Conservar la capacidad de asombro, es muestra de
estar fuera de la anestesia generalizada creada por un sistema educativo
esclerotizado y unos medios de información puestos al servicio de la
acumulación de capital. Es poca la gente que aún se asombra. La generalidad ha
perdido la extrañeza y el dolor por lo que pasa. Todo se ve normal y nadie
quiere ser molestado o sacado de la rutina muelle del culto a su individualidad,
blindada por la indiferencia.
Digo lo anterior por el recurrir que hace un amplio
sector político, al ser colombiano tradicional, preso aun de la herencia
colonial. Buscan apoyo, y lo han logrado, para seguir sosteniendo un Estado
distante del laicismo necesario, que evite la violencia por credos religiosos y
la utilización política de la religión.
Ese recurrir a la tradición, posibilita afirmar que
el Estado laico en Colombia se ha venido aplazando desde el siglo diecinueve.
En estos doscientos años de vida republicana, no se ha podido instaurar un
orden social moderno y laico. Ambas palabras de unión indisoluble. Laico como orden
independiente de las confesiones religiosas, pero no enemigo. Claro que el Estado
laico es defendido por personas laicas, no para acabar con la religión sino
para garantizar la existencia de todos los credos. Contrario al Estado Laico,
es el Estado confesional, quien por solemnizar un solo credo y ponerlo como
religión oficial, persigue y extermina a los contrarios o diferentes.
La existencia y actualidad de posiciones políticas
apoyadas en las confesiones religiosas y que están en las instituciones de la
república tomando decisiones que deben ser acatadas por creyentes y no
creyentes, obliga al asombro, a explicar que nos pasa. Porqué los contenidos
básicos de una sociedad moderna se dejan a merced de las Iglesias y los pocos logros
son abolidos y sus detentadores asesinados, perseguidos o son objeto de
violencia. Desde la fundación de la república estuvo en los referentes teóricos
a disposición de los notables organizadores del Estado, todo el mundo
filosófico político para crear un estado con instituciones dirigidas a producir
un ciudadano culto, moderno y libre; pero lo despreciaron, porque un ciudadano de
pensamientos y acciones libres, es imposible de explotar o someter.
El primer acto de abdicación de la libertad del
poder público colombiano para ser un ente legislador independiente, fue la
renuncia al patronato eclesiástico en 1887. Con esta figura jurídica el Estado ponía
bajo su control los credos religiosos y lo más fundamental, podía incidir en la
tarea educativa asumida por la iglesia. Esta abdicación ocurrió al finalizar el
régimen liberal radical y fue producto de la guerra de religión montada por el
partido conservador y un sector liberal aliado.
Los pasos dados por los radicales hacia una
sociedad moderna tienen su signo escrito en las constituciones de 1853 y de
1863. En ellas confluyeron los pensamientos de los hermanos Samper Miguel y
José María; de Ezequiel Rojas, de Murillo Toro. La aspiración se centró en
reducir el estado a lo mínimo y aterrizar en Colombia los atributos que deben
hacer un individuo autónomo y librepensador; los plenos derechos individuales;
la libertad absoluta de expresión, circulación, industria, enseñanza, asociación,
porte de armas, libertad de culto e inviolabilidad de domicilio.
Por este ámbito político se impuso la escuela
obligatoria y se le quitó a la iglesia su orientación. La ley Orgánica de
Instrucción Pública o Escuela Laica de 1870, hecha por Manuel Ancízar, sacó la
religión del aula y la declaró un asunto exclusivamente privado. La iglesia
reaccionó. El Estado liberal radical le impuso sanciones inspirado en el
patronato y la resultante de este conflicto fue el triunfo de los
confesionales. Organizaron el Partido católico y destruyeron el liberalismo
radical, el patronato eclesiástico, la escuela laica y la libertad de cultos. Para
1887 se declara abolido el patronato eclesiástico y en su lugar se crea el
Concordato bajo el ambiente de una iglesia triunfante. Por eso la escuela
vuelve al control eclesiástico y continúa aplazado el Estado laico moderno.
El liberalismo radical se olvida por fuerza de la
violencia y sus convicciones o contenidos escandalizan cuando se nombran a los
colombianos domeñados. En 1936 se trata de hacer otro esfuerzo por adoptar un laicismo.
Hubo un acuerdo entre industriales para liberar la mano de obra atada a los
latifundios por figuras de dependencia colonial; regulación del sindicalismo,
la vigilancia de la educación por el Estado y el estudio de la ciencia
aplicada; Estipula la libertad de conciencias, de culto y de enseñanza. Reformas
que necesitaba la industria colombiana en crecimiento.
A esta reforma de principios del siglo veinte, le pasó
lo mismo que a la de los radicales del diecinueve. Generó respuesta violenta de
los confesionales. Un movimiento literario, “Los leopardos”, conservador pro
franquista, nació en Manizales y leyeron con aspiración de aplicarlos en Colombia,
a autores europeos pronazis como Barrés, Daudet y Maurras. Proclamaron una orientación
reaccionaria de la juventud y de la reflexión intelectual, bajo el eslogan “no
hay enemigos a la derecha”. La reforma de 1936, se la llamó “Revolución en
Marcha” y la reacción que provocó, le valió a Colombia alrededor de trecientos
mil muertos. Originó el periodo conocido como “La violencia Bipartidista”,
despobló los campos y obligó a un aumento de la población en las ciudades por
el desplazamiento. El pacto bipartidista para terminar esa violencia, no logró transformar
el país. Solo cambió la oposición bipartidista por la oposición oficialismo-comunismo
o tradición-cambio.
Hoy se revive el asombro ante la persistencia de
ese confesionalismo radicado en el imaginario popular y utilizado para mantener
una situación propicia para la política tradicional. Las garantías mínimas de
una individualidad moderna, libertad de pensamiento, permitir el aborto,
separación iglesia Estado, pluralidad, enfoque de género, son ubicadas como un comunismo
amenazante que con alianzas internacionales quiere entregar el país.
Por el laicismo secularmente aplazado, las aulas de
las instituciones educativas públicas las preside un crucifijo. Antes de
comenzar la jornada escolar se hace una oración religiosa. Las salas de sesión
de los consejos municipales tienen en el espacio principal y más visible un crucifijo,
lo mismo en los juzgados y altos consejos. Esta disposición espiritual es una
condición de la sociedad hoy aprovechada por la inescrupulosa clase política
para mantenerse en el poder con la advertencia que sin ellos no hay futuro.
Imagen. Eduardo Ramírez Villamizar. Crucifixión 1950