Mirar a derecha e
izquierda, mirar al centro, es hacer las veces de sol nietzscheano como el de
Zaratustra. Se debe ser como el sol; mirar la tierra sin pasiones y ser capaz
de ponderar sobre los seres humanos y sus sociedades. Ver los actos y sojuzgarlos,
sin tomar partido, sin soslayar la mirada hacia izquierda o derecha.
Esta es la actitud
del investigador, inscrito en una ciencia, sea humana o exacta. Este es un
deber ser, un asunto ético. Se tiene información de la violación de esta ética y
ha tenido que ver con los intereses políticos atados a los económicos. Sabemos
de los intentos de construir una ciencia liberal o conservadora o marxista. No
se puede. Si se hace, la resultante es un equívoco y termina lesionando las supuestas
libertad e igualdad.
El trabajo del
científico es igual al del juez. Se trata de aplicar justicia. Los primeros se
acercan a la naturaleza o a la sociedad, documentados con el escrutinio sobre
su objeto de estudio, para darnos una versión inteligente y justa. Estos
sujetos tienen la convicción de producir conocimiento para perpetuar la
humanidad y la cultura. No lo conseguirían si sus metas estuvieran inscritas en
los intereses de un grupo o una clase. Sabemos que muchos productos de la
ciencia han sido utilizados por los acumuladores de riqueza, para aumentar su
poder; pero lo hacen por la desviación de la inspiración original. Por eso se
puede decir que los bienes de la modernidad, entre ellos el individuo y la
república democrática, han sido capturados y puestos al servicio de la
burguesía insaciable de riqueza. Y según esto, es posible luchar por un orden
social en el que los bienes de la modernidad se pongan al servicio de todos y
no de una clase social.
Los segundos, los
jueces, tiene actitud similar en su profesión, con los científicos sociales o
exactos. La ética de su trabajo exige aplicar justicia, para sostener el objeto
a que se deben: mantener el orden de la república democrática. No podrían
hacerlo si sus sentencias se matizan con un color político o son un producto
para la oferta y demanda de una sociedad envilecida por el enriquecimiento
fácil. El juez en su estrado deja de ser un hombre común afectado por la
cultura que ha introyectado y por sus intereses político – económicos. Ahí su
comportamiento queda prendido del orden social, garante de la igualdad de
todos, la solidaridad con todos y en especial la convicción que de sus
veredictos depende la paz sostenida y duradera.
En Colombia ha
entrado en vigencia la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP). Se acusa de ser
una justicia terrorista, de un solo grupo, para favorecer a un sector social; y
se trata de sustentar estos argumentos en el mecanismo de elección del grupo de
magistrados. Lo especial de esta justicia, está ahí en el mecanismo nuevo por
fuera de la forma tradicional caída en la corrupción del pago de favores dentro
de un grupo cerrado. Desde la reelección presidencial se ha impuesto el slogan
tácito “yo te elijo tú me eliges”. Después de catorce años de reelección
presidencial, la justicia en Colombia fue cooptada por una mafia. Así no
extraña que el nuevo mecanismo de elección de los magistrados de la JEP, sea
satanizado e insultado por aquellos que no lo pudieron manipular.
La JEP generada en
el acuerdo de paz entre Santos y las Farc, es un acto de ejercicio de las
atribuciones del gobierno otorgadas por la constitución nacional de los
colombianos. Tiene toda la legitimidad posible del ordenamiento jurídico. El
presidente quiso reforzar esa legitimidad con un plebiscito no vinculante, pero
los enemigos del acuerdo lo entendieron como definitivo y por eso no quieren
nada con el acuerdo de paz, hasta el punto de preferir el continuismo de la
guerra. Bajo esta lógica la JEP aparece como algo fuera del continuismo. El ser
un mecanismo acordado y elegido por fuera de la manipulación, es blanco y
objeto de todo el odio que son capaz de producir los contradictores.
Los tribunales y
salas de la JEP, con cincuenta y un magistrados, de procedencia pluralista, son
vituperados por sus militancias y afinidades políticas y religiosas. Ahí debemos
decirle a los contradictores, que estos hombres y mujeres tienen la obligación
de ser y mirar al estilo del sol de Zaratustra, ver los actos y sojuzgarlos,
sin tomar partido, sin soslayar la mirada hacia izquierda o derecha.
Pensar que las militancias
y afinidades políticas y religiosas van a determinar la aplicación de justicia
de los magistrados de la JEP, es creer que todos los colombianos son iguales y
prefieren el slogan tácito “yo te elijo tú me eliges”. Así, como el científico,
el juez consecuente con la práctica de su profesión, está más comprometido con el
orden de la república democrática, que con sus convicciones. En quienes
imparten justicia, prima el interés público y es secundario el interés personal
o de grupo.
La mirada del sol de
Zaratustra sobre la tierra, permite observar dos concepciones de la república
democrática en Colombia contemporánea. Una de corte cesarista, agenciada por los
gobernantes tradicionales, más partidarios del autoritarismo que del consenso y
que quieren perpetuar una especie de aristocracia, a toda costa, incluso por la
fuerza de la exclusión y la violencia. Esa concepción tuvo todo su sustento en
la democracia representativa y clientelista apoyada – generada en la constitución
de 1886. Esta teoría y práctica se hace visible en los que acusan a la JEP de ser
una justicia terrorista.
Otra concepción dice
que la democracia ha caído y ha sido llevada por la tradición a un estado de
decadencia, comandado y dirigido por la corrupción campeante. Todos los
aspectos de la vida social, aupados por la violencia, han optado por la trampa
y la compra de la justicia. Esa realidad se debe cambiar por otra, en la que se
democratice la democracia, se de el paso de los representativo a lo
participativo y se logre instituir la igualdad de oportunidades. El acuerdo de
paz vigente en Colombia se dirige hacia allá. La aceptación por los beligerantes
(guerrillas y paramilitares) de la autoridad del Estado, es el principio de abandonar
la democracia elitista por una igualitarista.
Imagen: El
observador de Antonio Tapia. Murcia 2012
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