La confrontación
política de la Colombia de hoy, por la desmovilización de la más grande
guerrilla del país, mediante un acuerdo de paz, ha llevado a una reacción de
todos los ciudadanos, organizados o no, ante el contenido de los acuerdos. En
ellos el gobierno ha reconocido la desigualdad, la necesidad de redistribución
de los recursos económicos y la ampliación de la democracia. Los acuerdos
tienen un sustento teórico en la historiografía que se ha venido construyendo en
las academias de historia, iniciadas en la década de los ochenta del siglo
veinte. Las personas y los partidos contradictores de los acuerdos han señalado
a la historiografía sobre la sociedad colombiana de ser una “narrativa de
izquierda”, para deslegitimizar el pacto, recurrir a la ignorancia del
ciudadano común y movilizarlo electoralmente en contra.
Luego de creados los
programas de historia en varias universidades, allí se asume la Ciencia de la Historia
con rigor y la versión sobre la sociedad colombiana en su devenir, es lo creíble
y sancionado. Hablar de historia de izquierda o de derecha, de historia
marxista o burguesa, es hacer afirmaciones inscritas en una época que se pueden
fechar. Corresponden a periodos de confrontación generalizada y de división del
campo intelectual por afinidades según la percepción de la disciplina.
El culto a la
cientificidad en el siglo diecinueve, permitió a los pensadores o filósofos,
proclamar y hacer una historia científica, circunscrita a la imagen de ciencia
de su siglo. Desde esa centuria se levantó una historia que cabalgó hasta la
del veinte y dividió el ejercicio de hacer historia en dos modos. Y esa manera
de hacer, se ha mantenido hasta hoy y permite a quienes insisten en ese maniqueísmo,
denunciar la existencia de una historia hecha desde la izquierda, aunque en
medio de la confusión llamen a la historia con el nombre de narrativa.
Hoy hemos superado
esa manera de estigmatizar la historia y el historiador con un ismo o marca de
filiación. Fue común escuchar señalamientos descalificadores de la obra de
investigadores como historia marxista o historia burguesa. Algo así, equivalente
a lo ocurrido en el arte: se escuchó hasta el cansancio sentenciar una
expresión artística como burguesa y decadente o por otro lado como esquemática,
socialista o estereotipada.
Hoy, con la herencia
de las investigaciones y la obra de los historiadores que se marginaron del maniqueísmo
desde las primeras décadas del siglo veinte, se hace historia desde la
disciplina. Ahí no puede haber una historia falsa o verdadera, o de izquierda o
de derecha. Sólo está la Ciencia de la Historia. ¿Quién la hace? La hace el
sujeto disciplinado por la academia o por el autodidactismo. Y alguien se hace
sujeto disciplinado acatando las reglas científicas del proceder de la
disciplina. Esas reglas están inscritas en la cultura moderna, en la episteme
moderna.
La historia como
disciplina científica es una práctica que se aplica a un objeto material
llamado testimonio. Objeto polimorfo, polisémico, vivo o muerto, o subjetivo. La
actitud moderna obliga a la observación del objeto; luego someter la
observación a un proceso estadístico y crítico, para detectar unas
regularidades y decidir por un ejercicio sintético, un comportamiento social,
grupal o individual en la época elegida.
Según lo anterior,
la historia no es una narrativa, porque esta se inscribe en el mundo de la
ficción, y el producto, la narración, no está sometido a las reglas de la
disciplina. La narrativa no es una disciplina, es una opción individual y tiene
tantas reglas como cultores. El sujeto dedicado a la narrativa, habla o escribe
sobre sí mismo, sobre su experiencia o sus imaginarios. La narrativa es un
género discursivo dedicado a sí mismo. Todo individuo, con el verbo o la
escritura, es lo que dice de sí mismo, destinado a los otros.
Es necesario hacer
la diferencia entre narrativa e historia, por efectos lógicos de la episteme
moderna y sacar del utilitarismo político la Ciencia de la Historia. En las
arenas movedizas del pasado es necesario anclar unos mojones para no hundirnos
en un relativismo rayano con la confusión. La ciencia de la historia nos
permite ponernos de acuerdo sobre los acontecimientos, para poder diseñar el
futuro según las enseñanzas del pasado: se entiende, un pasado tamizado,
decantado, racionalizado.
La narrativa usa la
memoria y en ella tiene los sentimientos, las pasiones, el odio, o todas las
afecciones que dan contenido al ser humano. Por eso la Ciencia de la Historia
es fría y desapasionada y nos devuelve unos acontecimientos sancionados y
definitivos hasta nuevas investigaciones. La tentación de poner la historia al
servicio de una política partidista, está y se ha hecho. Ejemplos: la historia
dedicada a los grandes hombres y mujeres, de los siglos dieciocho y diecinueve,
le quitó a esos personajes la materialidad de la vida cotidiana y los convirtió
en héroes soportes de la civilización. O la historia política especializada en
los acontecimientos relevantes y visibles, hizo de la historia una especie de
extracto o esencia, crema del devenir. Tanto la historia heroica, como la
política han servido a los intereses de la nobleza y luego de la burguesía
ennoblecida y después del poder creador del Estado-nación. Otra forma de poner
la historia al servicio de intereses partidistas, es invocar una filosofía de
la historia, puesta como ciencia, para fundamentar el derecho del partido del
proletariado a dirigir los destinos de la humanidad.
En los primeros años
del siglo veinte, en Europa occidental, se reflexionó sobre esos escenarios de
la historia y se teorizó sobre la posibilidad de hacer una historia, no de los
héroes, o de los grandes acontecimientos, o atado a la filosofía de la historia,
sino, de la gente común, de los que han sufrido la dominación; pero para que
esta no se convirtiera en otra manera de hacer historia al servicio de la política,
se reivindica o se potencia la historia como ciencia y su producto será la
Historia Total, basada en la crítica del testimonio y en el cruce de las
fuentes de información.
Existe en este mundo
de la historia, en este espacio de la cultura dedicado a tratar el pasado, un
problema, que señala los límites de la Ciencia de la Historia. Es la
imposibilidad de recuperación del pasado. La Ciencia de la Historia, funciona a
partir de las fuentes de información. Acontecimiento o periodo que no esté suficientemente
documentado, será descrito o inscrito según esa limitante. Por este problema,
se puede afirmar que la Ciencia de la Historia, hace la historia, no la
recupera, la inventa, la imagina de manera controlada, para que no se convierta
en una narrativa.
Doctor Aguirre:¿la inventa, la imagina?en mi concepto la arma
ResponderEliminar