viernes, 15 de agosto de 2014

Culpa de los cocodrilos

Culpa de los cocodrilos
Por Guillermo Aguirre González
Atento siempre a sus movimientos, especialmente cuando se desplaza, porque va a lugares vedados, y abre puertas, ventanas, cajas, que solo él puede hacerlo. En momentos de su ausencia, el Atento, monta guardia a esas cajas, las mira, imagina los contenidos, las toca y termina forcejeándolas, porque algún día pueden ceder. Ese día parecerá como el del cuerno maravilloso; pero Bruno, no encontró oro o pedrerías. Encontró su ciudad natal convertida en un plano misterioso, porque le halló perspectivas que permiten al observador meterse en las calles. Su padre, el dueño del plano, estudiaba la ciudad con esos detalles para explotarla y emular al judío Ibn Jakub quien practicó el comercio en el siglo X al servicio de Otón I. Ibn Jakub hizo la primera descripción que se conoce de la ciudad de Cracovia.
 
Bruno ve los aditamentos que trae la modernidad para la ciudad y los vitupera. Hace una crítica mordaz contra el comercio, la industria y las economías afines, como el robo, la prostitución, el contrabando y la corrupción administrativa. Dice que el modelo es norteamericano, y la gente que vive en la calle de los cocodrilos y su barrio cree que vive en una gran ciudad, pero con la imitación solo han conseguido envilecerse. La acusación contra la ciudad moderna hace pensar en la admiración de Bruno por la ciudad, medieval o antigua. En ellas las gentes eran auténticas, debe decirse. Esta admiración no estima la ciudad como el lugar natural del comercio y la manufactura o la industria, tal como la ha representado la imaginación histórica. El dispositivo espacial llamado polis o civitas, adoptado por la mayor parte de la humanidad trae la acumulación de riquezas y el dominio de la mayoría por unos pocos.
 
El padre Jakub, comerciante amante de la contabilidad precisa y minuciosa, se culpa por practicar la acumulación de capital con agio. Se enfrasca en una discusión violenta con su dios Jehová, con su padre. Es Moisés quien está en su cabeza, quien le trae el éxtasis y la locura del Sinaí. Es obligado por el logos a inscribir la ley en una superficie de piedra o madera, para dejar testimonio del encuentro, hacerlo público, hacer cumplir la ley. Jehová dialoga con Jakub con tanta intimidad y conocimiento de su ser judío que parecen ambos ser el mismo. Así es.
 
El padre dios nació, según Freud, el día del parricidio universal. En una época de la historia del homo sapiens, el padre expulsó los hijos varones del grupo, monopolizó las hembras y como consecuencia del ser animal de los varones, terminaron practicando el homosexualismo. Estos, cansados de esa vida sin hembras, reflexionaron con un sentido tan extremo, como su condena. Decidieron matar al padre, distribuir las hembras, prohibir el incesto y para expiar el parricidio, divinizaron al padre, dedicaron días, semana o meses a remembrar el acontecimiento. Su nombre fue escrito sobre la piel, sobre las piedras, en la tierra y en los altares, para sacrificarle los hijos jóvenes del socius. Pero la más grave consecuencia de este parricidio universal está en el sentimiento de culpa. Una culpa obstinada, obsesiva, esquiza, imperiosa, que ejerce presencia en el logos trascendente de la palabra convertida en escritura.
 
Jakub se enfrenta con ese constructo y luego de días, noches, y meses de discusión, encuentra que Yahvé es él mismo y esa comunicación consigo mismo es permanente, especializada, construye su propio logos. Jakub no pudo más, comunicarse con su esposa, sus hijos, con los demás. Él no entendía el lenguaje de los otros y estos tampoco entendían el suyo. Esa actitud se le llama locura. Es el éxtasis del Sinaí asumida por uno solo, personalizada e incomunicable. Bajo estas condiciones el mapa de la ciudad resultante, contiene calles brumosas con casas en semiruina. Las gentes que la habitan, a veces, toman cara de pájaro y se miran extrañadas porque dudan de la existencia. El mapa elaborado por el loco presenta la sordidez oscura del afuera. Solo hay luz en su cabeza. Ese afuera merece el sacrificio. (Comentario sobre La calle de los cocodrilos y La visitación. Dos cuentos de Bruno Schulz)

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