El Hechicero, un hombre ciervo en la gruta de Trois Frères
La belleza está por
todas partes, la observo y la nombro y le doy el ser. Ella incide los ojos;
estos comunican a los demás sentidos el mensaje, y el tacto, el oído y el gusto
se disponen al mismo tiempo que el ojo, para que la vida se regocije y
permanezca. La belleza hace permanecer la vida. La contemplación me lleva a la
acción, a la lucha. La vida tiene esa condición material. Observo cómo, ser en
el mundo, es tener todo el peso de mi historia personal, construida por el
deseo de ubicación en el tiempo y en el espacio. Ubicación llena de belleza por
contemplar la herencia humana. Esa contemplación tiene una atracción llamada
éxtasis. Ese impulso nace por el gusto personal de saber sobre el pasado y
cuando lo imagino se hace bello. La obra humana es bella.
Por eso, pensar en
esta época, lo hago como un ejercicio arqueológico del sujeto, es decir, pensar
hoy es ir a las condiciones personales que me permitieron decir y hacer. La
experiencia personal de peguntar por la historia y el origen, es hacer
arqueología de la propia búsqueda y de lo hallado. Es grave pensar y escribir
sobre todo, como mero registro de un ejercicio diletante. Pensar y escribir hoy
obliga a hacer una arqueología del sujeto escribiente; responder la pregunta
¿Cómo he llegado ahí? Por eso, decir o escribir en nuestra época es necesario
sustentar la formación de un problema en nuestra imaginación seducida.
Estos prolegómenos
los hago para seguir afirmando ideas sobre El Poder como problema histórico, y
como sino bajo el que pienso. La sociedad civilizada tiene una forma específica
de relaciones humanas, claras, distintas, respecto a la enorme época anterior.
Desde hace una decena de milenios, la sociedad sedentaria concibe un ser humano
como un cuerpo para el control; el Poder se hace efectivo estableciéndose con
base en la trascendencia de los sentimientos. Las obras humanas son concebidas,
a pesar de ser una excrecencia del cuerpo, como un don.
En consecuencia, me pregunto ¿Qué es ese don? ¿Quién
dona? estos quién y que, son un resultado de la adjudicación de la humanidad,
de su obra cultural a alguien, a un dador, manifiesto en los sueños. Y en la
vigilia se nombra con las palabras soplo, espíritu, alma, ánima… En rigor, me
digo, ese sentimiento comenzó con el homo faber y toma la forma del otro
aislable en el sueño y en la muerte, en la época de la humanidad sabia: el
testimonio es hermoso y nos ha producido éxtasis desde hace veinticinco mil
años. El Chaman de Lascaux, coronado con una cornamenta en medio de bisontes y
equinos, propiciando una caza fructuosa, atestigua un simbolismo sobre el
espíritu de los animales y de los seres exteriores al cuerpo humano; espíritus
en plano de igualdad con el del ser humano, realizado en la procreación, los
bosques, las aguas, la muerte y el renacer.
Este periodo cambia
con la vocación económica. La cultura agrícola da un nuevo contenido al Don y a
quien lo dona. La muerte y el renacer son apresados en dólmenes, cromlech y
menhires dedicados a la memoria genealógica. El mundo real se duplica en mundos
ctónicos y celestes, habitación de los antepasados. Esta es la experiencia
religiosa. La invención del cielo es el resultado de la evolución de las
imágenes mentales sobre la independencia del espíritu; experiencia adquirida
por la aptitud extática, condición fenoménica de los humanos. La experiencia
extática se basa en la posibilidad de desprender el alma del cuerpo para que
esta viaje por el mundo. Viaje en el que se encuentra seres sobrenaturales con
la figura de los seres conocidos. El alma o el espíritu también viajan al
interior de los cuerpos de los demás, en un ejercicio de poder. El ser del
poder se apodera del cerebro de los dominados porque ahí habita el espíritu.
Esa ubicación del alma o del espíritu en el órgano del cerebro, para los
humanos del alba de la civilización, (práctica que permaneció milenios) dejó
como consecuencia el consumo o deglución de masas encefálicas de las víctimas
para poseer las condiciones del comido y así mismo rendirle culto a los
cráneos.
La experiencia
inicial concebida como las relaciones místicas entre los animales y los seres
humanos, se transforma en las relacionen mistéricas entre el ser humano y los
dioses del cielo. El Chaman se convierte en sacerdote garante de la relación.
Por el sueño y el estado de trance el sacerdote explica el Don: La geminación
de las plantas y de los humanos, el dominio del fuego, los metales, la
cerámica, la escritura, la arquitectura y el control del espacio, es el
contenido de lo dado, por los dioses. El poder está ahí en el trance y en el
cuerpo del ser que se comunica con el cielo, quien toma forma de monarca
administrador de la familia divina y las leyes dadas a los seres humanos.
Observar las leyes es ser temeroso y ser para el poder. El administrador
además, interpreta los sueños. La mistificación del sueño es equivalente al
trance extático; pero es percibido ajeno y se lo adjudicamos a alguien distinto
a nosotros. Las imágenes oníricas son un mensaje de los dioses, para indicar y regir
el destino. Los guerreros en sus sueños recibieron el mensaje de emprender la
guerra, porque dentro de su mundo oscuro e insondable del sueño, lograban la
claridad de una interpretación que les permitía comandar sus acciones.
Sacerdotes y guerreros por estas trascendencias mantuvieron la soberanía sobre
los cuerpos, las cosas, la tierra y el cielo.
Estas respuestas a
mis preguntas, es el ejercicio arqueológico de lo que puedo pensar. Son
respuestas de autoexplicación sobre el poder a quien pertenece el mundo y los
cuerpos. Solo escapa al control, quien hace arqueología del pensamiento, como
sujeto en el mundo, para crear la imagen de la vida y sus condiciones. Esta mi
arqueología, a la vez, es un ejercicio de libertad. La religión, siempre ha
sido un mito, panteísta o monoteísta, producto de la trascendencia de las
condiciones tecnoeconómicas. Hacer un acto de libertad de pensamiento es
ponderar en el tiempo y en el espacio esos fundamentos del poder.
Una imagen del
tiempo ayuda e invita estos pensamientos. El tiempo del ser humano es ínfimo,
respecto a la edad de la especie. Son veinticinco mil años de sabiduría, dentro
de ellos diez mil de civilización y en los últimos cinco mil se inventó el
cielo y los mitos religiosos. El sentido arqueológico que he intentado exponer
aquí se dirige e ese problema ya planteado: el poder que vive de la religión
funciona y a veces parece fortalecerse, cuando amenaza destruir el mundo de la
ciencia. Responder por qué este arcaísmo está vigente me ha hecho ejercer la
planteada actitud arqueológica y decir cinco milenios son nada.
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