El revoltijo que
hoy nos parece la situación social y política colombiana, es su estado
permanente desde el origen de la república. Cada vez que intentamos asir el sartén
por el mango, está caliente y es inasible. Y se nos antoja un remedio elaborado
con la imagen de un estado de cosas en el que todos nos entendíamos y todo
estaba ordenado. Esto nunca ha ocurrido. El caos y desorden parece ser la
norma. La percepción del tiempo o la sensación del tiempo a nivel del
individuo, elabora por aislamiento, una estabilidad pasajera, pero la contemplación
del conjunto, en la interacción con los demás vuelve la sensación de revoltijo
y caos.
No aislarse es
estar en situación de imaginar soluciones y plantear rutas de acción según la
observación del pasado. Colombia siempre ha estado en desorden. El convulso
siglo veinte, para no ir más atrás, lo muestra. Y se puede buscar la causa. ¿Cuál
de los gobiernos anteriores generó el actual estado de cosas?
Según estas ideas
se obliga a construir una forma de concebir. Medir lo que hoy ocurre. ¿Con que
modelo, si siempre se ha estado en desorden, como construir una imagen de
orden? Aquí no funciona el dicho popular que dice “todo pasado fue mejor”. O es
igual a afirmar que se ha perdido el orden, la paz y la tranquilidad.
Cuando intentamos atrapar en el pasado un
momento de salud y seguridad de la república, para proponer reconstruirlo y
sanar así el desorden actual; ese pasado se nos esfuma o hunde sus raíces en la
penumbra del tiempo. Y ocurre así porque el pasado no nos da ninguna imagen de
épocas felices y frugales. El modelo de orden lo tenemos que construir con base
en el deseo, con la imagen de futuro y con un estado de cosas libre de las
crisis permanentes.
El individuo aislado, vivo en su mundo sin
mayor contacto con los otros, puede construir una imagen de orden y
tranquilidad, y le puede durar tanto tiempo como la distancia de su aislamiento
se lo permita; pero las convulsiones o crisis sociales algún día lo alcanzan y
será objeto de las razias o levas en masa propias de los conflictos. La
sensación de orden termina porque se ha entrado en interacción permanente.
No hay en el pasado modelo de orden. Se
debe construir con base en los ideales. En el pasado solo hay dolor, crueldad y
explotación del débil por el poderoso. Los modelos que se han tratado de
imponer han fracasado y hacia futuro, los nuevos, hay que construirlos. Pero la
vida del ser humano no es tan fácil, como partir siempre de cero. El pasado no
es imagen de modelo, es un fondo de experiencias, que obligan a la hora de
pensar en un orden posible. Con otras palabras, debemos construir un orden sin dolor,
sin crueldad y sin explotación del débil por el poderoso. Esta condición está,
sencillamente porque el ser humano donde esté y como esté, es un ser racional
con poca o mucha habilidad para razonar.
Los grandes modelos llevados a la
práctica, materializados: la teocracia, la monarquía, la democracia liberal, el
nazifascismo, el comunismo o el socialismo, han fracasado a pesar de suponer
ser producto de los dictados de dios, unos, otros, producto de la ciencia y la
observación histórica. Pero son fracasos que no los borran para siempre; pueden
volver enmascarados o descollando desfachatez, como el neofascismo de hoy; o
deslumbrando como el socialismo del siglo veintiuno que es solo populismo.
A pesar de tener doscientos años en
Colombia el modelo de democracia liberal, decimos que ha fracasado, porque no
ha logrado terminar con el dolor, la crueldad y la explotación del débil por el
poderoso. La democracia liberal ha metido a la sociedad colombiana en un
desorden permanente. Por el estado de cosas, el revoltijo que hoy nos parece la
situación Colombiana, buscamos un responsable. ¿Cuál gobierno, cercano a
nuestro tiempo, es el culpable de la situación actual? Es común, en el mundo
académico y en la opinión de los medios de comunicación, adjudicar la culpa a
quien cumplió el papel de actor en el escenario de organización de los
ejércitos paraestatales, con la misión de hacer lo que el estado de derechos no
podía hacer: exterminar los partidos de izquierda o alternativos y las
conductas ciudadanas nuevas producto del desarrollo de la civilidad.
Ese actor, pasó por todos los puestos de
representación y cumplió bien la misión del modelo liberal, es Álvaro Uribe y
es el equivalente de Laureano Gómez, cuando hubo de cumplir la misma tarea en
la primera mitad del siglo veinte. La democracia liberal ha mantenido el país
en revoltijo por negar el derecho de los explotados a ser escuchados y
satisfechos en sus necesidades. Laureano Gómez potenciado, apoyado y
promocionado a los puestos de representación, congreso y presidencia de la
república, por los demócratas liberoconservadores, prefirió incendiar el país y
meterlo en una sórdida violencia, antes que permitir un gobierno del gitanismo,
opción sindical y popular. Producto del papel de Gómez en el escenario de la
política colombiana, fue el movimiento guerrillero. Y ahí estuvo el terreno, la
escena para Uribe Vélez. Hizo Lo mismo, viabilizó los ejércitos paraestatales
para exterminar por fuerza de la violencia el derecho de los explotados a ser
escuchados. Uribe contó con la excusa de enfrentar la violencia guerrillera con
la violencia del Estado ejercida desde una bifurcación cruel y terrible, lo
legal y lo ilegal; peo ahí la legalidad fue neutralizada por el terror.
La sociedad actual colombiana y su
situación política, es producto del proceso de negación de la misma democracia
proclamada desde hace doscientos años. La salida no está hecha en el pasado,
esta por construir con ayuda del pasado, al menos el medianamente anterior. Es
hora de materializar la democracia y dejar discurrir las aspiraciones de todos
los grupos, para lograr exorcizar el dolor que causa las necesidades
insatisfechas y la crueldad de la explotación.
Imagen: Eduardo Esparza. Las manos del
ilusionista 1984
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