Persistencia de la memoria. Dalí 1931
Y la cultura del ser humano presente es justamente una amalgama.
El ejecutivo, el profesor, el periodista, el trabajador de todos los oficios, en
cualquier momento reivindica la magia, la adivinación, la oración a la
necesaria fuerza superior; les es difícil concebir un ser humano sin religión y
convencerse de ser unos creadores y no unas criaturas.
Por las huellas del ser humano sapiens, se pude hacer un arqueo aproximado
del pensamiento de si, desde la invención de los primeros grafismos hasta la
escritura. El sapiens primordial se autoexplicaba como un animal entre tantos y
animó los objetos inertes y demás seres vivos con espíritus de posible control
e invocación. A esta actitud se la ha llamado magia con elementos cosmogónicos.
El sapiens protohistórico construyó un relato rico, profuso y
bello, mítico. Con la interpretación de las huellas megalíticas, se puede decir
de estos mitos, fueron largas narraciones que explicaban el ser humano desde
cosmogonías y genealogías, atadas al misterio de la muerte y materializadas en
rituales profusos.
El sapiens histórico equipado con el útil de la escritura profundiza
el mito y perpetua en los grupos sedentarios las cosmogonías, inscribe las
genealogías y hace cohabitar el mito y la ciencia o control material y certero de
la naturaleza. Las actividades del sedentario, llamadas también del civilizado,
control del fuego, humanización del tiempo y el espacio, se mezclan con el mito
y producen los panteísmos exhaustivos hasta adjudicarle un origen divino a cada
actitud y sentimiento humano.
La intención del ser humano de autoexplicarse, por fuera del mito
y la magia, en el siglo XVIII, produjo un etnocentrismo o rapiña entre las
monarquías por demostrar ser la patria origen de la especie. Si una monarquía
se consideraba heredera de la alta cultura, esta estaba ubicada en el cerebro y
el proceso de como este órgano comenzó a crear el cuerpo humano ocurrió en su
territorio. Actitud llamada cerebralismo, por el cual el cerebro ha creado el cuerpo.
El sapiens de las grandes urbes contemporáneas tiene todo el
pasado sobre él. La magia, los mitos y la ciencia. Esta última aplicada sobre
sí mismo, al tiempo y al espacio, da como resultado los discursos
especializados sobre el todo y las partes. Hoy se puede elaborar un discurso
sobre el ser humano desde el equipamiento teórico de las ciencias historicocríticas,
o sociohistóricas o humanas o sociales. Para este cometido y elaborar un
discurso sobre el ser humano primordial, el apoyo debe estar en la arqueología
y en la paleontología. El resultado será un relato anclado en la materia.
Desde el aquí, ahora, ¿qué se puede decir? Se debe aseverar: dentro
de los seres vivos y en el reino animal, una especie adquirió una serie de
aptitudes que lo hicieron ser humano. El cuerpo comenzó este periplo, por la
memoria. Antes de la memoria, la arqueología ha descubierto un desarrollo evolutivo
o genealogía de la especie; pero solo puede hablarse y escribirse sobre la
humanidad a partir del ejercicio de la memoria. Por eso este ejercicio de
escritura puede llamarse Paleontología de la memoria.
La memoria no está por fuera del cuerpo, ni llegó a él. Ella
acompaña a todos los seres vivos y les garantiza perpetuarse en el tiempo. Esa
memoria del ser vivo se llama memoria específica; pero en el ser humano, se
transforma en memoria social, por efecto de la posición del cuerpo. Como y
cuando se adquirió la posición bípeda, es una historia que hunde sus tentáculos
en el pasado evolutivo de los pitecos; pasado enorme, intrincado y peligroso
porque se termina mitificando el origen: se cree ver la evolución en cámara
lenta. Para evitar la búsqueda del origen e ir cada vez más lejos, problema sin
solución, se ha hecho un acuerdo razonable. Se puede hablar de ser humano a
partir del momento cuando la arqueología brinda un documento incuestionable
sobre el ser humano primordial. Ese documento es un fósil con útiles. Es el
único criterio, desde la materialidad del discurso y la actitud, con base
lógica, para comenzar a hablar y escribir sobre la memoria y por tanto sobre la
humanidad.
Hay estudios arqueológicos prestigiosos que han llevado la edad de
los primeros seres humanos a unos diez millones de años; pero se sabe que deben
ir cada vez más lejos, porque eso ocurre cuando se busca el origen. En ese
mundo de búsquedas es necesario poner un mojón, o mejor, convenir un punto de
partida. Ese punto de referencia es el fósil del australoantropo, no
australopiteco. Ese fósil es el esqueleto de un humano y no de un mono-simio
como lo indica la partícula calificativa pitecos. El fósil encontrado en el
centro de África es el más antiguo esqueleto encontrado en su hábitat rodeado
de los útiles fabricados por él. Y ese es el criterio para que el
autraloantropo sea el ser desde el cual puede hablarse de humanidad.
Así el discurso presente sobre el ser humano debe partir del
primer humano tallador de útiles y la arqueología le ha calculado la edad, por
los métodos de la palinología y el carbono, en poco más de un millón de años.
Esa es la edad convencional de la humanidad. El australoantropo es el ser en el
que la postura erguida produce la primera consecuencia: el útil de piedra. Este
primer útil sencillo (una amígdala de piedra percutida, para producir una punta
cortante), llamado chopper, es el resultado de un proceso: la posición bípeda,
lograda por una rama de los pitecos, transforma el cuerpo. La locomoción
especializada sobre las dos extremidades posteriores obliga a perder la
cuadrumanía, aparece el pie equilibrado por el dedo gordo y deja las manos
libres. Estas en libertad reemplazan la boca en las tareas de preparar el
alimento para la deglución. Pies libres de la prensión, manos libres de la
locomoción, liberan la boca de las funciones de cortar, moler y perforar los
alimentos, son liberaciones que llevan a un acortamiento de la cara para que se
sitúe bajo la masa encefálica y deje la frente visible como el lugar ganado por
el cerebro. Este proceso comenzó y ya en el australoantropo estuvo el primer
resultado. Pero hay otro elemento fundamental, la coordinación de ese proceso
lo hizo la memoria. Ahí en el corazón de África, en esos primeros humanos, la
memoria específica comenzó la aventura de transformarse en memoria social. La
construcción del chooper, es un gesto técnico, difundido por la enseñanza y el
ejemplo para los demás. Es gesto porque el cuerpo toma una actitud, las manos
golpean un objeto con una acción calculada y la cara expresa un estado,
reforzado por un sonido de la garganta. Es técnico porque ese ser humano
primigenio ejerce la aptitud de los seres vivos para garantizar la
sobrevivencia de la especie. Pero acá lo técnico está mediado y potenciado por
el desarrollo del cuerpo, la locomoción bípeda y las manos especializadas en
producir útiles para cortar, perforar y moler, es decir reemplazar la boca.
Se tiene la memoria de la humanidad, obediente más a problemas
neurofisiológicos que filosóficos. Según la neurofisiología se puede
caracterizar una memoria de los invertebrados (lombriz, ameba). Una memoria de
los insectos y una memoria de los vertebrados inferiores y superiores. Dentro
de los tipos de memoria, el ser humano las tiene unas más atenuadas, otras,
manifiestas y básicas: Memoria específica, fijación de los comportamientos de
la especie animal. Memoria étnica, asegura la reproducción de los comportamientos
sociales humanos. Memoria artificial, reproduce actos mecánicos encadenados
electrónicos y se expresa desde el reloj de sol, hasta el computador.
Según la argumentación acá cifrada se puede decir que El esfuerzo
paleontológico ha hecho una taxonomía de seres homínidos según su masa
encefálica y su memoria así:
Australoantropos: vivieron de 1.6 millones hasta 800.000 años
antes de nuestra era y manejaron un cerebro de 600 centímetros cúbicos de masa
encefálica. Sus registros arqueológicos se han denominado Pebble Culture o
cultura de los guijarros. El gesto técnico fue sencillo. Golpeo de guijarros
para obtener una punta cortante (chopper). La memoria actúa para la enseñanza,
el ejemplo y la emisión de sonidos de garganta.
Arcantropos: vivieron entre 800.000 hasta 400.000 años antes de nuestra
era y tuvieron un cerebro de 1.000 centímetros cúbicos de masa encefálica. Su
cultura se nombra Abbevilliense o acheliense. El gesto técnico se ha
enriquecido: golpeo de guijarros para obtener un filo por dos caras de la
amígdala de piedra (hacha bifacial). La memoria permite la comunicación de esa
complejidad del diseño y confección del útil, con un gesto corporal que
involucra la cara, las manos y los sonidos de garganta.
Paleantropos: vivieron de 400.000 hasta 50.000 años antes de
nuestra era; tuvieron un cerebro de 1.200 centímetros cúbicos de masa
encefálica. A su cultura se le ha puesto el nombre de Musteriense. La mano
aumenta su motricidad (rotación de las falanges). Su memoria se enriqueció por
la complejidad del gesto técnico: obtención de largos filos con el trabajo de
lascas. La comunicación fue apropiada a la complejidad de la memoria y se le
adjudica una abstracción ante la muerte.
Neantropos: vivieron de 50.000 hasta 30.000 años antes de nuestra
era y manejaron un cerebro de 1.550 centímetros cúbicos de masa encefálica.
Convivió con el homo sapiens. Su cultura se ha llamado aurignaciense,
solutrense y magdaleniense. La memoria y el lenguaje corresponden a un gesto
técnico que agotó la industria lítica, elaboró en piedra desde una aguja hasta un
hacha y por eso con él finaliza el paleolítico.
Homo sapiens: apareció en el periodo que va de 50.000 a 40.000 años
antes de nuestra era. Estabiliza su masa encefálica en 1.450 centímetros
cúbicos. Convive con el Neantropo buena parte y por eso son comunes sus
culturas aurignaciense, solutrense y magdaleniense. Pero el homo sapiens entra
en una cultura mesolítica y neolítica, entre los años 30.000 y 10.000 antes de
nuestra era, en las que la piedra se pule y se agota su versatilidad. La piedra
pulida encuentra un reemplazo en el metal. El gesto técnico es atravesado por
la memoria social y el lenguaje madura el proceso de graficar el pensamiento y
la memoria iniciado en el magdaleniense, al crear la escritura.
En la humanidad el tamaño del cerebro, el acortamiento de la cara
y la creación del útil, fueron tres procesos que dejaron como sumatoria una
imaginación que hace correlato de la experiencia y el trabajo. Desde el
autraloantropo es necesario adjudicar a estos seres paleolíticos, un lenguaje
articulado correspondiente a su gesto técnico. Este lenguaje se puede entender
como estereotipos o como una memoria de estereotipos. Una memoria basada en el
gesto técnico en la que luchan el instinto y la innovación. Sólo en el homo sapiens
triunfa la memoria étnica, la memoria social que permite el grafismo y luego la
escritura, expresiones de una imaginación enriquecida y organizada en lo que se
llama razón o lógica, dos conceptos que deben entenderse como el orden de la
memoria. Del grafismo a las escritura se tiene esta cronología y morfología. El
grafismo iniciado hace 50.000 años, es el mismo que los modernos llaman arte
paleolítico. Época prefigurativa, hasta 30.000 años a. n. e. Época primitiva,
hasta el año 20.000 a. n. e. son figuras altamente estilizadas. Periodo arcaico
hasta el año 15.000 a. n. e. figuras que muestran una gran maestría técnica. El
periodo Clásico Magdaleniense hasta el año 11.000 a. n. e. se alcanza el
realismo en la figuración, en las formas. En el año 10.000 a. n. e. se entró en
un periodo de decadencia del realismo, por la adopción de dosis crecientes de
abstracción.
Este ejercicio de escritura sobre la memoria
puede concluir: la memoria antes de la ciudad construyó explicaciones de la
existencia mágicas. Con la sedentarización se elaboraron explicaciones mítico –
religiosas y luego racionales.
(Este escrito le debe mucho a André Lerio-Gourham y a Mircea Eliade)
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