jueves, 9 de octubre de 2014

Novelas sobre la guerra. Vida y destino de Vasili Grossman

Palabras viejas para cosas nuevas
Por Guillermo Aguirre González

En la humanidad ocurre algo extraño. Cuando se observa un fenómeno nuevo, por el cambio del sentido, por las nuevas formas de ver, se nombra con palabras viejas. Un caso es lo que ha ocurrido con la palabra democracia. Fue acuñada allá en la Grecia clásica, entre el año 500 y el 400 antes de nuestra era. La sociedad griega llamó a los habitantes que no eran ricos terratenientes, ni ricos comerciantes, los del demos. La construcción de una sociedad regulada por una constitución, la de Solón, le dio el poder a los seres comunes: pequeños comerciantes, hombres y mujeres libres de cualquier yugo, libertos, artesanos, combatientes, oficiantes en general. Todos fueron a la asamblea o al ágora, con derecho a debatir, proponer y asumir cargos públicos. Este régimen se llamó el gobierno del demos o como se entiende hoy democracia. Pero ella vivió en medio de la esclavitud. La base de la economía griega estaba en la guerra permanente contra los pueblos vecinos para adquirir mano de obra. Por eso la democracia tuvo sentido dentro de una sociedad esclavista.

La cultura occidental, heredera de lo griego y lo latino, construyó un régimen político nuevo en los siglos diecisiete y dieciocho. Era una nueva época, con otras sensibilidades, con otra concepción del mundo, con nuevas situaciones, con los derechos naturales de los seres humanos, sin embargo, no se encontró un nuevo nombre para ese nuevo régimen político, se le llamó democracia. Esta, ya no tenía el demos griego, ya no tenía esclavos, tenía pueblo libre despojado de todo, más el pueblo burgués y el pueblo comerciante. Ocurrió el extraño fenómeno, se nombró un fenómeno nuevo con un término viejo.

La revolución rusa de 1917, construye un régimen social con todo el legado marxista y a falta de términos nuevos habló, escribió y se autodenominó, nueva democracia, nueva libertad, para la construcción de un hombre nuevo. El régimen tuvo como centro el poder hegemónico del partido comunista. Por fuera del partido no había vida tranquila, dentro de este órgano de poder las decisiones se tomaban dentro de la ruta del centralismo democrático; otro viejo término que se acomoda a un acontecimiento nuevo.

La creación de la sociedad comunista en Rusia, es el proceso que critica Vasili Grossman, en los actos, los discursos, las relaciones, las risas y dolores de los personajes de Vida y destino, en especial la familia Sháposhnikov. Ella Tiene en su haber, militantes exitosos del partido, desviacionistas, trotskistas, condenados a campos de prisión, héroes del ejército rojo, médicos y físicos nucleares. En los encuentros familiares, con amigos y allegados a bordo, muchas veces se permite hablar con libertad; pero cuando los análisis llegan a criticar o a burlarse de Stalin, se autorregulan o se prometen no haber escuchado. Ante esta situación se cuentan anécdotas de hombres y mujeres caídos en desgracia por las palabras pronunciadas en caliente. Allí se enteraron “de que el visitante, corrector de profesión, acababa de ser liberado de un campo penitenciario, donde había pasado siete años por haber dejado escapar una errata en el editorial del periódico: en el apellido del camarada Stalin los tipógrafos se habían equivocado en una letra”. Esto pasa en el régimen de nueva democracia.

Otro caso extraño de nombrar cosas nuevas con palabras viejas ocurrió en el trabajo de Shtrum cuyo patronímico es Viktor Pávlovich. Él es un físico nuclear. El trabajo que realiza, es buscar la forma de controlar las partículas atómicas. Esa búsqueda se hace también en Norte América (los Álamos) y en Alemania. Shtrum lleva algunos años aplicando los mismos análisis fisicomatemáticos y los mismos aparatos tecnológicos. Estaba decepcionado por la falta de resultados. Sus compañeros de laboratorio también dedicaban todo su tiempo al mismo objetivo y se hacen chanzas cuando uno de ellos se extrema. A Anna Naumovna la apodaron “la gallina semental” por haberse “pasado dieciocho horas seguidas ante el microscopio estudiando emulsiones fotográficas”. Esa entrega al trabajo produjo en Shtrum, una noche que caminaba por una calle de la ciudad sitiada de Stalingrado, una intuición que se convirtió en un hecho nuevo. Le sobrevino a la cabeza un nuevo sistema armado con lo viejo y lo nuevo, y producto de ello dividió el núcleo del átomo. Había hallado la energía atómica, la energía nuclear.

Lo extraño está en la denominación, energía atómica. La palabra átomo la acuñaron Demócrito y Leucipo en el año 300 antes de nuestra era. En el Diacosmos, de Demócrito se halla una teoría explicativa del cosmos y dentro de ella postuló que la división del todo no es infinita, se llega a una parte indivisible, es decir al átomo. Este discurrir griego es distinto a lo hallado por Shtrum. Pero ocurrió lo mismo que con la palabra democracia: A esa cosa nueva se le pone un nombre viejo, eso es lo extraño. Esa cosa nueva hace llorar en silencio a Shtrum “Él lo ve todo, lo comprende todo, y sin embargo, no puede evitar alegrarse por su descubrimiento… ¡Es horrible!”.

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