Oscuridad es la palabra inmediata para convocar el
discurso contra España. La Nueva Granada estuvo todo el tiempo, después de la
conquista, en las tinieblas de la pobreza, la ignorancia y la superstición. Esa
oscuridad solo es posible medirla con la luz, con cantidad de luz. Iluminación
posible cuando los neogranadinos criollos lograron acercarse a las letras
europeas del siglo XVIII. Ocurrió una coyuntura por la guerra entre los
Austrias y los Borbones, las dos ramas dinásticas del poder español. Triunfaron
los borbones, quienes en cabeza de Fernando V iniciaron una reorganización del
reino y las colonias. En 1740 se creó el virreinato de la Nueva Granada
(Panamá, Quito y Nueva Granada) con el fin de hacer más ágil y eficaz la
defensa de la colonia ante los ataques de la armada inglesa. Con el Virreinato
se crea un territorio con características de país, aunque Venezuela que también
estaba en este concepto, se le declara capitanía bajo jurisdicción de Santo
Domingo.
Esta noción de país entre Quito, Nueva Granada,
Venezuela y Panamá, son el lugar de unos hechos revolucionarios que funcionaron
como pasado de la independencia. Entre ellos la revuelta indígena en Quito de
1765. Los indígenas y la plebe, dice Restrepo, asesinaron a los colectores de
diezmos y tributos. Españoles y pueblo fueron a batalla. “La plebe en los días
siguientes saqueó las casas de las personas que le eran odiosas”1 y
quemó la fábrica de aguardiente y la casa de recaudos de alcabalas. Murieron
más de cuatrocientas personas. Por intermediación del clero la revuelta entregó
las armas y hubo una amnistía general.
Otro hecho o acontecimiento de sensación ocurrió en
1767, dice Restrepo, fue la expulsión de los jesuitas, orden de “un gran
influjo sobre los pueblos, adquirido con sus riquezas, y con la educación de la
juventud”2. En una misma noche se le quitaron los conventos y
tierras y fueron embarcados en Cartagena. Esta expulsión permitió mejorar la
educación y la incorporación de mucha tierra a la producción pues salió de
manos muertas.
Otro hecho se generó a partir de la llegada del
regente Juan Gutiérrez de Piñerez. La monarquía no satisfecha con la
administración del virrey Manuel Antonio Flórez, le nombró este regente que en
la práctica suplantó al virrey y lo relegó. Piñerez “de un carácter duro, y que
no tenía otro interés que aumentar el erario público, aun cuando los pueblos
padecieran, comenzó inmediatamente sus reformas”3. Estancó las
rentas del tabaco, aguardiente, anís; impuso el “derecho de armada de
Barlovento, de alcabala (importación). El cobro fue oneroso y violento; hizo
“derramar copiosas lágrimas a los pueblos, y privado las familias de todas sus
subsistencias”4.
Los neogranadinos se quejaron. Produjeron pasquines
amenazantes contra el gobierno hasta llegar a la rebelión. Comenzó en el
Socorro en 1780, seguido por Simacota, Mogotes y Charalá. El pueblo se apoderó de
la administración real y dispuso de los caudales, “mandaron gentes obscuras de
la plebe”5. El movimiento insurreccional nombró como “capitanes
generales” del movimiento a “Don Juan Francisco Berbeo, Don Salvador Plata, Don
Francisco Rosillo, y Don José Antonio Monsalve”6. Estos, en 1781 se
reunían como “el Supremo Consejo de Guerra”. La insurrección se extendió por
todo el virreinato y en nombre del “común” se depusieron las autoridades reales
y se nombraron en su lugar Capitanes Generales en ciudades y villas. El
movimiento comunero no cometió crímenes; ante la huida de los españoles
peninsulares abolió todos los impuestos de Piñerez.
Una tropa de doscientos hombres fue enviada por
Bogotá para someter a los comuneros del Socorro, pero estos organizaron otra de
quinientos e hicieron huir dispersa a la realista. Ante estos hechos las
autoridades virreinales de Bogotá, sacaron a Piñerez, rebajaron los impuestos y
nombraron al arzobispo de Bogotá Antonio Caballero y Góngora para que contuviera
a los comuneros. De los capitanes generales sólo Berbeo abrazó la causa y
marchó hacia Bogotá Llevando consigo los comuneros de las ciudades, pueblos o
villas por donde pasaba: Moniquirá, Ráquira, Lenguasaque, Nemocón, Tunja…
Berbeo elaboró “formó un proyecto de capitulaciones” para presentarlo ante el
arzobispo, con la fuerza de diez y ocho mil hombres bajo su mando. “Casi todos
estaban armados de lanzas, hondas y palos. Solo tenían trecientas o
cuatrocientas bocas de fuego con pocas municiones”7. Los comuneros y
el arzobispo firmaron un tratado de treinta y cinco artículos, “En ellos se
estipulaba la expulsión del Regente Piñerez y la abolición de su empleo; la
supresión perpetua del derecho de la armada de Barlovento, la del estanco de
naipes, y la del tabacos, la del papel sellado de más de dos reales el pliego,
y de alcabalas en los comestibles…”8 Restrepo detalla muchos de los
artículos y dice que con un Te Deum celebrado en Zipaquirá, se selló la paz y
se disolvió El Común en medio de alegrías de las dos partes: “Los comuneros
empezaron entonces a disolverse y a
retirarse a sus casas muy contentos, llevando copia legalizada de las
capitulaciones como un depósito sagrado en que fincaban su felicidad, y que
juzgaban no podía ser violado”9. El arzobispo recorrió el
territorio, fue al Socorro predicando contra las ideas revolucionarias “con los
terrores que inspiran la religión, de que frecuentemente se abusa para sostener
la esclavitud”10.
El virrey Flórez organizó una fuerza de quinientos
hombres para que desde Cartagena marchase a Bogotá y desconociese lo pactado
porque “eran contrarios y derogaban la soberanía”11. Caballero y
Góngora dividió a los comuneros y enfrentó con intrigas a los capitanes
generales; Plata, Monsalve y Rosillo siguieron al arzobispo y enfrentaron a
Berbeo. Las capitulaciones se desconocieron ocasionando que el comunero José
Antonio Galán, de Charalá, levantara las provincias de Mariquita, Zipaquirá y
el norte del Socorro; pero por las argucias del arzobispo fue prendido, juzgado
y condenado a la horca por alta traición, “a ser quemado el tronco de su cuerpo
delante del patíbulo y su cabeza conducida a Guaduas para fijarse en una
escarpia; la mano derecha a ser puesta del mismo modo en la plaza del Socorro,
la izquierda en San Gil, el pie derecho en Charalá su patria, y el izquierdo en
Mogotes…”12.
Los capitanes generales fueron indultados y el
arzobispo fue elegido virrey en reemplazo de Flórez. Dice Restrepo que en Don
Antonio Caballero y Góngora se reunió el mando militar, civil y eclesiástico en
una sola persona. Y con sus talentos y lealtad a la corona hizo desaparecer
“los últimos gérmenes y reliquias de la revolución…”13. Desde 1777
la monarquía tenía resuelto elevar a Caballero y Góngora al más alto cargo del
gobernó virreinal; pero los acontecimientos habían impedido realizarlo, él
traía todo el pensamiento y la actitud de las reformas ilustradas. Trajo
mineralógos, fundó la cátedra de matemáticas, propagó el conocimiento útil,
formó una expedición botánica de la América septentrional al mando de José
Celestino Mutis y sometió a los indígenas del Darién con el mariscal Arévalo.
Caballero y Góngora salió del virreinato en 1789 y
dejó una memoria sobre el estado económico de la Nueva Granada. Calculó la
población en 1.492.680 habitantes y unas rentas de 3.354.025 pesos. El
arzobispo fue reemplazado por el “Mariscal de Campo Don José Espeleta, quien
continuó una administración […] vigorosa, activa, ilustrada y benéfica”14.
Dice Retrepo que hizo venir de la Habana a Manuel del Socorro Rodríguez para
que iniciase el semanario “Papel Periódico de Santafé de Bogotá. Este fue el
primer papel periódico […] publicado en la Nueva Granada. Una gran parte se
empleaba en literatura, historia natural, y algunos estractos de gacetas”15.
Los jóvenes fueron amigos de Rodríguez y fueron ilustrados; leían la Gaceta de
Madrid, el Mercurio de España, algunos libros y diarios franceses, traducido
por algunos que leían francés y permitió conocer “la halagüeñas máximas de
libertad y de igualdad”. En “sociedad de amigos” unos cuantos hablaron “sobre
los principios republicanos y lo útil que sería a la Nueva Granada un gobierno de
esta clase”16.
El español Francisco Carrasco denunció en 1794, la
circulación de un impreso titulado Derechos del Hombre y luego de un proceso se
encarceló un grupo de implicados hasta llegar a la fuente de esta “causa de
pasquines”. Antonio Nariño los imprimió en su imprenta manejada por Diego
Espinosa. Nariño confesó que había traducido de un “tomo de la asamblea
constituyente de Francia”, los Derechos del Hombre, que el tomo se lo había
posibilitado un guarda del virrey llamado “Capitán Ramírez” y que ante las
averiguaciones del gobierno quemó los ochenta o cien ejemplares que se
imprimieron.
Restrepo dentro de estos temas introductorios de la
Revolución en Colombia, acusa a Nariño de haber dado nombres y lugares de
ubicación de quienes estaban pregonando la libertad y la igualdad. Dice: Nariño
nació en Santafé de familia ilustre en 1766. Su padre, contador del Tribunal de
Cuentas, le dio educación y por ella ocupó varios puestos administrativos en el
virreinato: alcalde ordinario de Bogotá en 1789 y tesorero de diezmos en 1794.
Formó una librería, la dotó de aparatos o máquinas de física y con la imprenta
consiguió fama de sabio. Con buena figura y gran elocuencia se hizo admirar y
respetar. En 1795 fue preso y se le encontró en la caja de diezmos un faltante
de 96.000 pesos; dijo que los tenía invertidos en el comercio.
Contra la sublevación de los pasquines se utilizó
el tormento inquisitorial. El abogado de Nariño, Antonio Ricaurte, fue
condenado a prisión, extrañamiento y confiscación. Nariño fue enviado preso a
África por diez años y se le confiscaron los bienes, igual que a Francisco
Antonio Zea y otros catorce sublevados. Al llegar a Cádiz, Nariño se escapó;
fue a Madrid a Francia e Inglaterra buscando apoyo para la insurrección. Volvió
a Bogotá en 1797 y fue entregado a las autoridades virreinales por el arzobispo
Jaime Martínez Compañón en quien había confiado. Dijo Nariño que confesaría
todo a cambio de no ser torturado. Confesó sus pasos […] nombrando y
comprometiendo a cuantas personas le habían auxiliado, dado hospedaje o
prometiendo auxilios en su tránsito de la Guayra hasta Santafé. Esta conducta
débil en que se delató a sí mismo como un revolucionario enemigo del rey, en
que vendió a sus amigos, e hizo a algunos desgraciados, ha merecido siempre
justa censura, de todo hombre sensato e imparcial”17. Le tocó
enjuiciar la Causa de los Pasquines al virrey Mendinueta, quien recomendó a la
corona indultar y no juzgar a los revolucionarios porque servía para
profundizar el descontento. A Mendinueta lo reemplazó en 1803 Amar y Borbón,
hombre sin talento y manejado por su mujer Francisca Villanova, quien vendió
todos los cargos de la administración.
José Manuel Restrepo consideró en su historia de la
revolución, como hecho fundamental los periódicos. Dice que después del Papel
Periódico de Santafé de Bogotá (1791 – 1796), vino el Correo Curioso, creado en
1807 por Jorge Tadeo Lozano y Luis Azuola, semanario dedicado a literatura,
arte y ciencia; duró un año. También en 1807 el virrey Amar creó el semanario
Redactor Americano dirigido por Manuel del Socoro Rodríguez, dedicado a
noticias y variedades; vivó tres años. En el mismo tiempo Francisco José de
Caldas, director del Observatorio Astronómico de Bogotá, creó junto con un
grupo de “jóvenes literatos” el Semanario de la Nueva Granada (1807 – 1810),
dedicado a fomentar la ilustración, la geografía, la estadística y las producciones.
1. Restrepo, José Manuel. Historia de la revolución
de la república de Colombia. París. Librería Americana 1827. Tomo II. Página. 9
2. Idem. Página 10
3. Idem. Página 12
4. Idem. Página 13
5. Idem. Página 15
6. Idem. Página 16
7. Idem. Página 28
8. Idem. Página 30
9. Idem. Página 33
10. Idem. Página 34
11. Idem. Página 34
12. Idem. Página 40
13. Idem. Página 46
14. Idem. Página 53
15. Idem. Página 53
16. Idem. Página 56
17. Idem. Página 66.
Imagen: Gastón Bettelli. José Antonio Galán. Óleo
2010
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