martes, 25 de octubre de 2016

Historia y literatura


Safo poetisa griega. Fresco hallado en Pompeya
El cuerpo sobre la tierra, mide, trashuma, canta, habita. Son experiencias comunicables que llenan la imaginación. Esa primigenia actividad, del cuerpo humano sobre el cuerpo de la tierra, se expresó en un acervo comunicable que puede verse en la huella gráfica y se presume una oralidad narrativa de las gestas de caza o protección de los seres sagrados con quienes se comparte la existencia. La narrativa presunta, fue una magia por contagio, por imitación, para convocar, propiciar o incidir, los espíritus, en rituales de canto, invocación y danzas.

Luego el cuerpo humano sobre el cuerpo de la tierra, se ata al territorio, se obliga a levantar los ojos y medir, cantar y habitar el espacio sobre los cráneos. La narrativa es una oralidad mítica que inventa el cielo, el lugar de los sagrados espíritus y se cantan las gestas de los linajes y las genealogías. Los seres humanos se estratifican entre dioses, semidioses y condenados a la tierra. La narrativa se escribe, toma la forma épica, canto que contiene el trasunto entre el cielo y la tierra de los actos humanos.

Hace dos mil cuatrocientos años Tucídides, estableció un método para escribir sobre un acontecimiento, sin tener que recurrir al mito como fuente de información. Mostró estar convencido de que quienes se auxilian del mito en sus investigaciones, se llaman logógrafos (escribientes de la palabra) y lo hacen para conmover los asistentes a los concursos públicos de lectura en voz alta.

Sus escritos hechos con información verosímil, no gustan al público y solo sirven para que las generaciones futuras puedan apreciar la verdad sobre los hechos. Tucídides hizo arqueología de Grecia para situar al lector en el presente de la Guerra del Peloponeso. Esa arqueología fue un ir al origen de los pueblos y el territorio. En ese ejercicio arqueológico utilizó la crítica y la comparación de fuentes para depurar la información de toda contaminación mitológica. Ésta actitud, le permitió acercarse a su época para hacer algunas afirmaciones. En la época de la guerra del Peloponeso, la sociedad griega, llegó a cuestionar el mito como fuente de verdad; hecho sociocultural que muestra la adquisición de una mentalidad de ruptura con un pasado milenario. Ruptura ocasionada por la “ilustración presocrática” y la misma aparición de la epopeya, mezcla de mito y realidad para satisfacer los deseos de gloria.

Ochocientos años después de la épica homérica, tucídides somete a la crítica de la verdad del hecho histórico la Ilíada y la Odisea, y aseveró que de esa obra solo puede extraerse verosimilitud sobre los pueblos participantes en la guerra de Troya, los mismos que luego fundaron las ciudades que ahora se involucran en la guerra del Peloponeso. La situación social que posibilitó la obra tucididesana, tuvo otras complejidades, como el fin de la tiranía y expansión de la democracia en las polis griegas

Literatura, letra, grabar de golpe un grafismo, son expresiones que indican la aptitud lograda por el animal humano, de transmitir el pensamiento con distancia de lugar y tiempo. Este hallazgo, no intempestivo, es un producto del ensayo y error de la condición humana; pero que lleva a pensar el estar en el vilo de la existencia. La letra, más que otras huellas, es la que mejor señala las posibilidades y límites de lo humano. La oralidad, iniciada en el fondo penumbra de los orígenes, queda en una inmaterialidad concreta a disposición de cualquier individuo. La escritura entendida como letra, ofrece al lector, el estado (espacio, tiempo, mentalidad) del grupo social en el que se gestó. Acercarse a este fenómeno brinda la imagen en movimiento de la cultura.

Hace dos mil cuatrocientos años se describió un ser humano imbuido del febril mundo del siglo V antes de nuestra era. Luego de la fiebre épica, ocurrió la sofística, actitud ante la vida y el poder que puso todo en cuestión. Dentro de ella, alguien como Tucídides, esgrimió la posibilidad de hacer una literatura, como logógrafo, distinta, completamente crítica, y llamada historia.

El criticismo se dirige a dudar de toda información, oral o escrita. La duda, la crítica, el cotejo de las fuentes, le dan a Tucídides argumentos y autoridad para pretender escribir convencido de decir verdad. Y ponerle el nombre de historia a su trabajo, dentro del mundo de las letras que tiene como antecedente la épica y como contemporáneos, la tragedia, la comedia y la poesía.

La modalidad historia se basa en la investigación para comparar información y para cifrar, escribir, lo visto y oído. Por eso cabe en la “Historia de la guerra del Peloponeso” una “estructura” para: la transcripción de la memoria propia y ajena; de los discursos de Pericles, dedicados a sustentar en la asamblea ateniense la necesidad de la guerra; la descripción del desarrollo de las batallas entre áticos y espartanos; el juego de alianzas; y el papel fundamental de Delfos, lugar en el que la Pitonisa viabiliza el actuar de los ejércitos en conflicto.

La obra literaria de Tucídides, así concebida tiene una estructura: el origen, parte que responde a la pregunta ¿Por qué la guerra? Aquí el autor hace arqueología crítica para mostrar los pueblos y sus ideales y las alianzas con uno de los bandos. El desarrollo, parte que asume el desarrollo de la guerra, las batallas, las potencialidades y fallas tácticas de los pueblos en guerra. El desenlace, parte que presenta lo inesperado, por la entrada en escena de una potencia exterior que dirime el conflicto. El género literario que cultivó Tucídides se llamó historia, un nombre simple, pues indicaba el mecanismo de su realización: la investigación. Para el mundo moderno, la palabra se carga y se convierte en un concepto que da sentido y existencia a una ciencia humana y social.

Allá en el siglo V antes de nuestra era, hubo dos modelos de historia, de dos cultivadores de la literatura, extraída de la logografía (ejercicio de escribir en prosa). El modelo de Tucídides y el modelo de Heródoto. Tucídides presentó una forma del género pionera en el ejercicio de la historia crítica, imparcial y testigo de acontecimientos. La actitud del autor lo obliga a tomar como parte importante de la obra los discursos de los líderes de los ejércitos, cuando justifican la guerra. El más importante es la intervención de Pericles en el ágora, en él llama a la guerra para defender los bienes sociales de Atenas: el derecho a la vida pública y la garantía de la vida privada.

Heródoto, modela su historia con una actitud etnográfica. Su intensión y convicción, estuvo en la descripción de la vida de los pueblos del mundo que le tocó vivir. Un mundo dividido en cuatro partes: Europa, Asia, Egipto y Libia. De los pueblos narra su origen y su estado para la época del siglo V antes de nuestra era. Heródoto, toma para hacer sus Nueve libros de la historia, lo escrito, lo visto, lo dicho por informantes, y aunque manifiesta prevenirse contra lo inverosímil, no logra sobreponerse y cae en el mito como fuente de verdad. Heródoto no hace épica, pero si produce una historia híbrida de hechos y ficciones. Escribió “…todo cuanto he dicho es mi observación, mi opinión y mi investigación; en adelante voy a contar los relatos egipcios tal como los oí, aunque también les agregaré algo de mi observación”. Con estas palabras que señalan el método, hacen de la obra de este autor un relato en prosa de los visto y oído que describe los pueblos, los seres humanos, sus actos y creencias, como contenidos sociales.

En los Nueve libros de la historia, todo vale, para mostrar la vida de una nación, los testimonios propios y ajenos, como el sí mismo del escritor. Heródoto es un autor que comprende la complejidad del ser humano y va más allá de la información. Escribe la hazaña de un héroe y luego la juzga y llama a no creerla. Hace un ejercicio literario, practica la escritura y la emplea para dejar testimonio de su vida en un tiempo y un espacio. Sabe lo que hace. Dice y reafirma no hacer una epopeya porque esta se acomoda los hechos a los intereses de conmover al lector o al escucha. Por eso critica a Homero y dice tomar distancia. En sus conversaciones con los sabios de Menfis en Egipto, lo informaron que quien raptó a helena, fue Alejandro. Raptó la mujer, robó las riquezas del padre y luego lo asesinó. Alejandro huyó a Egipto. El rey informado del crimen, lo obligó a huir de nuevo y dejar la riqueza y la mujer en Menfis. Egipto entregó todo a los griegos ofendidos. Escribió Heródoto: “Y me parece que Homero tuvo noticia de esta historia, pero como no era tan apta para la epopeya como de aquella de que se sirvió, la dejó a un lado…”

Registra Heródoto varios géneros literarios: la epopeya, la logografía o prosa, la poesía de Safo y la fábula de Esopo. Las toma además como fuentes para historiar la primera guerra médica, la ascendencia del persa Darío, la invasión de Grecia y el triunfo de Atenas en la batalla de Maratón. Este acontecimiento lo ubica en el mundo conocido del cual hace una geografía en la que cabe lo fabuloso: Europa limitada al norte por pueblos siclopes y al occidente por hombres pigmeos. Asia limitada al oriente por hombres sátiros. Libia limitada al sur por arenas infinitas y Egipto es limitado por los etíopes.

La guerra del Peloponeso y Los nueve libros de la historia, son dos obras concebidas en una época en la que se quiso dejar un registro histórico de acontecimientos para ser conocidos por los seres humanos de la posteridad, son obras que hacen parte del los orígenes de la literatura como una experiencia del cuerpo humano sobre el cuerpo de la tierra.

domingo, 23 de octubre de 2016

Yerba de tres eneros

Max Beckmann. Quappi con suéter rosa 1932

Tengo cuarenta años. Soy morena, delgada y de estatura alta. Tengo un cabello negro, medianamente largo. Desde los veinticinco años comencé a fumar marihuana. Lo digo porque soy una mujer acostumbrada al humo enervante de la yerba y es un ritual para mí prepararla, encenderla, aspirarla y sentir la lenta conquista de mi cuerpo por un éxtasis que aguza los sentidos: adquiero ligereza en el hablar y las palabras me salen suaves y bien articuladas.

Hace dos años llegué aquí a esta ciudad, después de recorrer otras, bañadas por el Cauca. Me gusta la gente de aquí, porque cuando salgo a caminar y fumar, me miran con atención, pero no dicen palabras de reproche como allá en el sur y en Urabá donde nací y me hice adulta. En los tiempos del colegio, siempre fue una angustia el tener que ocultarnos para fumar y luego soportar las miradas escudriñadoras de la gente, poca y metida en las actividades de los demás.

El veinte de enero, salí del apartamento. Saludé a la vecina que siempre está ahí sentada en una silla de hierro, al final de las escaleras. Gané la calle y me entró en el cuerpo el sol de la mañana. Crucé el parque que luce nuevo frente a la Iglesia del Carmen. Traía el cigarrillo de marihuana ya hecho, lo encendí. El humo que no alcanzaba a entrar en los pulmones, me golpeaba el cabello y luego seguía tras de mí, arremolinado. Esa calle era larga. Descendía y comprendí porqué a este barrio lo llamaban La cumbre. Observaba las casas añejas de tapias con techos de tejas cubriendo los andenes estrechos. La calle larga no la atravesaba ninguna otra. A ella llegaban calles que morían ahí. En una de esas esquinas de calles truncas, estaba un hombre joven, alto como yo, con la mirada perdida en el cielo y el cuerpo extrañamente erguido. Pasé muy junto a su cuerpo. Percibió el olor de la yerba que impregnaba mi pelo y dijo: -ese perfume me llama-. Querés –le dije- Contestó que sí. Fumamos y caminamos juntos. Cruzamos el parque central de la ciudad, sin darnos cuenta. Con rumbo recto seguimos hasta cansarnos.

Me habló, mucho. Pareció como si tuviese bastante tiempo de estar callado y solo. Dijo:

-me gustás porque sos la única mujer que no tiene miedo de mí. Sé que me paso el tiempo en las calles. Camino toda la ciudad; a veces siento que esta es muy pequeña, porque alcanzo a hacer dos recorridos en el día. No saludo a nadie, altivo voy y vengo. Por eso ellas me tienen miedo, otros se burlan y para la mayoría soy un loco. En las mañanas veo esos grupos de muchachos motorizados que llaman combos y bandolas, hacerse en una esquina del barrio que aterrorizan. Drogan su embriagués y disparan sus pistolas. Reciben visitas de hombres en autos lujosos y veo cuando les dejan envoltorios de contenido precioso o peligroso, porque con mucho sigilo los ocultan en casas distintas cada vez. A veces, a un grito, todos encienden las motos y desaparecen; pero para mí son afanes en vano, pues luego no veo otro movimiento. Hubo, hace unos tres años, muchas muertes por pistola. Se asesinaba por ensayar puntería sobre los cuerpos. Se decía que esos muchachos estaban en alguna escuela de sicarios y debían disparar a los metidos en el vicio de las drogas o a los mendigos. Esa práctica alcanzó a los maricas caídos en desgracia en los afectos de los jefes de esa mafia bandolera, jefes de esa mata de sicarios, como se decía. En ese tiempo, un día muy temprano, comencé a recorrer. Pasé por ahí, donde nos encontramos y me descolgué calle abajo. Me paré frente al aljibe del barrio Mesa; recordaba las palabras del historiador, mi vecino, quien me habló con largueza de los tiempos de la finca El Majal, ubicada ahí donde estaba yo ahora y decía de esa agua prodigiosa, sagrada que mana incesante, ser el alimento que mantuvo ganados, cultivos y familias extensas por muchos años. En la esquina de mi derecha estaban los muchachos alicorados, drogados, haciendo escuchar rancheras con el alto volumen de un potente equipo de sonido. Hasta ese día creí en la costumbre, de ellos verme y yo en verlos. Cuando pase por su lugar comenzaron a gritarme: ¡Loco hijueputa, te perdez de aquí! Templé el cuerpo, erguí la cabeza como de costumbre y los miré como a gente perdida. Pero uno de ellos, que casi no podía tenerse en pie, comenzó a dispararme. Corrí sin parar hasta casa, con el eco de las explosiones en los oídos. Allí, el trío de tías me hicieron rueda y mi madre al verme, estalló una exclamación -¡Estás herido!- De la mano izquierda manaba abundante sangre. Ahí sentí la necesidad de explicar, de hablar. Les conté lo ocurrido y ella aprovechó la herida para llamarme al orden de nuevo. Es necesario que deje los vicios. Tiene que trabajar. Deje las locuras. Tiene la fama de la familia por el suelo. Toda la ciudad habla de nosotras. No sabe la vergüenza que me hace pasar, cuando estoy con mis amigas y le veo venir como un muerto en vida, con los ojos desorbitados, mirando cielo y tierra. En esas, custodiado por la familia, me metieron en un taxi que alguien llamó; rumbo al hospital mi madre continuaba con las recriminaciones. Las heridas no fueron graves: una bala me alcanzó y rasgó la piel del antebrazo izquierdo. Me inmovilizaron toda la extremidad y le pusieron muchas vendas. Esa cercanía de la muerte me obligó a contar a los vecinos y muchachos del barrio lo que me había pasado. Comencé a saludar a quien me encontraba. Me volví formal y mi madre celebraba el haber vuelto a la normalidad. Hasta escuché decir al historiador que ya la sociedad había encontrado el remedio para hacerme volver sociable: “darle bala”. La experiencia provocó una actitud desconocida en mí. Comencé a hablar mucho, lo que no hacía desde finales de la adolescencia; pero también descubrí que podía sentir a distancia lo que la gente decía, pues el movimiento de los labios delataba las palabras. Cada palabra tiene una forma de ser pronunciada. Por eso supe que después de saludar o conversar con alguien o a un grupo, luego de darles la espalda, murmuraban sobre mi forma de ser. Escuchaba: Debían llevarlo al manicomio; pobre familia; si está hablando es porque se hace el loco. Y percibo que luego soy tema de conversación por largo tiempo, se narra y ríe de mi costumbre de caminar la ciudad hasta el cansancio. Sanó el brazo. Terminó el motivo de los saludos y las conversaciones con los demás. Solo hablaba largamente con el historiador, muchas tardes en una de las esquinas que acostumbrábamos, cerca de nuestras casas. Sus palabras muy sensatas me llegaban hondo. Decía que el ser humano era un creador; todo lo que tiene la cultura incluidos los dioses y las iglesias son obra humana; el ser humano es un animal creativo y no una criatura. Luego de esas charlas, llegaba a casa y solo deseaba meterme en la cama a pensar. Mi mamá, repetía sin parar reproches sobre mi comportamiento. Sus exclamaciones sobre la desgracia de la familia se hacían cada vez más obsesivas y dejaban odio y rabia. Yo tomaba esas palabras para mí. Por eso volví a la calle, a caminar mudo en las tardes y las mañanas por la ciudad. Con las monedas y billetes que hurtaba en la casa conseguía entrar a los lugares peligrosos a comprar yerba-.

La forma de hablar y mirarme, tenía ternura; me atreví a tomarle una mano y él respondió apretando sus dedos entre los míos. Lo invité a mi apartamento aceptó. Allí nos quedamos explorando nuestros cuerpos, dos noches. En la tercera, salimos, le acompañé en su recorrido por la ciudad. En realidad eran largos. Noté que la gente nos miraba con sorpresa; luego él me explicaba, el tener que ser así, porque era la primera vez que tenía una mujer al lado. Esa noche no fumamos, fue como sentir habitar el espacio juntos. Hablamos poco. Él se limitó a nombrar los lugares, las calles y las esquinas. Aquí El lucerito, allí La buena esquina, allí El calvario, luego La preciosa sangre, El hoyo, Manchester, La plaza, Niquía, El congolo… y me llevó al apartamento por un camino opuesto al que yo acostumbraba. Me dijo esta calle que conduce del Congolo a tu casa se llama el carretero, por ella llegamos al barrio Buenos Aires y estamos ya en La cumbre. Me llevó hasta las escaleras de mi apartamento. La silla de hierro de la vecina obstaculizaba un poco la entrada y con ella entre los dos nos despedimos. No quiso quedarse.

Hicimos de sus caminadas un hábito para los dos; casi todos los días de la semana estábamos juntos. En los dos años de nuestra relación algunas veces me llevó a los charcos de Potrerito; me decía que todos los que vivían en la ciudad pasaron muchas horas de su vida en esta quebrada. Las veces que fuimos no sentábamos encima de una de las piedras enormes a fumar y sentir el calor o las brizas repentinas que ascendían a contracorriente del agua clara.

Cuando la gente se acostumbró a vernos y la noticia le llegó a todos los oídos, la madre, me paró en una calle cerca a la iglesia. Quise creer en un encuentro casual, pero me llevé la convicción de que me persiguió. Dijo: -¡Oiga! Yo soy la mamá de Eddy. Usted es una mujer mayor. No debería estar con ese muchacho menor que usted y además enfermo. Yo necesito casarlo con una mujer de su mismo barrio. Sepa que dicen que usted vende marihuana y por eso voy a ir a la policía a denunciarla, si no deja quieto a Eddy-

Supe, desde este encuentro, que ese hombre joven, alto como yo, estaba atrapado en una familia, con muchos deseos de impedir la vida libre a sus hijos. Supe por qué él nunca se quedaba en mi apartamento más de dos días. Volvía a su casa para presentarse a la madre y conservar la pertenencia a la familia. En el tercer enero de nuestro encuentro, una tarde calurosa, desnudos sobre mi cama, le conté el encuentro con su madre y lo que ella me dijo. Él se puso de color rojo. Su piel blanca se enrojeció y sudó de repente. Le pasé la mano por la frente, le dije que se calmara y que por mí no sufriera. Él no dijo nada y se quedó en mi casa una semana entera. Entendí esa actitud como un desafío a su madre. Tanto que los días siguientes me llevó por su barrio, me dijo el nombre de varios vecinos vistos en la calle o parados en las puertas de las casas. Saludamos al historiador luego que él me indicó y pasamos frente a su casa.

Después de dos semanas volvió a su casa. Me habló al día siguiente por teléfono y le noté una voz muy extraña, como si estuviese derrotado; antes hablador con migo, ahora hacía pausas largas antes de dar la palabra siguiente. Cuadramos un encuentro. Nos vimos en la esquina por la que comenzamos. Fumamos. Le invité a una cerveza, pero no quiso. Respondía con un sí o un no. Entendí que algo debió pasar con su familia. Y lo dejé. Luego supe de su enfermedad, cuando fui a buscarlo. El historiador, parado en una de las puertas de La buena Esquina, me dijo que lo habían llevado al hospital, luego lo trajeron a la casa y una mañana la madre lo encontró muerto en su propia cama.

La noticia me llenó de tristeza. Esos amores azarosos que la vida nos da, prometen ser duraderos; pero hay muchos que la vida la llevan amarrada a la conveniencia, al prestigio de la familia, a la costumbre terrible de trazarle el rumbo a los demás, especialmente a los hijos.

miércoles, 12 de octubre de 2016

Derecho a raptar la belleza. Operación literaria


La literatura y el hablar son lo mismo para el autor de Mito y epopeya. Hablar es de humanos y el autor que aquí paso a comentar, se radicaliza y sostiene que la literatura es inherente al hablar. La afirmación se hace por el furor aupado por la narrativa posible del hablante, sobre hechos, sucesos y hazañas. El contenido del hablar es lo que ha pasado al sujeto o al colectivo y esta experiencia se transmite al otro, para originar la literatura. La abundancia interpretativa producida en el análisis de la literatura épica, con base en las tres funciones indoeuropeas, hace llevar la palabra literatura y la práctica que indica, a la época de construcción de la epopeya y más atrás.

Pero la percepción común que ha ganado aceptación, es pensar el origen de la literatura en el tiempo de escritura del mito y el paso de la oralidad a la grafía. Dice Barthes que la literatura es el mismo lenguaje del mito pero escrito. Antes, la voz involucraba todo el saber de la cultura. Después de la escritura, hablamos de literatura, como un hecho de la mano y se puede decir que ninguna escritura es inocente y por tanto, la literatura se vuelve revolucionaria, porque pone todo en cuestión. Ponderando, el furor de Dumézil aterriza en la sentencia de Barthes: la literatura comienza con la escritura del mito y esta práctica se llama epopeya. En este texto extraigo de Mito y epopeya de Dumézil una secuencia de ideas para mostrar la persistencia en la literatura de unos esquemas de base o como muchos otros dicen, una estructura regular.

El mito de los centauros se origina en los disfraces festivos o rituales. La imagen del hombre disfrazado es potenciada a un nivel de realidad y gana materialidad cuando es representado un hombre caballo. Este ejercicio que involucra la oralidad hace parte de la literatura. Esta es tan vieja como el ser humano que habla, dice Dumezil. En épocas antiguas hubo dos formas de literatura: la lírica y la narrativa. La narrativa se presentó en verso, en prosa o mixta y dio forma a lo que se define como epopeya. Dentro de la narrativa se puede separar, el cuento que luego se diferenciará de la novela.

La epopeya es rica en géneros literarios como lo es la historia o la novela. Puede preguntarse ¿la epopeya es mito o historia? Y se responde: es “mito sabiamente humanizado e incluso historizado que no deja lugar a los “hechos”, dice Dumezil. La epopeya a partir de hechos hace una elaboración y cubre esos hechos y los transforma, hasta el punto de borrar “vestigios identificables”.

La epopeya es una fuente para la historia, aunque en Roma ocurrió lo contrario. Los anales romanos se convirtieron en fuente para que Virgilio elaborara la Eneida, ejemplo de épica latina. Las epopeyas son narraciones en prosa o en verso de acontecimientos ocurridos en tiempos generalmente sin archivos. Son fragmentos traspuestos de mitologías y no son ficciones absolutas y tampoco historia. Es literatura hecha con referentes reales y materiales.

La oralidad ancestral y arcaica, el mito, es sistematizada, encuadrada según una correspondencia, a los códigos (morales y religiosos) sociales, por los poetas. En el caso del Mahabharata, es el acomodo de la tradición oral de la India arcaica a las necesidades de los brahmanes del siglo XVI antes de nuestra era.

La mitología y la teología vertidas por los poetas al lenguaje épico, llevan implícitas la conciencia y el ingenio de los eruditos, tanto poetas como filósofos. Los poetas o rapsodas del segundo milenio antes de nuestra era, estudiaron y logogizaron la oralidad anterior para hacer la épica; por eso en la épica no se reconoce el mito porque ha sido alterado.

Del mito se sacan temas y se hace una versión novelesca. Y la novela resultante vive su propia vida. El mito recibe de poetas, sicólogos y dramaturgos “amplificaciones que no tenía, que no se acoplaban a él”; en otras palabras, la épica recrea la información del mito, según las posibilidades de vuelo que permite el hecho mítico (se es verosímil con el mito).

Los poetas cantan los hechos de los dioses y los encarnan en los seres de las funciones humanas, en sacerdotes-reyes, guerreros y proveedores de la fecundidad humana-animal-vegetal. Los poetas hacen un ejercicio consciente, de la necesidad de la conversión del mito en un canto lleno de belleza, valores morales y éticos.

El canto debe relacionarse con esa afirmación que habla de ser la literatura tan vieja como el ser humano, relación necesaria porque el canto sobre los hechos y los seres humanos, vierte lo cotidiano al mundo de la memoria, en el que habita la estética, el éxtasis por la remembranza y la magnificación de la hazañas. Los cantos, los cuentos, la narración (la literatura) se ubican en un plano o atmósfera de seres divinos. Es tarea de los poetas cantores, darle trascendencia a lo humano y convertirlo en comportamientos ejemplares, éticos, morales, religiosos. La religión de la prehistoria, intuitiva, animista, se trueca en mito en el ser humano civilizado. Luego en el segundo milenio antes de nuestra era, el mito se escribe y se crea conscientemente la épica, para satisfacción del poder y los poderosos.

El inmenso poema épico, El Mahabharata, fue una operación literaria concebida y redactada así, con esas intenciones. Respondió a la necesidad de las dinastías, de buscar la genealogía de sus nombres y poder. También respondió a la necesidad de la muchedumbre ansiosa de un pasado glorioso. Este poema épico no responde a una necesidad histórica, al deseo intelectual de hacer historia, porque no se hace historia, se hace eso nuevo que resulta: la epopeya.

La composición de los textos es una especie de reciclaje (bricolaje) de tradiciones orales antiguas, arcaicas. No es posible determinar la veracidad de los personajes y los hechos, porque son memoria, transmitida por la palabra sujeta al olvido o adición, según los narradores en el tiempo. Pasa cuando se escribe. La memoria del escritor, y la ayuda que busca de otros, en un acto indagador, son ingredientes para la composición. La obra épica, así construida, tiene ficción, rasgos reales o datos históricos desvirtuados, acomodados a los intereses del escritor. Se puede afirmar: todo lo transmitido por la tradición, y luego llevado a la escritura, tiene referentes reales y por eso es verosímil, aunque la realidad sea también una construcción mediada por los sentidos y las determinaciones sociales. Los escritores, compositores, elites intelectuales, cumplen con la condición humana de representarse el pasado para luego cifrarlo en caracteres. Pero como la epopeya se nutre del mito y este da una versión del origen del ser humano y del universo, la epopeya tiene cosmogonías.

El caso romano muestra una distinción con respecto al hindú. La historia de Roma, es contada como la acción de seres humanos que se auxilian de los dioses. Los literatos romanos, a quienes se les llama historiadores, honran los hechos de la fundación de Roma. Para construir esa historia se ayudan de los anales de la ciudad, y de la ficción, para dirigir el relato hacia la satisfacción de sus intereses gloriosos o bélicos; o justificar el dominio y derecho de Roma al imperio universal. Entre los literatos que tomaron esta actitud se tienen Tito Livio, Ovidio, Plutarco, Floro, Propercio y Dionisio de Halicarnaso.

Dumezil señala, según su propuesta de la percepción de las funciones básicas en los “historiadores” romanos, una mezcla de ellas en sus obras. Ejemplo: a Rómulo lo ponen a asumir funciones religiosas y guerreras; le adjudican el origen de sus fuerzas a dones de Juno y Marte. Rómulo resulta ser un sacerdote-guerrero, quejoso de la falta de mujeres, cuando se establece en el Lacio. El historiador justifica el rapto perpetrado por Rómulo y sus hombres de las sabinas, mujeres de la sociedad agrícola, rica y prolífica. Sociedad de la tercera función. La toma del mito como fuente, en los autores romanos, hace que su obra sea una literatura épica, con las pretensiones de ser la historia de Roma.

Esta perspectiva de análisis de las epopeyas, puede considerarse, a su vez, análisis literario y permite entrar en las motivaciones de los escritores épicos. Ante el caso de la Eneida se dice: Virgilio obedeció a las necesidades del esplendor de Roma y a las necesidades del emperador. Satisfizo estas necesidades documentándose para producir y escribir, como poeta – artista, una obra con bases híbridas. Mezcló historia, arqueología y mitología, en una acción de plena conciencia.

La actitud del poeta cantor está regida por los contenidos y comportamientos humanos. Por eso el análisis literario, descubre y detecta en la epopeya, la lucha entre tres grupos identificados por su función social; o la lucha entre tres funciones ejercidas por grupos especializados. El análisis permite testificar la permanencia a través del tiempo de un esquema tripartito en la épica. La estructura se detecta, unas veces básica, otras simulada, otras enrarecida. Básica cuando se conserva desde los orígenes una sociedad completa, jurídica, guerrera, y rica (ganadera y agrícola).

El esquema de lucha entre las funciones para producir como resultado una sociedad completa, es la argumentación de la obra épica, entre ellas: la Ilíada, la Odisea, la Eneida; y la creada entre el siglo noveno y once de nuestra era, la escandinava Ynglingsaga, la novela artúrica, el Cid y la gesta de los héroes alemanes, ingleses y franceses.

El narrador, poeta o cantor, hace adherir los héroes a luchas en las que esgrimen su función, desarrollada en sentimientos y prácticas propias. A los héroes de la primera función se les hace expresar o esgrimir inspiración y encantamiento, magia, meditación, derecho y sacralidad. A los héroes de la segunda función, contrato y pleito, raptos y supremacía. A los de la tercera, la seducción de la riqueza, la belleza, la procreación, el amor, la sensualidad y fertilidad. Pero también la épica, le permite al narrador poeta crear héroes que asumen la soberanía y combinan en él todas las funciones. El soberano resultante es un guerrero – sacerdote, dueño de la tierra, los productos y los productores.

Aedos, poetas, rapsodas, filósofos, juglares, trovadores, bardos, cuando llevaron a la escritura el acerbo de sus memorias, hicieron una literatura con un fin: dotar conscientemente de un canto nacional a un pueblo. Y esta conciencia obligó a hacer investigación (ἱστορεῖν) y en el fondo encontraron el pasado mítico de sus pueblos, un pensamiento basado en el mundo de los sentidos, los olores, la visión, los sabores, el tacto, diríase un pensamiento sensorial. Ese mundo se piensa inmerso en una comprensión general del universo, desde ahí se conciben las partes. El dominio del universo le da al pensamiento la ilusión de poderlo entender.

Los héroes épicos en su saga, les ha sido dado por el poeta, un dominio exacto de su medio. Pleno conocimiento. Operan desde el macrocosmos, al microcosmos. En el macrocosmos, en el universo, las cosas y los fenómenos se relacionan de muchas formas: por eso es posible el escenario en el que el fuego está asociado a un hombre terrible, como el héroe narto, nacido de la espalda de su padre, con el atributo de tener un cuerpo de acero incandescente y fue necesario atender el parto con enfriamientos sucesivos. En sus luchas castrenses utiliza el rayo y las lluvias de fuego contra el enemigo.

Comentario construido con ayuda de los textos siguientes:

1. Dumézil, Georges. Mito y epopeya. T. I La ideología de las tres funciones en las epopeyas de los pueblos indoeuropeos.

2. Levi-Strauss, Claude. Mito y significado

3. Barthes, Roland. El susurro del lenguaje. Más allá de la palabra y la escritura.
Imagen: Picasso. El rapto de las sabinas