Tres gracias. Óleo de Svetlana Lazar. España 2011
No dejaron entrar a
Nacho a la convención del partido rojo por su barba frondosa y el pelo largo. Pero
fue más un pretexto. Los jefes sabían que traía una propuesta para que se
apoyara la aspiración presidencial del General. Nacho, un costeño lenguaraz,
invocaba en sus discursos las barbas de los revolucionarios cubanos y
enfatizaba sobre la necesidad de la revolución social urgente para el país. No
lo dejaron entrar a la convención. Ese hecho le abrió los micrófonos de la
radio y su voz copó casi todo el espectro. Acusó al partido rojo de ser
dirigido por una aristocracia caduca y llamó a sus adeptos y militantes para
que apoyaran la Alianza del General. Todos los que deseaban quitarle el poder a
la aristocracia de rojos y azules, estaban con la Alianza, proclamó. Y ocurrió
así.
Nacho, criado por
los rojos, se dejó seducir por la Alianza, se metió de lleno y quiso llevarse a
sus viejos copartidarios. Su prestigio lo llevó a muchas partes del país. Así
lo conoció Flora. Llegó un viernes de octubre al parque principal de la ciudad.
Acompañaba a uno de los curas revolucionarios que intentaban fundir el
cristianismo con la filosofía marxista. Flora vibraba con todo lo novedoso. Ese
hombre barbado y ese cura que predicaban contra el gobierno y la oligarquía, le
erizaban la piel, así como le ocurrió dos años atrás, cuando vio los Beatles
por el televisor, regalo del papá a ella y sus hermanos. Esos muchachos de su misma
edad, con cabellos largos, tocaban una música eléctrica que se metía en el
cuerpo; Flora los sentía como amigos conocidos de una vez para siempre. Todo lo
que fuera contra la costumbre lo tomaba. Se creó un ser inédito, escandaloso y
visible en la ciudad.
A los dieciséis años
se metió en el taller de Sergio, su papá, y se quedó, a pesar de las rabietas
de ambos padres. Aprendió mecánica automotriz a fuerza de ver las manos de su
padre y de los ayudantes, Chepe y Beto, metidas en los engranajes. Los ayudantes
eran un poco mayores que ella. Sacaban los autos, depositados para reparación, a
pasear por la ciudad. Muchas veces llevaban a Flora y los tres se turnaban en
la cabrilla. La juventud los hizo inseparables y los metió a los bares,
cantinas y heladerías. Se crearon un gusto musical híbrido con tangos, rocanrol
y baladas románticas. De tanto verlos en la calle y ver a Flora vestida con un
overol reparar los autos cuando les fallaba, la gente comenzó a llamarla la
Mecánica. Flora se masculinizó, quería parecerse a Chepe o a Beto. Apareció un
día en la casa con el pelo corto y enfrentó los reclamos de su madre Silvia. La
madre vio en ella un ser tan decidido que terminó por aceptar sus
excentricidades y tomarla como parte del destino propio.
El trío encontró en
las marchas y manifestaciones de la Alianza un lugar para levantar la voz y
gritarle a los demás ¡El pueblo unido jamás será vencido! Recorrieron las
calles con paso presuroso, rítmico, fuerte, con banderas rojas, blancas y
azules. Las veces que la policía disolvió las marchas, terminaron eufóricos y
afónicos en una cantina cantando Tres amigos.
Las lluvias de
octubre anegaron la ciudad. Flora entró a los diecinueve años. Salieron los
tres a las seis de la tarde del taller, luego de esperar la salida de Sergio,
para sacarle el Ford 63 que le había comprado por cuotas a un vecino.
Este corre, dijo
Beto; no vuela gritaba Chepe por la ventanilla. Flora, influenciada por las
voces aceleraba e hizo llorar los neumáticos. Pero la segunda vez que lo hizo,
el auto se deslizó sobre el pavimento mojado y fue a chocarse contra un muro de
ladrillo; el costado derecho se abolló completo. Sólo les pasó un susto; pero
se llenaron de terror por tener que darle la noticia a Sergio. Se miraban
enmudecidos; Beto se quedó en el asiento trasero con las manos en la cabeza.
Chepe saltó fuera, recorría el auto sin parar. Flora, sentada al volante no
quería moverse. Así pasaron un tiempo indeterminado. Flora reaccionó; puso en
marcha el motor. Le funcionó. Hizo una mueca a Chepe para que abordara y sacó
el auto de su adherencia estrecha con el muro. Aceleró y tomó rumbo a la zona
de tolerancia de la ciudad vecina. Bebieron en un club de nombre La casa Yoli.
Los dos amigos sentados en sillas bajas de sala, se sintieron extraños porque
el licor no los embriagaba. Sobre la mesa pequeña que tenían en frente le
habían puesto varías botellas. En silencio observaron a Flora hablar tomada de
la mano de una mujer hermosa, vestida con una falda corta que dejaba ver la turgencia
de sus piernas bien torneadas. Ambos sin decirlo pensaron en el contraste
presentado en la penumbra de sala entre el overol de Flora y la minifalda de su
compañía. Vieron salir a las dos mujeres de la casa. Beto y Chepe se dijeron lo
inútil de seguir bebiendo. Estaban muy asustados por el daño del auto de Sergio
y decidieron pagar el servicio y salir. Frente a la casa, al lado del auto,
estaba Flora con la mujer, riendo mientras señalaba las abolladuras de las
latas del auto de su padre. Vamos Flora –dijo Chepe- y con el movimiento de
cabeza le indicó subirse al auto.
De regreso al taller
Flora les puso en la mano a sus dos amigos una pasta. Les dijo –tomen
muchachos, son meques, para que vuelen y hablen bueno, se siente como vivir con
los dioses. Me las pasó Betty. Linda ella cierto?-
Guardaron el auto.
Le hablaron al celador del taller en una lengua confusa, con palabras
pronunciadas a medias. Le dijeron que al día siguiente hablarían con Sergio y
explicarían el choque. El trio caminó bajo el frío de la primera hora de la
madrugada. Había una llovizna suave revelada por las lámparas de neón y el
brillo del pavimento. Entraron al parque principal de la ciudad por el sur y
ganaron rápidamente la calle de la heladería Paysandú. Entraron y ocuparon una
mesa con vista a la calle. Estaban sedientos. Les sirvieron media botella de
aguardiente y les advirtieron que la heladería cerraba en diez minutos por la
hora avanzada.
Flora buscó las
jardineras del parque. Sentada en una silla de cemento le dijo a los dos –muchachos
aquí me quedo, no voy a ir a la casa. No quiero ver a Sergio-. Chepe se sentó a
su lado… Nosotros respondemos por todo Flora, tranquila, para que te vas a
quedar por aquí sola –le dijo con una voz considerada-. Ella decidió quedarse, sacó
de un bolsillo de su overol otras pastas y los tres las tomaron.
El sol les hirió los
ojos enfermos por el alcohol y el químico. Abrazados, Flora entre los dos, sin
dinero, con sed y hambre; decidieron sin decirlo volver al taller. Caminaron automáticos
la calle larga que los llevaba al barrio donde trabajaban y vivían. Enfrentaron
a Sergio. Él estaba observando su automóvil chocado, cuando entraron los tres.
-Hasta aquí llegaste
en este taller Flora. Te vas para la casa y buscá otro trabajo. Y ustedes dos saquen
las herramientas y me dejan el carro como estaba. Sergio comprendió lo inútil
de pasarse en agresiones verbales con los tres. Esperó paciente diez días el
trabajo de reparación del su auto y al término, al verlo como estaba antes del
choque, dijo –Chepe, Beto, vengan acá- Al tenerlos cerca y al alcance de sus
brazos, continuo –Yo a ustedes los he tratado como hijos, además por la amistad
que tienen con Flora; pero me han traicionado la confianza y tengo que decirles
que se vallan, no vuelvan por acá. Porque ya me informaron que esto lo hacían
con los demás carros que entraban aquí. Es decir les perdí la confianza. Adiós,
¡Desgraciados!-
Los dos jóvenes,
enmudecidos salieron para sus casas. Los siguientes días los dedicaron a jugar
fútbol con otros muchachos del barrio en una cancha, abierta a las patadas, a
balonazos y a fuerza de presencia. El barrio estaba en la frontera de la ciudad.
Lo limitaba un amplio territorio en el que nacían yerbajos de toda especie y en
la parte plana central la presencia humana venció el “rastrojo”. Las gentes
nombraban ese lugar como La manga de Pedro y el común decir de los muchachos
era sencillo ¡vamos a jugar a La manga de Pedro!
La manga propiciaba
abrigos. Las adormideras altas, permitías que la batatilla las copara y se
creara así unos refugios frescos. Bajo ellos se sentaban los espectadores de
partidos importantes entre barrios. Algunas reces se dejaban allí. En las noches
de los días de intenso sol, grupos de jóvenes, acostumbraban encender fogatas y
cantar con la cara dirigida hacia la luna o las estrellas. Flora, Chepe y Beto
acostumbraron quedarse más allá de media noche, fumaban marihuana, bebían alcohol
impotable e ingerían pastas. La repetición de esa embriaguez, que les torcía el
cuerpo, les daba un aspecto grotesco, los llevó a perder la poca cordura, y
comenzaron a hacerlo a cualquier hora del día. Escandalizaron las gentes con
una moralidad y vida religiosa inscrita indeleble en la conciencia, que les hacían
ver el trio, los dos muchachos y la muchacha, como poseídos endemoniados.
Sergio y Silvia, le dijeron a Flora ser un mal ejemplo para sus hermanos y un
desprestigio para la familia. La llamaron a corregirse, a dejar los amigos, o a
abandonar la casa.
Flora no paró. Dejó
la alianza con sus dos amigos. Tomó como hábito la visita diaria a la heladería
Paysandú. Encontró un grupo de mujeres que le admiraban las formas de su cuerpo,
reveladas por los jean ceñidos. En esas rutinas conoció a Claudia Palacio dos
años menor. Las dos intimaron de inmediato. El grupo les celebraba. Flora la sacó
de casa y ambas se alojaron en la residencia Ana María Petate, una abogada con
buena suerte para sacarle dinero a clientes y tribunales. A la hora de terminar
el colegio se veía a Flora en el andén de enfrente de la puerta, esperar a
Claudia. Luego pasaban la mayor parte de la tarde trajinando la ciudad y en las
caminatas era inevitable para Flora, fumar marihuana. Al filo de las seis de la
tarde entraban a la Paysandú, eufóricas y bebían cerveza a grandes sorbos, en
espera de las otras amigas. Claudia no terminó el colegio, la fuerte influencia
de Flora la absorbió, dejó la casa de los padres, dejó el estudio y entró en un
mundo con el sabor de una balada de Los Ángeles Negros.
El dos de enero,
luego de la fiesta de año nuevo, a las seis de la mañana, recibieron en la casa
la visita de Seguridad y Control de la ciudad. Se presentó el agente Donaldo
Palacio, exigió que le entregaran a su hija y que todos los presentes se
consideraran detenidos. Ana María Petate no estaba. La detenida fue Flora, de
inmediato funcionó el dolor y el desquite de la sangre filial de los Palacio
contra Flora; la Mecánica terminó recluida en la cárcel de mujeres El Buen
Pastor. Donaldo Palacio había rescatado su hija; pero lo ocurrido, informó a la
ciudad sobre la vida de Claudia, de Flora, de la mala suerte de Donaldo y la
tolerancia del dueño de la heladería Paysandú. Donaldo, jefe de Seguridad y
Control, un órgano de seguridad municipal, creado y mantenido por los personajes
políticos, se puso en la boca de todos. Los agentes, apadrinados por los
directorios de los partidos, repitieron en los mentideros, los insultos de
Donaldo contra Flora y Ana María Petate. Las cacorras le secuestraron la hija
al jefe, decían. Pero los sentimientos estaban divididos en la ciudad. El
rocanrol, las manifestaciones de la Alianza, las ropas corta de las mujeres,
los curas revolucionarios, habían creado una tolerante aceptación de la
sexualidad de Flora. Por eso Donaldo se metió en el insulto para vengar la
salida de su hija Claudia de la casa del padre y la madre.
El seis de enero, el
sol inclemente se metió en todas las cosas, hizo sudar los cuerpos en especial
el de Ana María Petate. Después de un intenso trajín entre oficinas, sacó a
Flora de la cárcel, luego de cuatro días. Alegó ante el juez la voluntad de Claudia
para estar con Flora y el maltrato de Donaldo en casa. Claudia y Flora
volvieron y las tres mujeres celebraron en la Paysandú con humos y bebedizos. Para
profundizar el odio de Donaldo y los agentes de Seguridad y Control, las tres
salieron de la heladería a exhibir la embriaguez por las calles del centro y el
parque principal de la ciudad. Así llegaron a la casa de Flora a informar su
libertad y terminaron en la manga de Pedro. Encendieron una fogata, bailaron en
redondel y le aullaron a la luna.
La ciudad supo de
Flora. Se convirtió en un ser visible. Habitó los extremos de la ciudad y se le
veía con jíbaros y camajanes, con sibaritas y bacanes, caminar las calles y los
abundantes charcos balnearios que dejaban las aguas descendientes de la
cordillera. El cura Tiberio de la iglesia mayor se refería en los sermones del
domingo, a la decadencia moral de los jóvenes que muestran su cuerpo vicioso y
a la calle contigua a la iglesia tomada por bares y cantinas servidas por
meseras de minifalda, como el fin del mundo. Pero la conciencia de las gentes
atendía tanto a dios como a lo dicho en los mentideros. La calle contigua a la
iglesia estaba en la propiedad del hombre más rico de la ciudad y esos
discursos del cura lesionaban su bolsillo. Por eso en los mentideros se escuchó
de los gustos de Tiberio por abrazar y tocar a los muchachos que se le
acercaban para servirle en la iglesia o para confesarse. Alguien tenía un poder
material más efectivo que el de la sotana y Seguridad y control.
A Donaldo solo le
quedó perseguir a Flora. Ordenó a sus hombres detenerla las veces que la vieran
sola y llevarla a los calabozos bajo los cargos de ser homosexual y drogadicta.
La persecución generó en Silvia y Rogelio un sentimiento de solidaridad
familiar. Se enfrentaron a Donaldo y rescataron todas las veces a la muchacha. Después
del último rescate de los calabozos, llegaron padres e hija a casa, fue el
momento para comprometer a Flora en moderar su estar en la vida y así ocurrió.
Flora pasó más tiempo en la casa y en un colegio nocturno cercano terminó los
estudios de bachillerato.
Una tarde de julio,
llegaron Beto y Chepe en un auto a invitarla a unos tragos. Flora celebró el
verlos con amplia sonrisa y les dijo –¡Eh! Aparecieron tres años después del
choque; y ese también es para chocar- Apuntó el índice hacia el auto de ambos.
Los tres rieron y volvieron a reír, hasta que Flora Abordó y salieron a toda
velocidad de la ciudad. Llegaron a La casa Yoli. Bebieron y Flora celebró con
un grito el volver a ver su amiga Betty. Se abrazaron, se besaron y tomando un
pasillo de la casa se perdieron de la vista de Beto y Chepe.
Betty se convirtió
en una amiga permanente y obsesiva; llamaba todos los días a manifestarle
fidelidad hasta que mereció un regaño de Silvia. Flora comenzó a estar más
tiempo en La casa Yoli que en la propia. Seis meses pasaron. En las fiestas de
navidad llegó Alba a reclamarle a Betty el abandono y a amenazarla. Flora, menor
que las dos, vio mucha violencia en los reclamos y decidió alejarse. Volvió al
lado de su madre; la obsesión de Betty se materializó. Comenzó a llegar a la
puerta de la casa de Flora para sacarla. Flora sabía que el lugar para estar
tranquila era la manga de Pedro. Allí se les vio escaparse de las miradas de la
gente y en especial de la persecución de Donaldo.
En la Semana Santa Flora
estuvo al lado de Silvia y la acompañó a algunas procesiones en la parroquia
del barrio, sin importarle las miradas acusadoras de las mujeres y los mayores.
Silvia se extrañó que esa muchacha tan disoluta le presentara afán por asistir
a la procesión del domingo de resurrección. Silvia no pensó más allá y la
acompañó como lo había hechos las anteriores.
Finalizó marzo y la Semana
Santa en domingo. Entró abril con el lunes y las ansiedades de Flora. Llamó sus
amigos y en la tarde del martes, bajo una lluvia que les recordó el día del
choque, salieron en el auto hacia La casa Yoli. Bebieron aguardiente. Los tres
se extrañaron por la ausencia de Betty. La señora Yolanda, dueña de la casa,
les dijo que hacía dos días no llegaba al trabajo. Pidieron la segunda botella
bebieron, hablaron del taller, de los autos y de la empresa de mecánica
automotriz de Beto y Chepe. En ese trance entraron a la casa Alba y Betty. Tenían
aspecto belicoso; abandonaron el salón y volvieron para llevarse a Flora. Chepe
la tomó de una mano y dijo que se quedara y lo logró. Alba y Betty salieron. Flora
tranquila alzó la copa y los tres bebieron, hablaron de la época del taller,
del choque, rieron y eufóricos hicieron sonar en el traganíqueles Tres amigos.
Salieron a las diez de la noche de La casa Betty. Flora se despidió y quiso
caminar hasta el bus que la llevaría a la casa. Los muchachos le advirtieron el
peligro de salir sola de esa zona. Al fin la metieron en un taxi para que
llegara sin problemas con su familia.
El miércoles Tres de
abril Donaldo recibió por teléfono la noticia del hallazgo de dos cuerpos
femeninos, atados con una cabuya por una de las manos, semi incinerados entre
unos matorrales de la manga de Pedro. Se trasladó al lugar. Lo encontró lleno
de curiosos. Ayudó al levantamiento de los cadáveres y al traslado a una
funeraria por la inexistencia de una morgue en la ciudad. Donaldo sospechaba la
identidad. Esperó a que alguien más lo hiciera y lo hizo una hermana de Betty,
quien dijo al funerario – si esta es Betty y la otra debe ser Flora la amiga
íntima de ella. Las dos vivían en La casa Yoli-.
En su oficina Donaldo se enteró de la
identificación. Estiró el cuerpo y comenzó la redacción de un informe con las
palabras duras de una sociedad que cobra venganza y de un padre al que la
naturaleza de las cosas le da la razón. Escribió de la identificación de los
cuerpos que correspondieron a dos mujeres de mediana estatura, llamadas Betty y
Flora, reconocidas como íntimas amigas, amantes entre sí, licenciosas,
homosexuales, drogadictas, acostumbraban salir de noche y volver a casa a los
dos días. Flora, residente en esta ciudad tenía como profesión mecánica y
varias entradas a la cárcel de mujeres. Donaldo concluyó el informe: “...dada
la aberración sexual por el mismo sexo por parte de la mencionada Alba, lo
mismo que las víctimas encontradas, el motivo para que se cometiera el crimen,
pudo haber sido por cuestiones amorosas, que conllevaron a una discusión, la
cual se pudo haber presentado entre las víctimas y la tal Alba, negra, apodada
la cacorra, la cual terminó con la muerte de Flora y Betty. Se anota también,
que para llevarse a cabo la comisión del delito, la citada Alba, pudo haberse
asesorado de uno o más compinches de su misma calaña”.
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