En la cuentística latinoamericana se cuenta con Horacio Quiroga como
uno de los representantes del modernismo. Pero este término es amplio y
genérico. Indica más un eclecticismo que una identidad estilística. En ese
modernismo se tienen huellas del simbolismo, el parnasianismo y el
romanticismo. Y cada una de estas categorías amerita también un acercamiento
genético. Pero en Quiroga se tiene una obra muy personal, suelta de ataduras
estilísticas y se identifica con claridad un realismo comprometido con su
propia experiencia. Fue admirador del modernismo de Rubén Darío y se habla de
una influencia directa del nicaragüense en Horacio.
La época de finales del siglo diecinueve y principios del veinte fue
influenciada por este centroamericano de poderosa inspiración y trabajo. Su
postura ante el mundo literario de dejar volar la imaginación en ruptura con las
ataduras de la métrica, sedujo a América y Europa. Esa actitud se rastrea en
varias letras llevadas al tango como las de Claudio Frollo en Sólo se quiere
una vez; retoma Juventud divino tesoro ("...Juventud, divino tesoro/ te
fuiste para no volver./ Cuando quiero llorar no lloro/ y a veces lloro sin
querer..."). Horacio Ferrer adopta partes del largo poema de Darío Canto a
la Argentina en “Buenos Aires es tu fiesta”; o en Enrique Cadícamo en La novia
ausente. En este último está una estrofa textual del soneto titulado “Sonatina”:
“…y tú me pedías que te recitara esta
"Sonatina" que soñó Rubén: "¡La princesa está
triste! ¿qué tendrá la princesa?/ Los suspiros se escapan de su boca de fresa,/
Que ha perdido la risa, que ha perdido el color./ La princesa está pálida en su
silla de oro,/ está mudo el teclado de su clave de oro;/ y en un
vaso, olvidado, se desmaya una flor."
La libertad imaginada de Rubén Darío permitió a Quiroga escribir sobre
su experiencia personal. Si se mira de cerca su vida, sus repetidos viajes a la
selva de Misiones cada vez con una nueva y joven esposa, se detecta un reflejo
preciso en sus cuentos. Están ahí la selva, las alambradas, su grupo familiar,
sus hijos montunos o los padres de sus esposas maquinando para impedir el viaje
a Misiones.
La referencia al paisaje, a la selva, al afuera que tanto interesaba a
Quiroga, se caracterizó por tener una atmósfera gótica como la de Poe. En la
mayoría de sus relatos la muerte ronda o es un fin en sí mismo. Hay en su obra
un signo trágico, una especie de contundencia con ese acontecimiento crucial de
la vida, que opaca la muchas veces bien logradas descripciones y los
detalles.
Esta condición le permitió a Borges en 1984 decir de la obra de
Quiroga: faltaba a la estética literaria; pero se hacía inolvidable, esto se entiende,
aunque Borges emplea otros términos más suaves o más evasivos. Dice Borges en
una entrevista del periodista argentino Antonio Carrizo: “Sucede que he leído
los cuentos de Quiroga (…) sin embargo esos cuentos cunado uno los lee,
impresionan mucho; los puse en la memoria sí. Así que Quiroga escribió esos
cuentos no para ser leído atentamente, sino para ser recordado después. Tiene
sus cuentos… bueno. Cuesta cierto esfuerzo para leer; pero después uno los
recuerda… ¡a lo fuerte no!”
Poner en la memoria dice Borges. Y se sabe lo que llega a la
memoria, detalles que arrastran acontecimientos grandes o pequeños. Y no se
sabe porque el cerebro privilegia unos sobre otros. El detalle entra en nuestro
mundo personal y luego genera el recuerdo, la evocación. Quiroga nos lleva a
esto. La Gallina degollada tiene unos puntales para apoyarse en ellos y
preguntar por las enfermedades hereditarias, por la idiotez, por el amor, por
la sangre o las maldiciones. La primera sospecha que se funda el lector es sobre
la pareja, los padres de los niños idiotas babeantes; se cree inicialmente en
su parentesco y por tanto se invoca el incesto. Pero luego con las mutuas
acusaciones de tener sangre mala, se busca otra explicación: la maldición, la
magia, la metafísica. Finalmente se aclara: es la meningitis. Y ¿cómo llegó?
Mazzini se lo explica. Es la tisis de Berta, la madre. “—¡Víbora tísica! ¡eso
es lo que te dije, lo que te quiero decir! ¡Pregúntale, pregúntale al médico
quién tiene la mayor culpa de la meningitis de tus hijos: mi padre o tu pulmón
picado, víbora!”. Dice con una violencia inusitada, pero comprensible en un matrimonio
frustrado y trágico.
Cuatro hijos varones idiotizados, babeantes, atraídos por el rojo de
los ladrillos, de las puestas de sol y luego por el de la sangre de la gallina,
degollada en su presencia, fijaron la atención en la hermana menor a quien
aplicaron lo visto en la cocina con la gallina. Detalles inolvidables, que
hacen de Quiroga un cuentista fundamental en la historia de las letras americanas.
Guillermo Aguirre González
Mayo de 2023
Imagen tomada de Infobae
América 11. Mayo 2023