Asistimos hoy a una época que hace una historia sacada de los archivos y en la que el historiador pone un acontecimiento como origen de la existencia de una nación. Así el archivo dona al historiador documentos cuyo contenido es la verdad del hecho, sin importar que el documento fuese elaborado por la subjetividad del testigo y esta condición obliga a pensar y hacer la historia como procesos dados en el tiempo en que inciden las complejidades de la cultura. Hacer historia enlazando documentos para crear una cronología de hechos, es estar inmerso en una práctica falsaria que evita la crítica y evita concebir la historia como una creación humana. Al archivo no se va a leer la historia, al archivo se va a conseguir insumos para hacerla. Estas reflexiones son producto de pensar la decisión de un grupo de académicos que consideran la independencia de Colombia originada en la batalla de Boyacá, desconociendo el complejo proceso de las independencias americanas.
En este escrito trato de acercarme al trabajo del historiador en estos días, trabajo que produce y hace historia, desconociendo el complicado debate que ha originado la concepción de la historia en los últimos siglos. Si pensamos la historia como una práctica civilizatoria esta debe entenderse así:
El placer de escuchar está a la altura de los demás placeres que la humana condición tiene en su haber. Satisface el oído, como entrada a la subjetividad, para el goce de la existencia de ese ser que ha elevado la animalidad al mundo del saber. Escuchar la palabra plena y nutrida de la experiencia de los coetáneos o de los hombres y mujeres antecedentes, le da sentido a la vida, único sentido posible. La palabra dirigida del oído al mundo mental, está plena de memoria de los actos, hechos y acontecimientos, organizados de manera que satisfagan una secuencialidad mínima exigida, por la tradición social. Secuencia, nombrada desde las primeras prácticas civilizatorias como una lógica o reglas generales de unir los sonidos de boca y garganta, para el entendimiento de todos. Esa lógica satisface, produce placer al tiempo que fundamenta el imaginario, individual y de grupo, para ser llamado cultura.
La regulación de los sonidos de boca y garganta con la lógica, es el lenguaje. La lengua se especializa y arma conjuntos de saberes íntimos por la relación con el mundo de afuera o la naturaleza o el mismo mundo interior hasta construir un acervo de preguntas y respuestas sobre el ser humano y sobre ese mecanismo por excelencia que se llama pensamiento. Entre el conjunto de saberes, posible por las prácticas civilizatorias, está el acumulado de hechos y acontecimientos perpetuados y congelados por la escritura, dignos de ser inventariados, certificados por un escrutinio de depuración para quitarle las inverosimilitudes. Este ejercicio escrutador toma el nombre de la práctica griega de “oír para saber” señalada, indicada por la palabra ιστορία (historia). Este nombre griego originario proclama la historia como el conjunto de saberes sobre los actos de los seres humanos anteriores.
La construcción de este saber tiene el ejemplo clásico en la obra de Heródoto, quien sistematiza la compilación de información, con unas prácticas convertidas en método de trabajo. La actitud de Heródoto en sus Nueve libros de historia, acuña el proceder del historiador desde la antigüedad hasta el siglo diecinueve. En apariencia la actitud o el método de este griego, puede ser de sentido común, pero va más allá, porque es la actitud epistémica del ser humano que ha arribado a la civilización. La memoria conservada con el dispositivo técnico de la escritura tiene la opción inmediata de observar por y a través de la lectura, los actos de los humanos del pasado lejano o mediato. Podemos afirmar: la sola escritura invita al método herodotiano como recurso inmediato.
La episteme del civilizado opera por el acumulado de huellas escritas o verbales, para elaborar las decisiones de manejo y control de la sociedad. Esa es la función central de la historia, el control, porque produce verdad, la verdad del poder. Ejemplo, la forma de operar del mundo jurídico medieval llamado consuetudinario por emplear en los juicios penales el historial de la falta para aplicar la sanción ejemplarizante. Los tratadistas antiguos, medievales e ilustrados se inscriben en esa misma episteme y caracterizan el ejercicio del saber histórico por un espacio-tiempo de dos mil trescientos años.
La enciclopedia reúne en un solo lugar toda la información posible sobre un objeto, natural o mental, sin despreciar las oralidades, y esta investigación exhaustiva se torna distinta a las anteriores prácticas de la cultura humana y se dirige hacia la adopción del nombre de ciencia. Por eso en el siglo diecinueve quisieron los historiadores darle a la historia el método efectivo utilizado en el saber sobre la naturaleza o el mundo de afuera del sujeto. La ciencia de la naturaleza empleó la misma episteme del civilizado, pero a su escrutinio y observación le introdujo la medición matemática, lo que permitió más o menos el control por la voluntad de los fenómenos estudiados. Los historiadores se imponen ese reto, al lado de los otros saberes sobre el ser humano y la sociedad, identificados en ese siglo diecinueve. La sociología, la sicología, la economía y la historia, toman de la física, la biología y la química los conceptos y métodos para ser ciencias. Y así reformuladas, entre ellas van a interactuar, a mezclarse y a diluir sus fronteras.
La historia no puede quitarse la huella herodotiana de la episteme del civilizado, sigue observando, a través de la lectura, los actos de los humanos y nombra los textos escritos con el término de documento testimonio poseedor de la verdad. La historia hecha a partir de documentos, cuya veracidad es incuestionable, es una ciencia equiparable a cualquier otra, solo que tiene su especificidad de estar en el sujeto todo lo que ocurre. Esta manera de operar sobrevive. Ranke la reguló desde finales del siglo diecinueve, con el peso de la objetividad kantiana, y los lógicos de Viena en el alba del siglo veinte reafirmaron su necesaria adhesión al modelo de las ciencias exactas para garantizar la existencia. Por Ranke y el círculo de Viena se acuña el concepto de historicismo para identificar la historia y los historiadores que toman el documento como depositario de verdad contundente.
El modelo historicista sobrevive a pesar de Dilthey y Ernest Cassirer quienes señalaron el rumbo de la historia como un hecho de la cultura, un complejo de explicaciones a partir de la elaboración de símbolos que le dan sentido a las revoluciones espirituales y de pensamiento, más allá de la exactitud de la física.
La escuela francesa de los Anales explotó la relación de la historia con las ciencias sociales y le dio curso a las historias particulares como la sociología histórica, la historia antropológica, o una historia sicológica con agudos énfasis en los signos y símbolos que hacen la cultura. Estas historias particulares buscaron la cientificidad de la historia por fuera de la regulación nomotética o de la medición y adoptaron la comprensión como la actitud que debe tomar el historiador ante su materia prima, inmersa en la subjetividad, en la ambivalencia del testimonio, en el deterioro del documento, en la diacronía del devenir, en el juego de intereses de los sujetos.
Pero el cultivo de la historia, el hacer la historia en la época de posguerra, obligó a tener una mirada holística sobre la cultura desde las ciencias sociales y humanas y con una relación clara con las ciencias físico-matemáticas. Esta complejidad, ejemplarizada en la obra Duby, Ariés, Le Goff, Braudel, Eliade, Gadamer, wallerstein, entre otros, es de difícil acceso e hizo extender el trabajo académico en el tiempo. Se ha escuchado reflexiones sobre la falta de especificidad de la historia y el cómo se ha diluido en el extenso mar de las ciencias y perdido su prístina identidad dentro de la episteme del civilizado.
Por eso el historiador contemporáneo ha optado por dos formas de trabajo o dos métodos relacionados con esos dos mundos: el de la complejidad y el de la exactitud. Al responder a la complejidad opta por una narrativa de claros ribetes literarios apoyados en unos gradientes anclados en las ciencias humanas para producir el resultado de una historia sicologizante, socializante, economicista, antropologizante o hermeneuta si se atiene a la interpretación desde la comprensión.
O se produce una historia con pretensiones de ser exacta, al ejercer la permanencia milenaria de la episteme del civilizado y seguir buscando la causa de los acontecimientos en los documentos que dicen verdad: la resultante es un discurso histórico lleno de datos y fechas que une cronológicamente hechos, para terminar proclamando la verdad histórica. Esta actitud ha permitido en Colombia a historiadores profesionales, empíricos y aficionados, señalar dogmáticamente como fecha de origen de la independencia el fin de una batalla, la de Boyacá, despreciando el proceso complejo de la independencia de los pueblos americanos.
Imagen: Óleo de Martín Tovar Tovar 1890
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