La doxa griega,
indicó la conducta de la gente común en el momento de la conversación callejera
o en los espacios de reunión cotidiana, que permitió a los intervinientes
manifestar su percepción sobre el tema tratado. Esa doxa la comprendemos nosotros
los inscritos en esta modernidad cuatro veces centenaria, como la opinión
simple y ramplona, producida generalmente sin mucha racionalidad; y por quienes
les va más rápida la lengua que el pensamiento, decía Platón.
Esa forma de
conducirse en el mundo, la vemos y oímos en estos días preelectorales en
Colombia. La opinión o la doxa popular, por ser inmediatista, no tiene niveles
analíticos o de amplio raciocinio; por eso la referencia al momento político,
la hacen desconectados del pasado. Opinar bajo estas condiciones, es reproducir
las ideas impuestas por los medios de comunicación o por ese nuevo mecanismo
llamado redes sociales. Se dice en los encuentros, que el país entró en crisis
social por haber permitido a un jefe de la guerrilla ser candidato a la
presidencia de la república y exponernos así a vivir en un futuro próximo, un
régimen de izquierda como el venezolano. Este temor se expresa al lado del
estupor deseante en la exclamación: ¡No habrá quién tumbe a Maduro! Lo dicen y
lo proclaman todos los días, los doxóforos deseantes.
El análisis de estas
convicciones, puede hacerse desde la historia inmediata, ubicados en un terreno
antropológico o sociológico; o desde un marco histórico riguroso. Desde lo
inmediato, se le puede decir al practicante de la doxa en conversaciones, que
esa opinión contra la participación electoral del partido Fuerza Alternativa
Revolucionaria del Común es fruto de un acuerdo entre el Estado colombiano y la
guerrilla de ancestro comunista. El acuerdo tiene un contenido socioeconómico
en el que ambos firmantes coinciden en enrutar el país hacia una sociedad
liberal garantista. El acuerdo no es comunista, ni neoliberal. Se puede leer en
el discurso de lanzamiento de la candidatura de Rodrigo Londoño: propone un
diálogo para acabar con la corrupción y satisfacer las necesidades básicas de
los colombianos. No utiliza la palabra socialismo, no habla de seguir el ejemplo
venezolano. Se percibe la adhesión a un estado social de derecho, tal cual lo
prescribe la constitución colombiana de 1991, y de fondo está la realización de
reformas, como las han concebido lo viejos liberales colombianos.
Debe entenderse que
la costumbre política colombiana conservadurista, aplazó indefinidamente la
modernidad política inscrita en la ortodoxia liberal de libertad de
pensamiento, igualdad económica y el imperio de los derechos humanos. En otras
palabras, aspirar a una sociedad liberal es ser revolucionario ante los que
defienden un orden social exclusivista, oligárquico, que condena a la gran
mayoría a vivir sin los recursos necesarios para un disfrute completo de la
vida.
La participación
política de la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, solo asusta a los
privilegiados antiliberales y a quienes viven de los eslogan inmediatistas
emitidos por los dueños de los medios de comunicación, reproducidos hoy de
manera asombrosamente efectiva, en las redes sociales. Asusta a quienes han
aplazado indefinidamente la modernidad para tener un electorado despolitizado y
ahistórico.
Los doxóforos
deseantes se escandalizan por la permanencia de Maduro en la presidencia de
Venezuela y abogan por alguien que lo derroque, sea la oposición venezolana o
una potencia antisocialista. Todo el esfuerzo mental lo anclan en la persona
del presidente, según los medios de su información. No pueden asumir el proceso
político social venezolano, al menos de los últimos treinta años, en el que se
puede observar el desgaste de la clase política, por corrupción, por
profundizar el abismo entre pudientes y desposeídos, por especializar el país
en una economía subsidiada sistemáticamente y monoexplotadora de pozos de
petróleo; por comprarlo todo en los mercados internacionales y no producir ni
lo que come la gente. Esa incapacidad de la oligarquía venezolana creó el
ámbito de una cultura política para que emergiera la única fuerza capaz de
enfrentar esa clase política: el ejército venezolano. Así debe entenderse y
explicarse la permanencia de Maduro en el poder. Está ahí, porque es apoyado y
sostenido por las fuerzas armadas. Y estará hasta que el ejército detenga el
experimento o lo profundice.
Debe decírsele al
los doxóforos deseantes, que la venezonalización colombiana no la hará Rodrigo Londoño
con su fuerza del común, ni la izquierda de fragmentos irreconciliables, ni el
comodín político de los fajardistas que le sirve a todo el mundo. Según el
ejemplo venezolano, es necesario que en el ejército colombiano surja un líder
restaurador, se apoye en la fuerza y saque del poder bicentenario a la clase
política, corruptora de la justicia y la sociedad de arriba-abajo. Los que
viven de la opinión, despolitizada y ahistórica, no quieren saber de la
experiencia colombiana de 1953 a 1957. En ese período se ensayó el poder
restaurador del ejército. En ese cuatrenio el presidente dictador Gustavo Rojas
Pinilla se apoyó en la aspiración popular a la paz y la justicia social. Lo
hizo. Neutralizó el bandolerismo, exterminó la Guerrilla de los Llanos de
Guadalupe Salcedo, creó un régimen populista con el eslogan “darle al pueblo lo
que pida”. A la clase media le facilitó la compra de carro popular por la
importación masiva de Volkswagen, introdujo la televisión, le dio el voto a las
mujeres y entre otros populismos, abrió almacenes estatales para comprarle las
cosechas a los campesinos y venderle a la población, abastos a precios sin
intermediarios. Pero al darle una mirada al devenir del ejército colombiano,
desde el experimento nombrado, esas perspectivas no caben en su ideología. Por
eso se percibe como salida al descreimiento político generalizado de los
colombianos, una voluntad de materializar por fin la sociedad liberal aplazada
desde el siglo diecinueve, que garantice a todos un ingreso básico necesario.
Estar metido en la
opinión inmediatista, es estar engañado y ser presa fácil de las noticias
mendaces propaladas por los viejos zorros de la política. Mienten, enturbian,
desorientan, para tener un electorado dócil a las viejas prácticas
clientelistas y atado a las redes de favores económicos.
Imagen: Rojas
Pinilla de Débora Arango (Sin fecha)
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