martes, 2 de agosto de 2016

Piedra y tiempo, agua y fuego

La rueda dentada. Hirotoshi Itoh. Japón 1998

Las más de las veces, que pensamos el tiempo, sentimos una profunda desconfianza, en el ser humano y su obra. La carencia de una concepción del tempo humano nos lleva a eternizar los contenidos de la cultura y ante tal indefinición, se busca un auxilio extraterrestre para explicarnos, o se hace una entrega ciega a los credos religiosos. El tiempo humano es pequeño, asible, fechable y concebible, porque es una obra tal como lo son las religiones, las pirámides egipcias o Machu Pichu. El tiempo humano es un relato lleno de palabras, nuestras, articuladas, con las que damos una versión de nuestras relaciones con la naturaleza y con las excrecencias de nuestra mente como las religiones. Una forma de pensar el tiempo humano y darle cabida en la imaginación es concebirlo a partir de los estereotipos que dan existencia a la cultura, muchas veces pensada como la repetición y la diferencia. Repetición de estereotipos, de modelos. La permanencia.
 
Las relaciones de los seres humanos con la naturaleza y sus representaciones mentales, pueden permanecer por mucho tiempo, por milenios. Se explica esa permanencia, por la existencia hoy de grupos que conservan costumbres e imaginarios de la prehistoria. Aclaremos, que la prehistoria se registra desde el año ocho mil hacia atrás, antes de la era civilizatoria. Esa persistencia ocurre por efecto del manejo humano de estereotipos. El ser humano, declarado como tal, por convención, desde un millón de años y a partir del hallazgo de un fósil con sus útiles. Desde allá, se puede contar varios estereotipos: la pebble culture (hasta 800.000 años); la cultura abbevillense (hasta 400.000 años); la cultura acheliense (hasta 350.000 años); la musteriense (hasta 60.000 años); la aurignaciense (desde 50.000 años); la solutrense (desde 40.000 años); la magdaleniense (desde 25.000 años); la cultura mesolítica (últimos 15.000 años); la neolítica (últimos 12.000 años); y la cultura civilizada (últimos 9.000 años). Utilizo la preposición hasta, para señalar el carácter acumulativo y hereditario de los hallazgos. Estos estereotipos son culturas, porque en cada una de ellas se indica un grado de dominio de la materia (piedra) y un imaginario correspondiente.
 
La cultura abbevillense es muy diciente para la intensión de explicar este concepto de estereotipo. Esta cultura permaneció 400 mil años. Fue ejercida por seres humanos arcaicos con un cerebro de mil centímetros cúbicos de masa y materializada en la construcción de raederas (raspadores), útiles consistentes en la obtención de un cortador poligonal. La abbevillense, además de permanecer cuatrocientos milenios, quedó como un acumulado para los seres humanos que le siguieron.
 
Ejemplo de fácil comprensión del concepto de estereotipo es el caso de la cultura correspondiente al periodo denominado calcolítico en la historia de la técnica. Ocurrió luego de la conquista de la temperatura de los hornos, que permitió la metalurgia. El metal característico del periodo es el bronce (aleación de estaño y cobre). La materia de los útiles cambió de la piedra al bronce; pero se siguió conservando las formas de la piedra. En otras palabras los útiles elaborados en bronce, calcaron las formas estereotipadas de la lítica.
 
Estos ejemplos apoyan la afirmación de la existencia en la actualidad de grupos humanos con una cultura de contenidos conservados de la prehistoria. Claude Levi-Strauss con su trabajo de campo en el Amazonas y en Australia, hace el descubrimiento. Perviven los grupos humanos con una cultura basada en la magia y en el manejo una técnica lítica. Estas observaciones de la antropología, han permitido elaborar un discurso sobre ese pasado llamado prehistoria, para diferenciarlo, de ese otro llamado civilización. Una de las diferencias es considerada radical: es la diferencia entre magia y mito. Las sociedades prehistóricas manejaron la magia y las sociedades civilizadas manejaron el mito. Pero esta diferencia teórica, construida para guardar la lógica de las ciencias humanas, no es absoluta. El mito hunde sus raíces en la prehistoria y la magia permanece en la cultura del civilizado. Por eso las religiones de las sociedades agrícolas civilizadas mantienen el mito y la magia como insumos de la teogonía, la misma que origina las teologías más elaboradas y estudiadas como la hebrea, la védica, la taoísta y la budista.
 
Con las palabras anteriores mostramos que los estereotipos se presentan a nivel de las técnicas y del pensamiento. Las religiones de los civilizados son un sincretismo que une estereotipos o modelos compilados en el contacto entre pueblos. Los yoguis como resultado, tienen modelos védicos, brahmánicos y de los upanishad. El cristianismo recrea a los hebreos y estos mesclan los modelos religiosos de grupos nómadas pastorieles, con los agrarios cananeos. Veamos el modelo hebreo.
 
La oralidad antigua de un pueblo de pastores en lucha con pueblos agricultores, se llevó a la escritura y se formó una religión del libro, con textos de distintas épocas y distintas orientaciones. Esa oralidad antigua, como la de todos los seres humanos, se interpretó, se reinterpretó, se corrigió, tanto en la recitación como en las primeras escrituras. La primera tradición la recoge el Torah (pentateuco), en el siglo X antes de nuestra era, de varías fuentes: la yahvista, (porque nombra a dios Yahvé); la elohista (llama a dios Elohim); y la deuteronómica (recogida por el libro con ese nombre). Esa religión del libro comienza con la saga del sacerdote Abraham, a la que se adiciona la cosmogonía inscrita en el Génesis. Las palabras que indican las cosas, así como la imagen del océano primordial surcado por dios, son de raíz indoeuropeo y mesopotámica. Dios que vuela sobre el abismo oceánico nombra para crear, nombra para organizar el caos y dar origen al cosmos.
 
El contenido de ese nombrar es la vieja mitología, de raigambre paleolítica, tamizada por el yahvismo. Los chamanes, héroes, reyes legendarios llegaron al cielo a través de un golpe de lanza, o del árbol central, o de la gran cuerda de contacto o de una construcción rascacielos. La pretensión de alcanzar el cielo fue castigada, también con el viejo mito del diluvio y luego la creación de una nueva humanidad posdiluviana. Israel hace crítica y reedición del pasado mítico para construir uno nuevo, con la connotación de “historia sagrada”, religión que se convirtió en modelo estereotipado para otras naciones.
 
La religión de Israel, novedosa, es un sincretismo, y comenzó con la zaga del sacerdote patriarca Abraham, por la que el libro tiene referentes de acontecimientos históricos sin llegar a ser un libro de historia, como la obra de Heródoto o de Tucídides. El dios de Abraham, es un dios de nómadas porque no tiene territorio, su culto no tiene huella física. Por eso el concepto involucra la genealogía: el dios de mi-tu-nuestro-padre. El patriarca –sacerdote, que conduce a los hebreos, toma las tradiciones de los pueblos que contacta; toma de los mesopotámicos, de los iranios, de los cananeos; especialmente las oblaciones propiciatorias de la teofanía: en los sacrificios Yahvé se presenta con el fuego, o la luz.
 
El dios Yahvé, manda a no ser representado, ni nombrado, ni desobedecido. Antes de ser un dios castigador como los de los pueblos contactados por los hebreos, Yahvé, infunde una ética y una moral, para la vida de todos los días. Esta condición es una evolución de los hebreos, para la nueva situación adquirida con la conquista de Canaan: la condición sedentaria. El sincretismo vuelve y el pueblo hebreo, con el nombre de Israel, adopta los modelos que pueden enriquecer al dios Yahvé, como la construcción de templos y la creación de un enemigo opuesto, las divinidades cananeas arcaicas, señaladas desde el siglo VIII, antes de nuestra era, con el nombre de apostasías o negaciones del yahvismo. Los templos traen los ritos, los sacerdotes, los intérpretes de la voluntad del dios de Israel y los profetas extáticos. Modelos y estereotipos que han llegado hasta nuestro tiempo.

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