Una ciudad de vapor
Por
Guillermo Aguirre González
Nell no es
consciente de su nueva situación de desclasado. En las 17 piscinas que visita a
hurtadillas, los dueños le insinúan su situación; pero él no entiende o no
quiere entender o no puede entender. Su mente está conectada con el agua, con
el disfrute de su cuerpo sumergido, con el color del verano. Le es más importante
detectar la calidad del agua: si tiene cloro, es azul como el cielo y huele a
animal civilizado. Si es verde, tiene el color el sabor y el olor de sales o
metales y viene de fuentes naturales.
Las piscinas no
están una seguida de la otra, le toca saltar cercas, cruzar calles y esquivar
el tráfico. Todo lo hace en traje de baño, por eso motiva extrañeza en los
habitantes. Esa situación es un símbolo de Cheever, empleado para mostrar el
tratamiento que la sociedad norteamericana tiene para quien se empobrece. Los
dueños de las piscinas visitadas le obsequian licor y comida, pero a cambio, le
hablan sobre su nueva condición socioeconómica. En una de las albercas en la
que haya una antigua amante, ella le enrostra su pobreza, pero él sigue
adelante sin conciencia.
Merrill, no tiene
conciencia de clase, ha perdido la del burgués pequeño o grande y no puede
encontrar la del proletario asalariado. Cuando visita la piscina de los adultos
mayores a quienes les gusta que los señalen de comunistas y permanecen
desnudos, él se quita el traje para no descompasar. En este pasaje viene de
nuevo el símbolo. El desclasado se hace arribista y va por el mundo,
atolondrado, con los sentidos aguzados; ve, huele, oye y siente como nunca,
como un explorador wandervogel.
Es posible ver en
esa actitud, la condena de la sociedad capitalista a los derechos adquiridos
por la cuna, por el nacimiento y el que no comprende la época presente de la
movilidad social, sufre hasta la locura. El burgués pequeño o grande desclasado
por empobrecimiento y que sigue anclado a sentimientos nobiliarios, por una
especie de anacronismo, pierde contacto con la realidad y se fuga utilizando
infinitos medios. Pero en esta fuga hay valentía, porque se prefiere un mundo
de aventura y viaje, antes que sufrir la degradación social. Se entiende un no
querer el mundo de la producción industrial que impide al ser humano mirar el
cielo y recorrer la tierra.
Nell no acepta la
degradación. En su periplo tiene la oportunidad de criticar la sociedad en que
vivía. Ahora se siente libre como el agua, no de las piscinas, sino de la
tormenta que se le interpone en la aventura; libre como las nubes que
construyen ciudades caprichosas de vapor de agua, sobre su cabeza. Busca un
trago de ginebra, de wiski, como ayuda para su trashumancia. Al fin llega a su
casa. La piscina está vacía, las puertas y ventanas derruidas. No está su
familia. Hay ruina por doquier y entra en conciencia de su nueva situación. El
lector de El nadador, es llevado a imaginar el futuro de Nell Merrill, bajo
estas condiciones.