viernes, 9 de febrero de 2018

La basura de Petro y Peñalosa. Una interpretación


La historia política de Colombia tiene un nuevo hecho que la ha metido en una dinámica nueva. Esto se puede decir porque en la hoja de vida de la república, se tiene memoria de cómo la concreción de una dinámica política, ha dado principio a un nuevo periodo, hasta el punto de poder hablar de antes y después. Así se dice antes o después del liberalismo radical, o antes y después del frente nacional, etc.

Hoy asistimos al hecho de tener la capital de la república inundada de basuras tal como ocurrió en el año 2013. Puede decirse que Gustavo Petro y Enrique Peñalosa, los dos últimos alcaldes, han sometido a los bogotanos a la indignidad de estar metidos en un mar de lixiviados y desechos descompuestos. Ambos han faltado a la ley por no garantizar la continuidad de ese servicio fundamental, ante un eventual cambio de modelo.

Pero este hecho se convierte en acontecimiento histórico, porque es la muestra contundente de la apertura en Colombia de un periodo caracterizado por la confrontación de dos imaginarios políticos: el de izquierda y el de derecha. La izquierda quiere recuperar el predominio estatal en la prestación de los servicios públicos básicos. La derecha quiere mantener la privatización de los mismos, con la consecuente apropiación privada del tesoro público. Este vaivén en el que la mano derecha borra lo que hace la izquierda, solo deja sufrimiento y violación de los derechos humanos para los habitantes.

El acontecimiento está en la solución que se le debe dar a esta ambivalencia política. Por más sustentado que esté el regreso al poder público de una empresa privatizada, no evitará que un gobierno futuro de inspiración derechista, regrese la empresa al ámbito particular. Este juego perverso solo deja como perdedor el bien público. Se avizora un devenir de hacer y deshacer, si no se eleva a mandato constitucional el monopolio estatal el manejo de los servicios públicos. Y esto exige un acuerdo nacional, como los que se pueden observar en la historia colombiana.

Ejemplo de grandes acuerdos nacionales son el que se hizo, después de la muerte de Bolívar, entre autócratas y legalistas, para disolver la Gran Colombia y crear la república de la Nueva Granada, separarla de Venezuela, constituirla con una carta política plena del saber acumulado en veinte años de luchas, intrigas y sueños independentistas, en un país sin partidos políticos en ese entonces.

Otro gran acuerdo se hace, ya dentro del contexto partidista, para desamortizar los bienes terrenales, afectados por intereses del más allá, correspondientes a donaciones a la iglesia hechas por los fieles desde principios de la colonia y que para la época de fundación de los partidos tradicionales, ascendían a un tercio de la tierra inscrita dentro de la frontera agrícola del país. Ambos, liberales y conservadores, le quitaron esa tierra a la iglesia, se la distribuyeron y la metieron en rol productivo el mercado capitalista.

Después del federalismo de los liberales radicales, se evidencia un acuerdo entre liberales conservaduristas y conservadores teocráticos, para extirpar en la república, los imaginarios políticos del liberalismo clásico roussoniano. El papel jugado por el liberal radical converso Rafael Núñez, muestra la encarnación del acuerdo. Este dejó gobernar, en sus cuatro periodos presidenciales consecutivos, a Miguel Antonio Caro quien llevó a la práctica política los idearios sociales del catolicismo.

Entre otros menores, puede nombrarse el acuerdo mayor de la historia colombiana del siglo veinte, el Frente Nacional. Luego de la matanza sistemática por el sectarismo partidista entre gentes sencillas del campo y aupada por los jefes políticos de las ciudades, se acordó elevar a mandato constitucional la repartición del poder entre liberales y conservadores por dieciséis años, a partir del plebiscito de 1957.

Estos acuerdos nombrados se lograron después de crueles conflictos. El cansancio producido por la confrontación, obligó a la razón para zanjar las diferencias. Pero hoy que se puede tener, leer y ponderar los acontecimientos del pasado, se le debe ahorrar a la sociedad colombiana, muerte y sufrimiento. El juego que se avecina: privatizar, estatalizar, privatizar, con la consecuente exposición de violencia, es necesario evitarlo con un acuerdo nacional elevado a mandato constitucional.

El tratamiento de las basuras de Bogotá es solo la muestra de lo que va a pasar con la alternancia en el poder entre derecha e izquierda. Para evitar este caos prometido y darle sentido a la esperanza, acordemos el monopolio estatal de los servicios públicos. Esto no es comunismo, ni socialismo. Es garantizar un “progreso con dimensiones humanas” y vacunar las finanzas públicas contra las ambiciones de los acumuladores de capital privados, que ya han demostrado utilizar los servicios públicos para aumentar sus riquezas y prestar un pésimo servicio.

En los años sesenta y setenta del siglo pasado se recurrió a las armas, por el monopolio político legalizado en el Frente Nacional, por el mandato de la teoría de la guerra construida en el siglo diecinueve o por creer que la violencia es el único medio de hacer justicia. Recurso a las armas hoy inviable y caído en desgracia por los crímenes de lesa humanidad cometidos. Hoy el recurso es a la sensatez extraída del análisis científico de las ciencias sociales, aplicadas a la sociedad colombiana. Las matanzas, el desarraigo de grandes masas, la insatisfacción de servicios públicos para todos, la modernidad indefinidamente aplazada, son diagnósticos perentorios. El remedio o la solución se pueden seguir aplazando, por mezquindad u odio; pero solo será eso un aplazamiento.

Ese juego entre derecha e izquierda, privatización estatalización alternadas, lo vivió Brasil con Vilma y Lula, Ecuador con Lenin y Correa. Lo mas seguro vendrá en Venezuela después del chavismo. Evitémoslo en Colombia. Vamos a manteles de una vez por todas y sobre la mesa dejemos escrito un pacto que sacralice los servicios públicos en manos del Estado. Lo demás se dejará a la libre competencia, a la ley de oferta y demanda, a la dictadura del mercado, a la felonía de los acumuladores de capital. Este acontecimiento es el que debe llevar a una nueva época en el devenir de la historia política del país.

Imagen: Vik Muniz. Imágenes de basura 2008

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