No es lo que fue.
Hay queja generalizada por haber perdido la radicalidad y la aspiración a una
sociedad sin explotación de los trabajadores. Una sociedad controlada por el
Estado, para darle a cada quien lo justo, según su trabajo y sus cualidades. Sociedad
meritocrática en la que la propiedad cumpla una función social y las fuerzas
productivas desarrolladas produzcan riqueza para todos. Los promotores de esta utopía
socialista han perdido la radicalidad y han devenido en potenciar una opción
política dócil ante la tradicional sociedad feudal o burguesa. En los países
donde ha llegado al poder, en las últimas décadas del siglo veinte, cogobernó
el capitalismo y desgastó el prestigio social logrado desde finales del siglo
diecinueve, dentro de los trabajadores.
Pero existe un nivel
de comprensión, en el que el pensamiento socialista, se inscribe en la memoria
colectiva de la humanidad, como una de las posibilidades del comportamiento
político dirigido a acabar con la desigualdad y la opresión. Esta memoria
legitimante, tiene la factibilidad de habitar en el individuo, quien la
materializa y la hace visible, en el tiempo de su existencia. Los individuos
por la necesidad impuesta de actuar en su época, buscan en la historia fuerza
inspiradora o ejemplarizante.
Los individuos inmersos
en este ejercicio, no son predestinados, ni dotados. Son seres prácticos en
cuyas mentes se enciende un fuego de liderazgo por las condiciones materiales
de existencia de su grupo, de su sociedad o colectivo. La vida se defiende de
lo que la amenaza y el individuo líder asume la defensa, construye un acervo de
pensamiento con recurso a la historia o a la memoria colectiva, para extraer de
allí lo que necesita para luchar.
Esta práctica puede
observarse en América Latina desde épocas inmediatamente posteriores al fin de
la colonia. Los artesanos de corte gremialista, fueron agredidos por las elites
adoptantes del liberalismo, quienes debieron destruir los gremios y convertir a
los artesanos en trabajadores para el mercado libre de mano de obra. En Méjico,
Colombia y Argentina, los líderes de los artesanos, buscaron en la memoria
colectiva ideas para darle a la lucha, bases legitimantes y tomaron inspiración
en el socialismo. Así como las elites independentistas tomaron el pensamiento
liberal inglés, los artesanos tomaron el socialismo francés.
La historia es una
creación colectiva. Del fondo enorme de los acontecimientos, los líderes
seleccionan aquellos que pueden ayudar a sustentar los actos de la vida, en
especial los pertinentes para exigir derechos. La selección se convierte en la
historia para la vida o en un relato de apoyo, fundamento y guía de la lucha
por el fin de la opresión. En el siglo veinte Ignacio Torres Giraldo y María Cano
en Colombia; José
Revueltas y Vicente Lombardo Toledano en Méjico y Pedro Milesi en Argentina, hurgaron
en la memoria porque quisieron ser unos continuadores de las luchas populares.
Tomaron las experiencias decimonónicas y las contextualizaron en las luchas de
los trabajadores del momento. El contexto solo podía ser la práctica y la
teoría del socialismo marxista.
La memoria colectiva
de la lucha en América Latina, en la imaginación de los líderes, se puebla con la
lucha de clases, con la teleología de la misión histórica de los trabajadores,
ahora convertidos en clase obrera, destinada a liberar la humanidad de la explotación
del hombre por el hombre y los monopolistas de la riqueza. Beben de los
ejemplos socialdemócratas en Alemania y de la Revolución Rusa. Ubican como
enemigo mundial de la clase obrera al imperialismo norteamericano y se deciden
por la construcción de un partido que guie a los trabajadores.
En un primer
momento, los líderes, unos instruidos por la academia, otros autodidactas,
otros empiristas crasos, adoptaron la teleología de las clases y quisieron, en
la lucha diaria, abolir las clases sociales, tomar el poder del Estado para
desde ahí destruir la propiedad privada y con el socialismo científico
construir la sociedad comunista. Pertrechados con este mundo teórico,
recorrieron sus respectivos países, crearon sindicatos clasistas, escuelas
obreras, periódicos y huelgas, para enseñarle al trabajador proletario a
enfrentar y conocer su enemigo.
En un segundo momento,
la memoria colectiva, llevó a otra generación de luchadores, a ver el mundo con
un acumulado de experiencias y a concebir la lucha solo desde la organización
de un partido político, adscrito a la Internacional Comunista. La política mundial
obligaba a los partidos seguidores a construir Frentes Populares para enfrentar
el nazifascismo que amenazaba con exterminar el comunismo y las razas
inferiores según su política del terror. En los frentes cupieron todas las
personas y partidos convencidos de la necesidad de destruir a Hitler y sus
apoyos. Se populariza la alianza de liberales, socialistas, comunistas,
populistas y democristianos, todos antifascistas. Por eso ingresa a la memoria
colectiva de la lucha, la opción de tratar de conseguir el poder del Estado por
medio de la participación electoral y luego realizar la revolución clasista.
Un tercer momento se
abre con la crítica a los frentes populares y la participación democrática de
la izquierda. Se expone la necesidad de la lucha armada de los trabajadores
proletarios, por fidelidad a la teoría marxista y sus desarrollos rusos como el
leninismo. La memoria colectiva de los líderes, ahora inscritos en partidos
políticos, sustenta a unos y otros, a los socialistas democráticos y a los
comunistas que quieren imitar la Revolución Rusa. Dentro de este clima teórico
y por el ejercicio práctico, se permite la llegada al poder en América Latina, de
revoluciones social-liberales como la mejicana y de populismos de izquierda
como el peronismo argentino. En Colombia no ocurre. Por el asesinato de Jorge
Eliécer Gaitán, líder al frente de una propuesta extraña, que logró ligar a
comunistas, socialistas, liberales de base y conservadores perseguidos. La contraparte
en el campo de la izquierda, siguió su curso y generó la guerra de guerrillas.
La memoria colectiva
de la lucha en América Latina, inserta en su haber el debate sobre la educación
de la clase obrera, para que fuese capaz de asumir, como sujeto histórico, los
dictados de la teleología. En el debate se critica el dogmatismo de imitar, con
actitud mecánica, las revoluciones triunfantes y desconocer las condiciones
particulares de cada país. Este cuarto momento se inscribe en la necesidad de
investigar la historia particular de cada pueblo, para conocer, desde la
ciencia de la historia, la idiosincrasia, la cultura, las tradiciones, las
formas de pensar la justicia, la igualdad y la solidaridad.
Se puede concluir: hoy
no se ha perdido la radicalidad y la aspiración a una sociedad sin explotación
de los trabajadores y sin desigualdad. Hoy La memoria colectiva de la lucha en
América Latina, es un acervo de experiencias que obliga a los líderes y los
partidos a un acuerdo para derrotar los regímenes políticos que viven de
privatizar la riqueza pública y condenan a las grandes mayorías a las carencias
de la pobreza. Ya no hay teleología pero si inteligencia.
Imagen: diego Rivera
1947. Sueño de una tarde dominical en la Alameda.
Texto suscitado por
la lectura de Cultura
de izquierda, violencia y política en América Latina de Magdalena Cajías y
Pablo Pozzi
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