La rueda dentada. Hirotoshi Itoh. Japón 1998
Las más de las veces,
que pensamos el tiempo, sentimos una profunda desconfianza, en el ser humano y su
obra. La carencia de una concepción del tempo humano nos lleva a eternizar los
contenidos de la cultura y ante tal indefinición, se busca un auxilio
extraterrestre para explicarnos, o se hace una entrega ciega a los credos
religiosos. El tiempo humano es pequeño, asible, fechable y concebible, porque
es una obra tal como lo son las religiones, las pirámides egipcias o Machu
Pichu. El tiempo humano es un relato lleno de palabras, nuestras, articuladas,
con las que damos una versión de nuestras relaciones con la naturaleza y con
las excrecencias de nuestra mente como las religiones. Una forma de pensar el
tiempo humano y darle cabida en la imaginación es concebirlo a partir de los
estereotipos que dan existencia a la cultura, muchas veces pensada como la
repetición y la diferencia. Repetición de estereotipos, de modelos. La
permanencia.
Las relaciones de
los seres humanos con la naturaleza y sus representaciones mentales, pueden
permanecer por mucho tiempo, por milenios. Se explica esa permanencia, por la
existencia hoy de grupos que conservan costumbres e imaginarios de la
prehistoria. Aclaremos, que la prehistoria se registra desde el año ocho mil
hacia atrás, antes de la era civilizatoria. Esa persistencia ocurre por efecto
del manejo humano de estereotipos. El ser humano, declarado como tal, por
convención, desde un millón de años y a partir del hallazgo de un fósil con sus
útiles. Desde allá, se puede contar varios estereotipos: la pebble culture
(hasta 800.000 años); la cultura abbevillense (hasta 400.000 años); la cultura acheliense
(hasta 350.000 años); la musteriense (hasta 60.000 años); la aurignaciense
(desde 50.000 años); la solutrense (desde 40.000 años); la magdaleniense (desde
25.000 años); la cultura mesolítica (últimos 15.000 años); la neolítica
(últimos 12.000 años); y la cultura civilizada (últimos 9.000 años). Utilizo la
preposición hasta, para señalar el carácter acumulativo y hereditario de los
hallazgos. Estos estereotipos son culturas, porque en cada una de ellas se
indica un grado de dominio de la materia (piedra) y un imaginario
correspondiente.
La cultura abbevillense
es muy diciente para la intensión de explicar este concepto de estereotipo.
Esta cultura permaneció 400 mil años. Fue ejercida por seres humanos arcaicos
con un cerebro de mil centímetros cúbicos de masa y materializada en la
construcción de raederas (raspadores), útiles consistentes en la obtención de
un cortador poligonal. La abbevillense, además de permanecer cuatrocientos
milenios, quedó como un acumulado para los seres humanos que le siguieron.
Ejemplo de fácil
comprensión del concepto de estereotipo es el caso de la cultura
correspondiente al periodo denominado calcolítico en la historia de la técnica.
Ocurrió luego de la conquista de la temperatura de los hornos, que permitió la
metalurgia. El metal característico del periodo es el bronce (aleación de
estaño y cobre). La materia de los útiles cambió de la piedra al bronce; pero se
siguió conservando las formas de la piedra. En otras palabras los útiles elaborados
en bronce, calcaron las formas estereotipadas de la lítica.
Estos ejemplos
apoyan la afirmación de la existencia en la actualidad de grupos humanos con
una cultura de contenidos conservados de la prehistoria. Claude Levi-Strauss
con su trabajo de campo en el Amazonas y en Australia, hace el descubrimiento.
Perviven los grupos humanos con una cultura basada en la magia y en el manejo
una técnica lítica. Estas observaciones de la antropología, han permitido
elaborar un discurso sobre ese pasado llamado prehistoria, para diferenciarlo,
de ese otro llamado civilización. Una de las diferencias es considerada radical:
es la diferencia entre magia y mito. Las sociedades prehistóricas manejaron la
magia y las sociedades civilizadas manejaron el mito. Pero esta diferencia
teórica, construida para guardar la lógica de las ciencias humanas, no es
absoluta. El mito hunde sus raíces en la prehistoria y la magia permanece en la
cultura del civilizado. Por eso las religiones de las sociedades agrícolas
civilizadas mantienen el mito y la magia como insumos de la teogonía, la misma
que origina las teologías más elaboradas y estudiadas como la hebrea, la
védica, la taoísta y la budista.
Con las palabras anteriores
mostramos que los estereotipos se presentan a nivel de las técnicas y del
pensamiento. Las religiones de los civilizados son un sincretismo que une
estereotipos o modelos compilados en el contacto entre pueblos. Los yoguis como
resultado, tienen modelos védicos, brahmánicos y de los upanishad. El
cristianismo recrea a los hebreos y estos mesclan los modelos religiosos de
grupos nómadas pastorieles, con los agrarios cananeos. Veamos el modelo hebreo.
La oralidad antigua
de un pueblo de pastores en lucha con pueblos agricultores, se llevó a la
escritura y se formó una religión del libro, con textos de distintas épocas y
distintas orientaciones. Esa oralidad antigua, como la de todos los seres
humanos, se interpretó, se reinterpretó, se corrigió, tanto en la recitación
como en las primeras escrituras. La primera tradición la recoge el Torah
(pentateuco), en el siglo X antes de nuestra era, de varías fuentes: la
yahvista, (porque nombra a dios Yahvé); la elohista (llama a dios Elohim); y la
deuteronómica (recogida por el libro con ese nombre). Esa religión del libro
comienza con la saga del sacerdote Abraham, a la que se adiciona la cosmogonía
inscrita en el Génesis. Las palabras que indican las cosas, así como la imagen
del océano primordial surcado por dios, son de raíz indoeuropeo y mesopotámica.
Dios que vuela sobre el abismo oceánico nombra para crear, nombra para
organizar el caos y dar origen al cosmos.
El contenido de ese
nombrar es la vieja mitología, de raigambre paleolítica, tamizada por el
yahvismo. Los chamanes, héroes, reyes legendarios llegaron al cielo a través de
un golpe de lanza, o del árbol central, o de la gran cuerda de contacto o de
una construcción rascacielos. La pretensión de alcanzar el cielo fue castigada,
también con el viejo mito del diluvio y luego la creación de una nueva
humanidad posdiluviana. Israel hace crítica y reedición del pasado mítico para
construir uno nuevo, con la connotación de “historia sagrada”, religión que se
convirtió en modelo estereotipado para otras naciones.
La religión de
Israel, novedosa, es un sincretismo, y comenzó con la zaga del sacerdote
patriarca Abraham, por la que el libro tiene referentes de acontecimientos
históricos sin llegar a ser un libro de historia, como la obra de Heródoto o de
Tucídides. El dios de Abraham, es un dios de nómadas porque no tiene territorio,
su culto no tiene huella física. Por eso el concepto involucra la genealogía:
el dios de mi-tu-nuestro-padre. El patriarca –sacerdote, que conduce a los
hebreos, toma las tradiciones de los pueblos que contacta; toma de los
mesopotámicos, de los iranios, de los cananeos; especialmente las oblaciones propiciatorias
de la teofanía: en los sacrificios Yahvé se presenta con el fuego, o la luz.
El dios Yahvé, manda a no ser representado, ni
nombrado, ni desobedecido. Antes de ser un dios castigador como los de los
pueblos contactados por los hebreos, Yahvé, infunde una ética y una moral, para
la vida de todos los días. Esta condición es una evolución de los hebreos, para
la nueva situación adquirida con la conquista de Canaan: la condición
sedentaria. El sincretismo vuelve y el pueblo hebreo, con el nombre de Israel,
adopta los modelos que pueden enriquecer al dios Yahvé, como la construcción de
templos y la creación de un enemigo opuesto, las divinidades cananeas arcaicas,
señaladas desde el siglo VIII, antes de nuestra era, con el nombre de
apostasías o negaciones del yahvismo. Los templos traen los ritos, los
sacerdotes, los intérpretes de la voluntad del dios de Israel y los profetas
extáticos. Modelos y estereotipos que han llegado hasta nuestro tiempo.
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