domingo, 26 de noviembre de 2017

Orden social moderno y laico



Conservar la capacidad de asombro, es muestra de estar fuera de la anestesia generalizada creada por un sistema educativo esclerotizado y unos medios de información puestos al servicio de la acumulación de capital. Es poca la gente que aún se asombra. La generalidad ha perdido la extrañeza y el dolor por lo que pasa. Todo se ve normal y nadie quiere ser molestado o sacado de la rutina muelle del culto a su individualidad, blindada por la indiferencia.

Digo lo anterior por el recurrir que hace un amplio sector político, al ser colombiano tradicional, preso aun de la herencia colonial. Buscan apoyo, y lo han logrado, para seguir sosteniendo un Estado distante del laicismo necesario, que evite la violencia por credos religiosos y la utilización política de la religión.

Ese recurrir a la tradición, posibilita afirmar que el Estado laico en Colombia se ha venido aplazando desde el siglo diecinueve. En estos doscientos años de vida republicana, no se ha podido instaurar un orden social moderno y laico. Ambas palabras de unión indisoluble. Laico como orden independiente de las confesiones religiosas, pero no enemigo. Claro que el Estado laico es defendido por personas laicas, no para acabar con la religión sino para garantizar la existencia de todos los credos. Contrario al Estado Laico, es el Estado confesional, quien por solemnizar un solo credo y ponerlo como religión oficial, persigue y extermina a los contrarios o diferentes.

La existencia y actualidad de posiciones políticas apoyadas en las confesiones religiosas y que están en las instituciones de la república tomando decisiones que deben ser acatadas por creyentes y no creyentes, obliga al asombro, a explicar que nos pasa. Porqué los contenidos básicos de una sociedad moderna se dejan a merced de las Iglesias y los pocos logros son abolidos y sus detentadores asesinados, perseguidos o son objeto de violencia. Desde la fundación de la república estuvo en los referentes teóricos a disposición de los notables organizadores del Estado, todo el mundo filosófico político para crear un estado con instituciones dirigidas a producir un ciudadano culto, moderno y libre; pero lo despreciaron, porque un ciudadano de pensamientos y acciones libres, es imposible de explotar o someter.

El primer acto de abdicación de la libertad del poder público colombiano para ser un ente legislador independiente, fue la renuncia al patronato eclesiástico en 1887. Con esta figura jurídica el Estado ponía bajo su control los credos religiosos y lo más fundamental, podía incidir en la tarea educativa asumida por la iglesia. Esta abdicación ocurrió al finalizar el régimen liberal radical y fue producto de la guerra de religión montada por el partido conservador y un sector liberal aliado.

Los pasos dados por los radicales hacia una sociedad moderna tienen su signo escrito en las constituciones de 1853 y de 1863. En ellas confluyeron los pensamientos de los hermanos Samper Miguel y José María; de Ezequiel Rojas, de Murillo Toro. La aspiración se centró en reducir el estado a lo mínimo y aterrizar en Colombia los atributos que deben hacer un individuo autónomo y librepensador; los plenos derechos individuales; la libertad absoluta de expresión, circulación, industria, enseñanza, asociación, porte de armas, libertad de culto e inviolabilidad de domicilio.

Por este ámbito político se impuso la escuela obligatoria y se le quitó a la iglesia su orientación. La ley Orgánica de Instrucción Pública o Escuela Laica de 1870, hecha por Manuel Ancízar, sacó la religión del aula y la declaró un asunto exclusivamente privado. La iglesia reaccionó. El Estado liberal radical le impuso sanciones inspirado en el patronato y la resultante de este conflicto fue el triunfo de los confesionales. Organizaron el Partido católico y destruyeron el liberalismo radical, el patronato eclesiástico, la escuela laica y la libertad de cultos. Para 1887 se declara abolido el patronato eclesiástico y en su lugar se crea el Concordato bajo el ambiente de una iglesia triunfante. Por eso la escuela vuelve al control eclesiástico y continúa aplazado el Estado laico moderno.

El liberalismo radical se olvida por fuerza de la violencia y sus convicciones o contenidos escandalizan cuando se nombran a los colombianos domeñados. En 1936 se trata de hacer otro esfuerzo por adoptar un laicismo. Hubo un acuerdo entre industriales para liberar la mano de obra atada a los latifundios por figuras de dependencia colonial; regulación del sindicalismo, la vigilancia de la educación por el Estado y el estudio de la ciencia aplicada; Estipula la libertad de conciencias, de culto y de enseñanza. Reformas que necesitaba la industria colombiana en crecimiento.

A esta reforma de principios del siglo veinte, le pasó lo mismo que a la de los radicales del diecinueve. Generó respuesta violenta de los confesionales. Un movimiento literario, “Los leopardos”, conservador pro franquista, nació en Manizales y leyeron con aspiración de aplicarlos en Colombia, a autores europeos pronazis como Barrés, Daudet y Maurras. Proclamaron una orientación reaccionaria de la juventud y de la reflexión intelectual, bajo el eslogan “no hay enemigos a la derecha”. La reforma de 1936, se la llamó “Revolución en Marcha” y la reacción que provocó, le valió a Colombia alrededor de trecientos mil muertos. Originó el periodo conocido como “La violencia Bipartidista”, despobló los campos y obligó a un aumento de la población en las ciudades por el desplazamiento. El pacto bipartidista para terminar esa violencia, no logró transformar el país. Solo cambió la oposición bipartidista por la oposición oficialismo-comunismo o tradición-cambio.

Hoy se revive el asombro ante la persistencia de ese confesionalismo radicado en el imaginario popular y utilizado para mantener una situación propicia para la política tradicional. Las garantías mínimas de una individualidad moderna, libertad de pensamiento, permitir el aborto, separación iglesia Estado, pluralidad, enfoque de género, son ubicadas como un comunismo amenazante que con alianzas internacionales quiere entregar el país.

Por el laicismo secularmente aplazado, las aulas de las instituciones educativas públicas las preside un crucifijo. Antes de comenzar la jornada escolar se hace una oración religiosa. Las salas de sesión de los consejos municipales tienen en el espacio principal y más visible un crucifijo, lo mismo en los juzgados y altos consejos. Esta disposición espiritual es una condición de la sociedad hoy aprovechada por la inescrupulosa clase política para mantenerse en el poder con la advertencia que sin ellos no hay futuro.

Imagen. Eduardo Ramírez Villamizar. Crucifixión 1950

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