Arguedas fue profesor de etnología, ciencia que lo enamoró desde su contacto íntimo con el quechua, en las universidades importantes del Perú. Docente, administrador de la cultura y la educación, escritor investigador de una expresión entre el castellano y el quechua, hasta que fue galardonado en 1958 con el premio Fomento a la Cultura en Ciencias Sociales; el premio Inca Garcilaso de la Vega en 1968, año en el que se disparó en la cabeza y murió.
Arguedas manejó una narrativa muy personal y efectiva. No se inmiscuyó en la llamada literatura del boom. Su intención etnológica lo llevó a un indigenismo muy familiar con la obra de escritores como Jorge Icaza, Ciro Alegría, Alcides Arguedas, Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier o Juan Rulfo. Se dedicó a ilustrar la relación indios y señores desde el pensamiento etnoantropológico. Buscó una imagen válida del Perú, escribió Tomás Fernández en su biografía de Arguedas*. Además, su adhesión al universo indígena, lo llevó a generar “dos cauces de expresión que se convertirán en sendos rasgos de estilo: la representación épica y la introspección lírica”. *
Los lazos entre la literatura y la historia mirados desde la etnología, lo condujeron hacia una encrucijada. La situación de los indígenas producto del despojo, la esclavitud y la aculturación pedía con urgencia y desesperación la reivindicación de los pueblos quechuas para restaurarles lo que les pertenece en los planos económicos y necesidades básicas. Pero esa restauración era imposible sin arrebatarle a los descendientes de los conquistadores el control del país.
El tratamiento de los notables dueños de la tierra y la cultura dominante visible en al menos tres de sus cuentos (El barranco, La muerte de los Arango y Agua) rebelan las consideraciones desde el derecho a existir, dadas a ellos. En esta perspectiva la única posibilidad de tener en cuenta ambos sectores de la sociedad estaba en el impulso y desarrollo de la democracia liberal garantista de la participación política; es decir había que sostener el aparato de poder instaurado por los criollos desde la independencia y luchar porque este aparato amplíe el derecho de los pueblos quechuas a elegir y ser elegidos; cosa dudosa dado el funcionamiento de la ley del embudo desde el principio.
En Agua, don Braulio monopolizaba el vital líquido; pero un cholo y un comunero de las punas le preguntaban al cornetero Pantacha si era cierto que don Braulio era ladrón, y que vivía de quitarle a los indios el ganado y sus cosechas. Nadie respondió. Y por ello el notable contaba con la duda y el miedo de los habitantes de San Juan reunidos ese domingo por el llamado del cornetero tocando huaynos y punas.
“− ¿Don Braulio es
ladrón, Pantacha? −preguntó, medio asustado.
Ramoncha, el
chistoso, se paró frente al cornetero mostrándonos su barriga de
tambor.
− ¿Robando le han
encontrado? −preguntó.
Los dos estaban
miedosos; disimuladamente le miraban al viejo Vilkas.”
Por la etnología se ha acordado la construcción de las sociedades humanas por efectos, más bien, fortuitos de la construcción de un cuerpo biológico y la exteriorización de sus funciones en útiles cada vez mas sofisticados. Este comportamiento natural muestra una humanidad sin designios o destinos a cumplir; y la acción o materialización de las convicciones filosófica, religiosas, económicas que inciden y modifican el rumbo del socius son artificios de dominación.
Guillermo Aguirre González
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