viernes, 2 de febrero de 2018

No hay socialismo a la vista



La doxa griega, indicó la conducta de la gente común en el momento de la conversación callejera o en los espacios de reunión cotidiana, que permitió a los intervinientes manifestar su percepción sobre el tema tratado. Esa doxa la comprendemos nosotros los inscritos en esta modernidad cuatro veces centenaria, como la opinión simple y ramplona, producida generalmente sin mucha racionalidad; y por quienes les va más rápida la lengua que el pensamiento, decía Platón.

Esa forma de conducirse en el mundo, la vemos y oímos en estos días preelectorales en Colombia. La opinión o la doxa popular, por ser inmediatista, no tiene niveles analíticos o de amplio raciocinio; por eso la referencia al momento político, la hacen desconectados del pasado. Opinar bajo estas condiciones, es reproducir las ideas impuestas por los medios de comunicación o por ese nuevo mecanismo llamado redes sociales. Se dice en los encuentros, que el país entró en crisis social por haber permitido a un jefe de la guerrilla ser candidato a la presidencia de la república y exponernos así a vivir en un futuro próximo, un régimen de izquierda como el venezolano. Este temor se expresa al lado del estupor deseante en la exclamación: ¡No habrá quién tumbe a Maduro! Lo dicen y lo proclaman todos los días, los doxóforos deseantes.

El análisis de estas convicciones, puede hacerse desde la historia inmediata, ubicados en un terreno antropológico o sociológico; o desde un marco histórico riguroso. Desde lo inmediato, se le puede decir al practicante de la doxa en conversaciones, que esa opinión contra la participación electoral del partido Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común es fruto de un acuerdo entre el Estado colombiano y la guerrilla de ancestro comunista. El acuerdo tiene un contenido socioeconómico en el que ambos firmantes coinciden en enrutar el país hacia una sociedad liberal garantista. El acuerdo no es comunista, ni neoliberal. Se puede leer en el discurso de lanzamiento de la candidatura de Rodrigo Londoño: propone un diálogo para acabar con la corrupción y satisfacer las necesidades básicas de los colombianos. No utiliza la palabra socialismo, no habla de seguir el ejemplo venezolano. Se percibe la adhesión a un estado social de derecho, tal cual lo prescribe la constitución colombiana de 1991, y de fondo está la realización de reformas, como las han concebido lo viejos liberales colombianos.

Debe entenderse que la costumbre política colombiana conservadurista, aplazó indefinidamente la modernidad política inscrita en la ortodoxia liberal de libertad de pensamiento, igualdad económica y el imperio de los derechos humanos. En otras palabras, aspirar a una sociedad liberal es ser revolucionario ante los que defienden un orden social exclusivista, oligárquico, que condena a la gran mayoría a vivir sin los recursos necesarios para un disfrute completo de la vida.

La participación política de la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, solo asusta a los privilegiados antiliberales y a quienes viven de los eslogan inmediatistas emitidos por los dueños de los medios de comunicación, reproducidos hoy de manera asombrosamente efectiva, en las redes sociales. Asusta a quienes han aplazado indefinidamente la modernidad para tener un electorado despolitizado y ahistórico.

Los doxóforos deseantes se escandalizan por la permanencia de Maduro en la presidencia de Venezuela y abogan por alguien que lo derroque, sea la oposición venezolana o una potencia antisocialista. Todo el esfuerzo mental lo anclan en la persona del presidente, según los medios de su información. No pueden asumir el proceso político social venezolano, al menos de los últimos treinta años, en el que se puede observar el desgaste de la clase política, por corrupción, por profundizar el abismo entre pudientes y desposeídos, por especializar el país en una economía subsidiada sistemáticamente y monoexplotadora de pozos de petróleo; por comprarlo todo en los mercados internacionales y no producir ni lo que come la gente. Esa incapacidad de la oligarquía venezolana creó el ámbito de una cultura política para que emergiera la única fuerza capaz de enfrentar esa clase política: el ejército venezolano. Así debe entenderse y explicarse la permanencia de Maduro en el poder. Está ahí, porque es apoyado y sostenido por las fuerzas armadas. Y estará hasta que el ejército detenga el experimento o lo profundice.

Debe decírsele al los doxóforos deseantes, que la venezonalización colombiana no la hará Rodrigo Londoño con su fuerza del común, ni la izquierda de fragmentos irreconciliables, ni el comodín político de los fajardistas que le sirve a todo el mundo. Según el ejemplo venezolano, es necesario que en el ejército colombiano surja un líder restaurador, se apoye en la fuerza y saque del poder bicentenario a la clase política, corruptora de la justicia y la sociedad de arriba-abajo. Los que viven de la opinión, despolitizada y ahistórica, no quieren saber de la experiencia colombiana de 1953 a 1957. En ese período se ensayó el poder restaurador del ejército. En ese cuatrenio el presidente dictador Gustavo Rojas Pinilla se apoyó en la aspiración popular a la paz y la justicia social. Lo hizo. Neutralizó el bandolerismo, exterminó la Guerrilla de los Llanos de Guadalupe Salcedo, creó un régimen populista con el eslogan “darle al pueblo lo que pida”. A la clase media le facilitó la compra de carro popular por la importación masiva de Volkswagen, introdujo la televisión, le dio el voto a las mujeres y entre otros populismos, abrió almacenes estatales para comprarle las cosechas a los campesinos y venderle a la población, abastos a precios sin intermediarios. Pero al darle una mirada al devenir del ejército colombiano, desde el experimento nombrado, esas perspectivas no caben en su ideología. Por eso se percibe como salida al descreimiento político generalizado de los colombianos, una voluntad de materializar por fin la sociedad liberal aplazada desde el siglo diecinueve, que garantice a todos un ingreso básico necesario.

Estar metido en la opinión inmediatista, es estar engañado y ser presa fácil de las noticias mendaces propaladas por los viejos zorros de la política. Mienten, enturbian, desorientan, para tener un electorado dócil a las viejas prácticas clientelistas y atado a las redes de favores económicos.

Imagen: Rojas Pinilla de Débora Arango (Sin fecha)

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