martes, 20 de febrero de 2018

Colombia sin ética para la vida



La dignificación del ejercicio político, sólo existe en el mundo de la escritura. Los tratados sobre ética o moralidad dejan en el lector una sensación de existir unos seres humanos que han salido de la guerra de todos contra todos, como lo imaginó Hobbes en el Leviatán. En el mundo de la escritura es posible el respeto y la consideración del otro, porque la teoría funciona con una lógica libre de la factualidad de los intereses. Puede verse traslapar, el mundo altruista, diáfano y pulcro de la teoría, al discurso o al habla ejercida en la plaza pública. Quiero señalar la distancia entre la intensión y la práctica. La sociabilidad, la civilidad, el sentir moderno de madurez y progreso, está y existe en el grafismo de la ciencia política, de las ciencias sociales. En la vida práctica de la cotidianidad comanda el interés de la dominación.

La anterior observación es la percepción del ejercicio de la política de nuestro tiempo: se han escuchado audios de comunicaciones del presidente de Colombia (2002 – 2010), referirse a los magistrados de la alta justicia como unos “hijueputas”, a sabiendas de que lo están grabando, es prueba real de la distancia entre la teoría política y la práctica. En la teoría está la decencia, en la práctica está la vileza del utilitarismo de la dominación. Ese trato del presidente a los altos jueces muestra el comportamiento venal de los jueces. Se puede decir esto por el descubrimiento del tráfico y venta de veredictos en las cortes colombianas. El presidente lo sabe, los jueces saben de los crímenes del presidente, y de ahí en adelante el trato entre ambos poderes públicos, cae en el nivel del mercader de favores criminales.

La ética en la política está en la escritura, en la teoría y no ha llegado a la vida. Lo anterior es una forma de referirse a los hechos colombianos, sin rigor, de manera empírica. Puede preguntarse: ¿Por qué en la vida social y política colombiana, la humanidad se viene aplazando por más de doscientos años? La respuesta puede ser: por el divorcio entre la ley escrita y las necesidades diarias de la sociedad. Pero el análisis de la humanidad y su devenir, ha sido extremo. Se ha debatido sin cesar desde la autopregunta por el ser y estar en el mundo desde la antigüedad. Las respuestas están signadas por la época, y la nuestra, la moderna, tiene un acervo sustentado en la ciencia idolatrada. Desde ahí, no habría tal divorcio entre teoría y práctica en la historia política colombiana. Según las ciencias sociales, que han adoptado unos modelos de análisis, tienen interpretaciones desde la economía, la lingüística o la genética.

El modelo económico se sirve de la teoría de las clases sociales y en la visión materialista-dialéctica de la vida y de la historia. Desde ahí, en Colombia, se dice, asume el poder político-económico en 1790, una élite de ricos hacendados que evolucionaron en una clase burguesa con todo el poder de poner el aparato del Estado al servicio de sus intereses. Por esto no existe un país inscrito en la letra de la ley y otro en el discurso de plaza pública del político pretencioso de administración del Estado. Existe una legislación y un orden que le garantiza a la clase burguesa, tradicional o advenediza, mantener la tasa de ganancia de sus capitales, a costa de las necesidades insatisfechas de la gran mayoría. Desde el economicismo material-dialéctico marxista. Las leyes son la legalización del estado de explotación del trabajo de la sociedad inscrita bajo rótulos como proletariado, pequeña burguesía y lumpen. Desde este horizonte de análisis, se puede afirmar la inexistencia del país civilista y culto prometido en la legislación y práctica política sometida al interés de la dominación.

El modelo lingüístico hace posible un socioanálisis del mundo simbólico. La individuación hecha por la modernidad, materializa el respeto, la autodeterminación, la civilidad, la sociabilidad, como valores posibles, garantizados por la educación generalizada de la población. La individuación, complemento del individualismo, transmuta la guerra egoísta en un deseo permanente de construcción de paz. Así, la cultura aparece como una lucha contra la ignorancia; o la cultura política entra a ser la adquisición de un simbolismo de la civilidad, montado sobre la ritualidad de la solución de los conflictos. Entre los rituales más significativos está la lucha de partidos políticos por tomar el control del Estado para realizar sus programas socioeconómicos y políticos: este es el rito electoral con sus supuestos de libertad de pensamiento, libertad de opinión, confrontación de idearios; prácticas que caben muy bien en la máxima pseudovolteriana “no estoy de acuerdo con lo que dices pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo”.

Los análisis genéticos, son deterministas. Tienen como base la ciencia de la biología. El socioanálisis desde ahí, lleva a tomar la sociedad como un organismo o sistema, alimentado por insumos y del que se espera un producto. Por este modelo, todo es posible de ser ingeniado, o en otro lenguaje, se hace posible una ingeniería social para producir una sociedad funcional, en la que se puede erradicar el conflicto. El control de la educación, de la comunicación, le permite al Estado y a quien maneje sus hilos, ordenar la producción, hacer crecer la economía de manera constante, sin importar la estela de pobreza que deja en su devenir.

Los modelos nombrados se han ensayado en oriente y occidente. Ante sus fracasos queda volver a pensar en el ser humano como un ser simbólico, sujeto a la dinámica diacrónica de la cultura, capaz de significar las relaciones sociales a partir de los valores de la sociabilidad de la paz. Con una dialéctica entre individuos e individuación, ser capaz de separar la colectivización necesaria de bienes sociales y la garantía del libre desarrollo de la iniciativa privada. Obliga este ritmo de pensamiento a posesionar la civilidad y convertirla en el signo de este tiempo. Ahí en la base de ella, está el ser humano con todas las dignidades atribuibles como ser vivo; pues todos los seres vivos tienen derecho a la preservación de su vida y estar en el mundo bajo condiciones de disfrute, felicidad y abundancia.

Esta civilidad está cuestionada en Colombia, por el tráfico de favores entre los poderes públicos. Los insultos a las altas cortes de justicia por el presidente y sus seguidores es lo visible de un proceso de fin de los idearios de humanidad, que responden más a una lucha de individuos cubiertos por carcasas del mayor interés egoísta y dispuestos a destruir al otro, sin pensar que sin el otro dejarían de existir. Esta lucha sin sentido, abre el camino a salidas desesperadas y la sociedad bajo estas presiones, puede dar un salto al vacío.

Imagen: Retrato de Luis Alberto Acuña Tapias 1958

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