domingo, 12 de agosto de 2018

A través de los tejidos. Sobre La Montaña Mágica de Mann


La narrativa visible en La montaña mágica, está creada desde el nosotros, primera persona del plural; desde ahí Mann invita al lector a penetrar en la sensibilidad de los personajes, en el espacio de las habitaciones del sanatorio y los lugares frecuentados. No es Mann el escritor solitario quien narra, somos nosotros, persona plural, compuesta por el autor y los lectores. La persona se recompone en la medida que alguien abre el libro y se mete en la lectura. Hay una narrativa colectivizada, hasta llegar a invitar a retomar temas dejados en esbozo: “…recordemos que habíamos dejado a Hans sentado en el lago”, para asumir otra escena en otro espacio. Todos, lectores y autor, vuelven; Y ese volver es una estrategia para potenciar la obra, agilizarla o sencillamente ayudar a su desarrollo. En ese ámbito aceptamos entrar con Hans a la sala de radioscopia y darle piso al argumento de la novela ya insinuado de forma gradual o por indicios. Ese hombre que arma la visita a su primo enfermo por el tiempo de tres semanas, llega al sanatorio. Se comporta como lo que es, un turista; pero se transforma poco a poco en un paciente. Por eso entramos, lectores y autor, a presenciar la radioscopia, y participar del vuelo verbal de Mann, en el que parece olvidarse el nosotros, al meterse en la dispositiva de la radioscopia y ver la muerte en el blanco intenso de los huesos y la vida en los tejidos vivos insinuados. Es el éxtasis ante una obra humana. Los dispositivos mecánicos, hacen una luminiscencia reveladora que certificaba la auscultación semiológica de la mirada médica. La física y la óptica juntaron sus hallazgos para confirmar los supuestos del observador.

Ante la pantalla fluorescente, los enfermos y los médicos sufren de asombro. Sus ojos han penetrado la materia y pueden ver su movimiento interno. El tórax revela todos los órganos que contiene en siluetas con una tonalidad regida por la dureza del tejido componente. El narrador invita al nos a relacionar ese hallazgo tecnológico con la facultad de una vidente hamburguesa. Ella tenía el poder de señalar que tan cerca o lejos se estaba de la muerte, según el estado del esqueleto de quien la consultase. Ella podía ver los huesos de las personas porque miraba a través de la carne. La radioscopia realizaba el deseo humano de auscultar la materia con una mirada penetrante dada por el poder de cualquier origen, divino o satánico. Pero al nombrar la conjugación, en la fluorescencia de la radioscopia, de la óptica y la física, señala el ejercicio de creación del ser humano dado en la técnica. Lo visto en la pantalla, pleura, esternón, corazón, costillas, clavículas, pueden llevarse, por un acto físico-químico, a una diapositiva y perpetuar la imagen del enfermo. A quien se le haga ese procedimiento, sencillamente pasa a la eternidad su nombre y su estirpe.

El nos invita a pensar en el dolor, como el mayor sentimiento de humillación que tiene el ser humano. El protagonista Hans Cartop, fácilmente habría abandonado el sanatorio, luego de terminar el tiempo de visita a su primo enfermo; pero no salió por dos motivos: el amor adquirido por una francesita de líneas suaves, pero brusca en el tratamiento de los objetos, en especial con las puertas a las que deja golpearse inmisericorde. Hans transforma su molestia inicial por esas prácticas violentas del grupo que habita el sanatorio, en amor doloroso, pues ama en silencio y no se atreve a manifestarlo. El otro motivo es el revelado por la radioscopia: está enfermo, igual que su primo. El nos narrador, encabezado por Thomas Mann, se esfuerza, se ríe, se molesta. Se abre un escenario para que el nos narrador discurra sobre los acontecimientos y las causas por las que participan los personajes. Los actos de los personajes se califican. Joachim, el primo, espera curar su tisis para volver al ejército y seguir con su vida normal acostumbrada. De Hans el nos narrador dice haber encontrado una fuerza vital en el sanatorio; llegó a visitar y encontró la vida en la muerte. Su vida común y normal allá en el valle, era insustancial, gris, monótona y en permanente peligro de autoliquidarse. Hans en el sanatorio se transformó por recibir del cuerpo enfermo de la francesita un amor silencioso y vivificante.

Hay momentos de la narración insostenibles para mostrar hecho o acontecimientos narrados por el nosotros. Llega el invierno a la Montaña mágica. Será el segundo a ser vivido por Hans; y para ser puesta en palabras esa experiencia, el nos se hace improcedente, por eso Mann adopta una persona neutra: “Y así llegó el momento que había de llegar…”, el invierno. Decir así, es decir, llegó ello, el momento, el invierno o el tiempo. Hay allí un juego necesario y obligado por el lenguaje y la persona. La colectivización de la narración es insostenible, ella se debe quebrantar para darle paso al observador, como experiencia personal, la única forma en la que puede ocurrir la experiencia. Cuando nosotros narramos, obliga a una reflexión que debe hacerse en forma neutra, con palabras como “eso”, “ello”, para indicar, en general fenómenos naturales. El nosotros oscila entre el colectivo y la persona neutra.

Ello llegó, el invierno. La situación de Hans adquiere un espacio tiempo propicio para aumentar la tensión de la novela: la condición de turista transmutada en paciente. El invierno es un ingrediente, más para revelar la enfermedad. Luego de ello, el nosotros vuelve al sanatorio a acompañar la rutina de sus habitantes.

Rembrandt. La lección de anatomía. 1632

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