La dignificación del
ejercicio político, sólo existe en el mundo de la escritura. Los tratados sobre
ética o moralidad dejan en el lector una sensación de existir unos seres
humanos que han salido de la guerra de todos contra todos, como lo imaginó Hobbes
en el Leviatán. En el mundo de la escritura es posible el respeto y la
consideración del otro, porque la teoría funciona con una lógica libre de la
factualidad de los intereses. Puede verse traslapar, el mundo altruista,
diáfano y pulcro de la teoría, al discurso o al habla ejercida en la plaza
pública. Quiero señalar la distancia entre la intensión y la práctica. La
sociabilidad, la civilidad, el sentir moderno de madurez y progreso, está y
existe en el grafismo de la ciencia política, de las ciencias sociales. En la
vida práctica de la cotidianidad comanda el interés de la dominación.
La anterior
observación es la percepción del ejercicio de la política de nuestro tiempo: se
han escuchado audios de comunicaciones del presidente de Colombia (2002 – 2010),
referirse a los magistrados de la alta justicia como unos “hijueputas”, a
sabiendas de que lo están grabando, es prueba real de la distancia entre la
teoría política y la práctica. En la teoría está la decencia, en la práctica
está la vileza del utilitarismo de la dominación. Ese trato del presidente a
los altos jueces muestra el comportamiento venal de los jueces. Se puede decir
esto por el descubrimiento del tráfico y venta de veredictos en las cortes colombianas.
El presidente lo sabe, los jueces saben de los crímenes del presidente, y de
ahí en adelante el trato entre ambos poderes públicos, cae en el nivel del
mercader de favores criminales.
La ética en la
política está en la escritura, en la teoría y no ha llegado a la vida. Lo
anterior es una forma de referirse a los hechos colombianos, sin rigor, de
manera empírica. Puede preguntarse: ¿Por qué en la vida social y política
colombiana, la humanidad se viene aplazando por más de doscientos años? La respuesta
puede ser: por el divorcio entre la ley escrita y las necesidades diarias de la
sociedad. Pero el análisis de la humanidad y su devenir, ha sido extremo. Se ha
debatido sin cesar desde la autopregunta por el ser y estar en el mundo desde
la antigüedad. Las respuestas están signadas por la época, y la nuestra, la
moderna, tiene un acervo sustentado en la ciencia idolatrada. Desde ahí, no
habría tal divorcio entre teoría y práctica en la historia política colombiana.
Según las ciencias sociales, que han adoptado unos modelos de análisis, tienen
interpretaciones desde la economía, la lingüística o la genética.
El modelo económico
se sirve de la teoría de las clases sociales y en la visión
materialista-dialéctica de la vida y de la historia. Desde ahí, en Colombia, se
dice, asume el poder político-económico en 1790, una élite de ricos hacendados
que evolucionaron en una clase burguesa con todo el poder de poner el aparato
del Estado al servicio de sus intereses. Por esto no existe un país inscrito en
la letra de la ley y otro en el discurso de plaza pública del político
pretencioso de administración del Estado. Existe una legislación y un orden que
le garantiza a la clase burguesa, tradicional o advenediza, mantener la tasa de
ganancia de sus capitales, a costa de las necesidades insatisfechas de la gran
mayoría. Desde el economicismo material-dialéctico marxista. Las leyes son la
legalización del estado de explotación del trabajo de la sociedad inscrita bajo
rótulos como proletariado, pequeña burguesía y lumpen. Desde este horizonte de
análisis, se puede afirmar la inexistencia del país civilista y culto prometido
en la legislación y práctica política sometida al interés de la dominación.
El modelo lingüístico
hace posible un socioanálisis del mundo simbólico. La individuación hecha por
la modernidad, materializa el respeto, la autodeterminación, la civilidad, la
sociabilidad, como valores posibles, garantizados por la educación generalizada
de la población. La individuación, complemento del individualismo, transmuta la
guerra egoísta en un deseo permanente de construcción de paz. Así, la cultura
aparece como una lucha contra la ignorancia; o la cultura política entra a ser
la adquisición de un simbolismo de la civilidad, montado sobre la ritualidad de
la solución de los conflictos. Entre los rituales más significativos está la
lucha de partidos políticos por tomar el control del Estado para realizar sus
programas socioeconómicos y políticos: este es el rito electoral con sus supuestos
de libertad de pensamiento, libertad de opinión, confrontación de idearios;
prácticas que caben muy bien en la máxima pseudovolteriana “no estoy de acuerdo
con lo que dices pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo”.
Los análisis
genéticos, son deterministas. Tienen como base la ciencia de la biología. El
socioanálisis desde ahí, lleva a tomar la sociedad como un organismo o sistema,
alimentado por insumos y del que se espera un producto. Por este modelo, todo
es posible de ser ingeniado, o en otro lenguaje, se hace posible una ingeniería
social para producir una sociedad funcional, en la que se puede erradicar el
conflicto. El control de la educación, de la comunicación, le permite al Estado
y a quien maneje sus hilos, ordenar la producción, hacer crecer la economía de
manera constante, sin importar la estela de pobreza que deja en su devenir.
Los modelos
nombrados se han ensayado en oriente y occidente. Ante sus fracasos queda volver
a pensar en el ser humano como un ser simbólico, sujeto a la dinámica
diacrónica de la cultura, capaz de significar las relaciones sociales a partir
de los valores de la sociabilidad de la paz. Con una dialéctica entre
individuos e individuación, ser capaz de separar la colectivización necesaria
de bienes sociales y la garantía del libre desarrollo de la iniciativa privada.
Obliga este ritmo de pensamiento a posesionar la civilidad y convertirla en el
signo de este tiempo. Ahí en la base de ella, está el ser humano con todas las
dignidades atribuibles como ser vivo; pues todos los seres vivos tienen derecho
a la preservación de su vida y estar en el mundo bajo condiciones de disfrute,
felicidad y abundancia.
Esta civilidad está
cuestionada en Colombia, por el tráfico de favores entre los poderes públicos.
Los insultos a las altas cortes de justicia por el presidente y sus seguidores
es lo visible de un proceso de fin de los idearios de humanidad, que responden
más a una lucha de individuos cubiertos por carcasas del mayor interés egoísta
y dispuestos a destruir al otro, sin pensar que sin el otro dejarían de existir.
Esta lucha sin sentido, abre el camino a salidas desesperadas y la sociedad
bajo estas presiones, puede dar un salto al vacío.
Imagen: Retrato de
Luis Alberto Acuña Tapias 1958
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