Obregón 1983 Muerte a la bestia humana
La guerra ha sido impuesta a los colombianos por el poder anclado en la tradición de la dominación occidental. A pesar de la independencia ocurrida en los albores decimonónicos y la sucecuente construcción de la república democrática, basada en ejercicios constitucionales que hablaban de la soberanía del pueblo, la libertad de empresa o económica, libertad de movilidad, libertad política y religiosa, la sociedad siguió anclada en la soberanía tradicional de los tres órdenes, la iglesia y el ejército quienes sometieron a los demás a la servidumbre. La guerra, concebida como inherente al ser humano, tuvo inspiraciones: fue militarista, fue religiosa, en 1854 la hicieron los artesanos trabajadores, en la segunda mitad del siglo XX fue campesinista y entre los siglos XX y XXI fue paramilitar o paraestatal.
Hoy se debate en el país sobre el fin de la guerra. Unas voces
se levantan para defender la continuidad de la confrontación, otras, las más,
para celebrar la paz. Este debate amerita considerar la guerra desde una
perspectiva optimista, para quitarle el determinismo en el que se ha sustentado
desde hace milenios. Es posible decir que la humanidad, ha entrado en una edad
civilizatoria en la que la vida puede transcurrir sin violencia. Y la soberanía
del poder ejercerse para garantizar el disfrute de la existencia sin miedos.
La soberanía del poder, conocida y loada por el
orden social tradicional, fue instaurada en la primera edad de la civilización.
El soberano poder tripartito, le puso un sello al devenir; por eso el hombre
civilizado sacrifica a los dioses, mantiene la guerra y señala quienes deben
cultivar. Este orden soberano encarnado en sacerdotes, militares y
agricultores, ha sido tutelado por el cielo panteón. Se cuentan sus milenios y
los regímenes sucesivos bajo la constante de la guerra y la esclavitud.
Es lícito pensar en una soberanía del poder, propia
para una sociedad que no ha dejado la civilización, pero sí, se ha desprendido de
la base tripartita que la originó (sacerdotes, guerreros y siervos). En esta
modernidad, otra edad de la civilización, la soberanía se ha depositado en el
pueblo y se ha puesto en cuestión la existencia de los sacerdotes, de la guerra
y de los siervos. Según el régimen tradicional, la soberanía primigenia era
inamovible porque de ella dependía la existencia de la sociedad. Si faltase, la
sociedad se disolvería.
Ese orden de base tripartita, creado para sustentar
el estado civilizatorio, ha adquirido un aura de naturaleza; su sentencia es
defender la verdad natural con respaldo del cielo, de ese mundo divino poblado
por réplicas humanas, pero de esencia sagrada. La iglesia, la milicia y el
trabajador, se han concebido como compartimentos sociales normales, en los que
se nace por efecto del destino ordenado. Es natural la existencia del
sacerdote; es natural la guerra, y por naturaleza, la mayoría de los seres
humanos nacen para el trabajo que sostiene al sacerdote y al guerrero.
La guerra concebida como parte de la naturaleza de
la sociedad y del ser humano, ha sido teorizada desde la antigüedad. En
occidente los dioses del cielo panteón, la legitimaron con su participación directa.
En oriente antiguo la teorizó Sun Tzu como arte y en el siglo XIX Clausewitz escribe
un Tratado sobre la guerra inevitable. Así la función del guerrero en la
sociedad, se establece como inherente al ser humano, a veces como un mal, otras
como el éxtasis de la violencia de los héroes. Se ha terminado por pensar, no
poder existir sin la guerra.
En esta época de civilización, luego de varios
milenios, esa soberanía se ha pasado al pueblo, y antes que disolver la
sociedad, permitió la posibilidad de una vida social sin dios, sin sacerdotes y
sin guerreros. Hace unos cientos de años, pareció que el volcamiento de la
existencia humana sobre el individuo, su reivindicación y defensa, fuese un
diseño de la burguesía liberal, por la práctica de la soberanía trinitaria;
pero fue una usurpación. El individuo, libre, autónomo, sujeto de derechos,
aparece por el paso de la soberanía, de la sociedad tripartita, al pueblo. Se
deja expuesta la posibilidad de una vida social, sin sacerdotes legisladores,
sin guerra, sin esclavos o siervos.
La soberanía depositada en el pueblo, es decir,
depositada en una unión de individuos, está sujeta a reeditarse, según el
comportamiento de la unión. Así la concibió Rousseau: si la soberanía es
manipulada y puesta al servicio de algún grupo o algunos particulares, el
pueblo tiene que asumirla de nuevo y depurarla. Esta soberanía popular, se
ejerce para evitar la guerra, recluir en lo más recóndito del individuo el
sentimiento religioso, quitarle al sacerdote la judicatura, garantizar la
seguridad alimentaria de todos los participantes de la unión y sostener la
reproducción de la soberanía por el ejercicio de imaginar la cultura.
La soberanía tripartita se mantuvo por milenios,
siempre auxiliada por la intervención del cielo panteón en la vida,
intervención encarnada a veces en el sacerdote legislador y militar, soberano
monárquico, dueño de la vida de los demás seres humanos. Esa cultura de la
dominación se expandió por la palabra, la escritura, las imágenes del hombre
dios o del dios hombre, en la escuela, la catedral, la universidad y la
familia.
El pueblo soberano, inmerso en otra época de la
civilización, expande la cultura de la libertad y llena de contenido la escuela,
la universidad y la familia. El pueblo soberano, compuesto de individuos
sujetos de derechos, tiene la palabra llena de sentido por la confianza en las
instituciones, en la unión, en sí mismo. La escritura es un ejercicio
arqueológico que da cuenta del devenir ser humano, su filosofía, su política,
su religión, su ciencia. Las imágenes llenan el yo y se las llama historia del
arte. La soberanía del pueblo se decanta en la soberanía del pensar individual,
un pensar que funciona a partir de preguntar: ¿quién soy y qué puedo pensar? Y cuando
se responde, hace una historia de si, sustentando porqué se piensa así.
El fin de la guerra en Colombia, deja expuesto un
tiempo por venir, en el que se adopte para el país el fin de la cultura de una
tradición milenaria impuesta desde la conquista. Ese porvenir debe adoptar el
logro de la época de la civilización que llama a la libertad, el trabajo y la
seguridad de una vida sin violencia; una nueva cultura.
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