sábado, 10 de septiembre de 2016

Deseos en bicicleta. Comentario sobre El hombre lento de Koetzee

Bicicleta Amarilla. Oscar Dominguez. España 1950
Una herida sana, suficiente, en seis meses. Ese es el tiempo de la novela Koetzee El hombre lento. Del accidente hasta la cura de las heridas, ocurre toda la historia, dedicada a mostrar un trazo de vida de una ciudad, una familia y de un hombre sexagenario, atravesados por lo inesperado. El lector es llevado para que se meta en la parte austral del mundo en la que ocurren los acontecimientos de esta novela de Koetzee. Se localizan en la ciudad de Adelaida, conglomerado urbano de ese nuevo mundo y con más precisión, una ciudad de finales del siglo XVIII, fundada, poblada y ordenada por europeos. Está en el cuarto continente, Oceanía, específicamente en la gran Australia. Por eso la ciudad tiene todas las bondades y problemas de la sociedad occidental, en especial el problema-acontecimiento que organiza la historia: jóvenes al volante que transgreden las normas de tránsito y los daños que ocasionan. Daños mitigados, negados o esquivados por los padres condescendientes, porque ocupan un lugar alto en la jerarquía social.

Esta argumentación se asume en la novela con un narrador omnisapiente que les cede la palabra a los personajes de manera amplia hasta hacer perder la huella de quien habla. La huella se recupera cuando el lector encuentra los juicios de valor sobre el personaje o sobre lo que dice porque se sienten extraños. Pero vuelve el hilo de la narración y son momentos de goce pues llega de golpe todo el recorrido hecho letra tras letra.

El narrador atrae con el saber sobre la intimidad de los personajes y la forma como cada uno se ubica en la vida. Esa información la pudieran dar los mismos actores, pero él quiere dar a entender que conoce el país de procedencia de los inmigrantes llegados a Adelaida desde niños; que sabe de una historia del mundo con la particularidad de las creencias religiosas, para con ellas ahondar en la psiquis de los protagonistas. Muestra las ambiciones y con crueldad justifica la calificación que hace de todos porque no tienen deseos propios y deben conformarse con lo que son. Les dice: sois así, así os he creado, y eso me permite darte un lugar en el mundo de la novela.

Los personajes son fustigados y enjuiciados. El creador los hace actuar de alguna manera, para luego calificar sus actos con dureza. Esta es la mecánica de la novela que le permite al autor sobreponer una estructura visible, sencilla y corriente: un accidente sufrido por un hombre mayor, hace que le amputen una pierna, y esta nueva condición, no solo le cambia la rutina sino que le permite conocer los cuidados de las enfermeras. Unas lo hacen con distancia y otras con amor y dedicación. Una de estas últimas le despierta sentimientos dormidos de paternidad, deseos de proteger una mujer y sus cosas. El narrador fustiga y le dice a su personaje: eres “como una mujer que nunca ha dado a luz un hijo y ahora ya es demasiado vieja, y ansía repentina y urgentemente ser madre. Lo bastante ansiosa para robar la criatura a otra persona: a tal punto llega su locura”.

El hombre lento, se hace más, después de la amputación de una de sus piernas a la altura del muslo. Antes viajaba en bicicleta al mercado, a la biblioteca, por las calles de Adelaida. Se hizo lector tras leer a escondidas los libros que su madre leía, para buscar eso que a ella la atrapaba tantas horas. Se hizo fotógrafo y practicó la fotografía hasta el invento del color y ahí decidió no valer la pena seguir reproduciendo imágenes. Luego del accidente: embestida de su bicicleta por el auto de un muchacho, la lentitud se hace propia para el amputado.

El hombre lento, luego de ser fustigado por el autor, es sometido a los experimentos de una escritora que de repente entra a su apartamento y le manifiesta saberlo todo sobre su vida. El narrador creador y la escritora se turnan para calificar, dirigir, criticar y someter al amputado. Ella le consigue una mujer ciega porque sabe de su deseo de tener una mujer. Ella lo convence de experimentar con una ciega y le dice: la ciega y el amputado hacen una buena pareja, a ambos les falta un órgano. La escritora traza al amputado, programas para satisfacer sus deseos de ser guiado, protegido, amado y satisfecho. Él los cumple y reacciona luego contra ella y la acusa de quererlo controlar.

El narrador creador de El hombre lento, se convierte con el avance de la novela en un juez. Tu no debiste hacer eso, le dice, enamorarte de tu enfermera y peor aún, ofrecer dinero a su hijo de dieciséis años, para que fuese a estudiar a una academia militar. Esa intromisión en las finanzas de una familia tenía que producir el efecto necesario: la crisis del hogar. Los hiciste pelear por los celos del marido. Él se preguntó por el dinero que su mujer traía ofrecido por el señor puesto a su cuidado y servicios. Ese dinero no es gratuito, debe ser una recompensa por favores amatorios.

El narrador acusa. Habéis destruido un hogar. La escritora, refuerza la acusación. Le dice que ha tirado a la familia de la enfermera al mundo del chisme, a ese mundo falso pero comandante de lo que la gente piensa y hace: ese mundo es el verdadero dinamizador social; todos actúan respecto a los demás, según el “qué dirán”. Saben de las exageraciones, pero el mismo morbo de la exageración les potencia la imaginación y buscan a los más maldicientes y deformadores del chisme original. Así pues, señor amputado, haz puesto en boca de media Adelaida la historia de una enfermera que se enamoró de su enfermo y por él dejó sus hijos y su hogar.

El narrador juez y la escritora aparecida y entrometida en la casa del amputado sin justificación, con un dominio absoluto de la vida de este personaje, obligan en el lector la deducción de estar ante una novela diseñada por un profesional de la narrativa. La trama argumentativa es sencilla: Un hombre sufre un accidente, se le amputa una pierna, consigue una enfermera cuidadora, se enamora de ella. Ese amor destruye una familia. Se introduce de repente y traída de la nada una escritora que conoce toda la historia de la novela y se mete en la casa del hombre. Pero ese diseño sencillo lo salva y le da sentido toda la reflexión sobre la vida, el azar, la historia del mundo, los sentimientos humanos, las reacciones normales ante estímulos cotidianos. Reflexiones hechas al calor del juicio de los personajes por su creador.

La alternancia de juicios contra el amputado, al final se le da toda la palabra a la escritora. Ella le llama ingenuo por haberse dejado robar una fotografía por el hijo de la enfermera, la más valiosa de su colección. Le dice querer estar escondido en un caparazón por tenerle miedo al mundo, no ir más allá de desear una bicicleta y de olvidarse de vivir la juventud por estar metido en los libros. Le llama tortuga “porque pasa (…) una eternidad husmeando el aire antes de asomar la cabeza. Porque cada bendito paso le cuesta un gran esfuerzo (…) busque en su interior para ver si puede encontrar una forma (de vivir), dentro de su carácter de tortuga”.

El amputado ataca y cuestiona la escritora por haberlo elegido para hacerlo un personaje de sus novelas cursis. Él que es un ser simple y lento con una vida más sedentaria que móvil, nunca entendió la llegada de ella y como se enteró de sus existencia. Ella dice que no ha terminado su trabajo y lo convence de vivir juntos para cuidarlo, porque un hombre lisiado, sexagenario puede estar solo.

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