Culpa de los cocodrilos
Por
Guillermo Aguirre González
Atento siempre a
sus movimientos, especialmente cuando se desplaza, porque va a lugares vedados,
y abre puertas, ventanas, cajas, que solo él puede hacerlo. En momentos de su
ausencia, el Atento, monta guardia a esas cajas, las mira, imagina los
contenidos, las toca y termina forcejeándolas, porque algún día pueden ceder.
Ese día parecerá como el del cuerno maravilloso; pero Bruno, no encontró oro o
pedrerías. Encontró su ciudad natal convertida en un plano misterioso, porque
le halló perspectivas que permiten al observador meterse en las calles. Su
padre, el dueño del plano, estudiaba la ciudad con esos detalles para
explotarla y emular al judío Ibn Jakub quien practicó el comercio en el siglo X
al servicio de Otón I. Ibn Jakub hizo la primera descripción que se conoce de
la ciudad de Cracovia.
Bruno ve los
aditamentos que trae la modernidad para la ciudad y los vitupera. Hace una
crítica mordaz contra el comercio, la industria y las economías afines, como el
robo, la prostitución, el contrabando y la corrupción administrativa. Dice que
el modelo es norteamericano, y la gente que vive en la calle de los cocodrilos
y su barrio cree que vive en una gran ciudad, pero con la imitación solo han
conseguido envilecerse. La acusación contra la ciudad moderna hace pensar en la
admiración de Bruno por la ciudad, medieval o antigua. En ellas las gentes eran
auténticas, debe decirse. Esta admiración no estima la ciudad como el lugar
natural del comercio y la manufactura o la industria, tal como la ha
representado la imaginación histórica. El dispositivo espacial llamado polis
o civitas,
adoptado por la mayor parte de la humanidad trae la acumulación de riquezas y
el dominio de la mayoría por unos pocos.
El padre Jakub, comerciante
amante de la contabilidad precisa y minuciosa, se culpa por practicar la
acumulación de capital con agio. Se enfrasca en una discusión violenta con su
dios Jehová, con su padre. Es Moisés quien está en su cabeza, quien le trae el éxtasis
y la locura del Sinaí. Es obligado por el logos a inscribir la ley en una
superficie de piedra o madera, para dejar testimonio del encuentro, hacerlo
público, hacer cumplir la ley. Jehová dialoga con Jakub con tanta intimidad y
conocimiento de su ser judío que parecen ambos ser el mismo. Así es.
El padre dios
nació, según Freud, el día del parricidio universal. En una época de la
historia del homo sapiens, el padre expulsó los hijos varones del grupo,
monopolizó las hembras y como consecuencia del ser animal de los varones, terminaron
practicando el homosexualismo. Estos, cansados de esa vida sin hembras,
reflexionaron con un sentido tan extremo, como su condena. Decidieron matar al
padre, distribuir las hembras, prohibir el incesto y para expiar el parricidio,
divinizaron al padre, dedicaron días, semana o meses a remembrar el
acontecimiento. Su nombre fue escrito sobre la piel, sobre las piedras, en la
tierra y en los altares, para sacrificarle los hijos jóvenes del socius.
Pero la más grave consecuencia de este parricidio universal está en el
sentimiento de culpa. Una culpa obstinada, obsesiva, esquiza, imperiosa, que
ejerce presencia en el logos trascendente de la palabra convertida en
escritura.
Jakub se enfrenta con
ese constructo y luego de días, noches, y meses de discusión, encuentra que Yahvé
es él mismo y esa comunicación consigo mismo es permanente, especializada,
construye su propio logos. Jakub no pudo más, comunicarse con su esposa, sus
hijos, con los demás. Él no entendía el lenguaje de los otros y estos tampoco
entendían el suyo. Esa actitud se le llama locura. Es el éxtasis del Sinaí
asumida por uno solo, personalizada e incomunicable. Bajo estas condiciones el
mapa de la ciudad resultante, contiene calles brumosas con casas en semiruina. Las
gentes que la habitan, a veces, toman cara de pájaro y se miran extrañadas
porque dudan de la existencia. El mapa elaborado por el loco presenta la
sordidez oscura del afuera. Solo hay luz en su cabeza. Ese afuera merece el
sacrificio. (Comentario sobre La calle de los cocodrilos y La visitación. Dos cuentos de Bruno Schulz)
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