Presidente a caballo. Fernando Botero 2008
Campo y campesinos objeto
de injusticias ha sido la causa de todas las violencias en Colombia. Por eso
creo, se ha puesto como primer punto en la agenda de la paz salida de la
Habana. La cuestión agraria nunca se ha resuelto y su desorden y deriva,
acompaña la historia de la república hasta nuestro tiempo.
Las reformas
registradas en los siglos XIX y XX no han tenido efecto. Por eso el jefe del
partido Centro Democrático se burla de la Reforma Rural Integral del acuerdo de
la Habana. Dice que si una mente tan clara, estadista y construida como la de
Carlos Lleras Restrepo no logró hacerla, mucho menos la harán esas
personalidades menguadas de Timochenco y Juan Manuel Santos. Esta condena se
parece a la que Laureano Gómez publicó en el periódico El Siglo en 1935, cuando
fue inminente la reforma constitucional de Alfonso López Pumarejo: como se
atreve a tocar este burdo presidente, la obra superior de las grandes plumas de
Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro. Tanto la expresión del Centro Democrático
como la de Gómez, no son textuales las saco del recuerdo.
Las injusticias en
Colombia han estado ahí, tanto tiempo que parecen inamovibles y para los
conservaduristas de todos los matices son parte de la naturaleza del orden
social. La concepción del Centro Democrático de una cuestión agraria intocable,
se cae ante esos criterios aterrizados, sensatos, pactados en la Habana. Se
percibe una voluntad política para sacar una Reforma Rural Integral, sin
cambiar el modelo democrático moderno liberal, imperante en Colombia; así como
se pensaron las reformas anteriores: reformar el campo acudiendo a la voluntad
política del Estado y algunos sectores de propietarios campesinos. Pero esa
voluntad fue quebrada por el interés particular y la concepción capitalista
monopolista de los terratenientes. ¿Cómo se estableció esta?
La tierra en
Colombia es una abundancia original, apropiada por especuladores sin
escrúpulos. La historia de la tierra en Colombia, puede entenderse como
historia del despojo. Los ibéricos despojaron a los indígenas a partir del año
1530. Los invasores no tumbaron monte, ni desbrozaron selva; se establecieron
en las tierras cultivadas ancestralmente por las comunidades indígenas.
Sometieron, esclavizaron a los indígenas en sus propios territorios y cultivos.
Este episodio de opresión se reglamentó en 1670. La mano de obra indígena no
podía estar a disposición de cualquiera; para acceder a ella debía mediar un
protocolo. Por eso la corona española crea los resguardos y le impone a los
indígenas un tributo en días de trabajo y en dinero, pagado por cabeza, llamado
capitación. El resguardo fue una institución de inspiración medieval que luego
entrará en conflicto con el orden republicano capitalista, instaurado desde
principios del siglo XIX.
La monarquía
española luego de la conquista y colonización del territorio llamado la Nueva
Granada, instauró un régimen de tierras con tres figuras de posesión. En el
momento del poblamiento, con la fundación de ciudades, y luego de reservar
tierra para la plaza y edificios administrativos, se repartió solares entre los
participantes del poblamiento. Los alrededores de la población se declararon Ejidos o tierra comunal para la pequeña
caza y abasto de leña y agua.
La tierra de
producción (indígena ancestral) se adjudicó al conquistador, bajo la
institución de la encomienda. Esta se
heredó por una, dos o tres vidas, al cabo de las cuales volvía a la corona. Las
encomiendas retornadas al tesoro real y las vigentes al final del periodo
colonial, fueron inventariadas y luego rematadas. Las causas de este remate
estuvieron en la crisis financiera de la corona española por la guerra con la
potencia capitalista de la época, Inglaterra.
En el virreinato de
la Nueva Granada, creado en 1740 (territorio separado del virreinato del Río de
la Plata), la población con capacidad de participar en el remate, fue la
población criolla hijos de encomenderos y fundadores de pueblos. En las manos
de estos criollos notables, la encomienda se transformó en hacienda y el
encomendero se transformó en hacendado.
Se inauguró así una
nueva figura de explotación de la tierra y un nuevo régimen de tenencia. Esta
situación se potenció luego de la independencia. Los hacendados criollos
llegaron al poder y crearon un Estado hacendario, es decir, un Estado al
servicio de la hacienda como unidad básica de producción económica.
El nuevo Estado de
la Nueva Granada, nació endeudado con Inglaterra y con los ricos antioqueños
acumuladores de oro, con los servidores públicos, con los soldados veteranos,
los maestros y los empleados administrativos. Ese nuevo Estado solo tuvo para
pagar esa deuda pública, la inmensidad de la tierra baldía.
Desde 1821, la deuda
pública del Estado se paga con bonos redimibles en tierra. Bonos apodados desventurados por su poco valor. La gran
mayoría de quienes los recibieron, los vendieron a los comerciantes hacendados,
los únicos con capacidad de esperar pacientemente, la oportunidad para
redimirlos.
La bonanza de la
quina (primeros treinta años de independencia) y luego la bonanza del tabaco a partir
de 1840, propiciaron la ocasión para la redención de los desventurados. Se configuró así otro conflicto de tierras, luego
del despojo indígena. Los baldíos adjudicados a los redentores de bonos
(hacendados comerciantes), no lo eran; esa tierra estaba incorporada a la
frontera agrícola por colonos, desde los primeros días de la república. Así,
resultaron grandes latifundios, en manos de los hacendados comerciantes, en
cuyos predios existían uno o varios pueblos fundados por campesinos.
Los colonos se entusiasmaron
por la ley de tierras generada por la constitución de 1821. Según ella el
Estado reconocería título de propiedad sobre toda la tierra puesta en producción;
pero el colono nunca tuvo dinero con que pagar el acceso a la ley, acceso
siempre mediado por abogados corrompidos. Esta lucha coloquialmente llamada “la
lucha entre el hacha y el papel sellado”, produjo asesinatos, injusticias y esa
terrible constante de ruralidad en Colombia: el desplazamiento.
La tierra en la
época republicana fue un bien que debió someterse a la compraventa, a la ley de
la oferta y la demanda, es decir al régimen de libertad económica capitalista.
Eso explica la posición antipatriota tomada por los indígenas del sur. Esas
comunidades resistieron los embates contra el resguardo. Los hacendados
comerciantes, quienes hacen la independencia, necesitaron disolver el resguardo
y acabar con ese tipo de propiedad corporativa y comunitaria. La ley
grancolombiana (1821 – 1830) disolvía el resguardo y obligaba a repartir la
tierra entre los indígenas, para hacerlos propietarios individuales, con plenas
libertades para vender y meter así esa tierra en el mercado, en la lógica
capitalista.
Lo mismo se hizo a
partir de 1860 con la tierra en manos muertas. Esta figura indica la forma como
la iglesia católica acumuló tierra, desde inicios de la colonia; tierra buena
dentro de la frontera agrícola, es decir, tierra productiva. Para el año de
1860, el clero católico poseía un tercio de la tierra productiva del país,
dedicada a dar lo mínimo para garantizar el bienestar de las almas de los
donantes. Esa tierra amortizada, estuvo fuera de la lógica capitalista, y por
acuerdo de los hacendados comerciantes de ambos partidos políticos (liberales y
conservadores), se desamortizó, se remató y se metió en el mercado. Este conflicto
social entre la elite capitalista colombiana y la iglesia católica, se resolvió
con sendas guerras civiles y con la derrota del liberalismo radical, hasta que
la iglesia logró, en 1886, el reconocimiento de una indemnización a perpetuidad
del Estado colombiano por la tierra que se le quitó en 1863.
El siglo XIX terminó
sin resolverse el problema de posesión de la tierra. La figura de la
colonización de baldíos para luego ser reconocida la propiedad, no produjo los
resultados esperados: crear una sociedad de propietarios. Las dificultades para
el reconocimiento de títulos, obligó a la mano de obra campesina, desde el
fondo del siglo XIX, a inscribirse en la hacienda bajo la figura de aparceros,
agregados o arrendatarios. Estas tres modalidades ocupaban la tierra a cambio
de trabajo para el hacendado, por tiempo indefinido y por generaciones.
Las guerras mundiales,
el volcamiento de la economía hacia el cultivo de café y el inicio de la industrialización,
exigieron la modernización de la sociedad colombiana. Las reformas necesarias
las asumió el partido liberal en cabeza de Alfonso López Pumarejo. En 1936 se reformó
la constitución, la educación, el sindicalismo y en especial la tenencia de la
tierra. López hizo una reforma agraria, tendiente a hacer propietarios a
aparceros, agregados y arrendatarios, estatalizar las tierras improductivas y
liberar la mano de obra de los lazos feudales que aún subsistían en el campo,
para que llegase a las ciudades, donde la naciente industria la necesitaba.
La ley 100 de 1936
posibilitaba a los trabajadores atados al latifundio, hacerse propietarios,
luego de demostrar diez años de residencia y cultivo. Los terratenientes respondieron
expulsando a aparceros, agregados y
arrendatario, para evitar la aplicación de la ley. Los campesinos expulsados,
unos llegaron a las ciudades, otros crearon los primeros focos guerrilleros del
siglo XX en el sur del Tolima.
Estas reformas
modernizantes fueron violentamente atacadas, por la iglesia católica y sectores
tradicionales fuertemente empotrados en ambos partidos tradicionales. En vez de
pensar el país en los términos de la dinamización social propuesta por el
liberalismo de López, prefirieron incendiarlo. El campo fue sometido a la
violencia sistemática, ocasionando desplazamiento del campo a la ciudad. El sectarismo
político llevó la violencia a las ciudades y toda la sociedad se disolvió.
La cuestión agraria,
seguía sin resolverse y se hizo más lejana la posibilidad de una reforma de la
tenencia de la tierra. La guerra no declarada expuesta en Colombia desde 1945
no la paró la dictadura militar de 1953, ni el frente nacional de 1958. El
campo colombiano vio aparecer el fenómeno guerrillero en los primeros años de
la década de los sesenta. La violencia sufrida creó una base social campesina
que recepcionó la propuesta de la lucha armada. El prestigio logrado por la
guerrilla obligó una acción política del poder bipartidista para detenerlo.
Quien la ejecutó fue Carlos lleras Retrepo. En su gobierno 1966 – 1970, creó
las instituciones descentralizadas, y entre ellas el Instituto Colombiano para
la Reforma Agraria (INCORA). En la base de esta reforma estuvo la organización
de los campesinos como Asociación de Usuarios Campesinos a través de la cual llegaría
la adjudicación de baldíos y tierras incultas. Las intrigas del poder y
divisiones de los usuarios campesinos prolongó en el tiempo la reforma hasta
que Misael Pastrana Borrero en el segundo año de su gobierno pactó con los
terratenientes del país el aplazamiento indefinido de una reforma agraria en
Colombia.
Ahora en este año de
2016, el hecho de estar en el primer punto del Acuerdo Final para la Terminación
del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera, la cuestión
agraria, es la inscripción de las aspiraciones de los campesinos,
sistemáticamente frustradas desde los orígenes de la república. Adjudicación de
baldíos y tierras incultas para los desposeídos es una reivindicación
bicentenaria y parece que por fin se realizará.
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