Siqueiros. La marcha de la humanidad
Baltasar medía dos metros. Era muy delgado y tenía aspecto
de albino, aunque no lo era. Madre nos hablaba mucho de él porque lo conocía
desde la niñez y más cuando fue enganchado por la fábrica de textiles como
supervisor de producción y por ser muy allegado al cura Aguado, adjunto del
párroco de la iglesia mayor. Desde muy niños vimos el contraste de la estatura
de Baltasar al lado de la pequeñez de nuestra madre, cuando hablaban de la
parroquia y de las enfermedades que ambos aseguraban tener.
Una tarde de sol intenso, a mediados de julio, el
calor nos hizo buscar la calle. Madre y nosotros salimos a la calle, al el
frente de la casa. Baltasar se acercó. Le dijo a mamá que el padre Aguado le había
confiado el cuidado de una finca de recreo que tenía en la vereda Potrerito, en
la que pasaba varios días de la semana. Se la había confiado a él y a la amiga
de ambos, Ana clara. Baltasar invitó a mamá a visitarlos. Dijo que él subía
algunos días, pero que Ana Clara estaba permanente allí. Desde ese día
comenzamos a subir a la finca y cuando se nos hacía la promesa de ir, no pesábamos
otra cosa, hasta la realización.
Una vez coincidimos con el cura. Le vimos solemne la
sotana negra, el temple al caminar. Solemne las manos al sostener el libro
negro de lomo rojo. Tras los lentes se observaban sus ojos salidos de forma
irregular. Nuestra hermana Laura nos llevaba de la mano y nos halaba. Decía -no
lo vallan a molestar- Luego de mirarlo en todo su porte, nuestros ojos bajaban
al agua esmeralda de la piscina. Ella bajaba de una fuente empotrada en la pared
del fondo del amplio patio. La fuente tenía forma de una flor de lis hecha en
concreto, en relieve, enorme, blanca sobre un fondo verde claro. El agua salía
tras la cúspide de la flor y se deslizaba murmurante por los brazos laterales,
hasta caer al estanque. El cura caminaba alrededor, por los bordes de la
piscina, leía. Sus ojos no se desprendían del libro al doblar las esquinas. Sabía
de memoria el recorrido. Era de movimientos mecánicos.
Él sabía que habíamos llegado, pero no se dignaba
mirarnos. Llenos de expectativas seguíamos prendidos de las manos de Laura hacía
la casa de mayoría. Esta, en la parte alta de la posesión, yacía en medio de
una gran arboleda de mangos. Ana Clara, nos recibía con sendas tazas de agua dulce
con limón; preguntaba por la salud de mamá, luego tocaba nuestras caras y le
decía a Laura –que lindos están estos muchachos- Laura asentía al responder:
-si ya están muy grandes tienen once y doce años-. Esas palabras nos dieron
fuerza para soltarnos de la hermana y correr hacía los mangos. Llenos de enorme
felicidad trepamos los árboles y tratábamos de alcanzar las frutas maduras.
Ambos, en árboles distintos nos gritábamos indicaciones de cuales mangos coger.
Buscábamos los intensamente amarillos y sanos.
Nuestras risas y algarabías las truncó la voz recia
de Baltasar. ¡Se bajan de ahí culicagaos! Nos dijo y gran sorpresa nos llevamos
cuando vimos en su mano un revólver que apuntaba hacia nosotros. Antes de
sentir miedo quedamos atónitos. Sin hablar nuestros ojos se miraban y solo
comunicaban estupor. Llegamos a la casa de Ana Clara. Laura y ella nos
preguntaron el porqué veníamos como asustados; pero no alcanzamos a responder.
Baltasar se presentó y fue suficiente explicación. Él a nadie saludó. Solo miraba
todo a su alrededor con actitud de mayordomo. Luego de mostrarse continuó su
andar por la posesión. Después le vimos entrar al patio del cura Aguado.
En el año 1986, Laura se había casado y tenía dos
hijos. Nosotros estudiábamos en el Liceo y participábamos en el consejo
estudiantil. Apoyamos con presentaciones artísticas las carpas de la huelga de
la fábrica de textiles. Los obreros completaron treinta y cinco días de paro. Había
una embriaguez de triunfo y salíamos casi todas las noches a pegar afiches
alusivos a la lucha de los trabajadores en las paredes de la ciudad.
Una tarde llegamos a la puerta de la fábrica.
Encontramos las carpas en el suelo y un clamor generalizado que decía de la
traición del movimiento por parte de un sector de la dirigencia obrera con el
apoyo de los supervisores de producción. Fueron expulsados todos los
trabajadores actores y solidarios con el movimiento, luego de haber sido
inscritos en una lista. El nombre de Baltasar, volaba por las bocas, muchas
voces prometían venganza.
Volvimos a casa tarde en la noche. No hablamos. Cruzamos
la mirada. Nuestros ojos solo comunicaban estupor. El nombre de Baltasar nos
trajo una especie relato a la cabeza. Fuimos a dormir y ambos sin comunicar
pensamos lo mismo. Baltasar es un ser-vil. Le importa más los patrones que los
compañeros y la amistad. Así como esa vez le importó más el cura Aguado que la
felicidad nuestra. Le importó más la intimidación con la pistola que la
hospitalidad de Ana Clara y nuestra madre.
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