Bello 1968. Los Macondo Grupo musical
Resumen: con el presente
artículo se trata de crear una base histórica para producir un posible
inventario del patrimonio cultural inmaterial de un municipio colombiano. Por
eso se hace un recorrido desde las sociedades prehispánicas hasta el siglo XXI,
y se pasa por lo colonial y lo republicano de la cultura. Se referencian las
huellas indígenas, la cultura triétnica y el acceso a la modernidad. De cada
época se hace un balance de lo que ha dejado en plano inmaterial de la cultura.
Palabras clave:
patrimonio, inmaterial, Bello, Hatoviejo, prehispánico, colonia, república,
ferrocarril, textiles.
Introducción
La
relación de los seres humanos con su entorno natural, deja dos tipos de
huellas, las materiales y las inmateriales; ambas indisolublemente
relacionadas, complementadas. Están en simbiosis, y puede decirse que las
expresiones tangibles se sustentan con signos y símbolos verbales o gestuales,
cuya huella se transmite entre generaciones, en la inmaterialidad de la cultura
y la palabra. Pero hoy es necesario ampliar y precisar la conceptualización
sobre las huellas inmateriales. Por eso hablamos de Patrimonio Cultural
Inmaterial (PCI) y se dice ser la conjunción de patrimonios como los “saberes
cotidianos, prácticas familiares, entramados sociales y convivencias diarias […]
oficios, músicas, bailes, creencias, lugares, comidas, expresiones artísticas,
rituales o recorridos de escaso valor físico […] con una fuerte carga
simbólica”. (CRESPIAL 2008. Pág. 16).
Así se
tiene que el PCI está ubicado en la memoria, la misma que se activa en la
relación social entre generaciones o con el contacto visual sensorial con las
huellas materiales de la cultura. Es memoria o “el conjunto de las memorias
colectivas, mitos, usos, costumbres, saberes, creencias, cultos, tradiciones,
fiestas, eventos, prácticas sociales y lingüísticas, expresiones estéticas, música,
danza, cocina, farmacopea popular y/o tradicional, entre muchos otros
aspectos”. (CRESPIAL 2008. Pág. 21)
Esos
otros aspectos, me interesa trabajarlos para este artículo. Considero que el
discurso histórico es el encargado de darle una base de soporte a las
manifestaciones de PCI. La historia de una nación o de una comunidad, según las
directrices de la Nueva Historia, debe ser holística con la cultura ejercida y
practicada o con el PCI. En Colombia esta intensión es visible. Tanto que la
institución encargada de potenciar la recuperación y protección del PCI es el
Instituto de Colombiano de Antropología e Historia. Y esta disposición se
relaciona con la investigación necesaria, con base en fuentes vivas y archivos,
para producir ese correlato insoslayable sobre el que está expreso el PCI,
definido por el organismo mencionado como
las manifestaciones, prácticas,
usos, representaciones, expresiones, conocimientos, técnicas y espacios
culturales que las comunidades y los grupos reconocen como parte integrante de
su patrimonio cultural. Este patrimonio genera sentimientos de identidad y
establece vínculos con la memoria colectiva. Es transmitido y recreado a lo
largo del tiempo en función de su entorno, su interacción con la naturaleza y
su historia y contribuye a promover el respeto de la diversidad cultural y la
creatividad humana. (CRESPIAL 2008. Pág. 152).
La
intención de este artículo es elaborar un acercamiento histórico a un municipio
colombiano, es decir, elaborar una historia local que permita rastrear
elementos de la cultura inmaterial, para hacer la Lista Representativa de
Manifestaciones del Patrimonio Cultural Inmaterial y posibilitar aplicar la ley
que regula este aspecto en Colombia.
En este contexto, la inclusión
en la lista implicaría un procedimiento previo investigativo no sólo de
expertos, sino de las mismas comunidades, para conectar la expresión con los
sentidos de identidad y sus necesidades. Requiere además la realización de un
diagnóstico y un mapa de actores involucrados con el fin de formular el plan de
salvaguardia. Es de resaltar que este mecanismo no se piensa posterior a la inclusión,
sino como vigente antes, durante y después. (CRESPIAL 2008. Pág. 173)
Lo
local
Las acciones, los hechos, los
acontecimientos, están irremediablemente, ubicados en lo local. Este espacio
geográfico, es el ámbito de la vida, es el lugar material del ser humano y es
el que permite tener certeza de la existencia. Por fuera de lo local, está la
generalidad. Se puede hablar y escribir de batallas nacionales o continentales,
pero estas necesariamente ocurren en una geografía específica, la misma que permite
asir el fragor de la lucha.
El historiador hoy está llamado a
iniciar y profundizar su profesión a partir de habitar un paisaje, un lenguaje
y una memoria que lo hace pertenecer al grupo social en que ha nacido. El
historiador debe cumplir la condición de conocer su presente para explicar y
comprender el pasado. El camino inverso es posible, pero se corre el riesgo de
quedarse en la generalidad y en la universalidad, ámbitos en el que puede
habitar la metafísica de la causalidad.
En lo local está la entraña y el gusto
por la existencia. La calle el barrio, la municipalidad, se han metido en el
corazón y el cerebro por la experiencia primigenia del cultivo de los sentidos
desde la infancia. El olor de la tierra, el sabor de los frutos, el tacto de los
cuerpos y los sonidos del ambiente, constituyen la nación, pero no esa que se
asocia al Estado, es la que se ancla en el territorio en el que se nace.
La decisión de comenzar por la
localidad, por la historia local, es una recomendación que puede extraerse de
ese cúmulo de reflexiones que se ha hecho sobre la historia, el historiador y
su oficio, desde el alba del siglo XX. Desde las primeras décadas, los
historiadores nucleados en la denominada “Escuela de los anales”, señalaron la
historia que se escribía como un discurso falto de rigor y obediente con los
intereses del poder; y además desconocedor de la trasformación de las ciencias
humanas o sociales. Esas transformaciones según el pionero Bloch, (Bloc 2001) entran
a exigirle al historiador, asumir una concepción acorde, sobre el tiempo, el
ser humano y la misma historia. La actitud científica debe ser consecuente con
la modernidad y tener como base la observación, la crítica y por supuesto, el
análisis.
En el tránsito el siglo diecinueve al
veinte, occidente asume un concepto del ser humano nuevo. Él vive en un grupo
social al que se le reconoce una forma autónoma de relacionarse entre sí y con
la naturaleza. La civilización no es patrimonio de la herencia grecolatina. La
antropología, primero y luego la sociología, asumen a través del trabajo de
campo, la legitimidad de los pueblos a tener su propia forma cultural y su
propia historia, aunque ella no esté escrita. El ser humano es un animal
racional, en cualquier estado en el que se encuentre y se puede reivindicar su
mentalidad o su inmaterialidad, como sello de identidad. El estudio de los
pueblos sin escritura produce como resultado múltiples formas de resolver los
problemas de la existencia.
Así concebidos los seres humanos,
obliga a cuestionar el tiempo cronológico. Existen otros tiempos, dado que los
pueblos y su cultura, más si no tienen escritura, pueden tener una concepción
sincrónica (cruce de tiempos) o diacrónica (evolutiva) del devenir. El
conocimiento de diversos tiempos, hace descentrar el discurso histórico del
tiempo pasado. El historiador que ha roto con el tiempo lineal decimonónico,
está obligado a hacer la historia del presente aunque el presente es imposible
de ser atrapado porque todo momento es pasado. Esa dialéctica pasado – presente
hace comprender el presente armado con el pasado, pues se sabe según Le Goff,
que el tiempo es una convención, una mentalización de las regularidades de la
vida. (Le Goff, Jaques 1988)
Una nueva concepción del ser humano y
del tiempo trae una nueva historia. Los creadores de la “Escuela de los anales”
y sus herederos, Bloch, Febvre, Duby, Le Goff, Demageon, etc. la practicaron.
Si la civilización occidental, no es la única ni la verdadera, si el tiempo no
es cronológico y el progreso es un mito, la historia debe comprender todo lo
humano. Se puede hacer la historia del tiempo, del vestido, de las
mentalidades, de los imaginarios, de los dominados, de la dominación; la
historia de los pueblos sin historia, de las lenguas, de las religiones, de las
maneras de mesa o procesos civilizatorios y hasta la historia de la mierda como
lo hizo Laporte en 1978. (Laporte, Dominique 1978) Todo eso es el patrimonio
material e inmaterial.
El método, la crítica y el análisis
Esta actitud ante la historia, trae
consigo la decisión de ser tratada como una ciencia, dotarle de método y de una
reflexión epistémica en su interior. Esto es posible al asumir una actitud
crítica. La nueva historia es una historia crítica. Los insumos, entendidos
como los testimonios, los documentos, las huellas o los indicios, deben ser
sometidos a examen. Esos insumos pueden ser voluntarios o involuntarios y el
historiador con la ponderación y el análisis toma la decisión de darles el
estatuto de veracidad o de falsedad. La historia crítica resultante, así
construida, aparece como una creación del historiador, porque son más los
vacíos, y para una época de escasos testimonios, luego de la crítica y el
análisis, el historiador proyecta, crea y supone con criterio.
La crítica del documento o del testimonio
reivindica el concepto de mentalidad o inmaterialidad, como lo que
transversaliza la nueva historia. Se parte de que todo documento lleva
implícita la mentalidad de quien deja la huella y la mentalidad debe entenderse
como la carga de subjetividad inherente al ser humano, porque ha estado inmerso
en una sociedad con valores propios, con modos y formas de ver, pensar y
sentir. Rastrear la mentalidad, la ubicación del documento, el tiempo y la
argumentación crítica, obligan a datar el acontecer en lo local. La nueva
historia con sus características de comprender lo humano, solo es posible a
partir de la territorialidad de la cultura material e inmaterial. Con estos
criterios se puede ejercer el oficio de historiador y ensayarse a construir una
historia de la cultura en un municipio colombiano como el Municipio de Bello,
ubicado en el departamento de Antioquia y en el Valle de Aburrá.
La cultura en la época prehispánica.
Esa noción de época prehispánica
indica y contiene un extenso periodo histórico limitado en un extremo por la
llegada de comunidades nómadas al territorio del Valle de Aburrá y por el otro
con la entrada de los españoles. Esa época va de 1.541 en nuestra era, a 12.000
años antes de Cristo o antes de nuestra era. La existencia de los seres humanos
en ese extenso, periodo se puede dividir en una época de comunidades nómadas
recolectoras. Otra de grupos sedentarios cultivadores ceramistas y una tercera
época de sociedades complejas tejedoras, con metalurgia, cerámica y un rico
mundo mágico religioso.
Las comunidades nómadas no dejaron
huella de su mundo simbólico. Solo se tienen algunos fósiles que testimonian su
existencia en el territorio y las puntas de lanza, confeccionadas en pedernal,
halladas en Niquía - Bello, datadas en unos ocho mil años antes de nuestra era.
En general se puede afirmar que los grupos nómadas tuvieron un conocimiento
exhaustivo de la flora, la fauna y la geografía del territorio del grupo, para
realizar su vocación económica de recolectores, consumir los productos
espontáneos del medio, agotarlo y desplazarse a otro y luego a otro. Este es el
sentido del nomadismo.
Esta
condición de itinerancia, de eterno retorno, termina alrededor del año 600
antes de nuestra era y aparecen los cultivadores sedentarios. De ellos se
tienen tumbas y recipientes cerámicos con semillas y osamentas (Autores varios
1992). También de estas sociedades complejas se tiene información por los
testimonios consignados en los relatos de los cronistas de indias. Los
españoles llegan a América bajo la figura de empresas conquistadoras y para
poder dar cuenta de la inversión y los rendimientos de la empresa, llevan con
ellos a expertos amanuenses con la misión de hacer un registro escrito de todo
lo que se gasta, se ve y se toma. A esos registros se les ha dado el nombre
genérico de Crónicas de Indias.
Juan Bautista Sardella, fue el
cronista que acompañó a Jorge Robledo en el descubrimiento del Valle de Aburrá.
Sardella describe la tierra y sus pobladores en 1.541 y ese documento permite
evaluar el estado de las sociedades complejas que existían en Antioquia y
especialmente sobre el territorio de Bello. Luego, hay dos fuentes para
construir una imagen de las mujeres y hombres que habitaron el territorio de
Bello en el periodo que se llama prehispánico: las huellas culturales y las
crónicas de Sardella. De esta sociedad compleja de cultivadores se puede decir
que comenzaron el proceso de sedentarización alrededor del año 600 antes de
nuestra era. Al tomar un lugar como sede se convirtieron en sociedades locales
y elaboraron un orden social con base en el espacio, la producción y las reglas
sociales. Las cerámicas halladas en Bello, correspondientes a ese periodo,
testimonian la existencia de asentamientos en ambas riberas del río Medellín o
río de Aburrá (fuente de agua principal del municipio de Bello) y en las
cuencas de las fuentes de agua más importantes como la García, el Hato, la
Guzmana, los Escobares y la quebrada de Rodas en Fontidueño. Las viviendas
estaban ubicadas en terrenos inclinados y fueron llamadas bohíos por Sardella.
(Sardella, J. B. 1864)
La cerámica se ha catalogado como
Marrón Inciso (Bruhns, K. O. 1990) y las decoraciones se pueden interpretar
como muestra gráfica del mundo mental. Tanto los signos gráficos en las
cerámicas, en los vestidos de algodón y algunas piedras, son la materialización
de un discurso o relato sobre el orden social, cósmico y geográfico,
irremediablemente perdido. La crónica de Sardella habla de unos edificios y
caminos monumentales en ruinas, ubicados a la entrada de Arví al oriente del
Valle de Aburrá, correspondientes a una civilización perdida y destruida por
los Nutabes. Es de pensar como, todos los pueblos y grupos indígenas ubicados
en el Valle de Aburrá, fueron sometidos por un imperio desaparecido a la
llegada de los españoles, pero que dejaron una herencia cultural, como el
trabajo del oro, de la sal, la agricultura y los tejidos. Cuando entra Tejelo,
compañero de Robledo, al Valle de Aburrá en 1541, recibe la visita de un
cacique con un tocado de paja muy elaborado, con plumas coloridas bien
distribuidas y una piel de animal sobre los hombros. Tenía la cara pintada de
tal forma que a Tejelo le pareció ver un monstruo. Cubría la parte baja de su
cuerpo con una tela de algodón ceñida a la manera de calzón. Los acompañantes
llevaban una espada de palma tostada y afilada con fuego, una maza también de
palma y un lanza-venablos. La vista del español hacía temblar de miedo a los
nativos e hizo que muchos se ahorcaran. Dice además Sardella que luego de
reponerse del susto presentaban una tenaz resistencia. Los tambores y vientos
que tenían convocaban en poco tiempo mil o dos mil indígenas, lo que
certificaba que estaban en guerra contra los caciques del oriente.
De la cultura indígena puede
rastrearse hoy en los habitantes raizales de Bello un saber homeopático
generalizado. En los contactos sociales cuando uno de los interlocutores
manifiesta algún quebranto de salud, el otro de inmediato recomienda infusiones
de yerbas, bebedizos o cataplasmas. En la mayoría de los hogares existe algún
folleto de plantas medicinales.
Lo colonial y la cultura.
El resto del siglo XVI (1541 – 1599) el
Valle de Aburrá fue conquistado por Gaspar de Rodas, quien en 1574 recibe de la
corona española cuatro leguas (cerca de 8.5 kilómetros) desde los “asientos
viejos de Aburrá” hasta Barbosa. Esta merced da nacimiento al nombre de
Hatoviejo, porque permite dentro de la posesión de Rodas diferenciar otros
hatos, como el Hatillo y el Hato Grande.
La guerra con los indígenas fue cruel
e intensa y fue una de las causas de la rápida desaparición de los aborígenes.
Los que sobrevivieron a la guerra de conquista fueron esclavizados y sometidos
a trabajos extremos. Se calcula que de 100.000 quedaron 6.000. El
reconocimiento que hizo el papado de la humanidad de los indígenas hace que en
1619, por orden de la corona española, se recojan los indígenas en territorios
únicos para resguardarlos. Los del valle de Aburrá, llamados niquíos y nutabes
fueron recluidos en el poblado de San Lorenzo, un “pueblo de indios”.
El Hatoviejo entra en el siglo XVII en
la etapa de la colonia. Las posesiones de Gaspar de Rodas se dividieron por
compraventa entre nuevos inmigrantes españoles o entre mestizos, que fueron la
población más numerosa. Desde finales del siglo anterior y ante la escasez de
mano de obra indígena, se meten en el territorio, africanos esclavizados. Las
tres etnias se mezclan y en un lento proceso se va a producir una sociedad
triétnica con expresiones culturales sincréticas de preeminencia cristiana. Dominación
del pueblo o ciudad cristiana.
Los años 1600 transcurren
caracterizados por un paisaje hatovejeño dividido en fincas grandes
autosuficientes. Cada dueño de la finca cuenta entre sus haberes, esclavos,
vacunos, caballos, ovinos, sembrados, minas, agregados y una capilla. Por lo
general los dueños tenían dentro de su familia un religioso con licencia para
administrar los sacramentos. Jurisdiccionalmente el territorio es administrado
por la ciudad de Santa Fe de Antioquia, quien hace cumplir las decisiones del
Estado español. La distancia con la ciudad capital va a permitir que en el
Valle de Aburrá, se desarrolle una sociedad campesina con una relativa
autonomía y una mentalidad supersticiosa.
En los últimos cien años de la vida
colonial, el Hatoviejo se perfiló como un poblado construido a lado y lado del
camino que comunicaba a la ciudad de Medellín con el norte de Antioquia. Esa
sola calle tuvo en el centro una capilla y una plaza de mercado. En 1770 la
corona española permite el estudio del territorio de las colonias para
reorganizarlo. En Hatoviejo se ordena demoler las capillas menores y construir
la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario y a su alrededor dejar un cuadro de
tierra suficiente que sirva como plaza. Este acontecimiento generó la división
del espacio y se adoptó la indicación calle arriba y calle abajo. Los estudios
sobre el territorio elaborados por José Manuel Restrepo lo señalan como una
tierra árida con pocas posibilidades de producciones diversas, pero se dice que
es importante el ganado y la panela (Restrepo, J. M.
2007). La
población sube a 1.500 habitantes y la propiedad se divide porque se registra
un importante mercado de tierra. Otros núcleos poblacionales continúan
desarrollándose en las cuencas de las principales quebradas, quienes desde 1784
tienen servicio religioso en la plaza y termina lo que los visitadores reales
llamaron la posibilidad de vivir sin dios y sin ley. El territorio se adscribe
a la ciudad de Medellín con el nombre de Sitio de Hatoviejo y es regido por un
juez pedáneo.
Se decanta en los habitantes una
mentalidad supersticiosa. El cristianismo al unirse con el animismo indígena y
la magia africana produce un sincretismo, que dota a los seres religiosos
cristianos de facultades mágicas. La resultante son unos mitos y leyendas sobre
seres que cohabitan con los pobladores, pero con facultades de existencia
eterna. Han sido vistos, han sido escuchados y se les ha dotado de una imagen.
Ejemplos: La Llorona, es una mujer indígena con hijos de un español. Este no los
reconoció y los declaró inferiores. Ella llena de ira los ahogó y desde entonces
deambula por pueblos y ciudades vestida con ropas oscuras. Tiene cara
cadavérica. Carga un fardo en la que lleva un feto. En su cabeza posa un cuervo
y de su nariz cuelga un cordón umbilical. Ella llora de manera estridente y
ensordece a quien la escucha. Otra leyenda: La Patasola, mujer infiel. Su
esposo al enterarse le cortó un apierna, se la envió al amante y a ella la
internó en la selva para que muriese. Ella con mirada penetrante, vaga por
doquier y seduce a quien la ve y lo extravía.
La república del siglo XIX. Cultura decantada
Luego de la guerra de independencia el
Hatoviejo quedó con la población diezmada. Pasó de 1.500 habitantes a 800 en
1835. Aunque no se tienen registros del reclutamiento, se puede deducir la
amplia participación en el proceso de independencia. La vida republicana trae
nuevas condiciones jurisdiccionales. El sitio se adscribe a otras poblaciones
colindantes y con más peso jurisdiccional, como Copacabana y luego San Pedro de
los Milagros. Por último se adscribe a la ciudad de Medellín, se crea la
escuela de primeras letras y se construye un edificio para administrar
justicia.
El territorio se caracteriza por ser
un lugar de esparcimiento para los pudientes de Medellín. Es costumbre hacerse
a una finca de descanso o recreo y se alaban las numerosas fuentes de agua, tal
como lo describe Tomás Carrasquilla en su obra Grandeza (Carrasquilla, T. 1964).
La finca y la casa en el poblado es la práctica económica común. Se siembra
intensamente la caña de azúcar y proliferan los trapiches. En la última parte
del siglo XIX, el café entra con la misma fuerza que los hizo en el resto del
país. Por eso se activa el comercio en el marco de la plaza y los asentamientos
en las cuencas de las quebradas producen alimentos de pan coger para el consumo
diario y la venta.
La cultura es rural, conservadora y
aristocrática. En 1884 un grupo de residentes notables del poblado, renuncia al
nombre de Hatoviejo para el territorio por considerarlo denigrante y gestiona
el cambio de nombre por el de Bello y lo justifican con el prestigio logrado
por Marco Fidel Suárez en Bogotá, al ganar un premio de la Academia Colombiana
de Lengua con un escrito sobre el gramático Andrés Bello. Suárez hombre de
letras nacido en Bello, ocupará la presidencia de la república y dejó como
estrato cultural inmaterial del siglo XIX, un culto por las letras y el
lenguaje. Circula en la memoria colectiva una narrativa en la que predomina el
argumento del niño pobre que por tesón dedicación y estudio, llegará luego a la
presidencia de la república. (Deas, M. 1993).
Cultura obrera del siglo XX
Este siglo, igual que el anterior,
comienza convulsionado. Esta vez con La Guerra de los Mil Días. La guerra
aplazó los proyectos del ferrocarril y de otras industrias, pensados desde la
última década del siglo XIX. En 1908 se reactivan y se establece la fábrica textil
de Bello, en la cuenca de la quebrada la García, movida por energía hidráulica.
En 1923 entra el ferrocarril y monta los talleres centrales en el sur del municipio,
barrio Manchester. Esas dos factorías se convirtieron en atracción para gentes
de otras regiones y Bello comenzó a crecer en población de manera sostenida,
proceso que hoy continúa.
La cultura y el territorio de la
pequeña ciudad se transforman radicalmente. Para efecto de garantizar autonomía
en el manejo de las aguas y la tierra pública, los dueños de las fábricas y los
notables, lograron convertir a Bello en municipio en 1913. Así aparece una
clase política local, una clase obrera y nuevos oficios, unos traídos por el ferrocarril
como las dentisterías y otros relacionados con los textiles, la metalmecánica,
la construcción y los oferentes de espacios para el ocio: billares, bares y
cantinas. El territorio organizado con una sola calle, heredado de la colonia,
se abre hacia el occidente y el oriente. Los nuevos barrios Pérez, Prado,
Manchester, Andalucía, López de Mesa y Obrero, suplieron la demanda de vivienda
de los inmigrantes. (C.H.B. 1999 – 2015)
Para 1938, con ocasión de los 25 años
de la municipalidad, se construye en la plaza de Bello el parque Santander. En
él se ubican bocinas para ampliar las transmisiones de radio y se inician obras
para un mercado cubierto y un cine para ochocientas personas. Se acuerda la
creación de la biblioteca pública y construcción del palacio municipal. Estas
condiciones socioculturales cambian de nuevo en la segunda mitad del siglo XX.
La violencia bipartidista de los años cuarenta y la dictadura militar de 1953,
ocasionaron un éxodo de la campo a la ciudad y Bello recibió una gran cantidad
de inmigrantes de todas las zonas de Antioquia. Los nuevos pobladores se
asentaron anárquicamente en el territorio y generaron una ciudad caótica
deficiente en todos los servicios públicos, terreno abonado para todas las
violencias. La ciudad casi triplicó la población de 1950 a 1965. Pasó de 34.307
a 93.207. La actividad cultural en las artes fue realizada por la Fábrica de
Tejidos del Hato (Fabricato), con varias instituciones como El secretariado, La
estudiantina y La Corporación Fabricato para el Desarrollo Social, hasta los
años ochenta del siglo XX. (C.H.B. 1999 – 2015)
En las dos últimas décadas del siglo
XX, los movimientos sociales, tuvieron su réplica en el municipio. Se
organizaron colectivos de activistas del arte y la cultura, quienes con un
amplio movimiento de la población lograron las bibliotecas comunales, programas
de recreación, eventos públicos y la construcción de La Casa de la Cultura
“Cerro del Ángel”, un nuevo edificio para la Biblioteca Pública Marco Fidel
Suárez y el Centro Atención Social Administrativo del barrio París. El mayor
logro de este movimiento fue la planeación del sector cultural y la
institucionalización de actividades de promoción y educación en las artes y la
cultura. Los movimientos sociales y el protagonismo dado a la sociedad civil,
posibilitaron, además, la aparición de las organizaciones no gubernamentales
(ONG). En Bello se organizan varias en los años noventa y logran crear un
público para el teatro, la música, la danza, la literatura y las artes visuales.
El patrimonio cultural inmaterial se
detecta en la creación de de grupos de danza folclórica, quienes investigan,
muestran y promocionan el bambuco, el baile bravo, la música de carrilera, la
música guasca y los sainetes de estirpe indígena – colonial. En el último
cuarto del siglo XX se impone el slogan “Bello ciudad de artistas”, por la
proliferación de pintores, cantantes y escritores, realidad que es necesario
corroborar con inventarios futuros.
La ciudad región e imaginarios.
En los albores del tercer milenio,
Bello comparte con la zona metropolitana del Valle de Aburrá los problemas y
las soluciones sociales, lo que ha permitido hablar de la ciudad región y ha
obligado a interrelacionar los planes de desarrollo de la región. Estos deben
enfrentar los retos de una ciudad de 500.000 habitantes que exige
descentralizar los servicios culturales, cubrir las necesidades de educación
alternativa de todas las artes y ofrecer actividades de utilización del tiempo
libre.
La ciudad tiene un claro déficit en lo
referente al sentido de pertenencia por el espacio y la identidad cultural. Los
imaginarios de las gentes se han anclado en un descreimiento sobre las
instituciones republicanas, la participación política es mínima, el espacio
público se invade y la economía ilegal prolifera. Los derechos humanos como el
respeto por la vida y la diferencia, la libre movilidad, la autonomía
individual, y el acceso a los bienes de la cultura, están mediatizados por
organizaciones que le disputan al Estado la preeminencia.
El municipio tiene un territorio de
142 kilómetros cuadrados y la población se encuentra apiñada en sólo 18
kilómetros. El resto es área rural con comunidades que han preservado el pasado
en su oralidad, música, oficios y otras expresiones. Los textiles, el
ferrocarril, los obreros, los oficios conexos, permiten decir que la ciudad de
Bello tiene una cultura híbrida pero con posibilidades de hacer un inventario
de su patrimonio cultural inmaterial y responder a las preguntas ¿Qué hay de
indígena? Si se tienen cerámicas prehispánicas, ollas, chicheros, cilindros de
grabado, ocarinas musicales, etc. es posible rastrear en los gustos alguna
herencia inmaterial. ¿Qué hay de colonial? Si se tienen archivos de los
negocios y transacciones de tierras y objetos; documentos que testimonian
juicios a las malas costumbres, es posible rastrear el ser híbrido colonial
inmaterial en las costumbres de hoy. ¿Qué hay de republicano? Si se tiene
construcciones y objetos decimonónicos, se puede preguntar y decir que hay en
el lenguaje de ese momento de ruptura política. Y más, si entre el siglo XIX y
el XX, en el sitio se ubica la industria textil y la administración central del
ferrocarril, se puede rastrear la hibridación resultante entre lo tradicional y
lo moderno en el aspecto de la cultura inmaterial.
Referencias
Bibliográfica
Autores
varios: Bello Patrimonio Cultural. Ed. Municipio de Bello 1992.
Bruhns,
Karen Olson. Las culturas prehispánicas del Cauca medio. En Arte de Tierra
Quimbaya. Banco Popular. Bogotá 1990.
Bloc,
Marc. Apología para la Historia o el oficio de historiador. Fondo de Cultura
Económica Méjico 2001.
Carrasquilla,
Tomás. Grandeza. En obras completas. Editorial Bedout. Medellín 1964.
Convención para la salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial.
París, 17 de octubre de 2003. MISC/2003/CLT/CH/14.
C.H.B. Centro de Historia de Bello. Revista
Huellas de Ciudad. Nos. 1 al 16. Bello 1999 – 2015.
CRESPIAL
- Centro Regional para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de
América Latina. Estado del Arte del Patrimonio Cultural Inmaterial. Argentina,
Bolivia, Brasil, Chile Colombia, Ecuador, Perú. Cusco, junio de 2008.
Directrices operativas para la
aplicación de la convención para la salvaguardia del patrimonio cultural
inmaterial. En www.unescocat.org/montseny/pdf/directrices_operativas_esp.pdf.
Deas, Malcom. Del poder y la
gramática. Y otros ensayos sobre historia, política y literatura colombiana.
Tercer Mundo Editores. Bogotá, 1993.
Le
Goff, Jaques. La nueva historia. En Diccionario de la Nueva Historia. Mensajero
Bilbao 1988.
Laporte,
Dominique. Historia de la mierda. Pretextos Valencia 1978.
Patrimonio cultural inmaterial en Colombia. Convención y Política de
salvaguarda del PCI. Dirección de patrimonio grupo de patrimonio cultural
inmaterial. Bogotá,
D. C., 2011.
Restrepo, José Manuel. «Ensayo sobre
la geografía, producciones, industria y población de Antioquia». Semanario
del Nuevo Reino de Granada 1809. Nos. 6 a 12. Eafit. Medellín 2007.
Sardella,
Juan Bautista. Relación del descubrimiento de las provincias de Antiochia por
Jorge Robledo. (1540). (Páginas 291 – 356). En Documentos inéditos relativos al
descubrimiento de América. Madrid 1864.
No hay comentarios:
Publicar un comentario