martes, 26 de diciembre de 2017

Memoria colectiva para salir del error



No es lo que fue. Hay queja generalizada por haber perdido la radicalidad y la aspiración a una sociedad sin explotación de los trabajadores. Una sociedad controlada por el Estado, para darle a cada quien lo justo, según su trabajo y sus cualidades. Sociedad meritocrática en la que la propiedad cumpla una función social y las fuerzas productivas desarrolladas produzcan riqueza para todos. Los promotores de esta utopía socialista han perdido la radicalidad y han devenido en potenciar una opción política dócil ante la tradicional sociedad feudal o burguesa. En los países donde ha llegado al poder, en las últimas décadas del siglo veinte, cogobernó el capitalismo y desgastó el prestigio social logrado desde finales del siglo diecinueve, dentro de los trabajadores.

Pero existe un nivel de comprensión, en el que el pensamiento socialista, se inscribe en la memoria colectiva de la humanidad, como una de las posibilidades del comportamiento político dirigido a acabar con la desigualdad y la opresión. Esta memoria legitimante, tiene la factibilidad de habitar en el individuo, quien la materializa y la hace visible, en el tiempo de su existencia. Los individuos por la necesidad impuesta de actuar en su época, buscan en la historia fuerza inspiradora o ejemplarizante.

Los individuos inmersos en este ejercicio, no son predestinados, ni dotados. Son seres prácticos en cuyas mentes se enciende un fuego de liderazgo por las condiciones materiales de existencia de su grupo, de su sociedad o colectivo. La vida se defiende de lo que la amenaza y el individuo líder asume la defensa, construye un acervo de pensamiento con recurso a la historia o a la memoria colectiva, para extraer de allí lo que necesita para luchar.

Esta práctica puede observarse en América Latina desde épocas inmediatamente posteriores al fin de la colonia. Los artesanos de corte gremialista, fueron agredidos por las elites adoptantes del liberalismo, quienes debieron destruir los gremios y convertir a los artesanos en trabajadores para el mercado libre de mano de obra. En Méjico, Colombia y Argentina, los líderes de los artesanos, buscaron en la memoria colectiva ideas para darle a la lucha, bases legitimantes y tomaron inspiración en el socialismo. Así como las elites independentistas tomaron el pensamiento liberal inglés, los artesanos tomaron el socialismo francés.

La historia es una creación colectiva. Del fondo enorme de los acontecimientos, los líderes seleccionan aquellos que pueden ayudar a sustentar los actos de la vida, en especial los pertinentes para exigir derechos. La selección se convierte en la historia para la vida o en un relato de apoyo, fundamento y guía de la lucha por el fin de la opresión. En el siglo veinte Ignacio Torres Giraldo y María Cano en Colombia; José Revueltas y Vicente Lombardo Toledano en Méjico y Pedro Milesi en Argentina, hurgaron en la memoria porque quisieron ser unos continuadores de las luchas populares. Tomaron las experiencias decimonónicas y las contextualizaron en las luchas de los trabajadores del momento. El contexto solo podía ser la práctica y la teoría del socialismo marxista.

La memoria colectiva de la lucha en América Latina, en la imaginación de los líderes, se puebla con la lucha de clases, con la teleología de la misión histórica de los trabajadores, ahora convertidos en clase obrera, destinada a liberar la humanidad de la explotación del hombre por el hombre y los monopolistas de la riqueza. Beben de los ejemplos socialdemócratas en Alemania y de la Revolución Rusa. Ubican como enemigo mundial de la clase obrera al imperialismo norteamericano y se deciden por la construcción de un partido que guie a los trabajadores.

En un primer momento, los líderes, unos instruidos por la academia, otros autodidactas, otros empiristas crasos, adoptaron la teleología de las clases y quisieron, en la lucha diaria, abolir las clases sociales, tomar el poder del Estado para desde ahí destruir la propiedad privada y con el socialismo científico construir la sociedad comunista. Pertrechados con este mundo teórico, recorrieron sus respectivos países, crearon sindicatos clasistas, escuelas obreras, periódicos y huelgas, para enseñarle al trabajador proletario a enfrentar y conocer su enemigo.

En un segundo momento, la memoria colectiva, llevó a otra generación de luchadores, a ver el mundo con un acumulado de experiencias y a concebir la lucha solo desde la organización de un partido político, adscrito a la Internacional Comunista. La política mundial obligaba a los partidos seguidores a construir Frentes Populares para enfrentar el nazifascismo que amenazaba con exterminar el comunismo y las razas inferiores según su política del terror. En los frentes cupieron todas las personas y partidos convencidos de la necesidad de destruir a Hitler y sus apoyos. Se populariza la alianza de liberales, socialistas, comunistas, populistas y democristianos, todos antifascistas. Por eso ingresa a la memoria colectiva de la lucha, la opción de tratar de conseguir el poder del Estado por medio de la participación electoral y luego realizar la revolución clasista.

Un tercer momento se abre con la crítica a los frentes populares y la participación democrática de la izquierda. Se expone la necesidad de la lucha armada de los trabajadores proletarios, por fidelidad a la teoría marxista y sus desarrollos rusos como el leninismo. La memoria colectiva de los líderes, ahora inscritos en partidos políticos, sustenta a unos y otros, a los socialistas democráticos y a los comunistas que quieren imitar la Revolución Rusa. Dentro de este clima teórico y por el ejercicio práctico, se permite la llegada al poder en América Latina, de revoluciones social-liberales como la mejicana y de populismos de izquierda como el peronismo argentino. En Colombia no ocurre. Por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, líder al frente de una propuesta extraña, que logró ligar a comunistas, socialistas, liberales de base y conservadores perseguidos. La contraparte en el campo de la izquierda, siguió su curso y generó la guerra de guerrillas.

La memoria colectiva de la lucha en América Latina, inserta en su haber el debate sobre la educación de la clase obrera, para que fuese capaz de asumir, como sujeto histórico, los dictados de la teleología. En el debate se critica el dogmatismo de imitar, con actitud mecánica, las revoluciones triunfantes y desconocer las condiciones particulares de cada país. Este cuarto momento se inscribe en la necesidad de investigar la historia particular de cada pueblo, para conocer, desde la ciencia de la historia, la idiosincrasia, la cultura, las tradiciones, las formas de pensar la justicia, la igualdad y la solidaridad.

Se puede concluir: hoy no se ha perdido la radicalidad y la aspiración a una sociedad sin explotación de los trabajadores y sin desigualdad. Hoy La memoria colectiva de la lucha en América Latina, es un acervo de experiencias que obliga a los líderes y los partidos a un acuerdo para derrotar los regímenes políticos que viven de privatizar la riqueza pública y condenan a las grandes mayorías a las carencias de la pobreza. Ya no hay teleología pero si inteligencia.

Imagen: diego Rivera 1947. Sueño de una tarde dominical en la Alameda.



Texto suscitado por la lectura de Cultura de izquierda, violencia y política en América Latina de Magdalena Cajías y Pablo Pozzi

sábado, 16 de diciembre de 2017

No está el colombiano civilista



La tranquilidad y seguridad con la que difunden mentiras, políticos, funcionarios y periodistas de los medios de comunicación colombianos; y la credibilidad observada en los oyentes receptores de esos menajes, hace pensar en una condición cultural anclada en la tradición. Es folklor, forma de ser y pensar, carácter, costumbres heredadas, condiciones de seres humanos habitantes de estas tierras colombianas en quienes no ha entrado el mundo. La imaginación les fue cercenada por la educación colonial, cuyos contenidos traslaparon los siglos y se han mostrado invencibles ante los tímidos intentos republicanos de modernizarlos. La escuela cubre más del noventa por ciento de la población en edad escolar, pero se queda ahí en el cubrimiento. Los contenidos se dedican a adiestrar en conocimientos divorciados de la vida. El maestro deposita en el alumno información y el alumno la memoriza para el momento culmen de la evaluación y luego olvidar. Y el ser humano queda con los contenidos del folklor, las costumbres heredadas: cristianismo excluyente, agresivo con los bienes públicos, violencia intrafamiliar, una sexualidad grosera y genital, concepción del otro como botín de guerra, y lo más terrible, se toma la existencia como castigo, porque se espera la redención en una supuesta otra vida.

Por esa cultura de seres humanos sin relación sustantiva con la vida, es por la que un Juez de Bogotá obliga al alcalde a cometer un error gramatical. Debe cambiar su eslogan “Bogotá mejor para todos” por “Bogotá mejor para todos y todas”. En este desfortunio, está involucrado un congresista de izquierda y una mujer capitalina. Desconocen las decisiones de la academia de la lengua, quien hace un llamado a conservar la lógica del lenguaje, inmersa en la gramática que usamos los de habla castellana. Si el juez, el congresista, y la mujer, hubiesen asistido a una escuela para la vida y no para preservar las costumbres del colonizador, sabrían del lenguaje como una convención creada por el ser humano destinada a ordenar el mundo para entenderlo y transformarlo. El lenguaje sintetiza en lo genérico las particularidades, en un ejercicio taxonómico, para poder pensar. Si no se hace así sería imposible el pensamiento, condición que separa al ser humano de los demás animales.

Otra expresión que revela la decisión de continuar habitando la tradición, es la existencia del servicio público de la radio, en manos de particulares defensores de sus intereses. Se escuchó el 16 de diciembre de 2017 a las siete de la mañana. Los periodistas de Blu radio en Colombia, se deshicieron de indignación por la negativa del gobierno venezolano de dejar salir un grupo de 126 niños, pedidos por sus padres emigrados al Perú. Una ONG de diputados opositores fue quien consiguió los niños. Los periodistas mueven a la oyente contra el régimen venezolano, por socialista, por impedir la navidad en familia de los niños. Pero no ponderan que por los niños deben ir los padres; los niños deben viajar con los padres como ocurre en toda América. Otra forma es tráfico de seres humanos. Este periodismo de Blu radio, se escuda tras la libertad de prensa para mover visceralmente al oyente y hacerle tomar posiciones políticas. Esos sucesos en época navideña, y presentados sin ningún análisis y cotejo, consiguen fácilmente la indignación del oyente y las lágrimas profusas.

La escuela divorciada de la vida, impide formar ciudadanos participativos, alfabetizados en la composición de las instituciones y organismos del Estado; por eso la clase política heredera del poder, moviliza a los electores con promesas sistemáticamente proclamadas e incumplidas. Dentro de este contexto, un periodista, de los más escuchados, anuncia la existencia de un golpe de estado en Colombia dado por el poder ejecutivo contra el congreso de la república, por la no aceptación del presidente de la negativa legislativa de cumplir con el acurdo de paz; en especial el punto que crea las circunscripciones espaciales de paz. Por estas circunscripciones, los territorios víctimas del conflicto obtendrían 16 curules en el congreso, directas, sin mediar el rito electoral. El presidente anuncia presentar el caso ante la Corte Constitucional porque el congreso archivó la ley a pesar de haber obtenido 50 votos sobre 99 posibles. En radio Caracol el periodista director de noticias, dice del presidente Santos haber dado un golpe de estado en Colombia por desconocer la decisión del congreso sobre las curules de las víctimas. Este registro de boca de quien lo pronuncia, es un acto de irresponsabilidad pública, pues lo hace desde una instancia pública como lo es el servicio público de radiodifusión. El periodista lo hace porque no le importa que sus palabras muevan a los escuchas a tomar conductas destructivas y explosivas, dadas las condiciones de los oyentes, como ciudadanos sin criterios y las de él, pues se toma la existencia como castigo y espera la redención en la otra vida.

Un caso extremo amerita registrarse, por el nivel de conciencia y premeditación de la manipulación. Es la franja que Caracol radio pone en manos del periodista de Colombia Universal y Las voces del secuestro, en las mañanas de los sábados y domingos. Se percibe una radio en trabajo con sectores aislados del ejército colombiano, contra las conversaciones de la Habana, primero y luego contra los acuerdos. Las voces de gentes comunes, repetidas, dejan la sensación de ser un libreto hecho con finalidades políticas. Todo el tiempo los periodistas y el director están volcados sobre el oyente para introyectarle la convicción de culpar a la guerrilla de la guerra y el conflicto. Y lo peor acusar el gobierno actual de entregar el país a la subversión.

Esos programas y periodistas son posibles por la existencia de un ciudadano maleable y de cultura tradicional. Si los periodistas saben que el conflicto colombiano tiene actores en todos los sectores sociales, ¿Por qué quieren reducir la culpa a uno solo? Ahí está la utilización del servicio público de la radio, para defender intereses particulares entendidos como los intereses de la guerra convertidos en modo de vida, para preservar la desigualdad y la ignorancia. Reconocer la pluralidad de los actores del conflicto, es estar dispuesto a comprender el acuerdo con la guerrilla como un paso necesario para construir un país moderno que realice el colombiano educado y civilista.

Imagen: Beatriz González "Señor presidente, que honor estar con usted en este momento histórico" 1987

martes, 12 de diciembre de 2017

Historia y narrativa. Dos formas de la memoria


La confrontación política de la Colombia de hoy, por la desmovilización de la más grande guerrilla del país, mediante un acuerdo de paz, ha llevado a una reacción de todos los ciudadanos, organizados o no, ante el contenido de los acuerdos. En ellos el gobierno ha reconocido la desigualdad, la necesidad de redistribución de los recursos económicos y la ampliación de la democracia. Los acuerdos tienen un sustento teórico en la historiografía que se ha venido construyendo en las academias de historia, iniciadas en la década de los ochenta del siglo veinte. Las personas y los partidos contradictores de los acuerdos han señalado a la historiografía sobre la sociedad colombiana de ser una “narrativa de izquierda”, para deslegitimizar el pacto, recurrir a la ignorancia del ciudadano común y movilizarlo electoralmente en contra.

Luego de creados los programas de historia en varias universidades, allí se asume la Ciencia de la Historia con rigor y la versión sobre la sociedad colombiana en su devenir, es lo creíble y sancionado. Hablar de historia de izquierda o de derecha, de historia marxista o burguesa, es hacer afirmaciones inscritas en una época que se pueden fechar. Corresponden a periodos de confrontación generalizada y de división del campo intelectual por afinidades según la percepción de la disciplina.

El culto a la cientificidad en el siglo diecinueve, permitió a los pensadores o filósofos, proclamar y hacer una historia científica, circunscrita a la imagen de ciencia de su siglo. Desde esa centuria se levantó una historia que cabalgó hasta la del veinte y dividió el ejercicio de hacer historia en dos modos. Y esa manera de hacer, se ha mantenido hasta hoy y permite a quienes insisten en ese maniqueísmo, denunciar la existencia de una historia hecha desde la izquierda, aunque en medio de la confusión llamen a la historia con el nombre de narrativa.

Hoy hemos superado esa manera de estigmatizar la historia y el historiador con un ismo o marca de filiación. Fue común escuchar señalamientos descalificadores de la obra de investigadores como historia marxista o historia burguesa. Algo así, equivalente a lo ocurrido en el arte: se escuchó hasta el cansancio sentenciar una expresión artística como burguesa y decadente o por otro lado como esquemática, socialista o estereotipada.

Hoy, con la herencia de las investigaciones y la obra de los historiadores que se marginaron del maniqueísmo desde las primeras décadas del siglo veinte, se hace historia desde la disciplina. Ahí no puede haber una historia falsa o verdadera, o de izquierda o de derecha. Sólo está la Ciencia de la Historia. ¿Quién la hace? La hace el sujeto disciplinado por la academia o por el autodidactismo. Y alguien se hace sujeto disciplinado acatando las reglas científicas del proceder de la disciplina. Esas reglas están inscritas en la cultura moderna, en la episteme moderna.

La historia como disciplina científica es una práctica que se aplica a un objeto material llamado testimonio. Objeto polimorfo, polisémico, vivo o muerto, o subjetivo. La actitud moderna obliga a la observación del objeto; luego someter la observación a un proceso estadístico y crítico, para detectar unas regularidades y decidir por un ejercicio sintético, un comportamiento social, grupal o individual en la época elegida.

Según lo anterior, la historia no es una narrativa, porque esta se inscribe en el mundo de la ficción, y el producto, la narración, no está sometido a las reglas de la disciplina. La narrativa no es una disciplina, es una opción individual y tiene tantas reglas como cultores. El sujeto dedicado a la narrativa, habla o escribe sobre sí mismo, sobre su experiencia o sus imaginarios. La narrativa es un género discursivo dedicado a sí mismo. Todo individuo, con el verbo o la escritura, es lo que dice de sí mismo, destinado a los otros.

Es necesario hacer la diferencia entre narrativa e historia, por efectos lógicos de la episteme moderna y sacar del utilitarismo político la Ciencia de la Historia. En las arenas movedizas del pasado es necesario anclar unos mojones para no hundirnos en un relativismo rayano con la confusión. La ciencia de la historia nos permite ponernos de acuerdo sobre los acontecimientos, para poder diseñar el futuro según las enseñanzas del pasado: se entiende, un pasado tamizado, decantado, racionalizado.

La narrativa usa la memoria y en ella tiene los sentimientos, las pasiones, el odio, o todas las afecciones que dan contenido al ser humano. Por eso la Ciencia de la Historia es fría y desapasionada y nos devuelve unos acontecimientos sancionados y definitivos hasta nuevas investigaciones. La tentación de poner la historia al servicio de una política partidista, está y se ha hecho. Ejemplos: la historia dedicada a los grandes hombres y mujeres, de los siglos dieciocho y diecinueve, le quitó a esos personajes la materialidad de la vida cotidiana y los convirtió en héroes soportes de la civilización. O la historia política especializada en los acontecimientos relevantes y visibles, hizo de la historia una especie de extracto o esencia, crema del devenir. Tanto la historia heroica, como la política han servido a los intereses de la nobleza y luego de la burguesía ennoblecida y después del poder creador del Estado-nación. Otra forma de poner la historia al servicio de intereses partidistas, es invocar una filosofía de la historia, puesta como ciencia, para fundamentar el derecho del partido del proletariado a dirigir los destinos de la humanidad.

En los primeros años del siglo veinte, en Europa occidental, se reflexionó sobre esos escenarios de la historia y se teorizó sobre la posibilidad de hacer una historia, no de los héroes, o de los grandes acontecimientos, o atado a la filosofía de la historia, sino, de la gente común, de los que han sufrido la dominación; pero para que esta no se convirtiera en otra manera de hacer historia al servicio de la política, se reivindica o se potencia la historia como ciencia y su producto será la Historia Total, basada en la crítica del testimonio y en el cruce de las fuentes de información.

Existe en este mundo de la historia, en este espacio de la cultura dedicado a tratar el pasado, un problema, que señala los límites de la Ciencia de la Historia. Es la imposibilidad de recuperación del pasado. La Ciencia de la Historia, funciona a partir de las fuentes de información. Acontecimiento o periodo que no esté suficientemente documentado, será descrito o inscrito según esa limitante. Por este problema, se puede afirmar que la Ciencia de la Historia, hace la historia, no la recupera, la inventa, la imagina de manera controlada, para que no se convierta en una narrativa.

Imagen: Lorenzo Frolich. El narrador. Óleo sobre lienzo

domingo, 3 de diciembre de 2017

Construir el modelo de democracia



El revoltijo que hoy nos parece la situación social y política colombiana, es su estado permanente desde el origen de la república. Cada vez que intentamos asir el sartén por el mango, está caliente y es inasible. Y se nos antoja un remedio elaborado con la imagen de un estado de cosas en el que todos nos entendíamos y todo estaba ordenado. Esto nunca ha ocurrido. El caos y desorden parece ser la norma. La percepción del tiempo o la sensación del tiempo a nivel del individuo, elabora por aislamiento, una estabilidad pasajera, pero la contemplación del conjunto, en la interacción con los demás vuelve la sensación de revoltijo y caos.

No aislarse es estar en situación de imaginar soluciones y plantear rutas de acción según la observación del pasado. Colombia siempre ha estado en desorden. El convulso siglo veinte, para no ir más atrás, lo muestra. Y se puede buscar la causa. ¿Cuál de los gobiernos anteriores generó el actual estado de cosas?

Según estas ideas se obliga a construir una forma de concebir. Medir lo que hoy ocurre. ¿Con que modelo, si siempre se ha estado en desorden, como construir una imagen de orden? Aquí no funciona el dicho popular que dice “todo pasado fue mejor”. O es igual a afirmar que se ha perdido el orden, la paz y la tranquilidad.

Cuando intentamos atrapar en el pasado un momento de salud y seguridad de la república, para proponer reconstruirlo y sanar así el desorden actual; ese pasado se nos esfuma o hunde sus raíces en la penumbra del tiempo. Y ocurre así porque el pasado no nos da ninguna imagen de épocas felices y frugales. El modelo de orden lo tenemos que construir con base en el deseo, con la imagen de futuro y con un estado de cosas libre de las crisis permanentes.

El individuo aislado, vivo en su mundo sin mayor contacto con los otros, puede construir una imagen de orden y tranquilidad, y le puede durar tanto tiempo como la distancia de su aislamiento se lo permita; pero las convulsiones o crisis sociales algún día lo alcanzan y será objeto de las razias o levas en masa propias de los conflictos. La sensación de orden termina porque se ha entrado en interacción permanente.

No hay en el pasado modelo de orden. Se debe construir con base en los ideales. En el pasado solo hay dolor, crueldad y explotación del débil por el poderoso. Los modelos que se han tratado de imponer han fracasado y hacia futuro, los nuevos, hay que construirlos. Pero la vida del ser humano no es tan fácil, como partir siempre de cero. El pasado no es imagen de modelo, es un fondo de experiencias, que obligan a la hora de pensar en un orden posible. Con otras palabras, debemos construir un orden sin dolor, sin crueldad y sin explotación del débil por el poderoso. Esta condición está, sencillamente porque el ser humano donde esté y como esté, es un ser racional con poca o mucha habilidad para razonar.

Los grandes modelos llevados a la práctica, materializados: la teocracia, la monarquía, la democracia liberal, el nazifascismo, el comunismo o el socialismo, han fracasado a pesar de suponer ser producto de los dictados de dios, unos, otros, producto de la ciencia y la observación histórica. Pero son fracasos que no los borran para siempre; pueden volver enmascarados o descollando desfachatez, como el neofascismo de hoy; o deslumbrando como el socialismo del siglo veintiuno que es solo populismo.

A pesar de tener doscientos años en Colombia el modelo de democracia liberal, decimos que ha fracasado, porque no ha logrado terminar con el dolor, la crueldad y la explotación del débil por el poderoso. La democracia liberal ha metido a la sociedad colombiana en un desorden permanente. Por el estado de cosas, el revoltijo que hoy nos parece la situación Colombiana, buscamos un responsable. ¿Cuál gobierno, cercano a nuestro tiempo, es el culpable de la situación actual? Es común, en el mundo académico y en la opinión de los medios de comunicación, adjudicar la culpa a quien cumplió el papel de actor en el escenario de organización de los ejércitos paraestatales, con la misión de hacer lo que el estado de derechos no podía hacer: exterminar los partidos de izquierda o alternativos y las conductas ciudadanas nuevas producto del desarrollo de la civilidad.

Ese actor, pasó por todos los puestos de representación y cumplió bien la misión del modelo liberal, es Álvaro Uribe y es el equivalente de Laureano Gómez, cuando hubo de cumplir la misma tarea en la primera mitad del siglo veinte. La democracia liberal ha mantenido el país en revoltijo por negar el derecho de los explotados a ser escuchados y satisfechos en sus necesidades. Laureano Gómez potenciado, apoyado y promocionado a los puestos de representación, congreso y presidencia de la república, por los demócratas liberoconservadores, prefirió incendiar el país y meterlo en una sórdida violencia, antes que permitir un gobierno del gitanismo, opción sindical y popular. Producto del papel de Gómez en el escenario de la política colombiana, fue el movimiento guerrillero. Y ahí estuvo el terreno, la escena para Uribe Vélez. Hizo Lo mismo, viabilizó los ejércitos paraestatales para exterminar por fuerza de la violencia el derecho de los explotados a ser escuchados. Uribe contó con la excusa de enfrentar la violencia guerrillera con la violencia del Estado ejercida desde una bifurcación cruel y terrible, lo legal y lo ilegal; peo ahí la legalidad fue neutralizada por el terror.

La sociedad actual colombiana y su situación política, es producto del proceso de negación de la misma democracia proclamada desde hace doscientos años. La salida no está hecha en el pasado, esta por construir con ayuda del pasado, al menos el medianamente anterior. Es hora de materializar la democracia y dejar discurrir las aspiraciones de todos los grupos, para lograr exorcizar el dolor que causa las necesidades insatisfechas y la crueldad de la explotación.

Imagen: Eduardo Esparza. Las manos del ilusionista 1984