El
proceso electoral que recién comienza en Colombia, tiene unos dejos comunes que
lo hacen preso de una inercia grave. Uno es el juego loco de la política local
nacional y otro la repetición de las fórmulas que dan réditos electorales. El
juego loco es la promesa de un país con impuestos bajos, con un servicio de
salud oportuno y con pleno empleo, entre muchas otras. Juego loco, porque el
candidato que promete bajar impuestos o no imponerlos, miente deliberadamente y
supone que cuenta con un elector receptor de la promesa, sin memoria o loco, pues
la ausencia de memoria conduce a una enfermedad mental. La administración
pública desde siempre y la contemporánea, vive de los impuestos, así que decir “no
habrá impuestos”, como promesa electoral es un juego loco entre dos desmemoriados,
el elector y el candidato. La salud oportuna, es una promesa incumplida desde
su misma proclama, porque los enormes recursos del sistema, están en manos de
quienes financian las campañas electorales. Se crea así una inmovilidad del
sistema. El candidato elegido, con esos recursos, va a mantener el estado de
cosas, por un pacto secreto o clandestino ilegal.
El otro
dejo, es la repetición de la fórmula que dio réditos electorales inesperados,
como la invención de un enemigo de la moralidad, de la tradición y del orden.
Se repite la estrategia de meterle miedo al elector para hacerlo llegar a la
urna electoral indignado y preso de pánico. En esa fórmula está el recurso a
una palabra que indica un mundo conceptual muy propio, desde el alba del siglo
veinte hasta hoy. Se le encuentra en la teoría muy mascullada en la literatura
política de la primera parte del siglo, y llevada a la práctica de las relaciones
sociales de la segunda parte del siglo veinte, para señalar la conducta de los
otros. Se trata de la adopción del concepto “ideología de género” para meterle
miedo a los electores que juntan la noción peyorativa de la palabra ideología
con el terror sobre la educación sexual. Este terror está inscrito en la
mentalidad de los cristianos romanos y protestantes colombianos. El
cristianismo ocultó el cuerpo humano, y decretó una sexualidad reducida a un
solo modo. Desde ahí satanizó toda otra práctica sexual, hasta el punto que hoy
esas prohibiciones riñen con el Estado Social de Derecho colombiano que ha
proclamado la sociedad colombiana como diversa, plural y con plena libertad
religiosa y de credos. Desde el plano constitucional, llevado a la práctica
educativa se adopta el “enfoque de género”, para garantizar el derecho de la
diversidad; pero la utilización política y electoral de la moralidad
tradicional cristiana, tergiversa el concepto y amarra el género al concepto
peyorativo de ideología.
La
palabra ideología, no tendría por qué causar miedo; pero por la permanencia en
la mentalidad popular de la acepción más común, se recurre ella para cargarla
con contenido de error y equivocación. Y este fenómeno tiene su historia, que
puede llamarse la historia de un concepto, con sus propias etapas y periodos:
la génesis, la expansión y el desuso. En la cultura media del hombre medio,
quedaron los hilos de la expansión, por ser los más asequibles o comprensibles,
y esto tiene que ver con el prestigio fundado por la izquierda del siglo veinte,
que acuñó el concepto de ideología como el mundo del error. Las masas y las
clases sociales que las componen, viven una cultura precientífica, compuesta de
ideología y por eso son explotadas.
La
génesis, la expansión y el desuso de la palabra ideología y su acepción, puede
tener este desarrollo: tú perteneces a una clase social. Eres un ser social y
estás determinado por la forma de pensar en la clase; es decir tienes una
ideología. La novedad de la edad moderna está en la posibilidad que tienes de escapar
de la clase y ser un individuo desclasado y sin ideología. El premoderno nacía
y moría dentro de su clase, el moderno se puede mover hacía arriba o hacia
abajo en la jerarquía social, por la libre empresa y la libertad de movimiento.
Se pude andar por el mundo sin ideología, porque este nombre ha variado de
acepciones desde su acuñación.
Inicia su
historia en el siglo dieciocho como ciencia de las ideas y los iluministas
querían con ella ayudar a construir un orden social racional, pues esta ciencia
quería dominar la génesis de las ideas en la mente. Por eso los ideólogos,
practicantes de esa ciencia nueva, cuidaban de las otras ciencias para que interpretaran
y razonaran correctamente sobre el mundo. Pero en el siglo diecinueve, el
marxismo acusó a los ideólogos de quedarse en la interpretación del mundo. El
marxismo condujo el pensamiento hacia la transformación: no se trata de
interpretar el mundo sino de transformarlo. Así el concepto de ideología
cambia, vira de ser una ciencia dieciochesca a ser un ámbito decimonónico del
error. Cuando se transforma el mundo, se va más allá de la interpretación, pues
ésta, no es plenamente racional y es necesario que salga de la mera sensación y
se proyecte hacia escrutinio de la experiencia y la práctica, para producir la
verdad.
La
ideología entra en el siglo veinte como sinónimo de error, el lugar de la
superstición, de la no ciencia, de la falsa conciencia, de las creencias, de la
opinión. Al poder le interesaba mantener la sociedad presa de la ideología y
reservase para sí la ciencia, el conocimiento. Todos los aparatos del Estado
producen y mantienen la ideología, como garantía de la dominación.
En la
época de posguerras, el concepto de ideología, se desatiende y pierde la
acepción peyorativa de mundo del error y adopta el del mundo cognitivo, porque
todo aquel que esté inmerso en un lenguaje, tiene un dominio sobre su entorno.
El ser humano, ubíquese en la época que se ubique, tiene un acervo cultural
válido, pues le permite un dominio sobre la naturaleza.
La conciencia
de clase atada a la ideología, se convierte en el presente, en una positividad
que deja vivir. El término puede haber vuelto a su acepción originaria como lo
es “la ciencia de las ideas”, pero ya no dirige el pensamiento social. Por la
fragmentación de la sociedad ocasionada en la diversificación de las
profesiones, se desliga la clase y la ideología. Ni los obreros, ni los
intelectuales, ni los mandos medios, viven en el error, su mundo cognitivo está
en permanente construcción, alimentado por la información profusa que contiene
la virtualidad de las pantallas, de manera fragmentaria y de difícil
organización.
Quitarle
el contenido laico al concepto “enfoque de género” y ponerle el moralista y
religioso que se lee en “ideología de género, es recurrir a uno de esos
terrores que tenían inscritos en sus prácticas los izquierdistas de los años
sesenta y setenta del siglo veinte colombiano, terrores apropiados hoy por los
candidatos que quieren meterle miedo al elector para hacerlo llegar al puesto
de votación, indignado y preso del pánico. El concepto de ideología por ser
contrario a la ciencia e identificarse con el error, lo preconcebido a pesar de
los hechos, también es contrario a la moral y la religión.
Imagen: Luis
caballero. Sin título 1966. Óleo sobre papel entelado
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