquierda tiene por vecino al judío Moiseika único personaje que puede salir del psiquiátrico con permiso del vigilante Nikita. A la derecha está un “mujik” grosero, adiposo e insensible a quien no le hacen mella los golpes del vigilante. El cuarto habitante es un pequeño burgués (meschanin), antiguo funcionario de correos. El quinto habitante está paralítico y postrado en su cama. Los cinco locos sólo ven al vigilante Nikita; pero cada dos meses los visita Semión un barbero alcohólico.
Porque no tememos a las ortigas y nos hemos dejado llevar de visita a la sala número seis, percibimos un énfasis en la personalidad del médico Efímich jefe del hospital. En cada párrafo se invoca su nombre y con este introduce tres personajes básicos. Serguei, el practicante de medicina que bien o mal reemplaza a su jefe; el jefe de correos Averianich, militar retirado, buen conversador. Y DariusKa la cocinera fiel conocedora del horario y gustos del estómago de Efímich. El trato que recibe Dariuska rebela la personalidad del médico respecto al trato para con los demás; este no utiliza el imperativo para pedir los servicios porque reconoce la humanidad de su cocinera merecedora de consideración.
Con el practicante Serguei, se muestra la indolencia del médico Efímich y el entablamento de salud que considera la muerte de los pacientes como una liberación o una sanación. Con el jefe de correos, Averianich, se entiende el lado nobiliario y aristocrático del médico cuyas preferencias son leer filosofía e historia antes que los tratados sobre su profesión, de la que se va distanciando hasta llegar a sentir aversión por la sangre y los pacientes. Descuida el hospital, porque lo considera un gasto suntuoso y los enfermos podrían tratarse de manera distinta, por ejemplo, escuchándolos o acercarse a ellos o dejarlos en libertad.
El plano de la desigualdad y la deshumanización se lee en las reflexiones de Efímich cuando justifica el alejamiento del hospital y de su profesión y se pregunta: “¿Y para que aliviarlos? En primer lugar, se decía que los sufrimientos llevan al hombre a la perfección; y en segundo si la humanidad, aprendiese a mitigar sus males con píldoras y gotas, abandonaría totalmente la religión […] en las que encontraba […] la felicidad”8.
Las elucubraciones del médico Efímich, tienen como base un ser humano inmortal, porque los logros de la cultura le producen un éxtasis alienante. Convencido del poder de la razón se dispone a dividir a los seres humanos en dos categorías, los cultos racionales y los (mujik) campesinos irracionales o faltos de razón suficiente.
Efímich pasó de médico jefe del psiquiátrico a paciente por no encontrar en la pequeña ciudad con quien hablar para mostrar su alta cultura. Debió hablar con el jefe de correos, un militar retirado, ostentoso y vulgar pero dispuesto a escucharle hasta aprovechar su cercanía. Otro interlocutor lo encontró en la sala número seis en el pequeño burgués, exempleado, Ivan Dimitrich Gromov. Le dio la talla intelectual a Efímich y se acercó tanto a su pensamiento que terminó identificándose. Esto escandalizó a todos en el hospital y la noticia llegó a las autoridades de la ciudad quienes lo separaron de su condición de jefe y lo llevaron a un desespero que lo condenó a ser paciente psiquiátrico, es decir, loco: fue el enfermo número seis; no lo soportó y murió rápidamente.
Como lectores, resistimos el escozor producido por las ortigas, para poder enterarnos de la situación sociocultural de la Rusia de las postrimerías del siglo XIX, a través de una de las instituciones más reveladoras: el manicomio. Allí Nikita es un panóptico, el médico jefe Efímich, un apóstol de la escucha de los enfermos porque cree en el inconciente y la autoridad monárquica un ángel medieval del castigo.
Notas
1.
Prólogo Antón Chéjov. Sobre literatura y vida. Cartas, opiniones y
pensamientos. Edición de Jesús García Gabaldon. España 2019.
2.
Bentley, Pauline. Chéjov nos muestra el camino de la esperanza. En El Correo de
la Unesco. Enero de 1960
3. Ídem.
4. Ídem.
5.
Yelizarova, María. Chéjov, genio de la brevedad. En El Correo de la Unesco.
Enero de 1960.
6.
Ídem.
7. Chéjov,
Antón. La sala número 6. Ed. Aguilar. México. 1973. Pág. 13
8. Ídem. Pág.
39
Imagen. Antón Chéjov y Máximo Gorki en Yalta 1900
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