Filosofía
con tableteo
Por Guillermo Aguirre González
Una tonelada de explosivos cae. Viene del fondo oscuro de la noche
y hace temblar la tierra como en un terremoto. Los combatientes y los
habitantes de Stalingrado no ven los aviones; pero saben que las bombas fueron
arrojadas por un Junkers o un Messerschmitt con cruces negras alemanas. Los
distinguen por el sonido de sus motores. Esas aeronaves tienen la identidad de la
máquina porque son producto de una fórmula técnica. La defensa soviética de la
ciudad sabe de eso y también distinguen el sonido de sus propios aviones.
Escuchar el sonido de la guerra es parte de las ocupaciones del
mando del ejército rojo y de los habitantes sitiados. Se narra especialmente la
vivencia de los habitantes de la casa G/I. Están allí algunos de los personajes
más importantes de la novela y algunos mandos superiores. La situación es
aterradora, pues tiene un ingrediente que estremece al lector y le hace
preguntar: ¿Cómo es posible que seres humanos sean capaces de vivir una
cotidianidad en medio de la atrocidad? Grossman lo narra porque también se
estremece y profundiza en esa observación. Se puede deducir una sentencia sobre
la condición humana: este es un ser de costumbres y puede acostumbrarse al
dolor, a la sangre derramada, a vivir bajo el peligro inminente de muerte. Y en
ese trance le puede pasar por el pensamiento la historia, la cultura, los
amores presentes o dejados, la filosofía y puede reír y embriagarse.
Los habitantes de la casa G/I, salen a la calle y saben que es
posible no retornar. La desaparición puede ocurrir en cualquier momento. Sháposhnikov
busca vodka para poder dormir y dejar de escuchar el sonido terrible de la
guerra. Shtrum y Chépizhin dialogan sobre la situación y ella los lleva a
meterse en un plano filosófico. Ambos son investigadores en física. El estudio
de las partículas les hace preguntar por la vida y el universo. Están armados
con los vuelos que permite el materialismo. Invocan el materialismo y el empiriocriticismo
de Lenin de manera indirecta, pero van al fondo del trabajo de la ciencia. Así
como se puede identificar el tipo de avión por el sonido formulado de su motor,
el trabajo del científico está en la producción de fórmulas y artefactos útiles
para la revolución. Las fórmulas que no lleven una utilidad práctica para el
poder del partido son empiriocriticistas y burguesas.
Chépizhin ve en eso, una censura y concibe el trabajo del
científico, como una actividad libre que obedece más al juego de lo posible que
a un interés político. El pensamiento científico, en las ciencias humanas o
físicomatemáticas juega entre la inducción y la deducción y no puede confundir
inducción con interés político o deducción con empirismo. El juego de las
posibilidades no permite volcarse sobre un aspecto del pensamiento científico.
Sólo el sujeto en libertad produce ciencia. Chépizhin parece asumir esta
posición y cayó en desgracia con el partido y Shtrum temeroso del poder siempre
obedeció. Muy cerca, escuchan los interlocutores, el tableteo de ametralladoras
y una nueva bomba les mueve el piso. La vida es más misteriosa que diáfana y el
pensar y descubrir sus partículas no hace daño a nadie, parecen concluir.
En la casa vecina, Vera no se resigna a la ausencia de su amado Víktorov.
Fue enganchado en la aviación soviética a los 19 años. En los aviones de vuelo rasante
le parecía verlo a través de la escotilla. Todos los días preparaba los platos
favoritos de Víktorov y esperaba verlo entrar en casa en las tardes. Las
explosiones y silbidos de los proyectiles le ponían un fondo trágico a sus
amorosos pensamientos. Se había acostumbrado a ser ella y sus aspiraciones, con
la guerra en la calle vecina. Soñaba con el sonido de la fórmula de un caza Yakovlev.
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