Palabras
viejas para cosas nuevas
Por Guillermo Aguirre González
En la humanidad ocurre algo extraño. Cuando se observa un fenómeno
nuevo, por el cambio del sentido, por las nuevas formas de ver, se nombra con
palabras viejas. Un caso es lo que ha ocurrido con la palabra democracia. Fue
acuñada allá en la Grecia clásica, entre el año 500 y el 400 antes de nuestra
era. La sociedad griega llamó a los habitantes que no eran ricos
terratenientes, ni ricos comerciantes, los del demos. La construcción de una
sociedad regulada por una constitución, la de Solón, le dio el poder a los
seres comunes: pequeños comerciantes, hombres y mujeres libres de cualquier
yugo, libertos, artesanos, combatientes, oficiantes en general. Todos fueron a
la asamblea o al ágora, con derecho a debatir, proponer y asumir cargos
públicos. Este régimen se llamó el gobierno del demos o como se entiende hoy
democracia. Pero ella vivió en medio de la esclavitud. La base de la economía
griega estaba en la guerra permanente contra los pueblos vecinos para adquirir
mano de obra. Por eso la democracia tuvo sentido dentro de una sociedad
esclavista.
La cultura occidental, heredera de lo griego y lo latino,
construyó un régimen político nuevo en los siglos diecisiete y dieciocho. Era
una nueva época, con otras sensibilidades, con otra concepción del mundo, con
nuevas situaciones, con los derechos naturales de los seres humanos, sin
embargo, no se encontró un nuevo nombre para ese nuevo régimen político, se le
llamó democracia. Esta, ya no tenía el demos griego, ya no tenía esclavos,
tenía pueblo libre despojado de todo, más el pueblo burgués y el pueblo
comerciante. Ocurrió el extraño fenómeno, se nombró un fenómeno nuevo con un
término viejo.
La revolución rusa de 1917, construye un régimen social con todo
el legado marxista y a falta de términos nuevos habló, escribió y se
autodenominó, nueva democracia, nueva libertad, para la construcción de un
hombre nuevo. El régimen tuvo como centro el poder hegemónico del partido
comunista. Por fuera del partido no había vida tranquila, dentro de este órgano
de poder las decisiones se tomaban dentro de la ruta del centralismo
democrático; otro viejo término que se acomoda a un acontecimiento nuevo.
La creación de la sociedad comunista en Rusia, es el proceso que
critica Vasili Grossman, en los actos, los discursos, las relaciones, las risas
y dolores de los personajes de Vida y destino, en especial la familia
Sháposhnikov. Ella Tiene en su haber, militantes exitosos del partido,
desviacionistas, trotskistas, condenados a campos de prisión, héroes del
ejército rojo, médicos y físicos nucleares. En los encuentros familiares, con
amigos y allegados a bordo, muchas veces se permite hablar con libertad; pero
cuando los análisis llegan a criticar o a burlarse de Stalin, se autorregulan o
se prometen no haber escuchado. Ante esta situación se cuentan anécdotas de
hombres y mujeres caídos en desgracia por las palabras pronunciadas en
caliente. Allí se enteraron “de que el visitante, corrector de profesión,
acababa de ser liberado de un campo penitenciario, donde había pasado siete
años por haber dejado escapar una errata en el editorial del periódico: en el
apellido del camarada Stalin los tipógrafos se habían equivocado en una letra”.
Esto pasa en el régimen de nueva democracia.
Otro caso extraño de nombrar cosas nuevas con palabras viejas
ocurrió en el trabajo de Shtrum cuyo patronímico es Viktor Pávlovich. Él es un
físico nuclear. El trabajo que realiza, es buscar la forma de controlar las
partículas atómicas. Esa búsqueda se hace también en Norte América (los Álamos)
y en Alemania. Shtrum lleva algunos años aplicando los mismos análisis
fisicomatemáticos y los mismos aparatos tecnológicos. Estaba decepcionado por
la falta de resultados. Sus compañeros de laboratorio también dedicaban todo su
tiempo al mismo objetivo y se hacen chanzas cuando uno de ellos se extrema. A
Anna Naumovna la apodaron “la gallina semental” por haberse “pasado dieciocho
horas seguidas ante el microscopio estudiando emulsiones fotográficas”. Esa
entrega al trabajo produjo en Shtrum, una noche que caminaba por una calle de
la ciudad sitiada de Stalingrado, una intuición que se convirtió en un hecho
nuevo. Le sobrevino a la cabeza un nuevo sistema armado con lo viejo y lo
nuevo, y producto de ello dividió el núcleo del átomo. Había hallado la energía
atómica, la energía nuclear.
Lo extraño está en la denominación, energía atómica. La palabra
átomo la acuñaron Demócrito y Leucipo en el año 300 antes de nuestra era. En el
Diacosmos, de Demócrito se halla una teoría explicativa del cosmos y dentro de
ella postuló que la división del todo no es infinita, se llega a una parte
indivisible, es decir al átomo. Este discurrir griego es distinto a lo hallado
por Shtrum. Pero ocurrió lo mismo que con la palabra democracia: A esa cosa
nueva se le pone un nombre viejo, eso es lo extraño. Esa cosa nueva hace llorar
en silencio a Shtrum “Él lo ve todo, lo comprende todo, y sin embargo, no puede
evitar alegrarse por su descubrimiento… ¡Es horrible!”.
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