martes, 19 de julio de 2016

Cinco milenios son nada

El Hechicero, un hombre ciervo en la gruta de Trois Frères

La belleza está por todas partes, la observo y la nombro y le doy el ser. Ella incide los ojos; estos comunican a los demás sentidos el mensaje, y el tacto, el oído y el gusto se disponen al mismo tiempo que el ojo, para que la vida se regocije y permanezca. La belleza hace permanecer la vida. La contemplación me lleva a la acción, a la lucha. La vida tiene esa condición material. Observo cómo, ser en el mundo, es tener todo el peso de mi historia personal, construida por el deseo de ubicación en el tiempo y en el espacio. Ubicación llena de belleza por contemplar la herencia humana. Esa contemplación tiene una atracción llamada éxtasis. Ese impulso nace por el gusto personal de saber sobre el pasado y cuando lo imagino se hace bello. La obra humana es bella.
Por eso, pensar en esta época, lo hago como un ejercicio arqueológico del sujeto, es decir, pensar hoy es ir a las condiciones personales que me permitieron decir y hacer. La experiencia personal de peguntar por la historia y el origen, es hacer arqueología de la propia búsqueda y de lo hallado. Es grave pensar y escribir sobre todo, como mero registro de un ejercicio diletante. Pensar y escribir hoy obliga a hacer una arqueología del sujeto escribiente; responder la pregunta ¿Cómo he llegado ahí? Por eso, decir o escribir en nuestra época es necesario sustentar la formación de un problema en nuestra imaginación seducida.
Estos prolegómenos los hago para seguir afirmando ideas sobre El Poder como problema histórico, y como sino bajo el que pienso. La sociedad civilizada tiene una forma específica de relaciones humanas, claras, distintas, respecto a la enorme época anterior. Desde hace una decena de milenios, la sociedad sedentaria concibe un ser humano como un cuerpo para el control; el Poder se hace efectivo estableciéndose con base en la trascendencia de los sentimientos. Las obras humanas son concebidas, a pesar de ser una excrecencia del cuerpo, como un don.
En consecuencia, me pregunto ¿Qué es ese don? ¿Quién dona? estos quién y que, son un resultado de la adjudicación de la humanidad, de su obra cultural a alguien, a un dador, manifiesto en los sueños. Y en la vigilia se nombra con las palabras soplo, espíritu, alma, ánima… En rigor, me digo, ese sentimiento comenzó con el homo faber y toma la forma del otro aislable en el sueño y en la muerte, en la época de la humanidad sabia: el testimonio es hermoso y nos ha producido éxtasis desde hace veinticinco mil años. El Chaman de Lascaux, coronado con una cornamenta en medio de bisontes y equinos, propiciando una caza fructuosa, atestigua un simbolismo sobre el espíritu de los animales y de los seres exteriores al cuerpo humano; espíritus en plano de igualdad con el del ser humano, realizado en la procreación, los bosques, las aguas, la muerte y el renacer.
Este periodo cambia con la vocación económica. La cultura agrícola da un nuevo contenido al Don y a quien lo dona. La muerte y el renacer son apresados en dólmenes, cromlech y menhires dedicados a la memoria genealógica. El mundo real se duplica en mundos ctónicos y celestes, habitación de los antepasados. Esta es la experiencia religiosa. La invención del cielo es el resultado de la evolución de las imágenes mentales sobre la independencia del espíritu; experiencia adquirida por la aptitud extática, condición fenoménica de los humanos. La experiencia extática se basa en la posibilidad de desprender el alma del cuerpo para que esta viaje por el mundo. Viaje en el que se encuentra seres sobrenaturales con la figura de los seres conocidos. El alma o el espíritu también viajan al interior de los cuerpos de los demás, en un ejercicio de poder. El ser del poder se apodera del cerebro de los dominados porque ahí habita el espíritu. Esa ubicación del alma o del espíritu en el órgano del cerebro, para los humanos del alba de la civilización, (práctica que permaneció milenios) dejó como consecuencia el consumo o deglución de masas encefálicas de las víctimas para poseer las condiciones del comido y así mismo rendirle culto a los cráneos.
La experiencia inicial concebida como las relaciones místicas entre los animales y los seres humanos, se transforma en las relacionen mistéricas entre el ser humano y los dioses del cielo. El Chaman se convierte en sacerdote garante de la relación. Por el sueño y el estado de trance el sacerdote explica el Don: La geminación de las plantas y de los humanos, el dominio del fuego, los metales, la cerámica, la escritura, la arquitectura y el control del espacio, es el contenido de lo dado, por los dioses. El poder está ahí en el trance y en el cuerpo del ser que se comunica con el cielo, quien toma forma de monarca administrador de la familia divina y las leyes dadas a los seres humanos. Observar las leyes es ser temeroso y ser para el poder. El administrador además, interpreta los sueños. La mistificación del sueño es equivalente al trance extático; pero es percibido ajeno y se lo adjudicamos a alguien distinto a nosotros. Las imágenes oníricas son un mensaje de los dioses, para indicar y regir el destino. Los guerreros en sus sueños recibieron el mensaje de emprender la guerra, porque dentro de su mundo oscuro e insondable del sueño, lograban la claridad de una interpretación que les permitía comandar sus acciones. Sacerdotes y guerreros por estas trascendencias mantuvieron la soberanía sobre los cuerpos, las cosas, la tierra y el cielo.
Estas respuestas a mis preguntas, es el ejercicio arqueológico de lo que puedo pensar. Son respuestas de autoexplicación sobre el poder a quien pertenece el mundo y los cuerpos. Solo escapa al control, quien hace arqueología del pensamiento, como sujeto en el mundo, para crear la imagen de la vida y sus condiciones. Esta mi arqueología, a la vez, es un ejercicio de libertad. La religión, siempre ha sido un mito, panteísta o monoteísta, producto de la trascendencia de las condiciones tecnoeconómicas. Hacer un acto de libertad de pensamiento es ponderar en el tiempo y en el espacio esos fundamentos del poder.
Una imagen del tiempo ayuda e invita estos pensamientos. El tiempo del ser humano es ínfimo, respecto a la edad de la especie. Son veinticinco mil años de sabiduría, dentro de ellos diez mil de civilización y en los últimos cinco mil se inventó el cielo y los mitos religiosos. El sentido arqueológico que he intentado exponer aquí se dirige e ese problema ya planteado: el poder que vive de la religión funciona y a veces parece fortalecerse, cuando amenaza destruir el mundo de la ciencia. Responder por qué este arcaísmo está vigente me ha hecho ejercer la planteada actitud arqueológica y decir cinco milenios son nada.

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