Abstracto de Conn Ryder
Esa humanidad viva que asumiste desde la juventud
temprana, te hizo beber la existencia a largos y grandes tragos. La bebiste con
una velocidad inusitada para no darle tiempo a la razón. Ella, dique hecho para
la familia de Jenaro, tu padre censor, como decías, cuando intentabas hacer un
alto, cuando querías fundamentar tu vida y te ponías a leer. Pronto le
sustrajiste a Jenaro los billetes de sus bolsillos, en sus noches de tragos,
cuando caminando de puntillas, entrabas en su cuarto y sin quitar los ojos
sobre su cara madura de barba hirsuta, metías dos dedos en su camisa con la
lentitud calmada que siempre te caracterizó. Esos billetes, no los almacenabas,
no los acumulabas. Se gastaban en la esquina con un derroche festivo por culpa de
la agilidad de tus dedos. Los amigos, siempre reunidos participaban gozosos del
gasto, porque era inesperado y azaroso. Ocurría cundo menos lo esperaban.
Recuerdo la vez que fuiste un paso más arriba. Te
metiste con la tienda de Braulio. Ella en el término de la cuesta, con puertas
por dos calles, estaba forrada en estanterías de madera rústica llenas de
abastos. Te paraste en la puerta, mirabas cuesta abajo, fingiendo
despreocupación y esperabas la atención de Braulio con algún cliente, para poner
en acción la agilidad de tus dedos y extraer enlatados. Esa vez Braulio detectó,
la marca en hueco cerca a la puerta y la relacionó con tigo. Cerró la tienda y
fue a buscarte con un policía. Te hallaron con las latas de conservas en los
bolsillos. Fuiste prendido y estuviste dos meses en la cárcel preventorio.
Saliste con la cabeza rapada, la mirada perdida; hablabas poco, pero se notaba
en tu cara esos pensamientos de fundamentación de la vida. Repartiste puñetazos
casi a diario entre los muchachos de la esquina que se burlaban de tu cabeza
sin pelo y del presidiario primerizo. Luego te refugiabas en los libros de Jenaro.
La escuela, por insistencia de Jenaro te recibió de
nuevo; pero ya no la escuela Modelo, la nuestra, la del barrio, sino la
suburbana. Allí si contabas las hazañas con vana gloria, porque estabas con
otros, en igualdad de aventuras. Terminaste la escuela primaria con buenas
calificaciones, más las ganas aumentadas de beber la existencia a largos y
grandes tragos. Jenaro no se explicaba ese sinsentido. ¿Cómo este muchacho tan
inmanejable, terminaba los estudios primarios con felicitaciones de los
profesores? Se preguntaba.
Con edad de bachiller, te enredaste en la política.
Te metiste con Javier Tropero. ¿Recuerdas? Hablábamos en muchas ocasiones de
él, porque sus compañeros de monaguillería, lo pillaron más de una vez
saqueando las ofrendas de los fieles al crucifijo de la Iglesia mayor. Por
estos barrios todo se sabe. Javier aprovechó tu verbo ágil y te reclutó para el
partido. Con él creciste en vivencias. El bolsillo de Jenaro se transformó en
negocios y deudas con quienes no te conocían y a quienes nunca pagabas. La
tienda de Braulio tomó la forma de oficina pública desmantelada, a las que te
llevaba Javier Tropero por el tiempo necesario para el saqueo. ¡Recuerda! Lo
hicieron aquí en la pequeña ciudad, luego en la administración departamental y
terminaron en la capital de la república. Me decías que no te quedabas anclado
en ninguna parte porque eso era la muerte y no permitías que te vieran mucho
tiempo en un solo lugar. Sé que el dinero lo gastabas igual como en la esquina
de los muchachos. Experimentabas todas las drogas y licores. Te encerrabas con
algunas mujeres y hombres a consumir toda la compra y el dinero. Terminaban
ansiosos y dispuestos a todo para reanudar la fuma.
Uno de esos tiempos cuando intentabas hacer un
alto, cuando querías fundamentar tu vida y te ponías a leer, volviste al barrio
y te vi desposar a Claudia y ponerle un hijo. La dejaste sola seis meses y al
regresar intempestivo, te contaron que tenía un amante. La repudiaste. La
abordaste en la vía pública. Ella aceptó el repudio con ira y acusaciones; te
dijo drogadicto, ladrón de cuello blanco, doctor estafa, marica, perro, hijo de
puta. Me contaste que le asestaste un palmo de mano en un lado de la cara y la
gente les hizo ruedo y exclamaba indignada.
Tu vida atada a la fuma, no la resistió Javier
Tropero. Te aisló. Él un Tropero político de relaciones adineradas con una
imagen para cuidar, no podía estar a tu lado. Regresaste al barrio, menguado y
derrotado. Volviste a leer y pensar en la razón de de Jenaro, tu padre censor,
como decías. Pero la lógica de tu vida estaba en el gasto, y comenzaste a
saludar en voz alta a cercanos y desconocidos con mano prieta para conseguir un
trago de licor o un cigarro. Tus acreedores frustrados de todos los tiempos
encontraron un lugar y un momento para la venganza. Eso parecía no importarte
porque la sombra de Javier Tropero aun te cubría. Decidiste morir así gastando
la vida a largos y grandes tragos, hasta que se te estalló ese cuerpo de
cincuenta infiernos, ¿o cielos?
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