Decolonización, es un nombre, puesto en el léxico del
pensamiento social, latinoamericano, desde hace algún tiempo. Con ese nombre se
indica una propuesta sociopolítica, para dirigir el rumbo de la región y darle
sentido y materia a la autodeterminación, muy proclamada y nunca realizada.
Pero ese nombre dice ir más allá de la autodeterminación, porque quiere
rastrear, recuperar y producir un pensamiento propio latinoamericano, del que
deben hacer parte las sensibilidades e imaginarios indígenas. Es querer borrar la
cultura del colonizador, quitarse de la cabeza el pensamiento de la dominación
y comenzar a pensar de otra manera.
Debe preguntarse por la posibilidad de ese
emprendimiento; por la capacidad de vencer obstáculos tan inmensos como la
aculturación de los grupos autóctonos sobrevivientes, la paciente y larga
investigación que separe, en la cultura mestiza, los contenidos autóctonos de
los impuestos. O intentar construir una episteme propia sobre la vida y el
mundo. Estos cometidos no son nuevos, se pueden rastrear desde la época de la
independencia, no con el rigor y contundencia de la propuesta decolonizadora;
pero si con la intensión americanista.
Zafarse del pensamiento, de los gestos y las
costumbres del colonizador, es una tarea a cumplir, una vez que el ser humano
producto de la colonización, entra en ruptura con ese poder. La primera
aspiración se cumple con el lenguaje. Es nuestro caso. El esfuerzo gramatical
de Andrés Bello, debe considerarse como un primer acto, si no emancipatorio,
fue querer demostrarle al colonizador, tener una humanidad y una inteligencia
igual o mejor, materializada en el buen hablar y escribir. Pongo en duda la
emancipación intentada con este hecho, porque no se puede sacar del pensamiento
a alguien si se sigue utilizando su lengua.
Recién realizada la independencia, los declarantes,
revolucionarios por obligación, adoptaron símbolos contrarios a la cultura
impuesta por los colonizadores hispanos. Se adoptó la imagen de una mujer india
sedente, con atuendos aborígenes y el torso semidescubierto por un pudor
controlado, como emblema de la Libertad; pero este furor por lo autóctono, pasó
pronto. Al constituirse la república, la mujer india se cambia por una romana
de túnica velada, parecida a la Libertad de la Francia revolucionaria.
Debió esperarse hasta el siglo veinte, en la época de
la Revolución en marcha, para ver y leer manifiestos sobre la necesidad de rescatar
una cultura y un pensamiento americanista, actitud que corona la intensión de
la Colombia regenerada que volvió al lenguaje y la gramática, pero en ese final
de siglo, se quedó en una loa a las costumbres bogotanas. Fue el grupo que estuvo
alrededor de la Revista de Indias, de la Revolución en marcha, quien se adhiere
a ese movimiento cultural de Suramérica, dedicado a reivindicar un pensamiento
propio y distinto al impuesto por el colonizador. Los colombianos como Germán
Arciniegas, participaron de las mismas intensiones de Vasconcelos en Méjico y
Leopoldo Zea en Argentina.
Las intenciones inscritas alrededor del nombre decolonización,
tienen ese antecedente en Latinoamérica. Hoy con el pertrecho de los métodos de
investigación, de la apertura cultural que reconoce identidad a las tradiciones
de todos los pueblos y los apoyos de las ciencias sociales y humanas, se tiene
un nuevo impulso, una nueva pertinencia dirigida a una nueva independencia.
Aquí se debe distinguir entre las intenciones y las materialidades.
Intensiones referidas más a un sentido utopista, decantado en la deseo de ver
la región libre de los dictados de la cultura politicoeconómica occidental, que
condena la humanidad del continente a la inexorabilidad del neoliberalismo,
según el determinismo del pensamiento moderno. La materialidad de la
decolonización obliga a ponderar en el plano de lo realizable, los avances
investigativos, o la escritura o la literatura sobre lo que debe hacerse.
In extremis, el deseo de recuperar una estética
autóctona que debe corresponder a una episteme, reivindica la antropofagia y el
culto a divinidades crueles, de las sociedades prehispánicas, como
comportamientos ocultados o destruidos por el colonizador. Esa estética que responde
al régimen de lo sensible de las comunidades, se ha olvidado. Y el giro
decolonial, propugna por una nueva imaginación de lo sensible. Esa nueva
imaginación debe, para no quedar en el vacío, recuperar la cultura
prehispánica. Una cultura destruida, perseguida, ocultada. Fue una alteridad y
desde esa condición se busca la nueva sensibilidad, la estética autóctona para
resistir y enfrentar la dominación colonial.
La alteridad es el argumento principal. Se tiene como
base. La cultura raizal de Latinoamérica es otra y obliga esgrimir ante la
colonial, unos opuestos dignificantes de la humanidad y la naturaleza. La nueva
imaginación contiene una sensibilidad por la comunidad, la participación contra
el individualismo, por el arte y la estética del vivir que son forma de
enfrentar y vencer la dictadura del mercado impuesta como futuro inevitable.
En la región, las búsquedas iniciadas desde la
independencia y profundizadas en el siglo veinte por la acción participativa y ahora
por el giro decolonial, siguen como intención por la barrera insalvable del
lenguaje. La nueva imaginación, se intenta crear desde el lenguaje del
colonizador, hecho contradictorio, porque todo lenguaje está cargado del
imaginario de su pueblo creador. Sería necesario hablar, mínimo, desde el
aimara, el quechua o el guaraní, para recuperar la sensibilidad propia.
Las búsquedas han llevado a unas literaturas, unas
plásticas, una poesía, renuentes a seguir las vanguardias europeas o de la
cortina de hierro. Se ha ido a las cotidianidades de los pueblos para recabar y
sacar a la luz sus culturas. Por la necesaria alteridad, se quiere ver en ellas
formas de resistencia decoloniales; pero es el sincretismo simbiótico de las
etnias participantes en la colonización el que está ahí. Otra cultura, nueva,
debe construirse y debe comenzar por la ruptura. Buscar una nueva imaginación
de lo sensible, necesita comenzar por poner en la picota el nombre de
imaginación, de claro ancestro griego. La metafísica platónica indagó por el
origen del lenguaje y construyó una teoría de la que hace parte la imagen en su
doble sentido de réplica o ficción de la experiencia que imprime la materia del
cerebro. Por eso se puede hablar sobre las cosas. El concepto de imaginación
pertenece a la sensibilidad del colonizador. Y parece que el giro decolonial se
choca contra algo insalvable.
Imagen: Roberto Mamani. Maternidades andinas 2005
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