Los méritos y la mantequilla
Por Guillermo Aguirre González
Con el énfasis en
la presencia, tal como aparecen a los ojos de los otros, y con la carta
psicológica de los personajes, Vasili Grossman presenta el acontecer de la
segunda guerra mundial, en la geografía de la Rusia soviética.
A la geografía y
las gentes que habitaron esa concepción del mundo, la del soviet supremo,
Grossman le pone carne y tierra a esas ideas. Hace que el lector de Vida y
destino, vea la guerra como lo que está perturbando la rutina, lo cotidiano, el
día a día del hogar y los allegados, madres, padres, hijos, hermanos, vecinos y
amigos. Hablar del trabajo, luego de la jornada, en la casa, es el sentido de
la vida. Ese trabajo puede estar en el laboratorio, el taller, la lectura de
Balzac o Maupassant. El hecho contundente, para el lector es la imagen de la
vida civil, en la que prima el mutuo reconocimiento y respeto. Condiciones que
son perturbadas por el nuevo régimen.
La descripción de
los personajes, incluye el situarlos en la sociedad y en el régimen político.
Libre del determinismo o de alguna predestinación, Rusia se enroló en la tarea
de construir una sociedad comunista y a los veintitrés años de iniciado el
experimento, se tiene el testimonio de Grossman, sobre las nuevas
instituciones, las relaciones interpersonales y las consecuencias de la colectivización
de la propiedad. Por esta se instaura el drástico racionamiento de los medios
de vida y para el acceso a ellos es necesario el mérito. Grossman hace decir a
uno de sus personajes, Nadia, hija de un físico, que su padre cambiaba su
talento por mantequilla. El literato no enmascara, ni oculta su visión del
mundo que le rodea. Muestra el culto a la persona de José Stalin. Quien habla
mal de él es acusado de liberal, puede ser considerado delincuente y condenado
a años de prisión. El escritor se duele del fascismo, porque ha borrado el
individuo y en su lugar ha puesto la masa, la misma que se trata con base en la
probabilidad, así como opera la física cuántica. El padre de Nadia dice que
existe "un parecido terrible entre los principios del fascismo y los principios
de la física contemporánea". Y añora la tranquilidad del siglo XIX.
Grossman presenta
los niveles jerárquicos del nuevo orden en tono crítico. El ascenso dentro del
partido permite llegar a un individuo a ser secretario del comité de un
territorio o “como se suele decir, el dueño de la región”. Su opinión es
suficiente para condenar o absolver a alguien que haya cometido una falta. Esta
conducta es lógica dentro del concepto de dictadura del proletariado, base del
orden soviético y para entenderlo es necesario pensarlo con otros puntos de
vista sobre el derecho, la política y la democracia. Si ese centralismo se mide
con los criterios del liberalismo moderno, aparece necesariamente como un
régimen sin libertad, y esta parece ser la posición del escritor de Vida y
destino.
Grossman dice que
el partido ha depositado toda la confianza en sus cuadros incondicionales, por
eso el secretario de un comité, con una “palabra suya podía decidir el destino
del catedrático de una universidad, de un ingeniero, del director de un banco,
del secretario de un sindicato, de un Koljós, de una producción teatral”. Y para
hacerlo más cruel, ese personaje solo tiene en su cabeza el partido y no conoce
de nada más; pero decide sobre la ciencia, el arte y la política.
La crítica a esa
omnipotencia del partido y sus jerarquías, son señaladas con sendos análisis
teóricos y con nombres que pasan a convertirse en sinónimo de maldad y
traición, ejemplo: el desviacionismo. Cuando un dirigente o un ciudadano hablan
de la vida, del comunismo, de la justicia, del derecho y no lo hace dentro de
las directrices del partido, está desviando el curso de la historia y engaña a
las masas. Los desviacionistas, son tan peligrosos como los fascistas y pueden
recibir la misma pena. Dentro de los desviacionistas estaban los trotskistas,
los derechistas y la sanción llegaba a todos los que alguna vez estuvieron en
contacto ellos.
La resultante de
ese estado de cosas, no podía ser otro que un régimen policivo, la vigencia de
la delación, el control estrecho de la opinión y por tanto la ausencia de la
libertad de prensa por la censura del partido.
La vida cotidiana
de los alemanes, por la misma época, regida por el régimen nazi, tiene como
base la masificación y el tratamiento estadístico de los comportamientos, al
menos en cuanto a los efectos de la propaganda. Puede decirse que desde el año
1890 la cultura occidental opaca la modernidad liberal, garante de los derechos
individuales, la libre empresa y la autonomía de pensamiento. Las consecuencias
del desarrollo del capitalismo industrial se materializan en el culto de las
masas, en el movimiento del sentimiento nacional dirigido hacia fines
político-económicos.
Se tiene dos
salidas al fenómeno de masas. Una nazi-fascista con criterios políticos
nacionalsocialistas; y otra la salida comunista que disuelve el nacionalismo en
el internacionalismo proletario. Ambas salidas políticas terminaron
construyendo regímenes policivos en los que la delación por faltas contra el Führer
o el Soviet supremo condenaba a la muerte o la prisión perpetua.
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