La narrativa visible
en La montaña mágica, está creada desde el nosotros, primera persona del
plural; desde ahí Mann invita al lector a penetrar en la sensibilidad de los
personajes, en el espacio de las habitaciones del sanatorio y los lugares
frecuentados. No es Mann el escritor solitario quien narra, somos nosotros,
persona plural, compuesta por el autor y los lectores. La persona se recompone
en la medida que alguien abre el libro y se mete en la lectura. Hay una
narrativa colectivizada, hasta llegar a invitar a retomar temas dejados en
esbozo: “…recordemos que habíamos dejado a Hans sentado en el lago”, para
asumir otra escena en otro espacio. Todos, lectores y autor, vuelven; Y ese
volver es una estrategia para potenciar la obra, agilizarla o sencillamente
ayudar a su desarrollo. En ese ámbito aceptamos entrar con Hans a la sala de
radioscopia y darle piso al argumento de la novela ya insinuado de forma
gradual o por indicios. Ese hombre que arma la visita a su primo enfermo por el
tiempo de tres semanas, llega al sanatorio. Se comporta como lo que es, un
turista; pero se transforma poco a poco en un paciente. Por eso entramos,
lectores y autor, a presenciar la radioscopia, y participar del vuelo verbal de
Mann, en el que parece olvidarse el nosotros, al meterse en la dispositiva de
la radioscopia y ver la muerte en el blanco intenso de los huesos y la vida en
los tejidos vivos insinuados. Es el éxtasis ante una obra humana. Los
dispositivos mecánicos, hacen una luminiscencia reveladora que certificaba la auscultación
semiológica de la mirada médica. La física y la óptica juntaron sus hallazgos
para confirmar los supuestos del observador.
Ante la pantalla
fluorescente, los enfermos y los médicos sufren de asombro. Sus ojos han
penetrado la materia y pueden ver su movimiento interno. El tórax revela todos
los órganos que contiene en siluetas con una tonalidad regida por la dureza del
tejido componente. El narrador invita al nos a relacionar ese hallazgo
tecnológico con la facultad de una vidente hamburguesa. Ella tenía el poder de
señalar que tan cerca o lejos se estaba de la muerte, según el estado del
esqueleto de quien la consultase. Ella podía ver los huesos de las personas
porque miraba a través de la carne. La radioscopia realizaba el deseo humano de
auscultar la materia con una mirada penetrante dada por el poder de cualquier
origen, divino o satánico. Pero al nombrar la conjugación, en la fluorescencia
de la radioscopia, de la óptica y la física, señala el ejercicio de creación
del ser humano dado en la técnica. Lo visto en la pantalla, pleura, esternón,
corazón, costillas, clavículas, pueden llevarse, por un acto físico-químico, a
una diapositiva y perpetuar la imagen del enfermo. A quien se le haga ese
procedimiento, sencillamente pasa a la eternidad su nombre y su estirpe.
El nos invita a pensar
en el dolor, como el mayor sentimiento de humillación que tiene el ser humano.
El protagonista Hans Cartop, fácilmente habría abandonado el sanatorio, luego
de terminar el tiempo de visita a su primo enfermo; pero no salió por dos
motivos: el amor adquirido por una francesita de líneas suaves, pero brusca en
el tratamiento de los objetos, en especial con las puertas a las que deja
golpearse inmisericorde. Hans transforma su molestia inicial por esas prácticas
violentas del grupo que habita el sanatorio, en amor doloroso, pues ama en
silencio y no se atreve a manifestarlo. El otro motivo es el revelado por la
radioscopia: está enfermo, igual que su primo. El nos narrador, encabezado por
Thomas Mann, se esfuerza, se ríe, se molesta. Se abre un escenario para que el
nos narrador discurra sobre los acontecimientos y las causas por las que
participan los personajes. Los actos de los personajes se califican. Joachim,
el primo, espera curar su tisis para volver al ejército y seguir con su vida
normal acostumbrada. De Hans el nos narrador dice haber encontrado una fuerza
vital en el sanatorio; llegó a visitar y encontró la vida en la muerte. Su vida
común y normal allá en el valle, era insustancial, gris, monótona y en permanente
peligro de autoliquidarse. Hans en el sanatorio se transformó por recibir del
cuerpo enfermo de la francesita un amor silencioso y vivificante.
Hay momentos de la
narración insostenibles para mostrar hecho o acontecimientos narrados por el
nosotros. Llega el invierno a la Montaña mágica. Será el segundo a ser vivido
por Hans; y para ser puesta en palabras esa experiencia, el nos se hace
improcedente, por eso Mann adopta una persona neutra: “Y así llegó el momento
que había de llegar…”, el invierno. Decir así, es decir, llegó ello, el
momento, el invierno o el tiempo. Hay allí un juego necesario y obligado por el
lenguaje y la persona. La colectivización de la narración es insostenible, ella
se debe quebrantar para darle paso al observador, como experiencia personal, la
única forma en la que puede ocurrir la experiencia. Cuando nosotros narramos,
obliga a una reflexión que debe hacerse en forma neutra, con palabras como
“eso”, “ello”, para indicar, en general fenómenos naturales. El nosotros oscila
entre el colectivo y la persona neutra.
Ello llegó, el
invierno. La situación de Hans adquiere un espacio tiempo propicio para aumentar
la tensión de la novela: la condición de turista transmutada en paciente. El
invierno es un ingrediente, más para revelar la enfermedad. Luego de ello, el
nosotros vuelve al sanatorio a acompañar la rutina de sus habitantes.
Rembrandt. La lección
de anatomía. 1632
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