jueves, 23 de agosto de 2018

Rendirle culto al líder


La pérdida de las elecciones presidenciales del 2018 por parte de la izquierda colombiana, ha concitado explicaciones desde muchas orillas de la opinión. La más favorecida ha sido las pugnas y personalismos dentro de ese sector político. Otras se dedicaron a insultar el pueblo colombiano y hasta se proclamó que la culpa estuvo y está en la ignorancia del pueblo, acostumbrado a la servidumbre voluntaria. Tratemos de desarrollar algo sobre el culto a la personalidad y el engreimiento de los líderes.

Empecinados en su autoconvicción de ser los salvadores o de tener la vía política correcta, los sectores de la izquierda política colombiana, sacrificaron una opción clara de llegar al poder en este año electoral del 2018. Esa autoconvicción de los sectores, se puede personalizar y hacer aparecer nombres propios a los que les cabe esas veleidades del líder, llamadas culto a la personalidad o la creación de una veneración que expresa el desconocimiento de los procesos sociales, en los que los individuos más esclarecidos son sólo un accidente. El Polo Democrático Alternativo, La Alianza Verde y La Colombia Humana, partidos o movimientos guiados por líderes venerados, cometieron una falta contra el proceso político colombiano, sediento de alternativas a la política tradicional bicentenaria.

Hay momentos en la vida política de un país, que exige a los individuos abdicar su personalismo, para aportar a los logros colectivos de un esfuerzo común por nuevas relaciones sociales. Sergio Fajardo, Gustavo Petro y Jorge Robledo, no se bajaron de sus pedestales, donde veían sus militantes con la arrogancia del venerado.

Pero cabe preguntar ¿porqué la izquierda colombiana se comporta igual desde su nacimiento en el alba del siglo XX?1 Gaitán se enfrentó a Torres Giraldo y María Cano en los años veinte. Los socialistas de Gerardo Molina se enfrentaron a los comunistas de Gilberto Vieira en la década de los cuarenta. En los años sesenta la izquierda prefirió la lucha armada, antes que transformar la cultura de los trabajadores. Puede decirse que los cien años de vida de la izquierda colombiana, son cien años de vigencia de los líderes venerados a quienes se les ha rendido culto y ellos nunca lucharon contra esa desviación política. Se les ha tenido como iluminados y ocurrió lo necesario: falta el líder, y los militantes con el partido o el movimiento desaparecen.

En términos de una rigurosa ortodoxia marxista, se puede afirmar que la izquierda colombiana siempre ha estado encabezada por oportunistas, administradores del fanatismo típico de los colombianos. Porque hay fanatismo liberoconservador y fanatismo de izquierda. Si los líderes no han salido del culto a la personalidad, es porque son oportunistas agazapados tras un lenguaje o un discurso lleno de palabras dirigidas a las vísceras de los seguidores.

Charles Bergquist2 se explica la historia de la izquierda en Colombia como una paradoja, porque no ha querido ver el ser colombiano y ha actuado bajo el supuesto de un proletariado inexistente o al menos no formado. Dice este historiador que la izquierda prefirió la lucha armada a partir de los años sesenta del siglo XX, porque siempre fue una minoría o un puñado de esclarecidos divorciados de las condiciones reales de los trabajadores, sector social objeto de su proyecto político.

En la primera mitad del siglo XX la izquierda tuvo participación electoral, pero siempre perdió porque quiso llegarle a los trabajadores colombianos tratándolos como proletarios, pues no entendió que la gran mayoría de los trabajadores eran campesinos con la aspiración de ser propietarios de una parcela para dominar sus condiciones de trabajo. Sostiene Bergquist que esto se demuestra por un análisis de la economía cafetera que dice como el ochenta por ciento del café salía de, cuyos propietarios eran familias campesinas. La izquierda no supo llegar a esta mayoría de los trabajadores, porque no los concebía y quiso imponerles un régimen de propiedad estatista, supuesto de un socialismo en camino hacia el comunismo.

En el pulso electoral con la derecha liberoconservadora en los primeros cincuenta años del siglo XX, la izquierda no pudo seducir a los trabajadores y por eso, sostiene el historiador inglés comentado, se lanzó a la lucha armada para imponer por la fuerza su modelo ya que no pudo hacerlo por la participación política. La lucha armada ha dejado dos consecuencias, entendidas como estruendosos fracasos. Una: creó un odio popular contra la izquierda y el comunismo (además del anticomunismo de la elite liberoconservadora) por la práctica del secuestro y la extorción, sentidos como una violación insoportable de todo derecho. Dos: el sacrificio de los más granado de los militantes de la izquierda civilista, por las negociaciones fallidas calculadas o por las purgas entre enemigos dentro de la misma guerrilla que alcanzaban a los civiles.

Bergquist, termina el análisis de la historia paradójica de la izquierda colombiana, afirmando que se fracasó tanto en la lucha armada como en la participación política electoral, por desconocer la aspiración de la clase trabajadora colombiana a ser propietaria, para desde ahí manejar a su antojo las condiciones de trabajo. Y la historia que la izquierda ha elaborado para explicar su fracaso, la monta desde el concepto y práctica de la represión-persecución dirigida por la elite liberoconservadora contra su proyecto socialista. Esa historia desconoce su falta de estudio y comprensión de las condiciones materiales y culturales de los trabajadores colombianos.

Pero es posible, retomando ese culto a la personalidad de los líderes de izquierda, decir que el ejercicio político ha estado regido por el modelo tradicional colombiano, es decir, la izquierda ha emulado a la derecha en su práctica política y por eso el caudillismo ejercido por liberales y conservadores, también se ha dado en esta, hasta llegar a las alianzas de socialistas o comunistas con liberales. Es el caso del apoyo dado a López Pumarejo por Gilberto Vieira de 1936 a 1945, que le permitió a Alfonso López como caudillo liberal, decir: “el partido comunista es un partido liberal chiquito”.

Se sabe que la izquierda colombiana desde su nacimiento quiso aplicar en Colombia el materialismo histórico, sin necesitar entender las condiciones sociales y políticas identitarias del pueblo. Esa teoría debía operar sin la historia particular del país, porque la universalidad de la teoría sentenciaba de entrada a desaparecer a la clase o sector social dueño de la riqueza y el poder. Esta falta o error de la izquierda ni salva ni condena a los protagonistas, pero sí condujo al fracaso, como llevó al fracaso la lucha armada y los proyectos de los socialistas participativos en las contiendas electorales.

Hoy la lucha armada y no es opción. La guerrilla más grande de Colombia, cuerpo visible de la guerra en los últimos cincuenta años, ha desaparecido y con ella desaparecerá toda otra confrontación violenta del Estado. Queda abierta la vía de la participación política para realizar un país que satisfaga las necesidades de los colombianos, desde el consenso construido a partir del debate y la lucha de las ideas.

1. Es posible llevar el origen de la izquierda en Colombia hasta mediados del siglo XIX, con el protagonismo de las Sociedades Democráticas y el gobierno del general Melo, pero en rigor la izquierda, se concibe desde la adopción del pensamiento marxista.

2. Charles Bergquist, “La izquierda colombiana: un pasado paradójico, ¿un futuro promisorio?”, Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura 44.2 (2017): 263-299.



Imagen: Alipio Jaramillo Giraldo. Campesinos 1985

domingo, 12 de agosto de 2018

A través de los tejidos. Sobre La Montaña Mágica de Mann


La narrativa visible en La montaña mágica, está creada desde el nosotros, primera persona del plural; desde ahí Mann invita al lector a penetrar en la sensibilidad de los personajes, en el espacio de las habitaciones del sanatorio y los lugares frecuentados. No es Mann el escritor solitario quien narra, somos nosotros, persona plural, compuesta por el autor y los lectores. La persona se recompone en la medida que alguien abre el libro y se mete en la lectura. Hay una narrativa colectivizada, hasta llegar a invitar a retomar temas dejados en esbozo: “…recordemos que habíamos dejado a Hans sentado en el lago”, para asumir otra escena en otro espacio. Todos, lectores y autor, vuelven; Y ese volver es una estrategia para potenciar la obra, agilizarla o sencillamente ayudar a su desarrollo. En ese ámbito aceptamos entrar con Hans a la sala de radioscopia y darle piso al argumento de la novela ya insinuado de forma gradual o por indicios. Ese hombre que arma la visita a su primo enfermo por el tiempo de tres semanas, llega al sanatorio. Se comporta como lo que es, un turista; pero se transforma poco a poco en un paciente. Por eso entramos, lectores y autor, a presenciar la radioscopia, y participar del vuelo verbal de Mann, en el que parece olvidarse el nosotros, al meterse en la dispositiva de la radioscopia y ver la muerte en el blanco intenso de los huesos y la vida en los tejidos vivos insinuados. Es el éxtasis ante una obra humana. Los dispositivos mecánicos, hacen una luminiscencia reveladora que certificaba la auscultación semiológica de la mirada médica. La física y la óptica juntaron sus hallazgos para confirmar los supuestos del observador.

Ante la pantalla fluorescente, los enfermos y los médicos sufren de asombro. Sus ojos han penetrado la materia y pueden ver su movimiento interno. El tórax revela todos los órganos que contiene en siluetas con una tonalidad regida por la dureza del tejido componente. El narrador invita al nos a relacionar ese hallazgo tecnológico con la facultad de una vidente hamburguesa. Ella tenía el poder de señalar que tan cerca o lejos se estaba de la muerte, según el estado del esqueleto de quien la consultase. Ella podía ver los huesos de las personas porque miraba a través de la carne. La radioscopia realizaba el deseo humano de auscultar la materia con una mirada penetrante dada por el poder de cualquier origen, divino o satánico. Pero al nombrar la conjugación, en la fluorescencia de la radioscopia, de la óptica y la física, señala el ejercicio de creación del ser humano dado en la técnica. Lo visto en la pantalla, pleura, esternón, corazón, costillas, clavículas, pueden llevarse, por un acto físico-químico, a una diapositiva y perpetuar la imagen del enfermo. A quien se le haga ese procedimiento, sencillamente pasa a la eternidad su nombre y su estirpe.

El nos invita a pensar en el dolor, como el mayor sentimiento de humillación que tiene el ser humano. El protagonista Hans Cartop, fácilmente habría abandonado el sanatorio, luego de terminar el tiempo de visita a su primo enfermo; pero no salió por dos motivos: el amor adquirido por una francesita de líneas suaves, pero brusca en el tratamiento de los objetos, en especial con las puertas a las que deja golpearse inmisericorde. Hans transforma su molestia inicial por esas prácticas violentas del grupo que habita el sanatorio, en amor doloroso, pues ama en silencio y no se atreve a manifestarlo. El otro motivo es el revelado por la radioscopia: está enfermo, igual que su primo. El nos narrador, encabezado por Thomas Mann, se esfuerza, se ríe, se molesta. Se abre un escenario para que el nos narrador discurra sobre los acontecimientos y las causas por las que participan los personajes. Los actos de los personajes se califican. Joachim, el primo, espera curar su tisis para volver al ejército y seguir con su vida normal acostumbrada. De Hans el nos narrador dice haber encontrado una fuerza vital en el sanatorio; llegó a visitar y encontró la vida en la muerte. Su vida común y normal allá en el valle, era insustancial, gris, monótona y en permanente peligro de autoliquidarse. Hans en el sanatorio se transformó por recibir del cuerpo enfermo de la francesita un amor silencioso y vivificante.

Hay momentos de la narración insostenibles para mostrar hecho o acontecimientos narrados por el nosotros. Llega el invierno a la Montaña mágica. Será el segundo a ser vivido por Hans; y para ser puesta en palabras esa experiencia, el nos se hace improcedente, por eso Mann adopta una persona neutra: “Y así llegó el momento que había de llegar…”, el invierno. Decir así, es decir, llegó ello, el momento, el invierno o el tiempo. Hay allí un juego necesario y obligado por el lenguaje y la persona. La colectivización de la narración es insostenible, ella se debe quebrantar para darle paso al observador, como experiencia personal, la única forma en la que puede ocurrir la experiencia. Cuando nosotros narramos, obliga a una reflexión que debe hacerse en forma neutra, con palabras como “eso”, “ello”, para indicar, en general fenómenos naturales. El nosotros oscila entre el colectivo y la persona neutra.

Ello llegó, el invierno. La situación de Hans adquiere un espacio tiempo propicio para aumentar la tensión de la novela: la condición de turista transmutada en paciente. El invierno es un ingrediente, más para revelar la enfermedad. Luego de ello, el nosotros vuelve al sanatorio a acompañar la rutina de sus habitantes.

Rembrandt. La lección de anatomía. 1632

lunes, 6 de agosto de 2018

El exorcismo prometido


La humanidad ha construido la cultura en condiciones de un acumulado transmitido a las generaciones venideras. La cultura es el producto de la memoria humana, caracterizada por estar en un ser vivo que ha liberado su cerebro de las ataduras funcionales de la adquisición de los alimentos. Con otras palabras, la masa encefálica se ha expandido porque las fauces se acortaron, pues su función se trasladó a las manos, y dejaron libre el cráneo que creció hasta el máximo permitido por la funcionalidad del cuerpo. El cerebro se estabilizó en más o menos 700 centímetros cúbicos, como albergue de una memoria atada al lenguaje. Todos los seres vivos tienen memoria; pero la humana se relaciona íntimamente con el lenguaje, estableciendo así la gran diferencia. Por eso concebimos la cultura como memoria de la experiencia acumulada transmisible además de la oralidad, por diversos dispositivos, como lo son la técnica, la escritura, las imágenes plásticas y la gestualidad.

Entre los contenidos primigenios de la cultura se tiene el sentimiento religioso. Ese sentir tamizado por la memoria, produce oralidades, verbalizaciones o relatos, de los que podemos dar cuenta de su existencia a partir de la huella gráfica dejada en grutas o piedras al aire libre. Esa huella gráfica se ha denominado desde el siglo XIX como arte rupestre. La apreciación y lectura de esas huellas, hechas desde la ciencia arqueológica dice ser la expresión material de mitos y ritos cuyo contenido fueron las explicaciones sobre su existencia de esa humanidad primordial. El recurso inmediato de la memoria fue el sentimiento de ser un habitante de un mundo espiritual genérico para todo lo visible. En virtud del acumulado de la cultura, la memoria se descentra del mundo mítico y ritual mágico, para construir el mundo mítico de la creación y la criatura. Este otro mundo deja su huella con la escritura. Este dispositivo nemotécnico cristaliza el mito de la creación, llamado por las civilizaciones con el nombre de religión, para establecer diferencia con los mitos anteriores.

Las religiones nacen fundidas con la política y dan forma al poder que dispone violentamente de los cuerpos para mantenerse y perpetuarse. Desde la época posromana la política y la religión entran en un escenario de lucha por el poder de la sociedad, y tratan de resolver la cuestión de quien inviste a quien, llenando la historia de la humanidad de guerras inéditas hasta la época moderna, en la que ambas potestades pactan una separación turbulenta con altibajos pronunciados.

La constitución de los estados modernos traída del primado de la razón, logra la separación radical de los intereses de dios y de los seres humanos, con el diseño, en teoría y práctica, del estado laico garante de la libertad religiosa. Este estado no agencia ninguna religión y todas sus instituciones están libres de credos y símbolos que refieran a una parcialidad. Si ocurre lo contrario, equivale a retrogradar y a desconocer los principios de la república democrática en cuya constitución está inscrita la separación Iglesia – Estado. Si en Colombia “Todas las confesiones religiosas e iglesias son igualmente libres ante la ley”1, esta libertad de cultos o libertad religiosa infiere el estado laico.

Es inconstitucional la exhibición de los símbolos de un solo credo en las instituciones públicas (escuelas, juzgados, cortes, consejos, concejos, bibliotecas, etc.) y menos en la sede del gobierno nacional. Si se pretende exhibir símbolos religiosos, deben ser todos los que identifican las confesiones de los colombianos (cristianos protestantes, cristianos católicos, cristianos ortodoxos, anglicanos, musulmanes, budistas, o los símbolos religiosos de las minorías étnicas). O todos o ninguno.

El nuevo gobierno colombiano, entrante a palacio el siete de agosto de 2018, pretende hacer un exorcismo en la sede del gobierno como primer acto del presidente. Es un desconocimiento de la constitución política y dice mucho más de las mujeres y los hombres llegados al poder; dice que están utilizando y promocionando en la sociedad colombiana, de la cual ellos representan una parte, una de las prácticas religiosas rayanas con la magia. La vivencia del sentimiento religioso está en permanente lucha contra la magia, la cual el estado colombiano ha prohibido por lesionar los derechos humanos y la integridad personal2. Esa práctica de exorcismo llega al colombiano común como un rito mágico puesto como ejemplo por la máxima autoridad del país e incita a la imitación.

La religión y sus profesantes, tiene reconocimiento en nuestro ordenamiento jurídico, y por la libertad de pensamiento, quienes pueden salir de la confesión, son igualmente reconocidos así proclamen su ateísmo. La elección por un estado laico, no es equivocada, es la mejor. Invoca la racionalidad constitucional como árbitro de las acciones de los colombianos, racionalidad basamento de la ley y la paz.

Habitar el mito del creador – creatura, tiene la fuerza de la tradición y esta parece vivir por fuera del acumulado de la cultura, decantada en el sometimiento del pensar a la razón, así la misma razón haya producido engendros terribles como las guerras antimonárquicas decimonónicas y las dos mundiales del siglo veinte. Pero la adquisición del pensamiento científico permitió un acercamiento a la génesis de la humanidad alternativo al mito del creador – creatura. Por la ciencia desarrollada en los últimos siglos han sido posibles esas reflexiones iniciales de este escrito y sustentar el porqué iniciar un gobierno de una república democrática con un exorcismo es fundir de nuevo religión y política, es volver atrás, es frustrar las aspiraciones de la sociedad de tener una cultura inteligente y razonada.

1. Artículo 19. Constitución Política de Colombia 1991.
2. Ley 133 de 1994.

Imagen. Pablo Picasso La crucifixión 1932

viernes, 27 de julio de 2018

En Colombia no hay rumbos que recuperar


Los rumbos de Colombia han sido fugaces. Son plurales, muchos y frustrados. Cuando se han instaurado, inmersos en un orden político, pasan, se deshacen o se recluyen. Esos rumbos no se retoman, porque en una república en formación prima lo nuevo inexorablemente atado a los intereses de los grupos dominantes. No hay nada fijo e inamovible, la dinámica de la formación obliga a acomodar el Estado, la sociedad y la economía a los nuevos métodos de la acumulación de riqueza.

Hagamos un periplo por la historia republicana de Colombia, para señalar esos rumbos trazados a la sociedad. Al final de la centuria del dieciocho la corona española remató tierras en el virreinato de la Nueva Granada, con el objeto de sanear el fisco del reino y sostener la guerra con Inglaterra. La tierra cayó en manos de los criollos hijos o descendientes de los encomenderos. Estas gentes, vivientes en medio de mestizos y africanos esclavos y a las que les cabe el concepto de elite, se vieron bajo un nuevo estatuto de propietarios, y muy pronto, el poder y ordenamiento monárquico, les estorbó. Por eso, a la manera de una esponja absorbente, sus mentes se permearon de las ideas ilustradas llegadas a América por el correo de Brujas o expandidas por los jesuitas, quienes estaban en franca lucha con la monarquía española y fueron víctimas de persecución y expropiación de sus inmensas riquezas.

Ahí nació el primer rumbo trazado por las elites a la sociedad neogranadina, futura sociedad colombiana. Ese primer rumbo se posó sobre el modelo norteamericano madurado en 1783, o el modelo británico de la monarquía constitucional. Ambos modelos fueron socorridos desde los primeros periódicos y las primeras tertulias que se armaron en torno de esos impresos. La rica elite criolla dubitativa, aprovechó la apertura cultural de la casa monárquica de los borbones, en ese tiempo en el poder; apertura que permitió a muchos criollos ocupar puestos administrativos y realizar un estudio más o menos intenso del territorio y sus producciones. El provecho estuvo en poder vislumbrar un horizonte de independencia político-económica. Pero no fueron capaces de alzarse en armas y destruir el orden monárquico.

Debió ocurrir la invasión napoleónica a España en 1808, que llevó la república a la península ibérica y dejó a los virreinatos americanos hispanoparlantes sin gobierno. Ahí si entraron las elites criollas a formar juntas de gobierno y proclamar la independencia. Nace un nuevo rumbo: el rumbo republicano decidido a partir de 1810, pero con golpes de ciego, porque nadie pensó en la unidad y cada elite provinciana imaginó un orden particular. Los cundinamarqueses pensaron e hicieron un orden monárquico-constitucionalista; Mariquita, Antioquia, el Socorro y Tunja, se decidieron por la república. Esas elites regionales pensaron en unas Provincias Unidas, pero por la disimilitud de imaginarios y la persistencia de una mentalidad colonial de miedo a la libertad, esa época dubitativa se ganó el nombre de “Patria boba”. La reconquista española de los virreinatos hispanoparlantes que se atrevieron a declararse independientes, mientras la monarquía sufría el embate francés, encontró a lo más preciado de la elite criolla, en sus casas, en una clara actitud de desprecio por el poder militar monárquico. Pero una vez más la corona española mostró su clase tiránica y sin consideración exterminó la primera generación de criollos independentistas. España no necesita sabios dijo el general reconquistador y debemos entender, menos necesita de la república.

Las elites criollas se vieron obligadas a tomar el rumbo de la guerra prolongada, luego de la reconquista y de la restauración borbónica en España. La sociedad neogranadina de 1815 a 1824 tuvo como referente guía, tanto a nivel práctico como ideológico, la imagen de una república en construcción, con base en nuevas instituciones como el ejército, la escuela, la iglesia republicana y la administración pública. A este nuevo orden institucional independiente, corresponden la escuela lancasteriana de Santander, la creación del Estado Grancolombiano en el acto Constitucional de Cúcuta, el mantenimiento del Patronato Eclesiástico y la organización de la hacienda pública. El rumbo de la sociedad neogranadina o grancolombiana se cifró en la libertad individual y la apuesta por crear una ciudadanía inmersa en los principios del liberalismo democrático republicano. El Estado y la guerra fueron financiados con impuestos directos a la riqueza –quien más tiene más paga-, la libertad de cultos abrió las puertas a los cristianos no católicos y la educación adoptó el utilitarismo como doctrina jurídica.

El rumbo, instaurado en Cúcuta de 1821, se trueca en frustración o desilusión. Bolívar el gestor se muere de tristeza. Su obra estallada deja sobre el territorio cinco pedazos, en los cuales hace carrera una lucha violenta por el poder, entre miembros de las elites criollas, ahora convertidos en veteranos de la guerra de independencia y llamados “Los supremos”. Cada pedazo se organiza en república independiente y el nuestro, retorna al nombre primigenio de Nueva Granada y emprende un nuevo rumbo hacia un Estado liberal que disuelve la herencia colonial. La guerra de “Los supremos” deja como producto sociopolítico los partidos políticos, quienes acuerdan una doctrina liberal o conservadora; pero ambos construyen un imaginario a partir del orden republicano democrático. Para dejar atrás la colonia, atacan todo lo que obstaculice la propiedad privada individual y el libre mercado, quisieron disolver los resguardos indígenas porque impedían la libre circulación de la mano de obra; los estancos reguladores del precio de muchos productos estancados y despojan a la iglesia de la tierra amortizada. Esa libertad económica realizada entre 1840 y 1870 cubre más o menos la mitad del siglo diecinueve y hace que sus mentores de la elite criolla, convertidos para entonces en clase capitalista, creyeron vivir en un “Olimpo Radical”, pleno de libertades: libertad de movilidad entre los estados, libertad de guerra y porte de armas; libertad de pensamiento, religión, educación y expresión.

Otro cambio de rumbo ocurrió al final de la centuria del diecinueve. El imaginario de los republicanos conservadores, adherido al cristianismo católico, se sintió violentado por las libertades radicales. Consideraron que el país, el Estado y la sociedad colombiana estaban inmersos en una “Horrible noche”, en la que la autoridad había sido disuelta por la fragmentación del territorio en estados soberanos. El nuevo rumbo debía establecer la unidad del territorio bajo una sola autoridad política. Los capitales de la clase poseedora adquiridos con la libertad de comercio, necesitaban invertirse y crear establecimientos industriales, nueva condición exigente de una sociedad apropiada, con un poder centralizado y un sujeto colombiano moldeado por el control férreo monacal, por la disciplina del trabajo continuo y por una escuela cristiana que enseñase las aptitudes y actitudes básicas para la fábrica y la industria. El nuevo rumbo, terminó con el patronato eclesiástico y en su lugar creó o pactó un concordato que separó la iglesia y el Estado; pero, aún así, el concordato le dio al clero católico el derecho de tutela sobre la educación y la moral pública.

La sociedad colombiana se conservadurizó y los remisos fueron amansados con una guerra de mil días. Liberales y conservadores aceptaron el rumbo instaurado en 1886; pero la lucha por el control del Estado y la mano de obra, entre los herederos de la elite criolla convertidos en clase burguesa capitalista, metió la sociedad colombiana en una violencia sórdida, en una guerra civil no declarada, de 1936 a 1953. Se declaró que había una “Revolución en marcha” y era necesario hacer una profilaxis social que borrara los elementos disfuncionales.

Al final de la violencia partidista viene otro cambio de rumbo. El poder político económico se constituye en exclusividad para liberales y conservadores en una alternancia milimétrica durante dieciséis años. De 1958 a 1974 se excluyó de los poderes locales, regionales y nacionales todo tipo de proyecto que no fuese liberal conservador y católico. Por eso cuando se habla de recuperar el rumbo de la sociedad colombiana no se entiende bien cual rumbo.

Imagen: Fernando Botero. Familia presidencial 1957

viernes, 13 de julio de 2018

Virtuosos en plaza pública, conspiretas en su obrar

La utilización de la crueldad para obtener el poder del Estado, se transforma en la modernidad. En esta época se llama a utilizar la virtud, entendida como la capacidad de liderazgo para convencer al elector de estar ante un ser humano líder, justo, libertario y respetuoso de la vida. La crueldad se trueca en virtud. La modernidad trajo otras transformaciones revolucionarias. Hizo del sujeto un individuo que dejó atrás el sujeto colectivizado y comunitarista. Se introyectó el control social, contra el control basado en la fuerza y la violencia del cuerpo.

La virtud política del gobernante y el gobernado, entró a ser la base del orden social, de la justicia y la libertad. El volcamiento de la cultura sobre el individuo responsable de su conducta, y el cambio del castigo del cuerpo del infractor por la privación de los derechos o el castigo subjetivo, son el contenido de la proclama de los fundamentos del poder del Estado moderno. Pero la proclama está en su lugar, en la plaza pública, en la opinión pública, en las aulas de la escuela. La virtud se hace pública; pero el ejercicio del poder del Estado sigue los viejos códigos y métodos declarados por Maquiavelo en el alba de la modernidad y rastreados en toda la historia de la humanidad disponible en 1570. Dice este pionero de la ciencia política que el poder del Estado pareciera tener una lógica propia e independiente de la virtud. Cuando el poder se hereda o se delega se convierte en fugaz; pero cuando se conquista y se destruye un pueblo para darle el orden del conquistador, el poder del Estado resultante permanece. Es como construir sobre la tierra arrasada, un orden nuevo absolutamente controlado. Se dice en El Príncipe: No se puede, pues, atribuir a la fortuna o a la virtud lo que se consiguió sin la ayuda de una ni de la otra.

A esta forma teórica se le está dando vigencia en Colombia. Se está arrasando con la república liberal, para refundar el autoritarismo patriótico de las primeras décadas del siglo XIX. Se busca un orden social de base monetaria, en el que los ciudadanos, profundamente individualizados, se enfrenten cotidianamente, en una lucha sórdida por sobreaguar en un mar de desigualdad y violencia. La supremacía del individuo egoísta deshistorizado, está llevando a sorber con ansiedad el discurso inscrito en la virtud de plaza pública, de los políticos especializados.

Hemos escuchado y visto en este año electoral del 2018 a los políticos posar de líderes humanizados, justos, libertarios y respetuosos de la vida, con discursos que hurgaron en el sentimiento popular, el imaginario de la virtud política; dijeron lo que la gente quiere oír: rebaja de impuestos, aumento del salario, trabajo para todos, educación gratuita en todos los niveles y el logro definitivo de una paz longeva. La escena montada en parques, plazas, radio y televisión, fue el espectáculo de hombres y mujeres absortos en el ideal de un país cercano a la felicidad generalizada. Promesa repetida en el tiempo y repetidamente traicionada, porque el político especializado sabe de la memoria fugaz de los individuos egolatrizados, que periódicamente olvidan la traición. Una vez conquistado el poder del Estado, dan otro paso en hacer real la destrucción de las pocas conquistas del orden republicano liberal. Orden que llegó al mundo de los humanos para quitarle los cuerpos a los poderosos y evitar seguir siendo objeto de satisfacción de la insaciable sed de poder de los acumuladores de riqueza. La inviolabilidad del derecho a la vida, la libre movilidad, la liberad de palabra y obra, libertad de creencia y la autoridad personal sobre el propio cuerpo, son conquistas hoy amenazadas o cercenadas. A partir de esa tierra arrasada los virtuosos de plaza pública, quieren construir el orden de utilidad para el rendimiento capitalista. Este orden nuevo será indestructible y perenne, como lo observó Maquiavelo en las épocas pasadas estudiadas. Destruida la república liberal, ocupa su lugar un orden social en el que la inmensa mayoría de colombianos entra a engrosar el ejército de reserva de mano de obra, lumpenizado por efecto de ser individuos egolatrizados. Esta última es una imagen tomada del pensamiento de Marx, expuesto en el siglo XIX pero con plena vigencia.

En este ejército de reserva de mano de obra, el señor capital, que ha cooptado el poder del Estado, toma lo que quiere al precio que quiere. Y dentro de este ejército de reserva los seres humanos se hacen rapiña en lo poco que tienen “los hombres ofenden por miedo o por odio”.

Sabemos que la república liberal también fue destruida por el proyecto social marxista, ejemplos: Rusia 1917, China 1945, Cuba 1959, Chile 1970, entre otros. Destrucción programada y sustentada desde la filosofía, la política y la historia; pero no dio resultado el nuevo orden; cumplió medianamente con los hallazgos de Maquiavelo, de destruir un orden para crear desde la nada otro perenne. En su lugar quedaron unos órdenes en hibridación, en los que sufre la libertad socialmente concebida.

Una paradoja pues se presenta con la república liberal. Ella sacó el sujeto del orden feudal-medieval y lo convirtió en individuo libre y autónomo con el derecho a estar bajo un Estado protector y garante. En este periodo de modernidad cuatro veces centenaria, se presenta la insoportabilidad de esa república. La democracia base de su ideario y operatividad le es insostenible por el desarrollo de la autonomía de sus sujetos. La república liberal quiere recoger sus principios, olvidarlos y en su lugar construir la negación.

Este año electoral del 2018 de los colombianos, mostró una vez más, la vigencia de las observaciones de Maquiavelo. La virtud política es de pacotilla, de pantalla, es una proclama de plaza pública. La república liberal con separación de poderes empieza a morir para satisfacción de los dueños de la riqueza. Ahora se perfecciona más los métodos de ampliar la masa de reserva o ejército de reserva, la misma que se mata entre ella o se ofende por miedo o por odio.

Armando Villegas. Guerrero con aves. Óleo sobre lienzo 2012